Al llegar a Manzanillo y después… (Para nuestro querido amigo Carlos Bertot Masó, afectuosamente).
Cuando llegamos a Manzanillo, después de treinta largas horas de incómodo viaje, sólo compensado en parte por la belleza exuberante de los paisajes orientales, experimentó nuestro espíritu una desagradable sensación: llovía torrencialmente; la perspectiva de las calles que parten de la estación ferroviaria no era nada halagüeña debido a su mal estado, y para colmo de contrariedades nos encontramos sin hospedaje decente, a pesar de haberlo pedido telegráficamente la víspera.
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