“El Lenguaje del Abanico”. Por esos mundos, Marzo 1902.
En las ondulaciones que la mujer sabe dar al abanico hay infinita variedad de movimientos que tienen cada uno distinto significado, y así sucede que aquel adorno que las damas llevan tanto puede expresar en la manera de manejarlo la cólera ó el terror, como la alegría, el amor, los celos, etc., etc.
El abanico nos presenta
todo lo que la mujer ama, todo
lo que su corazón puede sentir;
dice que sí y que no; condena
y aprueba; y puede revelarnos,
en fin, todos los pensamientos
de una dama.
Desprez
Apenas si existe una emoción del ánimo que no produzca la consiguiente agitación en el abanico, hasta el punto de que bastará algunas veces observar sus movimientos cuando se halla entre las delicadas manos de una señora de mundo para saber si la dama está de buen humor, si tiene ganas de reír, ó sí desea discusión y no quiere dejarse convencer.
He visto en cierta ocasión un abanico manejado con tanta cólera por su dueña, que hubiera sido peligroso para el amante ausente que provocaba el enfado encontrarse al alcance de sus vendavales; y otras veces he visto abanicos tan lánguidos, que consideré ventajoso para su propietaria que el amante no se encontrara en su presencia.
Si todos los abanicos hablaran tan sinceramente como estos que acabo de citar, cuando el poeta inglés Addison dio cuenta de sus ingeniosos estudios sobre el particular, ¿no se retratarían en ellos todos los deseos y afectos de la mujer tan claramente como si ella misma nos los expresara verbalmente?
Pero la joven del siglo XX no es, ni con mucho, tan experta en el manejo del abanico como las Pompadour y las Du Barris, cuyas historias estaban escritas en ellos.
Nuestras jóvenes necesitarían estudiar un curso de lecciones de este género en la célebre Academia del Abanico, donde, entre otras palabras de mando, el batallón femenino contestaba á las de ¡Cojan abanicos!, ¡Abran abanicos!, ¡Abajo abanicos!, ¡Ábranse de nuevo!, ¡Abanicarse! y otras por el estilo.
El mal que una mujer verdaderamente coqueta puede hacer con el abanico, es increíble.
La táctica de estas expertas haría ruborizar de vergüenza á un Napoleón. Decía una señora
amiga de Madame Stael que el manejo del abanico era lo suficiente para dar á conocer á
la princesa y á la plebeya; y que de todos los adornos de la mujer elegante, no hay uno
solo del que pueda sacarse tanto partido como del en que estamos ocupándonos.
Tiene el abanico un alfabeto sencillo, muy fácil de aprender de memoria y en el que, mediante un poco de práctica, cualquier novicia puede leer de corrido.
El lenguaje del abanico ha caído en desuso, como otras muchas de las costumbres del pasado.
Nosotros la asociamos á la época de la “Belle Marquise”, cuyos movimientos de abanico acompañaban en crescendo á los rayos lanzados por sus hermosos ojos.
Todavía existen, y existirán por mucho tiempo en el mundo, multitud de ojos bellos que saben mirar por detrás de las frágiles varillas del abanico. Por otra parte, si algunos piensan en resucitar el lenguaje céltico, para hablarlo, ¿por qué no se ha de restaurar el lenguaje del abanico?
Tiene tantas ventajas, tantas variaciones, dice tan atrevidamente cuanto los labios no se deciden á expresar, que el abanico resulta un arma utilísima en las luchas del amor, como que es la más sutil entre las muchas argucias de que el amor se sirve, porque resulta el medio de dirigir impunemente tiernas miradas, el verdadero epítome, en fin, de una caricia.
En el lenguaje del abanico existe verdadera poesía y, como la música, se hace entender en todos los idiomas.
Y sino, ¡cuánto más elocuente es decir ¡Te amo! abriendo el abanico con suavidad y colocándolo al través del rostro, que emplear aquellas palabras simple y vulgarmente!
