Edificio de los Cien Mil Pesos crónica de una muerte anunciada. Homenaje póstumo.
Resumen: Los principales valores históricos y edificios de las ciudades y sus hitos arquitectónicos deben conservarse, y a los que nos ha tocado vivir en esta época nos corresponde evaluar, cuidar, mantener, refuncionalizar y proyectar al futuro el legado histórico que recibimos, conscientes de que trabajamos para la ciudad actual y futura: “La meta es el hombre, no el producto”, y los esfuerzos mayores deben estar encaminados a evitar la pérdida del valioso patrimonio urbano arquitectónico de la excepcional Atenas de Cuba.
En los límites del barrio de La Marina, ribera del Río Yumurí, zona baja del Centro Histórico Urbano de la ciudad de Matanzas, Cuba, se ubicó, una de las edificaciones coloniales de mayor autenticidad, el palacete “La Concordia” o “Edificio de los Cien Mil Pesos”, ya que según se testifica en publicaciones de época, en sus portales se vendió un billete de la lotería premiado en cien mil pesos.
Esta edificación, de mediados del siglo XIX, fue durante más de cien años de existencia el rostro de la ciudad, y el 13 de junio de 2009, fue necesario demoler sus últimos vestigios pétreos. El intenso y abusivo cambio de uso, la falta de un necesario, oportuno y planificado mantenimiento, y las inclemencias de los fenómenos naturales en la zona y el territorio, son algunas de las causas que troncharon su desafío al tiempo.
Sirva este trabajo para llamar a la reflexión a todos los ciudadanos, actores directos y/o indirectos del accionar por el logro del rescate y la preservación del patrimonio urbano y edificios… y ojalá sea este ejemplo la última pérdida anunciada de nuestras valiosas y patrimoniales edificaciones centenarias.
Introducción: Los edificios históricos no son solo casas viejas, son parte de la historia, hitos de la cultura, emblemas de la identidad.
El valor del patrimonio de una determinada cultura radica, ante todo, en el significado que tiene para esta. Los monumentos viven –y de hecho surgen– por los hombres que los erigen en determinados momentos, pero subsisten a varias generaciones a las que llevan y trasmiten un instante de tiempo contenido en ellos.
Conservarlos es nuestra tarea, y con ello asumimos la responsabilidad de preservar la veracidad del mensaje histórico como forma, también, de preservar nuestra identidad histórica. El patrimonio edificado es la memoria histórica de la ciudad, conservarla es ser fiel al refrán Yoruba:
La memoria es la dueña del tiempo, pero para ello hay que respetar el tiempo y la memoria, ya que… Cuando las paredes no sobreviven a los hombres algo anda mal.
Refrán Yoruba
La imagen actual de algunas de nuestras ciudades, entre las que incluimos a Matanzas, dan muestra del deterioro físico y funcional, motivado, entre otras causas no menos importantes, pero particulares de cada territorio, por la carencia de una política definida de conservación, restauración y mantenimiento, las limitaciones económicas, la carencia de un financiamiento estable y continuo para la actividad, y la no puesta en práctica de formas y métodos novedosos.
La conservación del patrimonio cultural de la nación es una prioridad del Estado Cubano, refrendada por la Asamblea Nacional del Poder Popular en sus primeras leyes aprobadas en 1977, donde define su dimensión y los órganos encargados de su protección.
En Matanzas, esta prioridad, no ha sido materializada en toda su amplitud, por la no existencia de un modelo de gestión eficaz y la carencia de planes estratégicos fundamentados en la real y necesaria magnitud de la intervención patrimonial como fuente de financiamientos, cuando se vinculan al turismo racional y se encamina al rescate integral y sustentable de sus valores y a la mejora de la calidad de vida del hombre.
La voluntad política, gubernamental e institucional son factores esenciales en la preservación y recuperación del patrimonio urbano arquitectónico, pero sumado a ello, es importante el conocimiento del origen y desarrollo de nuestras ciudades, sus valores, su cultura, sus edificaciones; que no es más que conocer la historia, y esta importante dimensión del problema no siempre se asume con la seriedad que los procesos de intervención lo requieren, y en mucho de los casos hasta se ignora.
