Ante el Ara.1 Con desacostumbrado esplendor, con lucimiento y brillantez pocas veces superado, con boato y lujo visto en muy contadas ocasiones en Matanzas, se celebraron el sábado los esponsales de la lindísima señorita Graziella Amezaga y el apuesto joven Renee Salom.
Baten un récord esas bodas. Y marcan una página en los anales de de nuestra vida social. Todo se aunó, en consorcio de magia y de hechicería, para hacer de esas nupcias, no vacilo en proclamarlo así, el acto más grandioso y más elocuente de cuántos hasta la fecha lleva registrado este año de 1929.
Fué un derroche de buen gusto, de original hermosura, de elegancia, distinción y espíritu. Bien es cierto, que los más importantes factores, acompañaban a dar a esa ceremonia, la grandiosidad que obtuvo. Casa, familia, fortuna y rango se asociaban deliciosamente.
Fama tiene la mansión de los Amezaga, de ser entre las señoriales residencias matanceras, de las más lujosas, de las más bellas, de las más ricas y soberbiamente alhajadas. Es también famosa la proverbial esplendidez de sus moradores. Y famosa su hidalguía, su hospitalidad y su inigualado don de gentes.
Bajo ese prisma, de tan señalados auspicios, no era de extrañarse que alcanzara esa boda del sábado las proporciones innegables de tan elocuente acontecimiento social.
Llegué a la nupcial mansión, cuando en desfile constante, deteníanse ante la columnata de aquel amplio portal, los automóviles todos de la ciudad. Conducían ellos a nuestras familias más encumbradas, a nuestros prestigios más reconocidos.
Ofrecía la casa un golpe de vista maravilloso. Resplandeciente de luz, que brotaba a raudales de las soberbias y complicadas lámparas, tapizadas de flores las paredes y colmado el salón de bellas y elegantísimas mujeres, parecíanos transportados a un edén, a un paraíso, en la visión de un milanochesco sueño.
Encomendado el decorado de esa casa de Amezaga, a los floristas del Jardín que es de su propiedad, el decano de los matanceros, el viejo y triunfal botánico se lució en su cometido de manera que merece especial elogio. Hizo derroche. En flores, en gusto, en arte y originalidad.
Cuando entramos en la gran sala en que se congrega, múltiple y apiñada la concurrencia, llamó nuestra atención un tapiz de flores que ocultaba a los ojos de todos, lo que fue después motivo de deslumbramiento general. Cubría ese tapiz la entrada a la capilla, que permaneció cerrada hasta el mismo instante en que apareció la novia cerca de sus umbrales.
Muchas de esas flores cayeron al pavimento, al abrirse sus puertas formando alfombra tupida, y quedaron a manera de pabellones, las guirnaldas del transparente esparrago, salpicadas de asters2 y pomposas dalias. Una alba gruta se vislumbraba en el interior de la capilla. Cual obra de magia y de encantamiento.
Dentro de una urna de flores, puede así clasificarse, aparecía la imagen de la Milagrosa, la misma ante la que de niña orara, en sus años de colegio la señorita Amezaga. Facilitada fué a ella por las Hermanas de la Caridad, sus antiguas maestras, para que ante su devoción, pronunciara sus votos de amor. Se perdía entre pétalos la Virgen. Bajo el poema de una infinita blancura.
Dalias y aster, con gladiolos y lirios, fueron las flores empleadas para el decorado de ese altar, primorosa obra de arte y de buen gusto, que tan señalado triunfo ha dado a los floristas del Botánico.
Eran dalias también las empleadas para el adorno de los otros salones de la casa. Rojas las de la antesala, rosa las del salón, y en ese tono oro viejo, que el Jardín Milagrosa de la Habana ha denominado con el nombre de la Condesa de Revilla Camargo, María Louise, las del comedor.
Con asters se decoraba el patio, del que quiero repetir que es único en Matanzas, por su bella y vieja estructura. Un patio criollo, chapado a la antigua, con fastuosa modernidad adornado. Se enmarca entre dos salones, teniendo a la derecha las habitaciones privadas de los señores de Amezaga, y a su izquierda rica y cincelada verja.
Tienen su abolengo esos forjados hierros. Eran los ventanales del Liceo, que al reedificarse la casa, fueron sustituidos por los balconcillos que hoy tiene. Adquirió Amezaga esas verjas y combinadas caprichosamente, cierran a los jardines aquel patio, que es como un salón de verano de la señorial mansión.
Grandes jarras de mármol, preciosas macetas vidriadas y jardineras infinitas se ven en todos los testeros. Las plantas crecen allí con majestuosa y arrogante lozanía. Las arecas se yerguen esbeltas, gentiles, brindando el verdor de sus menudas hojas, las enredaderas trepan por ventanas y columnas, y forman palio divino cortinajes y caídas de romántica idealidad.
Pero comencemos a describir la boda, ya que hasta el momento solo me he detenido en la descripción de la casa. Puntual a la cita, dando las nueve en el gran Reloj del vestíbulo, aparecieron los novios en los umbrales de sus habitaciones privadas. Desde allí hasta la Capilla, ancha alfombra de color rojo, marcaba para ellos la senda con tanta ilusión soñada.
