Dionisio Pérez Bermúdez nació en España y hacia 1889 emigró a Cuba donde casó con la dama Eduarda Noriega. Instaló un taller de carros y tren de carretones en la finca de La Merced, Ermita de los Catalanes.
Es hombre de edad madura; robusto y vigoroso como un roble, dá la sensación de la fuerza unida a la bondad. En su rostro se bosqueja siempre, una sonrisa, esa sonrisa amable inexpresiva de los
hombres que han vivido mucho, afanados en el trabajo, sin otros anhelos que la posesión de una dicha sosegada, serena, honrada, a la lumbre rosada del hogar.
Pero esta impresión de bondosidad no excluye la idea, justa y exacta, de que una energía ingente se anida en el pecho amplio de Dionisio Pérez y Bermúdez, uno de esos obreros del progreso, surgidos a la vida para ,efectuar modestas y rudas labores que son en definitiva, aportaciones al bienestar
social.
Pérez es oriundo de España. Como a tantos hispanos la sed aventurera —generatriz de la gloria de Iberia— le dominó desde los albores de la mocedad. El ambiente patrio, amado y dulce, no era propicio campo y sus ambiciones legítimas se estrellaban en los marcos reducidos de su país natal.
Anhelaba horizontes dilatados y la América surgía en sus sueños, como la tierra de promisión. Hacer la América es aspiración inherente en todo peninsular, lo es por herencia, por instinto, por convicción.
Mas no siempre el emigrante halla lo que pensó; en muchas ocasiones la fortuna suspirada tarda años y años y la miseria quebranta el ánimo, enferma el cuerpo, empujando al abismo al extranjero si una férrea voluntad no lo sostiene en las infinitas horas de amargura.
Por tanto deseoso de obtener una posición en el inundo, queriendo ser, atravesó la inmensidad atlántica, llegando a Cuba hace treinta y un años, sin más bagaje que su propósito de trabajar, de ascender, de llegar.
Cuba es siempre hogar hospitalario para toda persona que busca en ella luz y calor. Dionisio Pérez y Bermúdez encontró en Cuba esa dulzura cariñosa que ella brinda al extranjero, para hacerle menos y dificultosa la lucha.
Inicióse en la vida comercial, tanteando varios negocios. Sufrió quebrantos, pero nunca desmayos. En ocasiones las nubes ennegrecieron el horizonte, pero su voluntad no cedió ante los embates en la cruenta batalla.
El destino se le mostraba adverso, más nunca pudo abatirlo: él se propuso dominarlo, llegar, ascender, ser, y al servicio de un empeño tan noble y legítimo, Pérez puso todas sus energías.
No se labora con una sóla esperanza por norte, con un empeño único por guía, sufriendo y luchando por su realización sin que tarde o temprano se llegue a obtener. No hay montaña lejana ni empinada para quien, firmemente, se proponga alcanzar la cumbre; lo que hay es muy pocos hombres dispuestos, decididos a escalarla a todo trance.
La fortuna, pocas veces propicia, se gana con tesón y perseverancia, si uno se halla resuelto a conquistarla con un esfuerzo continuo, abnegado, indomable, mas pocos hombres son capaces de tan enorme labor aún cuando todos ambicionen riquezas y dichas.
Aquí, pues, desde hace treinta y un años, vive este hombre laborioso, tipo perfecto de trabajador, consagrado a sus negocios y a su hogar. La fortuna concluyó por serle propicia. El éxito coronó su esfuerzo.
Cuba fue a Pérez, como a tantos más, la tierra de promisión, pródiga y bendita. El mismo lo reconoce y proclama así. España es su patria, pero Cuba también. Para Pérez la tierra de sus hijos es sagrada como la natal. Y tanto ama a una como a otra. No puede, no, serle indiferentes los destinos de un país que le dió albergue, riqueza y consideración, donde radica su hogar y su fortuna.
Este gran trabajador posee en la actualidad un taller de carros y tren de carretones en la finca La Merced, Ermita de los Catalanes. Este taller de construcción de carros está montado con todas las condiciones necesarias para realizar sus labores. El tren de carretones tiene controlado el tiro y manipulación de toda la madera del país que se recibe en la Habana.
Veinte y un carretones, varias “zorras” para conducir mercancías de gran peso, y cincuenta mulos posee el Sr. Pérez.
Cuando tuvimos el gusto de visitarle, como expresarnos más arriba, el sr. Pérez nos dió una impresión de fuerza y de bondad. Muy fino y atento, de carácter serio, Dionisio Pérez nos recibió como a amigos antiguos.
Junto a él se hallaba el diligente y celoso encargado del tren, Ramón Bermúdez. A este joven secunda otro, el sr. Celestino Bermúdez y Alvarez, ambos están empleados con el sr. Pérez desde hace diez y siete años.
