Francisco Javier Balmaseda y Jullien nació en Remedios, el 3 de marzo de 1823. Niño aun perdió a su padre y quedó, con su madre doña Eduarda Jullien, al cuidado de sus abuelos paternos. Aprendió las primeras letras bajo la dirección de oscuros maestros locales y permaneció en su villa natal hasta después de su matrimonio con su prima hermana Clara Morales y Jullien.
Vástago mimado de una familia acomodada, dió empleo a sus ocios de provinciano rico dedicándose a las letras, cuyo cultivo desordenado, pero intenso constituía en aquella fecha el único derivativo para las energías espirituales de la juventud criolla. Y a sus doce años estrenó una comedia titulada “Eduardo el Jugador”, con el beneplácito de los elementos directores de su pueblo y la envidia burlona de sus coetáneos.
Así se formó su carácter, tímido y concentrado entre las meticulosidades afectuosas de sus abuelos y la incomprensión de sus camaradas de provincia. Las letras para él fueron un desahogo a sus grandes energías, evidenciadas después, y a la sazón comprimidas ciega y torpemente por su estrechísimo medio social.
Escribió mucho, con la tumultuosidad de propósitos e ideas y la indisciplina artística características de su edad y su medio. Treinta comedias, doce novelas, un sinnúmero de poesías sueltas y hasta un tratado de economía le atribuye un biógrafo a sus 40 años.
Lo publicado hasta entonces sin embargo, sus “Rimas cubanas” en 1846, sus comedias “Amelia”, “Los montes de oro”, “El dinero no es todo” y “Sin prudencia todo falta”, así como sus versos publicados en el “Faro industrial” de la Habana y en otros periódicos, no revelan en él a un gran poeta, ni hacen esperar grandes cosas de su pluma. Algunas de sus “Fábulas”, en cambio, sí demuestran la tendencia eticista y didáctico-cívica de su temperamento, de su gran carácter.
Casado desde 1851 y formado ya su carácter pasó a residir a la Habana, donde la época de paz y de progreso material que apenas lograron turbar un poco las nobles intentonas de Narciso López y Ramón Pintó, iba a culminar en las “vacas gordas” —para decirlo con una frase de hoy— del año 1857.
Ese período define mejor que sus propios libros a Francisco Javier Balmaseda. Su actividad en esos años, hasta la explosión revolucionaria del 68, adquiere proporciones heroicas.
Funda escuelas, bibliotecas. liceos, sociedades de caridad y beneficencia, sociedades de crédito y periódicos, emprende diversas obras de gran utilidad pública, se asocia a todas las iniciativas de los demás, y con ellos trabaja también denodadamente, aporta y reúne fondos para enviar doce jóvenes cubanos a Bélgica, a estudiar agronomía; celebra en su villa natal una exposición agrícola y pecuaria, y —en resumen— caracteriza en sí lo más fundamentado, razonable y sólido del alegato de Cuba en favor de su independencia.
El país en que nacían y actuaban hombres como Francisco J. Balmaseda bien merecía ser dueño de sus propios destinos. Con Saco, Frías, Bachiller y Morales, y tantos otros; Balmaseda representa el acervo constructivo y laborioso de nuestro pueblo —injusta y criminalmente acusado de perezoso e incapaz de progreso y de orden— ese acervo que hubiera hecho de Cuba una nación modelo y contra el cual los gobiernos ineptos de la España del siglo XIX consumaron el más nefando de los crímenes de lesa raza.
Balmaseda fué también acosado y perseguido por los generalotes que allá en los chanchullos y cuarteladas del solar hispano se adjudicaban el gobierno de la isla lejana como una parte de botín. Lo acosaron y persiguieron por ignorancia, por imbecilidad, por miedo a las masas de españoles de profesión, que entonces se llamaban “voluntarios”.
Y el “guajiro” tímido y bonachón, arrancado violentamente a su hogar, metido en la bodega de un buque sesenta y tantos días y enterrado vivo en ese islote africano de Fernando Poo —todo ello sin formación de causa, sin una acusación formal ni una sola prueba de culpabilidad— escribió el más vigoroso panfleto, el ácido más corrosivo quizá contra la infamia colonial de la España del siglo XIX, salida de pluma cubana en aquella época.
