
Juan Gundlach es un extranjero á quien conocen muchos en los campos de Cuba por El naturalista, y á quien llama El sabio nuestro mundo inteligente. Este hombre extraordinario, de alma buena, de corazón magnífico, de agradables maneras, de profundos estudios, de infatigable constancia en el trabajo, de gran talento;
este mortal privilegiado vive como quiera y donde quiera entregado en cuerpo y espíritu al dulce amor de la naturaleza: parece que los reinos vegetal, animal y mineral han dado á su mente en agradecimiento de lo bien que él ha sabido tratarlos, todo su movimiento, toda su animación, toda su solidez, y que no ha habido perfume , ni canto de pájaro que no haya entrado en su pensamiento creador:
ha consagrado toda su juventud á la naturaleza, y la naturaleza le paga rejuveneciéndolo, porque esta madre bondadosa no quiere que él pierda lo que tan francamente le regala. Nada perturba la apacible corriente de sus puros sentimientos: para Gundlach no existen ambiciones: ignora completamente el valor del oro: hace veinte años que la hospitalidad de nuestros ricos hacendados se disputa el placer de atender á sus necesidades, que son muy escasas, y él no se cuida en este mundo mas que del cultivo de las ciencias.
Este amigo acrisolado, decía el eminente Felipe Poey, en el discurso de apertura del año académico de 1856 que pronunció en nuestra real Universidad, ha pasado los mismos trabajos que Linneo respirando por su gusto los miasmas de la ciénega de Zapata, cercado de cocodrilos, pero satisfecho y agradecido á la cordial hospitalidad que allí recibía.
Es hombre que sabe como Diógenes, beber en jícara y aun sin jícara, y todo lo da por bien empleado si descubre una especie nueva de insecto ó molusco terrestre, ó un pájaro que falte en su colección. No tiene bienes de fortuna, pero es rico de contento: viaja lijero, no obstante de que todo lo lleva consigo, mas la conciencia no le hace peso.
Todos los que lo han tratado un dia, anhelan por su presencia instructiva y amena; todos lo quieren por huésped y amigo: tiene el fuego sagrado de la ciencia y lo distribuye por donde pasa. ¿Pero no tiene siquiera deseos de gloria? preguntarán algunos; ¿no tiene ni aun la noble vanidad de dar ¿su nombre una justa fama?
Tal parece que Gundlach satisface un deber y que no se ha detenido una sola vez á pensar que sus acciones y sus bellas obras podrían alargar su existencia mucho mas que él: es un obrero que cumple su tarea: investiga, estudia, escribe, clasifica, como el herrero quebranta el metal, como el labrador rompe la tierra: es naturalista como otro es soldado; es bueno como otro es malo; es ilustre sin sentirlo: comunica sin pretensiones sus vastos conocimientos á todos los que quieren oírlo, como un profeta que habla por orden agena.
Este hombre raro es uno de los pocos á quienes nada se puede censurar: al ocuparse de él es preciso tributarle elogios, ó es menester no juzgarlo:
su semblante es un cristal diáfano en que se reflejan todas las perfecciones morales posibles, y sus producciones son de tal mérito que exigen una admiración completa de parte de todos los que comprenden el valor inestimable de la paciencia, de la curiosidad, del empeño por buscar la verdad, de la facilidad por la aplicación de principios en ciencias difíciles, de la fé, del entusiasmo, de la sabiduría.
Sin haber soñado tal vez con la inmortalidad de sus acciones se encuentra en posesión de la mas bella celebridad, y si algo puede interrumpir su felicidad, si algo puede molestarlo, es únicamente lo que serviría de orgullo á los demás: la duración de su nombre en la memoria de las generaciones del porvenir.
Juan Cristóbal Gundlach, hijo menor de Juan Gundlach, catedrático de matemáticas y física en la Universidad de Marbug en el electorado de Hesse-Cassel, muerto en 1818, nació en el mismo lugar en Julio de 1810. Su madre, viuda y con escasos bienes de fortuna se dedicó á educar a sus hijos como se lo permitían los recursos de que podía disponer, y así desde temprano empezó Juan á habituarse á recibir la suerte como quisiera presentarse, con lo que fué preparándose lentamente para soportar las privaciones á que mas tarde le habían de obligar sus estudios prácticos en las ciencias naturales.
