Las Comparsas de la Habana por Fernando Ortiz para la Revista Social en 1937. Es inadmisible que las tradicionales “comparsas” de La Habana sean contrarias a la cultura popular. Precisamente esas diversiones colectivas, integran la cultura más emocionalmente entrañable del pueblo.
Y son precisamente los pueblos más cultos y los elementos más cultivados, (los verdaderamente tales y no los simuladores de cultura, que en Cuba calificamos de “picúos”, según el vocablo popular) los que hoy día más se esfuerzan por sostener esas pintorescas tradiciones locales, gratas al corazón de los pueblos.
Cuando más culto es un pueblo con más amor conserva sus tradiciones estéticas, musicales, corales, danzarías, poéticas, pictóricas, indumentarias, a la vez que se opone enérgicamente a aquellas otras tradiciones caducas que envuelven privilegios o injusticias y acarrean miseria, embrutecimiento, desórdenes, inseguridades y congojas.
Las comparsas habaneras no son, en resumen, sino una manera de celebrar el carnaval, que tienen las masas populares de ésta, ciudad, formadas por una mezcla de razas y tradiciones de los más apartados países.
El carnaval y toda la serie de costumbres, ceremonias y ritualidades colectivas, que comienzan en el solsticio de Invierno, o sea en la llamada: “Noche Buena” y se prolonga con el aguinaldo, el Día de los Inocentes, el Día de Año Nuevo, las Cabañuelas, el Día de Reyes, la Candelaria, él propiamente llamado Carnaval con sus bailes y bacanales, y la Cuaresma eclesiástica, con sus abstinencias y tabús, hasta el equinoccio de Primavera, no son sino las supervivencias contemporáneas de los arcaicos ritos agrarios y resurreccionales, que, para propiciar la fecundidad general, practicaron las religiones primitivas.
Con la evolución religiosa que trajo a la teología una ética más elevada, se fué olvidando él sentido originario de esas festividades; pero se mantuvo su expresión exterior por lo arraigadísimas que estuvieron en el pueblo esas situalidades colectivas y la gran expansión emotiva, bulliciosa alegría, estímulo estético y consoladora poesía que siempre sacan los pueblos de esas costumbres, particularmente de las marchas, los cortejos, las procesiones, los “arrollaos” y demás ritos deambulatorios, donde las multitudes participantes encuentran una plenitud, individual y social, de emoción placentera.
Las “comparsas” de La Habana no son sino la manera cómo la abigarrada masa popular de nuestra urbe quiere, celebrar el Carnaval según las costumbres heredadas y fusionadas de los diversos abolengos.
La comparsa habanera consiste, simplemente, en una compañía de mascarados con un plan común para representar conjuntamente un tema colectivo, como un episodio folklórico, un acto de teatro ambulante o un paso de procesión.
El mismo diccionario de la Academia Española dice lo que es una “comparsa”: Conjunto de personas que en los días de carnaval o regocijos públicos van vestidas con trajes de una misma clase. Así son las comparsas de España como las de Cuba.
El carácter de grupos organizados para divertirse ya se indica por los títulos que que adoptan. En éstos los componentes de las comparsas suelen representarse como hijos de una nación de rostros atezados, para que la imaginada representación de las máscaras sea más verosímil.
Así, las comparsas se titulan a veces “Los Moros de Venecia”, “Los Congos de Chávez”, “Los Turcos de Regla”, “Los Mandinga Moro Azul”, etc.
En ciertos casos usan títulos con nombres emblemáticos de animales o árboles, como “El Alacrán”, “La Culebra”, “El Pájaro Lindo”, “El Gavilán”, “El Jiquí”, etc., que parecen tener origen en alguna ultrapasada creencia totémica.
Pero estas resonancias del pasado ocurren con todo, el Carnaval y con la misma Cuaresma, Instituciones ambas transidas dé paganismo y embebidas de ancestralidad.
Así, valga por ejemplo, el domingo de “Piñata” evoca las “piñatas” de las diosas agrícolas como Ceres, Cibeles y Flora, en forma de “piña” y llenas de frutos, símbolo de la abundancia. El domingo de la “Vieja” es la continuidad en Cuba de una milenaria costumbre europea, cuando se echaba sobre una infeliz vieja las culpas de la tribu y ésta era paseada, en ludibrio, martirizada y al fin expulsada o muerta, para que se llevara consigo los malos espíritus.
El domingo de la “sardina” recuerda un animal simbólico, derivado de viejas representaciones, monstruos marinos, como la Ballena de Jonás, los dragones apocalípticos y otros que aun se representan hoy en Europa, con el paseo burlesco de la “Gran Serpiente” o de la “Tarasca” en las solemnes procesiones católicas del Corpus Christi; análogamente como se hizo en Cuba (y debiera hacerse de nuevo en carnaval) por las pintorescas comparsas que antaño “mataban la culebra”.
