Biografía del Presbítero Félix Varela Morales.1 Uno de los hombres á quien la Historia de la Pedagogía cubana concede lugar prominente, cuyo nombre ha llegado hasta nosotros envuelto en el respeto y la admiración, un filósofo que rompiendo con los grillos del escolasticismo abrió nuevos horizontes al pensamiento y fomentó con su enseñanza y con su predicación el amor á la juventud cubana, fué el Pbro. Félix Varela y Morales.
Nació este pensador en la Habana, el veinte de Noviembre de mil setecientos ochenta y ocho. Sus padres: don Francisco, capitán de ejército, y su madre doña María Josefa, lo trasladaron á San Agustín de la Florida, cuando contaba solo seis años. Allí recibió su primera instrucción, siendo aún aquella península dominio español.
En mil ochocientos uno regresaron á la Habana, donde completó su educación é ingresó más tarde en el Seminario donde cursó Humanidades, Filosofía y Teología, para seguir la carrera eclesiástica á la que le llamaba su carácter dulce y su amor á la humanidad.
Sus profesores O’ Gabán, Caballero y Ramírez, así como los que después tuvo en la Universidad: Ariza, Cernada y Veranes, cubrieron de elogios al joven estudiante, alabanzas que llegaron al Obispo don Juan José de Espada y Landa, hombre entusiasta por la educación, que miró desde entonces con particular predilección á Varela.
En mil ochocientos cuatro se graduó de Bachiller, en mil ochocientos ocho de Licenciado y en mil ochocientos diez recibió la investidura de doctor. Un año más tarde se ordenó de sacerdote. No tenía más que veinte y cuatro años cuando el Obispo le confió la cátedra de Filosofía en el Seminario, para que Varela emprendiese la reforma de los estudios filosóficos.
Allí fué donde inició el movimiento de cultura que tan gran resultado produjo en los primeros años del pasado siglo (XIX). Allí donde predicó á favor de la enseñanza de las ciencias, en donde enseñó Física Experimental, donde creó un gabinete de Historia Natural y Física por sus propios esfuerzos; y, allí por último, de donde salieron esa pléyade de hombres eminentes que han sido gloria y luz de nuestra querida Cuba.
En mil ochocientos doce hizo imprimir su primera obra, la “Lógica” y la “Metafísica” en dos tomos, en latín elegante y correcto, y á los dos años, la “Ética” en castellano, en otros dos tomos. A esas siguieron sus “Apuntes Filosóficos” y su “Miscelánea”; algunas de las cuales obtuvieron hasta cuatro ediciones.
En el año mil ochocientos veinte dió á la publicidad su gran obra “Lecciones de Filosofía” que contenía y modificaba las anteriores, un tratado de “Física” y “Química” y unos apuntes de “Anatomía y Fisiología Humana”, libros que le dieron un gran nombre aquí y en el extranjero.
No nos detendremos á juzgar estas obras que el tiempo transcurrido y los adelantos hechos en todos sentidos les harían aparecer defectuosas, sólo diremos que el sabio cubano Luz Caballero, en el informe que emitió para la Junta de Fomento las considera recomendables para la enseñanza, por ser breves, al alcance de los cerebros juveniles, con los adelantos del día, con un plan elegante y con un lenguaje didáctico inmejorable.
En ese mismo año, al proclamarse la Constitución de mil ochocientos doce, Espada le nombró, sin excusa alguna, para desempeñar la cátedra de Economía en la Universidad, y poco después se llevó por oposición reñida con sus compañeros Saco, Escovedo y Echevarría, la de Constitución, creada nuevamente. Sus lecciones fueron consideradas como luminosas.
Allí fueron sus discípulos y recibieron su enseñanza: Delmonte, Luz Caballero, Santos Suárez, González del Valle, Bermúdez, Govantes, Chaple, Casal y otros. Para servir de texto en ella. había impreso unos Apuntes ú Observaciones sobre la Constitución de la Monarquía Española, obra de que se hicieron eco los periódicos de la península ibérica. De manera que á la publicación de sus libros y á la enseñanza dedicó Varela todo el tiempo que permaneció en su patria, siendo á la vez modelo de virtudes y de laboriosidad en su vida de sacerdote.