Supongamos por un momento que una excelente y bondadosa madrina regala á su ahijada una soberbia colección de maravillosos abanicos. Cuando la joven los contempla, uno tras otro, cuando abre los ojos y va recreándolos en el brillante contenido, no se cambiaría por la más dichosa de las mujeres.
Abanicos de varillaje de nácar, de cristal, marfil, concha, sándalo, oro y plata, etc., etc.; abanicos con país de gasa, raso, pergamino y brocado; abanicos con trabajos únicos de Watteau y Fragonade, cupidillos risueños que tejen guirnaldas de rosas, visiones de una fiesta campestre ó de una poética zambra pastoril; abanicos con piedras preciosas incrustadas, con delicadas puntas de plumas de avestruz, y, en fin, abanicos de alegres colores reminiscencia de una tropa de mariposas.
La joven favorecida con la brillante colección admirando uno tras otro los ejemplares de que se compone, y con el espejo por único confidente ensaya la siguiente comedia, tan concisa como linda:
Esta noche iré al baile y allí estará mi ideal. Por supuesto, que él sabrá leer el lenguaje del abanico, porque todos los ideales entienden eso lenguaje. Yo estaré sentada con mucha gazmoñería al lado de la persona que me acompañe; cuando él pase junto á mi, en la primera oportunidad cambiaré con indiferencia mi abanico hacia la izquierda y me lo colocaré enfrente de la cara.
Esto querrá decir en nuestro encantador lenguaje:
—Quiero entablar conocimiento con usted.
Por supuesto, que tal conducta será atrevida é impropia de una señorita… pero lo haré. El me mirará muy rápidamente; adivinará, vacilará… y, por último, asentirá. Casi se acercará á donde yo esté, dirigiéndome significativas miradas; pero mi acompañante le mirará con el ceño fruncido y se retirará.
Modestamente esperará otra señal y yo le telegrafiaré con gran rapidez:
—Estoy comprometida.
Todo esto, por supuesto, lo haré con ánimo de darle en qué pensar; pues no hay que decir que eso de comprometida… no es verdad. El infeliz se pondrá muy triste, y yo haré lo posible por desanimarle más aún, apresurándose mi abanico á decirle:
—Estoy casada.
El enamorado doncel lanzará miradas de cólera á á mi acompañante, y yo me apresuraré á decirle:
—¡Mucho cuidado! ¡Que hay quien nos vigila…!
Instantáneamente adoptará aspecto serio y se pondrá á revisar el cielo raso del salón, como si en él hubiera cosas interesantísimas. Cuando crea que la costa esté libre de moros, volverá á mirarme, pero guardando todo género de precauciones. Yo me abanicaré lentamente, como diciéndole:
—¡Es usted un coquetón!
Esto no será muy bondadoso, pero sí muy justo. Todos los ideales son coquetones.
Otro movimiento de abanico; por mi parte, y seguidamente la señal siguiente:
—Quisiera hablar con usted.
Dicho esto, él procurará obtener el medio de que me lo presenten, y ya no habrá necesidad de que el abanico hable; pues mientras bailemos un vals siguiendo las dulces notas emitidas por la banda húngara, hablaremos muy bajito.
Después, mientras descansamos en una glorieta del jardín sombreada por hermosas palmeras, mi ideal me dirigirá la esperada pregunta y yo contestaré con un sí, franco y elocuente, y manejando el abanico; como lo manejan las coquetas responderé á sus miradas suplicantes con una señal indicadora de mi amor hacia él que se aprovechará de esta circunstancia para besarme… aunque yo no lo consienta.
¡Buenos están los ideales para desperdiciar ocasiones…!
Cuando nos despidamos, me pondré el abanico; juguetonamente detrás de la cabeza, y él interpretará inmediatamente esta señal del modo siguiente:
—¡No me olvides!