Abominar de las comparsas por sus símbolos de pasadas zoolatrías, es tan puerilmente presuntuoso como querer suprimir los chivos, burros, mulas, perros y pajarracos, vivos o pintados, que en Europa y América acompañan como mascotas tradicionales a ciertos regimientos famosos, a ciertos “teams” universitarios para los deportes y a otros grupos que saben combinar en sus actuales divertimientos las tradiciones pintorescas de los tiempos pasados y el entusiasmo competidor, sin petulancias de fingidas austeridades y pujados ocultismos.
El propósito de suprimir las comparsas por pretextos del improviso “negro catedrático” que a todo el atraso de los grupos de las comparsas, que no procuran hacer en Cuba sino lo mismo que hacen las gentes humildes, y aun las privilegiadas, en todos los países del orbe, no siempre con tanto contenido artístico, frecuentemente con atroz chabacanería y, en ocasiones, con indudable incivilidad.
Si, como suele decirse, se quiere “borrar el pasado”, habría que suprimir también todo el “Carnaval”, toda la “Cuaresma”, toda las ritualidades religiosas, patrióticas, militares y cívicas, las cuales no tienen más fuerte razón de existir que la que les prestan la tradición y la conveniencia de encauzar las emociones colectivas hacia expresiones disciplinadas, capaces de armonizar el genio espontáneo y creador del pueblo con sus anhelos de progreso.
Como espectáculo, la comparsa es tan artística , y tradicional como las corridas de toros, por ejemplo, y más que las peleas de gallos, las de perros y las de hombres, traídas de España e Inglaterra; y, además, carece nuestra comparsa de la innegable crueldad de dichas diversiones, que todavía se mantienen en los pueblos civilizados, a pesar de sus elementos intrínsecos de barbarie.
Y si las comparsas pueden recordar remotas ideas religiosas, lo mismo ocurre con esas luchas de hombres y bestias, supervivencia de arcaicos ritos agonísticos del paganismo precristiano de Europa.
Como espectáculo las comparsas habaneras contienen elementos estimables. Estéticamente, el arte se da en su conjunto: imitando vestidos nacionales, fantásticos o alegóricos, en sus carrozas emblemáticas, en sus farolas brillantes y en sus músicas y canciones; todo ello; compuesto por artistas anónimos y espontáneos.
Aquel fino artista y literato que fué Jesús Castellanos admiraba las comparsas habaneras, que en su época, hace pocos lustros, no merecían persecuciones, y escribió:
“Es innegable que hay cierta poesía de valor violento y exótico en esas oleadas abigarradas que pasan enardecidas por las calles…” “No se me negará que hay algo artístico en éstas escenas.”
Cuando la comparsa dispone de recursos construye una “carroza”, generalmente representando algo alusivo al nombre de la comparsa: un gavilán, un trono de “turco de Venecia”, “un jiquí”, etc. A veces son varias las carrozas con temas distintos, con frecuencia patrióticos y nunca censurables.
Con las carrozas, en las salidas nocturnas van las farolas, que a veces son bellas armónicamente dispuestas, como fanales polícromos o como figuraciones rodantes de palacios, barcos o monumentos, hechos de materia transparente; é internamente alumbrados.
Los grandes farolones portátiles dan motivo a que los faroleros muevan con arte sus luminarias, al compás de las rítmicas músicas y de los cantos de la multitud, y desarrollen una original y agradabilísima “danza de faroles”, que en la noche del trópico: constituye un hermoso espectáculo de ritualismo procesional, de emoción, profundamente sugestiva e inolvidable.
En las antiguas comparsas populares de La Habana hubo hasta manifestaciones de un arte poético folklórico, que hoy se han olvidado y acaso totalmente perdido. Por los datos que conservamos, es presumible que habría de bastar un breve estímulo oficial para que reaparecieran las tiradas de versos de la “currería” y otras viejas efusiones líricas de las comparsas, fácilmente adaptables al sentido de éstos tiempos.
Según los recursos económicos así son el número y calidad de las carrozas, así se confeccionan los trajes, así se forman las orquestas y así son de abundantes las músicas y canciones brotadas de la musa popular.
Esta sola consideración sugiere cuán fecunda podrían ser las hoy pobres comparsas populares si la innegable espontaneidad artística de nuestro pueblo humilde, particularmente en la música y la canción, fuese protegida, dando premio a las comparsas por los mejores grupos, las más artísticas carrozas y farolas, los más acertados atavíos, los más originales bailes, las más emocionales canciones y las más cubanas músicas.
Bibliografía y notas
- Ortiz, Fernando. “Las Comparsas de la Habana”. Revista Social. Vol. 21, núm. 3, Marzo 1937, pp. 11, 59, 60.
- Personalidades y negocios de la Habana.
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