Victor Patricio Landaluze por Leonor Barraqué. Cábele a Social la satisfacción de publicar en sus páginas la primera y más completa biografía que se ha escrito del famoso dibujante, animador de tipos y costumbres cubanos Víctor Patricio de Landaluze, debida a la pluma de nuestra estimada colaboradora la señora Leonor Barraqué, que ha tenido el acierto de recopilar y exponer en forma amena y sugestiva la vida y la obra de ese artista, español de nacimiento pero que por su labor ha quedado incorporado definitivamente a la historia de las artes cubanas durante la época colonial.
El “Marqués de Prado Largo” Víctor Patricio Landaluze, tiene en la historia de la pintura cubana un lugar destacado por ser el costumbrista más fiel de su época; legándonos con el mérito de su arte el recuerdo valioso de sus “tipos populares”, la colección más justa que se conoce de figuras ya borradas de nuestro medio pero que vivirán siempre en la veracidad de sus cuadros.
Español distinguido, nacido en Bilbao el año 1827, Landaluze era hombre extraordinariamente culto, poseedor de seis idiomas y con conocimientos de literatura y pintura adquiridos principalmente en Francia y en sus frecuentes y largos viajes.
Vino a Cuba el año 1865 como ayudante del General Lersundi y ostentando por entonces el honroso título de Capitán del Ejército Español. Cautivado por la naturaleza cubana y por los afectos que supo granjearse en esta tierra acogedora, en un tercer viaje por motivos oficiales, lo rinde el amor de una cubana bellísima, gala de aquella época romántica, y que había sido su sueño desde años anteriores.
Rita Plana Vda. de Granados solía realzar con su presencia las fiestas suntuosas del Palacio de Marina, y en ese marco escogido la seleccionó Landaluze con el conocimiento justo de un artista que sabe avalorar lo exquisito. Era mujer superiormente hermosa y de virtudes apropiadas a su aspecto encantador.
Por el año 1869 Landaluze se instala definitivamente en Cuba ocupando su cargo prestigioso de militar y en una posición brillante y escogida. En 1874 se une en matrimonio en la Villa de Guanabacoa a Rita Plana, la compañera ideal de sus sueños, con quien compartió la vida en medio de una felicidad sólida y constante.
Su carrera militar, su fortuna y su alta vida social no disminuyeron nunca su afición decidida a todo lo que significara cultura y arte, y aunque parece paradójico en un hombre refinado, su instinto de pintor se detuvo curioso y simpatizador en los tipos populares de aquella época, que aunque muchos no encierren prestigio, es necesario reconocer que significan en las páginas de vuestra vida algo que habla y recuerda un pasado doblemente interesante bajo la pátina de los años.
En sus períodos entusiastas de pintor, supieron los cubanos apreciar y ameritar su obra, pues sus lienzos fueron bien disputados y pasaron en propiedad a familias amantes de lo bueno, por el doble mérito del esfuerzo como arte y como recuerdo histórico.
El tiempo ha esparcido sin rumbo conocido el conjunto de su colección, pero aún se conservan coleccionistas como la Marquesa Vda. de Pinar del Río, Segundo García Tuñón, Cristóbal Laguardia, Fernando Ortiz, Colás de Cárdenas y Narciso y Federico Maciá y Barraqué, que con amor y admiración ostentan recuerdos preciosos de este español tan cubanísimo en su estilo.
La variedad de sus conocimientos le permitía a Landaluze hacer alarde de sus disposiciones, así nos dicen los datos de su vida que perteneció con prestigio al conocido periódico “Diario de la Marina”, y que fundó también en los años mejores de su actividad una revista que llamó originalmente “El Moro Muxo”, que sólo tenía por fin animar el arte de la caricatura, de la que era gran aficionado.
No es posible silenciar, al divulgar su obra cubana, que es él indiscutiblemente el creador de nuestra popular figura “Liborio”, representación conocidísima del pueblo cubano, encarnado en el humilde “guajiro” luchador de la tierra, pero que refleja en su fisonomía abierta toda la nobleza del carácter criollo.
En este personaje hijo de su amor a Cuba, nos dejó el pintor un emblema ajustado y agradable, pues nuestro campesino, que vive en contacto con el suelo, y que sabe de sus generosidades, parece también ser el llamado a amarla con predilección.
De los méritos artísticos de Landaluze no pretendemos hacer un estudio en este trabajo escrito sólo con ánimo de destacar su obra de costumbrista perfectamente típico, pero sin entrar en una minuciosa observación lo más impresionable y terminado de su trabajo hay que admirarlo en el “Negro Cimarrón”, asunto trágico de la época dolorosa de la esclavitud (Colección de Narciso Maciá Jr.), que tiene efectos y detalles de un realismo intenso. La desesperación del infeliz esclavo cazado a diente de perro, transfigura el rostro lleno de dolor salvaje y expresan sus ojos y la acritud defensora una mezcla conmovedora de angustia y rabia.
Los perros cazadores con todas sus características,detenidos en posición retadora ante la defensa feroz del esclavo y en la penumbra del monte los “arranchadores”, el hombre blanco que por una mísera retribución no se detenía a considerar lo criminal de aquel acto inhumano. Las caballerías, la indumentaria y lo escarpado del sitio, son pruebas del conocimiento perfecto del asunto.
En la “Mulata de Rumbo” está vibrando el alma de ese tipo criollísimo de la mujer canela, efecto del cruzamiento de dos razas, la blanca y la negra, que dejó eh esta tierra ejemplares bellísimos y de gran aceptación. Encerraba esta mujer “bullanguera” el sensualismo africano y el ardor español.
Su rumbo era efecto de la convivencia amorosa o viciosa con el comerciante adinerado, el abogado distinguido o el señorito estudiante de familia bien, pero de mal vivir.
En su traje decorativo, en la pañoleta vistosa y en la satisfacción de su plante, está proclamando el arrastre de su sangre.
En “El Amante de Ventana”, nos reproduce la antigua y abolida costumbre de seguir amores el galán desde la acera y la dama resguardada en el hueco encubridor del “postigo”. Este motivo guarda quizás los rotos principios de un sistema amoroso que no dejaba de tener encantos. La indumentaria y los tipos son perfectos de la época.
Así clasificados encierran todos los cuadros de Landaluze un interés especial por lo ajustado del asunto, lo mismo en “El Ñáñigo”, “El esclavo urbano”, “El Calesero”, “Un día de Reyes”, “El picapleitos”, “Los mataperros” y todos los debidos a su pincel, historia perfecta de costumbres que se apagaron al correr de los años.
En los últimos tiempos de su vida pública, ocupó en la Villa de Guanabacoa, donde vivió y murió, el cargo de Coronel de Milicias, donde su condición de español en servicio no lo alejó nunca del círculo cubano, pues sus nobles sentimientos lo ayudaron a respetar siempre el ideal sagrado de la libertad cubana.
Sus últimos años de vida significaron una agonía larga y dura, amargado por la terrible tuberculosis y privado de toda iniciativa. Murió el 8 de Junio de 1889 con una estela profunda de afectos y simpatías, traspasándonos con su obra un estímulo y la prueba palpable de su identificación con lo nuestro.
Bibliografía y referencias:
- Barraqué, Leonor. (1931, Octubre). Landaluze. Revista Social, p.p. 54-55.
- Triay, José E. “El Cimarrón.” La Ilustración Española y Americana, Septiembre 1875.
- Artes Plásticas de Cuba.
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