A lo que contestará el ideal con un vulgar, pero sincero:
—¡No haya cuidado!
Y entonces… Pero ¿hasta dónde van á llegar mis pensamientos? Todo esto es un sueño; una brillante visión de amor y de esperanza. Yo nunca voy al baile; yo jamás me encuentro con un ideal. La escena es dulce y poética; pero ¡ay! esa escena nunca se realizará: solo ha sido hija de la fantasía.
Aunque el idioma del abanico no está ya en moda, lo cierto es que aquel adorno no será nunca cosa del pasado. Es tan antiguo que su origen es legendario, y tan moderno que nunca estorba su uso ni deja de ser elegante.
Existe una versión en la que se cuenta que hallándose Psiquis somnolienta en la florida orilla de un río, la abanicaba dulcemente el gentil Céfiro, dando lugar á que el celoso Cupido le arrancara furiosamente una de sus alas y la entregara á Psiquis para que en lo sucesivo pudiera ella disponer de los céfiros á voluntad.
De entonces data la importancia y celebridad del abanico.
Desde tiempo inmemorial forman los abanicos parte principalísima en la indumentaria de los japoneses, para quienes aquel artefacto es emblema de vida significando el pequeño remache ó punta del mango el punto de partida de nuestra existencia, mientras que los rayos ó varillas simbolizan los caminos que nos conducen á la dicha ó á la desgracia.
Tanta importancia conceden los japoneses al abanico, que no hay objeto entre ellos que juegue mejor papel. En aquel imperio, todo jóven noble de la corte del Mikado usa un abanico; que difiere en su forma de los que ordinariamente se llevan allí.
Están adornados con cintas de seda de los colores blanco, amarillo, verde, rojo y negro, que forman combinación con el traje especial que solo pueden usar los privilegiados á quienes se consiente llevar ese abanico.
Aparte otras aplicaciones importantes que los japoneses dan al abanico, allí no se ponen los soldados en marcha sin llevar tal adherente consigo; se sirven de ellos para sustituir á las bandejas en que deban presentar a sus amadas los regalos que les hacen, y á los criminales se les anuncia su sentencia de muerte presentándoles un abanico especial y cortándoles la cabeza en el momento en que los desgraciados se inclinan para extender la mano y recibir aquel artefacto.
En China existe una preciosa leyenda acerca del abanico. Cuéntase que en una de las grandes y suntuosas fiestas denominadas de las antorchas, que allí se celebran, la hermosa Kan-Si, hija de poderoso mandarín, sentía tan sofocante calor que para aliviarse de él separó de su rostro la mascarilla que lo cubría, según costumbre en las doncellas chinas; pero como la estaba vedado por las leyes del pudor exponer su belleza á las miradas de los donceles que en la fiesta estaban presentes, Kan-Si agitó rápidamente la mascarilla para hacerse aire con ella mas sin alejarla de sus facciones.
La idea fue comunicándose á las concurrentes á la fiesta en número de unas ocho mil, las cuales, sintiendo el mismo calor que la bella hija del mandarín, agitaron también las mascarillas que llevaban para mitigar con ello la pesadez de la atmósfera que las asfixiaba.
De aquí el origen del abanico que después, durante tantos siglos, había de imponerse a las mujeres.
Por último, en China, todo hijo del Celeste Imperio que se tenga por distinguido, debe lucir el abanico en la mano.
No solamente en Oriente ha obtenido el abanico honores de tal naturaleza. Dice un tratado referente á aquellos artefactos que hemos consultado para la confección del presente artículo, que en la Edad Media los abanicos eran verdaderos flabelos de plumas de pavo real, de avestruz, de papagayo ó de faisán, sujetas á mango de oro, plata ó marfil.
Las damas los colgaban de la cintura por medio de una cadenita de oro, y eran tan estimados que ellos solos constituían uno de los comercios más lucrativos de los mercados de Levante, de donde eran exportados á Venecia y otras ciudades de Italia.