Su hermano mayor, médico que desempeñaba el empleo de conservador en el Museo de la Universidad, le ocupaba de continuo en laboriosos trabajos, y esto fué motivo para inspirarle el primer amor hacia los objetos en cuyo arreglo y conservación encontraba desde entonces verdadero gusto.
Cuando empezó sus cursos literarios no se desentendió por cierto de sus faenas en el Museo, sino que lo que le había valido de entretenimiento en la niñez vino á llenar seriamente casi todos los momentos de su juventud, y así cambió los estudios teológicos á que se había dedicado siguiendo el ejemplo de su hermano segundo, por los estudios de naturalista; porque como él dice ingenuamente, repitiendo unas palabras de Jesucristo, comprendió que no se puede servir á la vez á dos amos.
Desde luego se vio que tenia una afición decidida al ramo que había escogido: no hubo hora que no emplease en buscar en los libros nociones provechosas para afianzar su vocación, ó en salir á los campos á sorprender á los animales en sus guaridas, para decidir por la observacion la certeza de las teorías.
Este alejamiento de la sociedad, este afán por hallarse á solas en medid de los bosques, en las orillas de los rios, en las cumbres de las rocas, la dedicación de todas sus facultades al examen de la vida, costumbres y organización de las diferentes especies brutas que pueblan la superficie de la tierra, la fijeza de la atención en objetos dados, fueron templando su espíritu y desarrollando su inteligencia para hacer de él un hombre sabio y un hombre bueno, que es el límite intelectual y moral á donde van á parar regularmente los esfuerzos de los verdaderos naturalistas.
En una de estas ocasiones abandonó una escopeta cargada y se encaminó en persecución de unos pájaros: pronto se olvidó de todo al entregarse á sus continuas reflexiones, y al volver á echar mano al arma se escapó el tiro accidentalmente y le destruyó parte de la punta de la nariz, que á milagro no le causó la muerte.
Continuó su carrera, sufrió sus exámenes en el otoño de 1838 y recibió el grado de doctor en filosofía, obteniendo también en la primavera del año siguiente los derechos de catedrático en Historia natural. Emprendió de seguida algunos viajes á los museos alemanes, y aceptó la proposición que le hizo la sociedad de Historia natural de Cassel para ir á Surinam y acometer estudios particulares.
Pero estaba decidido que Juan Gundlach no diera solamente brillo científico á su país que bien podría decirse que no lo necesita, porque la Alemania es en este sentido la madre mas fecunda en hijos famosos, sino que vendría á la isla de Cuba á tomar carta de naturalización de la simpatía y la admiración de un pueblo naciente que lo ama, lo respeta, lo cuida y lo saluda á veces con veneración.
En tales proyectos andaba cuando el doctor en medicina Luis Pfeiffer determinó visitar un pais tropical y escogió la isla de Cuba por contar aquí con un amigo querido llamado Carlos Booth y Tintó que había sido educado en Londres y también en Cassel. Pfeiffer invitó para que lo acompañasen á Eduardo Otto, hijo del director del jardín Botánico de Berlín, y botánico también de mucho mérito, y a Juan Gundlach que ya tenia reputación de zoólogo.
Arreglada la ilustre trinidad científica prepara sus equipajes, emprende la marcha, entra en un barco y á la mar! Llega á la Habana el 5 de Enero de 1839; trascurridos ocho días parte para un cafetal situado en Canimar á dos leguas de Matanzas, abre Booth sus puertas al antiguo amigo y se regocija de los otros que vienen con él, les brinda hogar y cariño, y ya hay tres miembros mas en su familia.
Pero ciertos asuntos especiales obligaron á Pfeiffer á retornar á su patria en el mes de Marzo del mismo año. Booth hizo algunas escursiones por Trinidad y al cabo de corto tiempo se dirigió á la Guaira, y Gundlach, que aun pensaba visitar á Surinam, cambió de ideas al saber que había muerto un amigo suyo que le había ofrecido hospitalidad en aquella colonia; quedó pues solo nuestro naturalista, y por consiguiente la familia de Booth, que había contado con tres nuevos parientes no adquirió mas que uno.