“Los confinados a Fernando Poo” fué traducido al inglés y al francés. Lo publicó su autor en New York, en 1869, y en él cuenta cómo fué preso y torturado por sus verdugos, y cómo pudo escapar de la letal isla africana. Es, con las fábulas, la aportación de Balmaseda a nuestro acervo literario que ningún cubano culto debe ignorar.
Balmaseda fué condenado a muerte, junto con Céspedes y los demás patriotas cubanos, en 1870. Para esa fecha estaba él ya en Colombia, organizando la vida económica de los emigrados cubanos, fundando escuelas y periódicos, fomentando la agricultura y la industria en la región de Bolívar, y trabajando, en suma, como siempre, por el bien y la felicidad de sus semejantes.
Su labor en la República hermana fué tan importante, que mereció del gobierno de Colombia, después de diversas muestras honoríficas y de reconocimiento, el honor de una misión civilizadora y generosa, cerca del gobierno de Madrid. Así fué Balmaseda a España, en 1882, después que la paz del Zanjón había puesto una tregua relativa a las aspiraciones cubanas.
Durante su estancia en Cartagena de Indias, Balmaseda publicó también varios libros y comenzó una publicación de sus obras completas, de la cual sólo salió a luz el tomo primero miscelánea de versos, comedias, discursos, cuya verdadera significación —más que literaria— hay que, buscar en la fidelidad de su amor a la patria nativa y en la sana orientación económica de sus ideas cívicas.
En 1884 regresa Balmaseda a Cuba y ya no sale de aquí hasta que en 1895, al estallar la última guerra de Independencia se vió forzado a huir. En esos once años la labor de Balmaseda es también considerable, a pesar de vivir él su sexta década.
Su “Tesoro del agricultor cubano” publicado en ese tiempo, revela cuánta era la sabiduría y penetración del viejo patriota. Hay en ese libro enseñanzas y definición de orientaciones políticas que por no haberse atendido como merecen, todavía son actuales. La exactitud de sus profecías —rigurosamente cumplidas hasta el presente— da a esas enseñanzas y orientaciones un valor permanente.
Terminada la Guerra, vuelve Balmaseda a Cuba en 1898. Y al final de ese mismo año concibe la fundación de una Sociedad de preparación cívica, que él tituló “Amigos de la Libertad”. Publicó las “Bases” que el proponía para esa sociedad, y consultó a todos los cubanos sobresalientes, antiguos amigos y camaradas suyos,
Pero Balmaseda representaba en aquellos momentos la evolución autóctona cubana. la experiencia de Hispano-América, el alma de la revolución de Céspedes. Y ya en Cuba lo que prevalecía era la imitación de lo norteamericano, la “yankolatría”; justificada entonces, al menos, por el desbordamiento sentimental que su intervención militar a favor de Cuba producía.
Y Balmaseda fué puesto de lado. Su experiencia y su sabiduría, su generosidad y su desinterés hubieran valido a Cuba libre como sólo ahora, para echarlos de menos podemos comprender.
Pero no hablaba inglés …
Balmaseda empleó sus últimos nueve años. tan noble y provechosamente como todos los de su vida. Enfermo y abatido, sin embargo sólo pudo publicar algunas ediciones más de sus “Fábulas morales” y de algún otro libro suyo, colaborar en algunos diarios, y prodigar sus sabios consejos y su infinito cariño entre un circulo muy reducido de amigos.
Modesto hasta la exageración, nunca aceptó de la realidad republicana la necesidad democrática de exhibir en la plaza pública las cicatrices y méritos. para conseguir alguna posición política activa.
Y legando sus bienes al Ayuntamiento de Remedios, para obras de utilidad cívica dejó de existir en la Habana el día 17 de febrero de 1907, olvidado, desconocido casi por sus atareados compatriotas.
En estos días nuestros, propicios a una rectificación de orientaciones y de procedimientos. Francisco Javier Balmaseda tiene toda la significación de un precursor, de un admirable ejemplo para nuestros estadistas, para nuestros políticos, para todos los cubanos sinceramente dignos y honrados.
Bibliografía y notas:
- Ramos, José Antonio. “Francisco Javier Balmaseda.” Revista Social Abril 1922: 43, 44.
- El Banco español de la Habana y el palito de Punticú en Obras de Francisco Javier Balmaseda.
- Escritores y Poetas
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