Por todo lo planteado hasta aquí, para cumplir con el legado que el momento histórico nos exige: trasmitir a las futuras generaciones una ciudad mejor que la que recibimos de nuestros antepasados, además de materializar políticas aceptadas e innovadoras, hay que trabajar porque todos los implicados asuman la identidad propia (matanceridad en nuestro caso), por enriquecer con obras lo que se predica con la palabra y por lograr que los intelectuales, artistas y hombres de ciencia, sea cual sea su responsabilidad, desempeñen a plenitud su función de vanguardia, con mucha ética y profesionalidad, para evitar entonces lamentables pérdidas del patrimonio, actuaciones inadecuadas e intervenciones sin calidad…
La recuperación del patrimonio, por encima de limitaciones y carencias, es un objetivo alcanzable y no una quimera; no podemos seguir esperando, en esta ciudad única y excepcional, por fórmulas que estén por llegar, “el presente y sus condiciones socioeconómicas necesitan soluciones para hoy, y precisan más que eso, de proyectos integrales para la intervención patrimonial, y/o de preservación, desarrollo comunitario y urbano con un enfoque ambientalista sustentable”.
El patrimonio no es para nosotros la herencia del pasado, sino el préstamo circunstancial que las generaciones venideras nos han hecho. No es mercancía, y ni siquiera un valor de cambio.
Eusebio Leal Spengler
Desarrollo: El pasado 13 de junio, la ciudad lloró la pérdida de una sus edificaciones de mayor significación urbano-contextual, un hito del patrimonio neoclásico matancero, símbolo de una época de esplendor y desarrollo, edificación que por más de siglo y medio dio la bienvenida a los visitantes a la Atenas de Cuba.
El “Edificio de los Cien Mil Pesos” se erigió como una de sus edificaciones más emblemáticas y significativas, no sólo por el hecho de ser reconocida por muchos como la cara de la ciudad, sino por ser fiel testigo de una época donde el buen gusto se unía a la calidad y la excelencia constructiva para hacer de la arquitectura un arte.
Su privilegiada ubicación le aportaba encanto al paisaje e irradiaba hermosura al inigualable entorno marino, donde la naturaleza, al coquetear, en sencillo dialogar, con la creación humana nos conducía al maravilloso mundo espiritual, al de lo intangible, al que reconoce vida, costumbres, tradiciones, hechos.
Cuando se habla de esta edificación, se rememoran sus funciones, doméstica y/o de servicio, pero se reconoce más que todo su valor contextual patrimonial y lo que su tipología de palacete neoclásico le aportó a la recién reconocida, en los finales del XIX, Atenas de Cuba, cuando a la opulencia económica del desarrollo azucarero se sumó la sensibilidad cultural y los valores tangibles e intangibles caracterizaron el esplendor de la urbe matancera.
Indiscutiblemente, esta edificación fue de por si una pieza de lujo del patrimonio tangible matancero, pero a su vez, el sólo hecho de mencionarla la vincula al patrimonio intangible de siempre, la asocia a tradiciones, manifestaciones y prácticas religiosas importantes que proliferaron con gran fuerza, y hoy continúan vivas, en la ciudad de Matanzas y su vernáculo barrio de La Marina; cargado de tradiciones africanas de gran variedad étnica, cuyas raíces evolucionaron hacia lo autóctono y criollo, y con mezcla de hábitos y culturas fueron dando vida a la cultura afrocubana, joya del patrimonio cultural cubano.
La edificación constituyó una pieza arquitectónica única en la ciudad; de reconocido valor patrimonial, no sólo por la apariencia exterior de sus fachadas y los elementos neoclásicos que la caracterizaban, sino también por el legado tecnológico del manejo de materiales locales, técnicas y tecnología, en una época donde el cuidado y preservación de las edificaciones constituían ejemplo de buenas prácticas.
El “Edificio de los Cien Mil Pesos” fue un baluarte de la cultura matancera, de ahí lo sensible y lamentable de su pérdida.
Ubicado, cual guardián insomne, en la rivera del Río Yumurí, en los límites del barrio La Marina frente al puente José Lacret Morlot, que comunica la parte antigua de la ciudad con la barriada de Versalles, cuidó celosamente las columnas que hoy representan el símbolo de la ciudad.
Su planta adoptó la forma de un trapezoide con el lado menor hacia el norte, donde se desarrolló un portal porticado que enfrenta con jerarquía el espacio triangular, vértice de la extensión de las calles Magdalena y Ayllón hasta su intersección en un punto cercano al puente donde también converge la calle Daoiz.