En la Catedral de Monza se conserva el flabelo ó abanico de la reina Teodolinda, casada el año 558 con Antario, rey de los lombardos: es de plumas pintadas y montadas sobre un mango de metal esmaltado.
Durante el reinado de Isabel de Inglaterra se confeccionaron flabelos de plumas, fijas al rededor de un circulo de madera y en su mismo plano, del que salía un mango torneado. Un hilo que pasaba por las barbas de las plumas contribuía á mantenerlas en posición.
Otros flabelos consistían en dos vistosas alas de pájaros, adosadas por su parte convexa. Los retratos de la época representan á las damas con abanicos de esta clase.
En Inglaterra usaron entonces flabelos de plumas, tanto las señoras como los caballeros, y los mangos solían ostentar ricas incrustaciones y piedras de gran precio. Era moda entre las señoras llevar colgando de la cintura un espejito asegurado á una cadena de oro; pero el espejo pronto perdió su independencia, y pasó á formar parte de las incrustaciones de los flabelos, encadenados a su vez y pendientes también de la cintura.
Cuando leyeron á la condesa de Essex su sentencia de muerte, llevaba uno de éstos, con el cual se cubría la cara durante la lectura. La reina Isabel poseía nada menos que veintiocho, regalados, en su mayor parte, por sus cortesanos. Uno de ellos valía dos mil duros.
También registra la historia el regalo hecho por Moctezuma á Hernán Cortés de seis abanicos de plumas de diferentes colores, de ellos cuatro montados sobre diez varillas, uno sobre trece y el sexto sobre treinta y siete varillas incrustadas en oro.
En Suecia, el año 1774, la reina Luisa Ulrick fundó para las damas de su corte la Orden del Abanico, pero permitió á algunos caballeros que entrasen en ella.
En 1827, el 30 de Abril, el rey de Argel, en un acceso de cólera dió á Mr. Duval, entónces cónsul de Francia en aquel Estado, un terrible abanicazo, y la consecuencia de tal arrebato fué la conquista de Argel por los franceses.
En la liturgia cristiana también juega importante papel el abanico.
En Grecia y Roma hubo sacerdotes ocupados en defender de los insectos voladores las sagradas especies de la Eucaristía, agitando continuamente el aire por medio de flabelos hechos con plumas de pavo real.
San Atanasio fue flabelífero, y en una antigua patena encontrada en las Catacumbas de Roma se ve grabado un flabelo de esta clase y destinado á tal uso, habiendo llegado hasta nosotros uno que representa un querubín con seis alas.
Cuando el Papa es conducido en su silla portátil en ciertas procesiones y actos pontificales, dos camareros secretos de Su Santidad, colocados á derecha é izquierda de aquella silla, agitan cada uno un flabelo.
Según algunos escritores, los frigios y los fenicios… ¿pero á qué cansar al lector con relato de hechos antiguos? El que los desee puede leerlos en los rincones de las bibliotecas, pues á nuestro actual propósito no sientan bien esos pormenores.
Aquí se trata solo de lo novelesco del abanico, no de su historia, y sobre todo, nuestro único objeto, y ya nos hemos desviado bastante de él, fue tratar del tierno é insinuante lenguaje del abanico que empiezan á hacer revivir para su uso las jóvenes del día.
Por esto, con decir que el abanico será siempre un bello artefacto y que el arte de adornarlo con preciosas pinturas no decaerá nunca, ni pasará jamás de moda, como lo demuestran los exquisitos ejemplares de trabajos modernos hechos por Vibert y por Mauricio Selvis, hacemos punto final en estas líneas con las que creemos haber proporcionado un rato de distracción á los lectores.
Bibliografía y notas
- “El Lenguaje del Abanico”. Por esos mundos, no. 86, Marzo 1902, pp. 208-213. [En línea]
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