Ante la pareja que formaban Graziella Amezaga y su señor padre el padrino de la ceremonia, avanzaban dos ángeles vestidos de rosas, que regaban pétalos en perfumada lluvia.
Airosa, esbelta, adorablemente bella bajo el marco de las tocas nupciales, llegó hasta el altar la idealísima fiancée (novia). Gran figura la de esa Graziella. De dulce y arrobador conjunto, cual la heroína de Lamartine. Vestida por “Fin de Siglo” de la Habana, desplegaba la señorita Amezaga el lujo de una toilette suntuosa. “Modelo Primavera” esa robe (vestido). De líneas sencillísimas y de distinción suprema.
Aprisionaba en sus manos Graziella un lindo ramo de callas.3 Callas del Jardín Botánico, único que en Matanzas las cultiva con la pompa del de los Armands de la Habana.
Una nube de tul, velaba aquella soberana silueta, que sonriendo a todos, y reflejada en su rostro la felicidad que la embargaba, postrose ante el sacerdote para recibir de sus manos la bendición de la Iglesia. Marchaba el novio tras su prometida, llevando de su brazo a la madrina, la distinguida dama Laura Ralug de Salom. Vestía de frac, irreprochablemente.
Rodeando a los novios estaban los testigos entre los cuales figuraban el Alcalde de la ciudad, Benigno González, el Presidente de la Compañía del Tranvía Solomón Obregón, el Catedrático del Instituto Luis Cuní y los señores Abelardo Amezaga y Alejandro Esquerré.
Terminado el acto abandonó Graziella Amezaga su ramo de bodas, para ponerlo en manos de quien es su predilecta amiga, su linda primita Graziella Esquerré. No usó ramo de tornaboda, y hubiera podido tener del Botánico las más raras, más caras y más ricas flores.
Se pasó entonces al comedor de la casa. Hasta allí llegaron los novios seguidos de aquella selectísima, numerosa y distinguida concurrencia. Partió Graziella el weeding cake (pastel de boda). Y después de obsequiar con él al grupo de sus amigas más intimas, distribuyose el concurso en las mesas del patio donde tuvo efecto una verdadera recepción.
Un buffet esplendido, pagado de todas las exquisiteces, de todo cuanto al paladar más exigente pudiera exigir, sirviose con manuficencia, con derroche inmenso. Sandwichs de distintas clases, refrescos que son una especialidad, sorbetes de clases distintas también y los exquisitos dulces del Louvre, completaban el obsequio de Berta Beracierto y Luis Amezaga, para los invitados a la boda de su hija.
Hasta las doce que permanecimos allí, no cesaron un instante los criados del Louvre de pasar las bandejas de las que satisfacían todos a su placer. Puedo dar mi fallo, sobre esa esplendidez de los señores de Amezaga, porque me encontré durante toda la noche dos Jueces; los doctores Romeu y Carbonell, que conmigo deshacíanse en elogios por la esplendidez de tan rumbosos anfitriones.
Admiraba con ellos asimismo el buen gusto de la señora de Amezaga, que ha hecho de su casa su santuario, la ha convertido en rico museo, donde se admiran las obras de arte más bellas, los más delicados bibelots, los muebles más originales y de más raro valor. La decantada sencillez de esas improvisadas mansiones de hoy, no tiene plaza allí. Como no la tiene en ningún hogar cuyos moradores se enorgullezcan de su pasado.
Con el nombre y la fortuna va siempre en herencia el hogar y la casa. ¿Y quien conserve un sevres, un lienzo y un mármol lo retira de su salón, para dejar que en él se pierdan las cuatro butacas de los modernos y baratos juegos de sala actuales? Aparte de que mientras más grande sea la antigüedad de esas joyas, mayor valor adquieren y es mayor su aprecio y su estima.
Pero volvamos a la ceremonia que me sirve de tema a esta reseña, y demos ya, para finalizarla la lista de la concurrencia. Ardua tarea hubiera sido para mí, si no encuentro en mi auxilio, quien como Yuyu Horta tan eficazmente se prestó para ayudarme. A ella debo en gran parte la lista de nombres, que me tomé en el Carnet, —simpática coincidencia— con el lápiz de oro, que fué obsequio suyo a mí el pasado día de año nuevo.
Comenzaré esa relación con los nombres de las damas de la casa y entre estos, en primer mención, el de la castellana da aquella encantada mansión, el de Berta Beracierto de Amezaga, a la que rodeaban sus hermanas, la interesante señora de Esquerré, la gentil Graziella, la de González Solis, Aida, la de Rabelo, Isaura y la Vda. de Betancourt, Rosalina Beracierto.
Hacía con la señora de Amezaga los honores a los invitados la señora madre del novio, dama de tan alta distinción como Laura Ralug de Salom.
Y completando el grupo de las que allí se deshacían en atenciones y finezas para todos, la señora de Carrera, Clara Estrella Betancourt, las señoritas Esquerré y Beracierto, y las Princesitas de la casa, María Berta, la fiancée de Luis Muzurrieta, y Carmen Luisa y Nena.