Habia contratado Gundlach con la sociedad de Hessen Cassel que se le pagase en proporción de los objetos que reuniese, y de aquí que su compromiso le proporcionase muchos afanes y poco dinero, por lo que se vio en la necesidad de suspender el convenio, y hechas las remesas prometidas quedó libre y se entendió que en lo sucesivo remitiría los objetos que reuniese en calidad de regalos.
Comenzó entonces á formar una colección propia que tiene su principio entomológico en 1840, y su mamalógíco y ornitológico en 1845, y á la que posteriormente ha ido agregando colecciones conchológicas, herpetológícas y de otras clases.
Pocas personas conocian entonces á. Gundlach: durante muchos años permanecía ignorado en los campos, y las horas que pasaba en su cuarto las empleaba en ordenar sus apuntes y en proseguir sus largas lecturas, porque es de saberse que no solo es naturalista sino que está versado en los estudios clásicos y particularmente en las lenguas muertas.
Tenían sin embargo noticias de él algunos hombres instruidos, y D. Felipe Poey fué el primero en solicitar su amistad y en establecer con él una correspondencia desde 1840, por cuya razón haciendo algunas referencias á él en sus MEMORIAS SOBRE LA HISTORIA NATURAL DE LA ISLA DE CUBA, T. 1. pág . 246, en entrega de Mayo de 1853, dice que conoce á Gundlach y que es un individuo que lleva el sello que la docta Alemania estampa en sus hijos y ha venido á la isla de Cuba á hacer cosecha de amigos á quienes infunde parte de su fuego sagrado.
Llamado por antonomasia El Naturalista en la jurisdicción de Cárdenas, prosigue Poey en el mismo párrafo, ofrece á los transeúntes una colección de objetos cubanos sabiamente clasificada: la de aves es la mas completa y admirable.
Se cuentan por centenares las especies nuevas de insectos que ha descubierto y que ha tenido la bondad de enviarme en comunicación, regalándome frecuentemente los duplicados. Ha certificado la existencia de muchas especies de Coleópteros y Moluscos, que aparecían como dudosas en el catálogo de la Zoología de Cuba; mérito superior sin duda al de publicar especies nuevas, sí es cierto que el error daña más que la ignorancia.
Tan modesto como generoso, no imita el ejemplo de aquellos que ni publican ni dejan publicar, hasta la hora suprema en que la muerte anonada su cuerpo y sus tesoros: bien al contrario, se ha dado á conocer por algunas descripciones y permite que sus amigos se engalanen con sus plumas: satisfecho si la ciencia fructifica, aunque su nombre aparezca al pié de un artículo, cuando lo pudiera colocar muy bien á la cabeza.
D. Juan Lembeye, que también es naturalista, autor de las Aves de Cuba, y cuyos hermosos artículos particularmente sobre mariposas, han sido una de las mas agradables lecturas con que se han engalanado algunas de nuestras publicaciones, fué á visitarle y ha sostenido con él fina correspondencia desde 1846.
Fué Booth á vivir á media legua de Cárdenas en 1847, y Gundlach hizo construir en este nuevo domicilio una sala para depositar sus colecciones dando entrada franca al público con objeto de estimular al estudio de las ciencias naturales y según aparece de un libro en que fué recojiendo los nombres de los que lo visitaban, entraron en su Museo mas de 3,200 personas en el espacio de cuatro años atraídas por la curiosidad, el interés ó la admiración.
Desde entonces se difundió por todo el pais la grata nueva de que existia en Cárdenas un sabio naturalista alemán y como el mismo Gundlach nos ha informado, desde aquella época ha encontrado posteriormente en sus excursiones por la parte oriental alguna que haya visto su museo.
Por esta época murió la esposa de Booth y Gundlach tuvo un verdadero pesar: Booth se trasladó a una finca suya al Limonar y Gundlach siguió avecindado en Cárdenas hasta 1852 en que se encaminó á la Habana, y como era de esperarse, lo primero que hizo fué ir á ver á su antiguo corresponsal el señor Poey con lo cual quedó vinculada entre ambos una firme y deliciosa amistad.
