Sobre la Zafra de Acosta por Daniel Cosío Villegas para la Revista Social en 1926. Una de las cosas que sorprenden y agradan al viajero que toca un poco, al pasar, los círculos intelectuales cubanos, es el gran espacio que cubre el recuerdo de Martí. Como poeta, como ensayista, como ejemplo, como tradición, como guía, se le ama y se le recuerda con frecuencia.
Así, uno acaba por sentir que en otros países de la América no existen no ya poetas, sino escritores en general que ocupen un lugar central en la vida de una nación. México no tiene una figura como la de Martí y exceptuando los casos de Rodó, Montalvo, Hostos, tampoco los hay en otros países de nuestra raza.
Gran cosa es ser poeta nacional. Como grande, rara es que un poeta se transforme en héroe nacional. Es necesaria una sensibilidad en que el propio paisaje, los propios problemas, la propia sangre, hieran nuestra atención y la hagan verbo.
Es necesario, también, un temperamento masculino: dígase lo que se diga es más hombre aquel a quien afecta todo un pueblo que aquel a quien sólo inspiran las rosas o los crepúsculos. Y el acento del canto ha de ser más vibrante y más hondo: como huracán o avalancha cuando se predica la destrucción de los vicios; como clarín cuando se convoca a la guerra; como deleitosa armonía celeste cuando se anuncian la unión y la obra. Por último, el canto tiene que ser canto de una pieza y perdurable.
La miniatura, la greguería, el hai-kai, están bien y pueden ser aún perfectos. Pero no por depurados, finos y pulidos, dejan de ser pequeños. Son pincelada, matiz, que nada sustancial agregan ni quitan. Nunca la miniatura o la greguería traen mensajes, —como dice Vasconcelos.
En cambio, la obra del poeta nacional es obra grande, de proporción, tiene que ocupar espacio, libros enteros, y ha de sostenerse, además, en un grado alto, en tono de do mayor, a los cien de la ebullición.
Agustín Acosta es ya un poeta de la vida nacional cubana. Su libro La Zafra lo lleva hasta ese puesto. Antes lo conocíamos como buen poeta, como exquisito poeta.
Su libro Hermanita lo hacía aparecer así. Pero aún en éste se podía advertir su gran temperamento humano. Las inquietudes de la hermanita, sus transformaciones, le inspiran un largo canto apacible, tierno, pero hondo también. Quien es capaz de amar a alguien como Acosta a su hermanita, lo es, tiene que serlo, de amar a su pueblo y a su raza.
La zafra es la sinfonía cubana. Se puede preferir un tiempo u otro; pero hay que valorarla como todo y aceptarla así o rechazarla. Y no creo, por supuesto, que haya un cubano cualquiera que la rechace. Me han contado que mi amigo Mañach objeta el libro de Acosta y le pone frente por frente la teoría del arte por el arte.
¿No hay arte en La zafra? ¿Qué importa, entonces, que ese arte sea por o para, con o sobre, o trás? El libro de Acosta es un hecho y lo del arte por el arte no es más que una teoría. Y siempre que se opongan un hecho y una teoría el hecho vence, no importa que se le pretenda dar el carácter de excepcional.
Por lo demás, y La zafra es una ocasión excelente para decirlo, me parece necesario convenir en que la teoría del arte por el arte es una teoría negativa: rechaza la idea de que la obra de arte deba ser como la música de pueblo: con tema obligado;
pero si la sensibilidad de Acosta lo lleva hacia su patria, hacia los problemas de su patria, hacia la gente de su patria ¿podrá haber alguien que le diga “has extraviado el camino”? Si ese es el camino de Acosta. Mas bien hay que decir y obrar como Diego Rivera, nuestro pintor.
Cuando Rivera rechaza la idea de ir a Nueva York pensando que ahí no podría pintar en los muros los “corridos” de Pancho Villa y de Emiliano Zapata, sino que tendría que pintar alegorías sobre la música o la poesía, está en lo justo.
Rivera es comunista, rechaza la burguesía, no quiere, por eso, hacer pintura burguesa, con temas burgueses, para gente burguesa. ¿La teoría del arte por el arte no es, en el fondo, una teoría burguesa que quiere asegurar para la burguesía el derecho de que se pinte, se cante y se dance para ella nada más? ¿Por qué no, también, para el pueblo? ¿Por qué no sólo para el pueblo?
No soy un literato y menos un crítico. Mi oficio es otro, mi circo de titiriteros es otro; pero precisamente por eso me gusta declarar que La zafra es un libro hecho de algo más que literatura y que toca no sólo al hombre de letras. Trasciende y entusiasma a quien lo lee porque en él está el paisaje cubano, la pobreza cubana, y porque recuerda que no es la de hoy la Cuba de Martí,—la que tienen que hacer precisamente, los intelectuales cubanos.
Bibliografía y notas
- Cosío Villegas, Daniel. “Sobre la Zafra de Acosta”. Vol. XI, núm. 12, diciembre 1926, Revista Social. pp.34-35.
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