Va después, quien es en Matanzas y en nuestra sociedad uno de sus más preciados blasones, la señora del Alcalde, Carmita Solaun de González. Y en grupo de juventud y de belleza, Raquel Fernández de Romeu, Nena Marzol de García, Evangelina Pérez de Mencías, Mary Tartabur de López y Panchitica Morales de Luque.
Tres bellas damas, las tres leaders de nuestros salones, tres grandes figuras de nuestra Gentry; Margot Rossy y Candita Heydrich, las señoras de Febles, Pérez Jorge y Estrada. Sarita Rente de Carbonell, en quien se aúnan juventud, gracia, distinción y suprema elegancia. La señora de Cuní, María Luisa Valera, la señora de Obregón Juanita Rodríguez, la señora de Echemendía, Celina Luque, la señora de Zapico Caridad Gómez, la señora Uriarte, Herminia Oliva y la señora de Bilbao, Lucía Bilbao.
La Presidenta de nuestra Audiencia, Ana Cecilia Canton de Pages, un sol siempre en el oriente, una belleza en eterna primavera. La Generala Monteverde, Mariana Tió. Una dama que es en nuestros salones siempre muy celebrada Pura Portillo de la Portilla. Y las señoras de Hurtado de Mendoza, de Gómez, de Fernández, de Calderón, de Vallejo y de Lles.
La gentil viudita de Urréchaga, Mariíta Rodríguez. Y la interesante Madame Baquedano, née Janette Carnot. María Socarrás de Acosta, Clarita Quesada de Lles y Consuelo Chacón de Andrew. La señora de Amezaga, Rosalía Forns Vila. Y tantas y tantas más que no vienen ahora a mi memoria.
Una pléyade de la jeunesse (juventud). Herminia Uriarte y Yuyu Horta las primeras. Blonda la una, morena la otra, y las dos en sus dos opuestos tipos, a cual más interesante, a cual más bella. Lia Carbó, la fascinadora Lia a quien ví en un animado party (fiesta) en que llevaba la voz cantante Carmita Urréchaga, de irresistibles simpatías.
Emelita Gutiérrez Gallardo, la fiancée (novia) del doctor Miguel Caballero, que tejían el idilio de su amor, en apartada mesa, bajo la fronda de las enredaderas. Aida Muñoz, Angelica Fernández, Caruca López, Dulce Velunza, Santiaga Esquerré, Sarah Obias, Carmen Amezaga, Marina y Dora Moré, y Aida Simpson. Lolita Solís, que hará su presentación en los salones en el gran baile del domingo próximo en el Liceo.
Alicia Urréchaga, Pura de la Portilla, Rosa Catalina Carbó, Aurora Muro, y Alfreda y Nena Carnot. Nena Zapico, la fiancée de José Miguel Vallejo. Figura de idealidad y de ensueños, la encantadora Nena. Vinetta Esnard, entre el grupito que formaban Gisela Carbó, Coralito Acosta y Lucía Bilbao. Carmita Cabarrocas belleza magnífica.
Y Herlinda Urréchaga, una crisálida, que comienza ya a frecuentar nuestras fiestas, una flor que abre sus pétalos en fragante primavera. Isabel Forns y Mercedes Amezaga. Y María y Rosa Pages con marina Simpson.
Marina Berta Pons y Cuní, a la que saludé cuando abandonaban aquella casa los novios para tomar el tren expreso de la línea de Hershey que con los invitados que vinieran de la Habana, retornaban a la capital.
Vestía de rojo Graziella Amezaga, cuando del brazo de Renee Salom cruzó bajo una lluvia de flores por entre la compacta fila de los invitados. Iban en pos de su dicha, en la aurora de su felicidad, en esa alborada de su gran amor, que el dieciocho de mayo (1929) apuntó para ellos en el cielo de sus vidas.
Embarcan en viaje de bodas los ya esposos Salom Amezaga rumbo a la vieja Europa en la semana entrante. Van a Sevilla primero para visitar la Exposición y seguirán después a Italia, Inglaterra, Bélgica, Alemania y Austria. Dos años estarán viajando en compañía de sus padres los esposos Salom-Ralug.
¡Que grande su ventura!
Manolo Jarquín
Bibliografía y notas
- Ara: f. Altar donde se celebran ritos religiosos. ↩︎
- Aster: m. Género de plantas de la familia de las compuestas, generalmente vivaces, con hojas alternas, sencillas, y flores con cabezuelas solitarias reunidas en panoja o corimbo. (R. A. E.) ↩︎
- Cala Del lat. cient. Calla [Aethiopica]: f. Planta ornamental, propia de suelos húmedos, con hojas radicales, pecíolos largos y flor blanca en forma de copa. (R. A. E.) ↩︎
- Jarquín, Manolo. “Graziella y Renee”. Diario de la Marina. Año XCVII, núm. 139, lunes 20 de mayo 1929, p. 2.
- Arechavaleta Amézaga y Ca. Víveres y Ferretería.
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