—Los dos, dice Gundlach con la encantadora sencillez que lo caracteriza, trabajamos con el mismo fin en historia natural y lo que el uno posee, lo tiene y lo cuida el otro.
—Gundlach se acuerda que por estos días conoció, entre otros aficionados á las ciencias naturales, á D. Ramón María Forns y á D. Antonio Fabre que se complace en contar en el número de sus íntimos amigos.
En Diciembre del año de 53 discurrieron los Sres. D. Felipe Poey, doctor D. Nicolás Gutiérrez y el comandante de resguardo D. Patricio María Paz, hacer un viaje á la isla de Pinos en busca de conchas y como dirigiesen una invitación á Gundlach para que los acompañase en la excursión, este aceptó y en breve se presentó como hombre acostumbrado á ponerse todos los días al servicio de las ciencias.
Por causas imprevistas no pudieron ir Poey, Gutiérrez y Paz, y se acordó que Gundlach haría el viaje y que ellos pagarían los gastos recibiendo cada uno la cuarta parte de los objetos que Gundlach lograse reunir. El resultado de esta empresa fué bueno, y don Felipe Poey en el tomo primero de sus Memorias, pág. 426, hace una descripción de esta excursión que duró unas tres semanas.
“Los datos que recogió, dice, son preciosos, y los consigno como prueba de la actividad é inteligencia de aquel apreciable naturalista y como apuntes de ulteriores conocimientos.”
Fué después á las Pozas con su nuevo amigo el señor don Francisco A. Sauvalle, y además el doctor D. Manuel Gandul y D. Juan Antonio Fabre. Desde la finca denominada Ptayitas se dirigieron todos al Pan de Guajaibon y debiendo los otros volver á la Habana, Gundlach siguió solo á caballo hasta Santa Cruz de los Pinos donde se detuvo en la casa del señor don José Blain.
Permaneció seis semanas en Rangel y volvió por San Diego de los Baños á las Pozas , para tornar á la capital cargado con una valiosa colección. El Sr. Poey copia en sus Memorias, pág. 17, tomo 2 , la bella é interesantísima descripción que hace el mismo Gundlach de este viaje y allí se ve de lo que es deudora la ciencia á este infatigable trabajador en las adquisiciones que hizo de distintas clases del reino animal.
En Junio de 1856 empezó por fin Gundlach su gran viaje por la Isla, y desde la Habana se dirigió por tierra á la Ciénega de Zapata y á Cienfuegos, y llegó en Setiembre á Trinidad, donde fué acogido cordialmente por el Sr. D . Justo Germán Cantero.
En Febrero del 57 entabló amistad con los prácticos de puerto estacionados en Cabo Cruz y visitó este punto y por vía de Manzanillo pasó á Bayamo en cuya ciudad por espacio de seis meses formó parte de la familia del distinguido médico Sr. D . Manuel Yero, que le favoreció cuanto pudo y lo recomendó á las principales personas para que pudiese examinar toda la jurisdicción.
Volvió Gundlach por Manzanillo á Cabo Cruz, de allí á Santiago de Cuba en donde un relojero suizo llamado D . Carlos Jeanneret, muy aficionado á la historia natural lo hizo entrar en su casa como miembro de la familia, que es como entra el noble Gundlach en todas las casas, y después de haber recorrido aquellos lugares y los partidos de Brazo de Canto, Enramadas, Rincon y la montaña de la Gran Piedra, se trasladó en Junio de 1858 á la bahía de Guantánamo en donde le dieron hospedaje por seis semanas los empleados del ferro-carril en la Caimanera y de allí fué al Saltadero; y el Sr. D. Teodoro Brooks, uno de los dueños del ferro-carril de Guantánamo le llevó á vivir á su propia habitación.