Su construcción no se hizo de una vez, el primer edificio era de la década de 1830, de cantería matancera, y se encontraba por la calle Manzano, tenía tres niveles con fachadas lisas carentes de ornamentación, donde los guardapolvos se integraron al diseño sencillo de las cornisas y los discretos y abundantes balcones se mostraron corridos en las esquinas cual expositores de decoradas barandas de hierro, salidas de manos de verdaderos artesanos matanceros. Los vanos estaban distribuidos rítmicamente aunque los del primer nivel eran más anchos que los de niveles superiores, pero coincidían en posición, facilitando la lectura rítmica de tres de las cuatro fachadas y una exquisita integración de las edificaciones.
El segundo edificio se terminó de construir en la segunda mitad del siglo XIX, todo en ladrillos, y se adosó al primero paralelo a la calle Manzano con tres niveles contando el entrepiso.
La cornisa corrida dividía la fachada en dos niveles, el primero de mayor puntal, incluía la división del entrepiso y poseía pilastras con capiteles dóricos, mientras que en el segundo nivel de fachada las pilastras estaban coronadas por capiteles jónicos.
Los vanos de la fachada se distribuían rítmicamente en los cinco espacios entre pilastras. En primer nivel hacia el espacioso y esbelto portalón, y en planta alta hacia la maravillosa terraza, cuyo contacto con el entorno servía para dar la bienvenida a los foráneos visitantes.
Se expresaban además en las fachadas laterales los vanos correspondientes al entrepiso, siendo de menores dimensiones que los demás, pues al parecer, para su ubicación, rebajaron los vanos de la planta baja teniendo en cuenta puntales admisibles.
El acceso principal se producía por la fachada norte a través de un arco de medio punto que se protegía y se jerarquizaba por un portal compuesto por diez sencillas y hermosas columnas.
En el interior, una gran escalera de mármol blanco, con engalanadas barandas, comunicaba el estar/lobby con el nivel superior de la edificación después de atravesar un arco de medio punto de casi cuatro metros de luz.
Por debajo de las ramas de la escalera, que se abría a derecha e izquierda, se descubrían dos puertas con arco de medio punto que permitían el acceso al patio interior, espacio funcional y necesario, cuya ubicación en el centro de la edificación y sin contacto visual con el exterior lo protegía de las curiosas miradas de los andantes trabajadores del puerto comercial instalados en La Marina.
La edificación fue concebida originalmente para vivienda y posteriormente, tal vez motivados los dueños por lo ventajoso de su situación tan cercana al puerto, decidieron refuncionalizar algunos de sus espacios para transformarla en hotel.
Esta afirmación toma fundamento teniendo en cuenta su ubicación en Ayllón 21, y su posterior extensión a los números 25 y 27 de esa misma calle. La investigadora matancera Miriam Menéndez planteó siempre la hipótesis de una posible relación entre los hoteles El Comercio (1841) desde el cual se hizo un dibujo en 1845 que mostraba los estragos causados por el incendio que afectó al barrio de La Marina en esa fecha y que se conserva en el Museo Provincial Palacio de Junco, La Concordia (1881) y La Glorieta (1887), con el “Edificio de los Cien Mil Pesos”, denominación alcanzada en la década de 1920 por la venta en sus portales de un billete de la lotería nacional por ese valor.
El Hotel La Concordia debe su nombre a la cercanía al puente de Versalles, obra terminada en 1878 con sillares de cantería y tablero metálico que sustituye el de madera que colapsó durante el huracán de 1870, y que desde entonces se reconoce como puente de La Concordia, acepción que le dan los españoles, y se pone en boca de los matanceros, para homenajear la paz firmada entre Cuba y España en el Zanjón y que hoy lleva el ilustre nombre de un General Mambí: Lacret Morlot; mientras que el nombre La Glorieta parece estar inspirado en las características del portal, que hace de esta edificación una pieza arquitectónica atípica en el contexto urbano.
Esta segunda construcción parece haber finalizado en 1866, por la fecha que aparecía sobre el arco de medio punto de la entrada principal junto a las iniciales FG correspondientes a Fabián García, por ese entonces propietario del edificio. Esta fecha de terminación tiene sentido y se fundamenta en la existencia de planos del área del puerto que en 1864 muestran al edificio todavía sin terminar, faltándole un pequeño tramo que bien puede corresponder al portal.
Su cambio de uso también tiene fundamentación de época, pues al revisar la prensa local de la segunda mitad del siglo XIX, más exactamente de la década del sesenta, se testifica que la misma hace referencia a la necesidad de los propietarios de fomentar alojamientos en hoteles de ciudad y construir más habitaciones para dar capacidad al alto número de turistas que nos visitaban, atraídos por el esplendor de la ya reconocida Atenas de Cuba.
