Añoranzas de juventud en la Serie Matanceridades por Miguel Sánchez & Alfredo Martínez [Dic. 2013]
Ser joven en cualquier sociedad equivale a soñar con todas las posibles aventuras en las que podríamos ser partícipes, es ser miembro de una vorágine hormonal en la que enamorarse te hace desbocar el corazón, al ver pasar unas caderas candorosas o un pecho donde no cabe un latido. Esos tiempos hacen recordar para nuestra generación de la Atenas de Cuba los momentos en que llegábamos a nuestra casa y en la intimidad encendíamos aquellos radios VEF206 para escuchar el programa Nocturno de Radio 26.
Ese espacio por años nos acompañó y se mantuvo en la popularidad. Recuerdo con alegría aquellas lejanas pistas móviles de Tiempo A, desde diferentes puntos de la ciudad y provincia. La mente se agita al tener tantas imágenes juntas que aún el tiempo persiste en atesorar, la época de la secundaria, tantísimas amistades, anécdotas personales que dejan la marca en el tiempo y la distancia. Hay instantes en la vida de un ser humano que valen y significan más que años enteros.
Fueron esos tiempos de besitos y despedidas a quienes partían a las ESBEC dejándose trotar en aquellas guaguas que llamábamos aspirinas. Se combatía el dolor de cabeza cantando lemas y contando los huecos de los kikos plásticos. Y éramos felices y, éramos iguales. No éramos diferentes, éramos solo uno… Nos prestábamos las camisas y soñábamos con un futuro. Recogíamos limones o plantábamos café, hacíamos lo que nos decían sin tan siquiera pestañear. Sonreíamos a la vida viendo el San Juan escapar.
¿Qué matancero no recuerda? la loma del Pan, el Valle de Yumurí, Peñas Altas, el legendario tren eléctrico de Hershey, la Ermita de Monserrat, la Cueva de Bellamar, la calle escalonada de Jesús María, el balcón de Jáuregui e infinidad de lugares más que pueblan nuestras neuronas inquietas de nostalgia.
Sí, porque recordar es revivir abriendo una ventana para que entren las lluvias del pasado a despertarnos. Para que el repiqueteo de las aguas sobre las tejas se convierta en música y los grillos se unan con su violín al coro.
Es llegar a Medio y Ayuntamiento pasando por el callejón de la Sacristía y entrar al Parnaso. Allí se escuchaban las notas del maestro y pianista Amaranto acompañado de Flores. En el Café Cantante se degustaba un exquisito té acompañado de unos ricos bizcochos ¿Qué pedir de más para endulzar los atardeceres de los que venían a enamorarse con palabras dulces?
Y de un tirón corrían entre risas los apasionados, apostándose a que les daría o no tiempo ese día para dejar sus nombres grabados en cada parque de la ciudad. Pasaban por la esquinita del de los chivos, siguiendo por el de frente a los bomberos. Se sentaban bajando el puente de la Concordia y jadeantes llegaban hasta el versallero del Paseo de Martí.
Después de hacerse una promesa contemplando la bahía llegaban hasta el de frente a la estación del tren de Hershey para de un salto atravesar el puentecito sobre el Yumurí e irse a disfrutar de la sombra en el parque Watkin. A unos minutos estaba el parque Central o de La Libertad y no lejos el de La Rueda y el de La Catedral con su eterno enamorado Milanés. Nos quedan muchos y, otros que de tan pequeños y ocultos pasamos a su lado sin verlos.
Tantas cosas que pasamos por alto y que sin embargo estaban allí. La interminable acera bajo el sol tropical de las doce y la Ceiba de Pueblo Nuevo que me parecía en aquel entonces encarnar el misterio del gigante centenario. Hoy, la extraño cuando me siento de nuevo frente a la ventana sin que llene de verde el cielo.
Tampoco han vuelto el carbonero y su mula, aquellos que paraban en Monserrate esquina a San Fernando en la década de los ochenta. Si volvemos nosotros ya casi no conocemos a los que viven allí, porque ellos se han ido y nosotros nos hemos marchado. Las que no se han ido son esas ¡Añoranzas… de juventud!
Oh, Matanzas de mi juventud, si atesorarte pudiera…
M dice
Bello, dicen que el hogar no es donde uno nace sino donde lo forma; pero la raíces quedan sembradas donde dimos nuestros primeros pasos; donde se cultivó el alma con amor y por donde corren las aguas de nuestros orígenes. Recuerdos nunca olvidados y añoranzas de lo nuestro, hacen amar el camino por donde transitamos una vez y reencontrarlo cuando volvemos a el.
Almar dice
Esas aguas que nos pueblan y que no nos dejan jamás, muchos las olvidan, otros las entierran, unos pocos las cultivan para que todos podamos seguirlas disfrutando, para que al fin… los que vengan después sepan que las amamos, que es eso lo que fuimos porque eso es lo que somos, raíz y leña de la misma Ceiba.