De sus sermones, panegíricos y elogios fúnebres, que fueron muchos, no se conservan más que los que dedicó por encargo de la Sociedad Patriótica á Carlos IV y Fernando VII en sus honras, á este último en la parte relativa á Cuba por los beneficios que le había dispensado; y un panegírico pronunciado en la catedral á favor del Intendente Pablo Valiente.
En estos sermones. como en los escritos que publicó en la Revista de la Habana sobre la Ideología, late un espíritu de progreso, una vocación decidida por la enseñanza y una tendencia educativa.
A fines de aquel mismo año fué nombrado Diputado á Cortes en compañía de don Leonardo Santos Suárez y don Tomás Gener. Dando la cátedra á su discípulo predilecto don José Antonio Saco, marchó para España en Diciembre de mil ochocientos veinte y uno.
Allí se hizo notar por la proposición que presentó á las Cámaras, reclamando para esta Isla, una diputación inamovible con facultad de resolver los asuntos vitales de Cuba, sentando con ello, la doctrina autonomista. Pero derribado el edificio de la Constitución, todos los diputados se vieron obligados á huir, y nuestros tres diputados, como otros, se refugiaron en Gibraltar; de donde luego pasaron á la Unión Americana.
El clima sentó mal á Varela, que se trasladó primero á Boston, luego á Philadelphia y de allí regresó á New York, donde definitivamente sentó su residencia. En esta ciudad, publicó el periódico “Habanero” de ideas moderadas, hizo algunas traducciones, y llamado por el Presidente de la República Mexicana, como Heredia, rehusó cortésmente; volviendo en su vocación á la carrera del sacerdocio.
Entró, dice Bayley, arzobispo de Baltimore, en la carrera de caridad y consagración absoluta que ha hecho su nombre símbolo de bendición en New York. Pudo entonces volver á Cuba por la amnistía que se dió y se negó á ello, por ser aquel campo provechoso para la lucha en defensa de las ideas del catolicismo.
Lo comprobó con los escritos que publicó en inglés contra el periódico “El Protestante”, con su pequeña obra, “Máximas Morales para uso de las Escuelas”, y con sus muy célebres “Cartas á Elpidio” contra la impiedad, el fanatismo y la superstición, que alcanzaron envidiable y justo renombre entre los católicos de la Unión, por su celo apostólico.
En mil ochocientos treinta y cuatro se quemó la Christ Church, que había fundado, y de todas partes acudieron donativos para reedificar otra; que bautizó con el nombre de “Transfiguración”. En ese mismo año, en unión de un compañero, publicó un periódico en el que insertó muchos de sus principios de educación y de sus métodos.
Félix Varela se lamentaba del atraso de la educación en Cuba, se declaraba partidario del método analítico y decía que no recordaba que hubiese asistido á su cátedra de filosofía un solo joven que estuviera convenientemente preparado en la primera enseñanza y les encontraba inexactos, precipitados, propensos á aceptar cualquier cosa sin examinarla.
Creía que estos males dependían de la creencia de que los niños no eran capaces de producir ideas.
“Los que enseñan, decía, no son más que unos compañeros de los que aprenden, si conducen al niño por los pasos que les marca la naturaleza; si les hablan su lenguaje, les entenderán. El verdadero maestro del hombre es la naturaleza.”
Propone un orden analítico para esa reforma. Este orden era:
- Debemos repetir las sensaciones, y el convenio de los sentidos nos evitará el error.
- Debe procederse de lo conocido á lo desconocido.
- Debemos empezar por las propiedades más sensibles y sus enlaces.
- El análisis debe acomodarse á la clase de conocimientos.
- La memoria debe ejercitarse con la repetición.
- Las reglas y definiciones deben terminar las investigaciones.
Repite también en esta época sus palabras del prólogo de sus “Lecciones de Filosofía” y que deben tener presente los maestros:
“Mientras más hablen, menos enseñarán. Un maestro debe hablar poco. La gloria de un maestro está en hablar por la boca de sus discípulos.”