Estos mozos siguen las huellas de Pérez. El es, ciertamente, un ejemplo digno de la imitación, un modelo intenso, unos de esos caracteres que ejercen influencias saludables en los que lo rodean.
Su historia de self made man, sus costumbres austeras, su laboriosidad, son estímulos fecundos, para quienes inician sus tareas en la vida comercial o industrial, porque lo primero que es un hombre, como este batallador victorioso, es ser un profesor de energía, una lección viviente y palpable de optimismo fecundo y creador.
Así sus colaboradores, templados en tan buenas forjas, siguen las huellas de tan excelente maestro.
En el curso de nuestra conversación con el sr. Pérez nos dimos perfecta cuenta de las amables condiciones que le exornan. Como hemos dicho es un gran trabajador, al cual la riqueza no ha apartado de sus hábitos inveterados.
Como buen administrador de sus intereses, Pérez vigila y dirige, en persona, todos sus negocios, señalando siempre la orientación oportuna. Ha sabido dar a sus oficinas y talleres una organización completa, en la que todo, incluso el más mínimo detalle, está previsto por su clara inteligencia y vasta experiencia.
El personal que tiene empleado para los distintos servicios ha sido escogido escrupulosamente, pues ha sido empeño firme y persistente de él, rodearse de elementos aptos y serios. Sus cualidades de jefe tienen múltiples ocasiones de relevarse al frente de su empresa, demostrando su actuación como tal que su carácter dulce no excluye dotes de energía.
Los obreros que él utiliza en el taller de carros y tren de carretones le profesan leal afecto y sincera adhesión puesto que en él hallan siempre el patrono generoso, cordial y justiciero que sabe apreciar el valor del trabajo y recompensar sus méritos.
De todo ello nos pudimos dar cuenta durante el rato gratísimo que estuvimos en “La Merced”, atendidos finamente por el sr. Pérez. Su esposa, sra. Eduarda Noriega, es una dama dignísima, compatriota nuestra que, como él, es amable y culta. Ambos distinguidos cónyuges, ganaron nuestras simpatías por sus atrayentes cualidades.
El progreso —taumaturgo incansable que en la retorta colosal del tiempo labora incesantemente— es un fenómeno complejo que no puede considerarse como una unidad simple, sino estudiando y analizando los múltiples elementos que lo integran.
El progreso es, sencillamente el avance, el adelanto, el mejoramiento colectivo y este nunca se obtiene por la acción de un individuo aún cuando este sea superior, sino por un concurso constante de energías que en ocasiones padecen que se manifiestan dispersas, pero las cuales, a la postre, se fusionan para producir un mejoramiento social.
Así el bienestar de un país es obra de miles de elementos que con sus inteligencias y esfuerzos o capitales han impulsado a la sociedad en su camino, haciéndola un poco más rica y feliz.
Desde este punto de vista —único lógico para considerar el progreso— la creación de un artista, el invento de un sabio, son aportaciones brillantísimas y fecundas al mejoramiento de un pueblo, pero ello no significa que la paciente labor de individuos modestos que desarrollan, con espíritu animoso y levantado, sus actividades en otros campos, no sean también, cooperaciones valiosas e importantes, a fuer de necesarias, a la sociedad.
El agricultor que rotura las tierras, siembra el grano, recoge y almacena la cosecha, el comerciante que, día tras día, se afana en su tienda, el industrial que forja productos útiles, transformando las materias primas, son factores en el desarrollo de un país, palancas de su movimiento, fuentes de sus riquezas.
Así la observación de la vida de uno de estos hombres, dedicados al trabajo, son interesantes cuando se aspira dar un reflejo del estado económico de una nación que como la nuestra, ha iniciado con bríos y definitivamente sus pasos de ascensión hacia las más altas cumbres.
En nuestras tareas informativas siempre nos ha complacido ocuparnos de estos obreros del progreso, —comerciantes e industriales— que al realizar sus fortunas, dan lugar a la mayor riqueza del país.
El sr. Dionisio Pérez como hemos dicho, figura, legítimamente, entre los hombres de capital y trabajo que producen en la sociedad, que siempre son útiles y que al obtener, con su energía, una posición desahogada, próspera, dan lugar a que otros también se beneficien, sin contar que al montar una industria en las excelentes condiciones que él ha establecido en sus talleres, presta un servicio a toda la sociedad, una de cuyas primeras necesidades facilita.
Muchos éxitos —aún mayores que los obtenidos— esperan al sr. Pérez, como legítima recompensa a su vida noble laboriosa y digna. En tanto, sean estas líneas un afectuoso tributo de reconocimiento y simpatía que El Fígaro le rinde.
Hermes
Bibliografía y notas
- Hermes. “Las Grandes Trabajadores: Dionisio Pérez Bermúdez.” El Fígaro, Periódico Artístico y Literario. Año 37, Núm. 4 (Enero 25, 1920).
- Personalidades y Negocios de la Habana.
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