Prosiguió su jornada por el partido de Monte Líbano, el de Monte Toro, volvió por el Saltadero á Santiago de Cuba, y llegó en Mayo del 59 á Baracoa. Recorrió aquellos sitios, el puerto de Mata, volvió á Baracoa, estuvo al pié del Yunque en un cafetal, examinó cuidadosamente la montaña , fué en Agosto á Gibara, Nuevitas, Puerto-Príncipe y entró otra vez en la Habana, desde cuya época habita en casa del distinguido caballero Simón de Cárdenas á cuya bondadosa amistad debemos parte de los apuntes biográficos que nos han servido para escribir este artículo, y en cuya familia, según expresión de Gundlach, el naturalista es una parte íntegra.
Gundlach se ha sostenido á veces con el producto de sus viajes, y á veces formando colecciones, ó emprendiendo trabajos científicos : decir aquí los nombres de tantos como le han dado generoso hospedaje, que le han facilitado caballos, acompañado en sus excursiones, conducido á sus fincas, cuidado en sus enfermedades, seria una tarea difícil, aunque grata, porque todos, todos, han querido tener empeño particular en tratarlo con las distinciones que merece:
nosotros sentimos placer al considerar la acogida benévola con que en todas partes le salen al encuentro individuos notables por su talento, su riqueza, su posición ó su buen corazón, y aplaudimos semejante comportamiento, porque no es Gundlach quien busca honra en cada casa, sino porque todas las casas se honran cuando entra en ellas Gundlach.
Nuestra real Academia de ciencias médicas y naturales le tuvo presente en su sesión inaugural y le concedió el mas alto título que marcan sus estatutos, que es el de socio de mérito, y nosotros de hoy mas quedamos satisfechos , pues por este órgano tributamos culto al mérito positivo, dando á conocer á todos uno de los hombres mas extraordinarios que hayan habitado en Cuba.
Los descubrimientos y las observaciones zoológicas de Gundlach están diseminadas en varias obras, la mayor parte alemanas y en la misma obra del Sr. D . Felipe Poey que de intento y con orgullo hemos citado frecuentemente, se pueden hallar pruebas de lo que hemos expuesto.
Basta entrar en el museo de Gundlach para sorprenderse de todo lo que ha podido hacer un hombre amigo del estudio.
Sus obras salen perfectas de sus manos: su sistema de disecar es el mas moderno y el que se prefiere en Europa con algunas modificaciones que le son propias: cuando conserva un ave lo hace con todas las apariencias de la vida: peina la pluma, extiende los músculos, imita la actitud que mas le place, arregla el cuello, dirige la mirada, asegura la garra en un ramo, y el espectador espera que abra el pico y cante: tiene el secreto de animar los cadáveres: posee el arte de dar gracia y elegancia á un objeto inmóvil.
Tal es la riqueza de sus colecciones que en el ramo de mariposas solamente cuenta por centenares los individuos: los insectos diferentes, las conchas y los caracoles suman miles: parece que los campos habrán quedado desiertos, que muchas plantas estarán silenciosas por la falta de tanto viviente que se refugiaba en sus hojas, que muchas flores estarán tristes porque extrañan la visita matinal, crepuscular ó nocturna de los amigos zumbadores de la vejetacion.
Todo cubano debe acercarse alguna vez á contemplar el cuadro variado que ofrece este extranjero querido y examinando lo que él ha acumulado y oyendo sus explicaciones luminosas, nos gozaremos en saber lo bello y lo grande que encierran los tres reinos de nuestra naturaleza.
Pero sus admiradores insisten siempre en ponderar mas sus virtudes que su sabiduría. «Modesto, como nadie, nos escribe D. Simón de Cárdenas, ignora hasta el precio de sus trabajos; tolerante con todos no censura jamás; solo sabe dar buenos consejos; su carácter amable es eternamente igual; simpatiza con los que le ven, y cuando se está cerca de él una hora causa sentimiento verlo ausentarse.
Su conversación es amena, ya se eleve á las alturas de la ciencia, ya se ocupe de historia, de literatura, de filosofía, en todas sus aplicaciones, ó ya descienda á la conversación privada, al trato íntimo y cariñoso de la familia.