Para juzgar la influencia que ejercieron su enseñanza, sus principios y sus métodos, es necesario darse cuenta del estado en que se encontraba la educación primaria y la superior en la Isla, que á fines del siglo XVIII permanecía en la Edad Media.
En el año de 1845 fué electo Vicario General de New York, en donde siguió su magisterio, porque con su práctica, su ejemplo y sus virtudes, educaba. Y aquí viene á propósito una sencilla anécdota de su vida que indica su carácter:
Hallábase Varela un día sentado á su modesta mesa, cuando se le presentó una pobre madre pidiéndole para darle de comer á sus hijos, en circunstancias de no tener dinero alguno.
“No tengo dinero, dijo, pero aquí tenéis esta cuchara de plata, vendedla y socorred á vuestros hijos.” Era el último resto de una vajilla de su patria, marcada con sus iniciales. Esto dió motivo á que se hiciese público el rasgo, porque haciéndose sospechosa la mujer al proponerla, fué detenida por la policía y él llamado á declarar.
Los continuos trabajos en el espacio de veintiocho años de misión, le enfermaron y tuvo que ir en busca de la salud á San Agustín de la Florida en mil ochocientos cuarenta y nueve y de nuevo en mil ochocientos cincuenta y dos. En Enero2 de mil ochocientos cincuenta y tres en medio de las muestras de la mayor unción evangélica, en un salón contiguo á la casa-escuela de niñas pobres, entregó su alma al Creador.
El cariño de los cubanos trasladó sus restos al cementerio de Tolomato, erigiéndole una capilla, con un modesto epitafio, que expresa:
“Aquí yace el Pbro. Varela. Cuba le dió cuna. Florida sepultura.”
Al saberse en la Habana su estado de salud, muchos de sus discípulos se reunieron y comisionaron á don José María Casal para aliviar su suerte é invitarle á venir á su suelo natal ó traer su cadáver en el caso que muriese; pero se opusieron á esto último los católicos americanos é irlandeses.
El Rdo. P. Aubril pronunció un discurso panegírico, en que, entre mil elogios, dice:
“Mientras haya en este país un solo hombre de bien, sea católico, protestante ó hereje, no permitirá que nos despojen ni de uno solo de sus cabellos, Nuestro bienhechor, aunque sea extranjero, es nuestro ídolo, él adoptó esta patria por suya y la patria le adoptó por hijo. A la tierra que le dió cuna le basta para honrarse el sólo nombre de tal hijo; á nosotros nos corresponde guardar los sagrados restos del hombre justo, del buen pastor, del sabio y virtuoso mortal á quien tanto apreciamos en vida.”
Por último, citaré las palabras que le dedicó den José de la Luz y Caballero:
“Mientras haya un hombre que piense en Cuba, vivirá la memoria del P. Varela, que fué el primero que nos enseñó á pensar.”
Bibliografía y notas
- Esta biografía del presbítero Félix Varela fue publicada en la Revista Cuba y América por Eduardo C. Lens y Díaz y se compone de notas tomadas por el autor de una brillante conferencia sobre el tema, pronunciada en Matanzas por el ilustre, distinguido y ya desaparecido pedagogo cubano D. Claudio Dumás y Franco. ↩︎
- Aunque Juan Guiteras dice que murió el 5 de enero 1853 aparece a menudo mencionado el fallecimiento del Pbro. Varela en febrero. En el siguiente sitio web indican la fecha de 25 Feb. 1853: Father Morris, Michael P. “May Their Memories Be a Blessing. Venerable Felix Varela (1788-1853)”. Catholic New York (website), 19 de mayo de 2021. https://www.cny.org/stories/venerable-felix-varela-1788-1853,22355.
↩︎
- Lens y Díaz, Eduardo C. “Biografía del Presbítero Félix Varela”. Revista Cuba y América. Año XIII, Vol. XXX, núm. 5, Diciembre 1909, pp. 33-35.
- Guiteras, Juan. “La Tumba del Padre Varela”. Revista Cuba y América. Vol. I, núm. 2, 15 de abril 1897.
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