Que las ciencias llenan su espíritu y su corazón es un hecho que no necesita probarse: carece de pasiones impetuosas y para él no existen en el mundo mas que el estudio y la amistad, porque es preciso decir que nadie mejor que Gundlach comprende este último sentimiento:
Gundlach es todo de sus amigos y si otras virtudes sobresaliesen en él esas serian, en medio de sus excelentes cualidades, la honradez y el desinterés. No seria posible que se separara un solo instante de lo que considera su deber:
no haría nunca traición á su conciencia: es compasivo, se pone siempre del lado del afligido, y en fin, todos los hombres son sus hermanos; generoso en demasía no posee nada, porque cuanto adquiere lo regala; no tiene ambiciones y derrama gratuitamente por donde quiera que va los dones de su inteligencia y del arte que maneja; para Gundlach no hay mas tesoro que los montes en que puede internarse, la escopeta al hombro, su caja de insectos y su museo.
Este vivo retrato, trazado por una persona que ha tenido oportunidad para sondear su corazón y su talento, y en cuyas palabras se advierte un entusiasmo y una ternura que parecen ser el eco de la mas profunda amistad, es la copia de ciertos modelos que suelen encontrarse en uno que otro gran período histórico, y unido este dato á los que otros nos han suministrado y á lo que resulta de la unidad de sus ideas y acciones, forman el tipo del Hombre mejor que puede venir en un siglo á ser la gloria del mundo científico y del mundo moral.
Deseando tener por heredero de sus colecciones una Corporación científica, nos ha dicho Gundlach, piensa proponer á la Academia tan pronto como se traslade á un local conveniente que acepte su museo con ciertas condiciones que él establecerá y en que no hallará aquel cuerpo mas que pruebas de las nobles cualidades de este sabio, que como hemos manifestado en otro lugar, ha levantado en su modesto retiro un monumento inmortal á la ciencia.
Si este artículo contiene muchos elogios no es por culpa nuestra; que bien sabe el público tenemos por costumbre escasearlos bastante, sino porque ya lo hemos dicho; al ocuparse de Gundlach ó es preciso tributarle alabanzas ó es necesario no juzgarlo.
Al mismo tiempo que nos hemos ocupado en escribir á rasgos ligeros la biografía de este sabio alemán, no podemos menos que sentir estremada complacencia por la conducta de los habitantes de la Isla que le miran con tanta distinción.
Satisfechos estamos porque la virtud, el talento y la instrucción, han recibido su justa recompensa entre nosotros esta vez, y así hemos cumplido con el doble deber de amor hacia los que vienen á visitarnos, y de respeto hacia aquellos genios notables que honran los estudios serios.
Gundlach parece que buscaba patria en estas regiones y por tanto nos tocaba hacer una realidad de este pensamiento para que si fuere posible no echase de menos el lugar en que ha nacido, para que encontrase aquí lo que ha menester el que está viviendo á larga distancia del centro de sus primeras afecciones.
Familiarizado bastante con el habla castellana, habituado á las costumbres de los moradores del campo y de las ciudades, conocedor de la vida íntima de las familias, amigo de todos, tiene motivos para ser uno de los nuestros y como tal le consideramos: ha ido perdiendo algo de su carácter germánico y como es tan bueno y tan dócil, no hay quien al verlo se acuerde de donde ha venido, y como nunca habla de viajes dilatados, nadie ha pensado que podría abandonarnos.
Como transita de dia y de noche por nuestros caminos escondiéndose á menudo en las malezas, recorriendo las sábanas, las montañas, orillando los ríos, examinando la naturaleza á todas horas y en todos los sitios, es el mejor conocedor práctico de la isla, pero estamos seguros que si se le preguntase cual es su patria respondería con un dicho antiguo, que es ciudadano del mundo.
Juan Clemente Zenea.
Bibliografía y notas.
- Zenea, J. C. (1864, August 12). Un naturalista en la Isla de Cuba: Juan Gundlach. La América: Crónica Hispano-Americana, Año VIII(15), 9–10.
- Torrralbas, F. (1913, Mayo). El doctor Juan Gundlach Apuntes Biográficos. Cuba Contemporánea, II(1), pp. 48–64.
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