Cuando dejó de servir como hotel, se convierte en ciudadela; no conociéndose con exactitud la fecha de este cambio que acelera su deterioro. Se sabe que fue antes del triunfo de la Revolución (1959), y se especula, no habiendo aun testimonio real, que tal vez este cambio de uso esté relacionado con el Decreto Presidencial No. 1798 del 26 de mayo de 1948 que plantea lo inadecuado de muchos edificios hoteleros en las ciudades y otros puntos de interés debido al incremento de la población y al avance económico alcanzado por el país en esos años.
La edificación estaba deshabitada desde el comienzo de la nueva centuria por peligro inminente de derrumbe total, pues ya anteriormente había tenido algunos desplomes parciales de elementos, motivado más, por la falta de cuidado, el intensivo uso doméstico y la acción depredadora del hombre, que por la propia falta de mantenimiento en el tiempo.
Durante todo nuestro trabajo de investigación histórico documental, se constató que no sólo los entrepisos y las cubiertas iban desapareciendo poco a poco, sino que otros componentes como balcones, carpintería, herrería, pisos, sistemas técnicos de alumbrado y electricidad y muchos de los elementos decorativos interiores y exteriores habían sufrido transformaciones irreversibles en el mejor de los casos, pues muchos otros fueron desapareciendo.
En el espacio interior se sumaban a los escombros resultantes de los derrumbes parciales ocurridos, materiales orgánicos e inorgánicos de las más disímiles procedencias, lo que convertían el ambiente en un micro vertedero urbano, foco de contaminación ambiental y deterioro de una imagen impecable del siglo XIX.
Este abandono trajo como consecuencia el acelerado proceso de deterioro del conjunto, pues su estado atrajo a personas desconocedoras de sus valores patrimoniales, que se adueñaron de ladrillos de calidad, madera, hierro, mármoles y accesorios de todo tipo, en determinante atentado contra su perdurabilidad.
Ante este caos, se decide por el Gobierno y la Dirección Provincial de Planificación Física revalorizar el “Edificio de los Cien Mil Pesos”, y reutilizar sus locales con una nueva función social:
Centro Comercial de la Cadena de Tiendas TRD, pero los resultados, a pesar de haberse presentado y aprobado las Ideas Conceptuales, fueron en vano, pues las acciones emergentes resultantes del inventario de lesiones y análisis patológico no fueron tomadas en cuenta, y el necesario apuntalamiento de la estructura no se materializó nunca, como se debía hacer.
Marzo 19 del 2008, marca el empuje del fin, unos fuertes vientos provocan nuevos derrumbes parciales, los cuales alejaron definitivamente las posibilidades de recuperación de este patrimonio, pues muy pocas personas seguían apostando por su reutilización.
Pasados 15 meses, una enfermedad, alertada y mal curada, anuncia el fin, hasta que definitivamente llegó el día, lo que fue una joya de la arquitectura matancera no era más que unas ruinas que atentaban contra la quietud ciudadana en una nueva temporada de fenómenos meteorológicos y tenía que ser demolido. Es así como cae una nueva página de libro pétreo de la historia.
Conclusiones:
Hoy, el Edificio de los Cien Mil Pesos pertenece al pasado, y las futuras generaciones no podrán sentir el placer de ver el rostro de esta ciudad, tendrán que conformarse con identificar una fría imagen u oir contar una historia, tal vez alguna nueva leyenda callejera de lo que fue un símbolo de la identidad matancera.
…noble enseñanza:
Cada ciudadano puede hacer tanto, como amor ponga en el empeño, por lo que cuidando todos, con amor y con celo, el valioso patrimonio cultural matancero, portador de una identidad y de múltiples mensajes que nuestros hijos, dueños ya del futuro, tienen derecho a descifrar y disfrutar, contribuiremos a valorarlo y conservarlo en su justa dimensión.
De no entregarnos en cuerpo y alma a tan noble empeño, haciendo que el amor y la exigencia conviertan en milagro el barro, la por siempre Atenas de Cuba, sólo quedará soñada, recordada en imágenes, perdida para siempre, entre nosotros y por nosotros.
Cumplamos con nuestras responsabilidades hoy, para no avergonzarnos ni bajar la cabeza mañana.
Bibliografía:
Autor: Arq. Ramón Félix Recondo Pérez
- Colectivo de autores. Rehabilitación del patrimonio arquitectónico y edilicio. Tenerife, Imprenta Nueva Gráfica, 1992.
- Colectivo de autores. Rehabilitación del patrimonio arquitectónico y edilicio. Granada, Centro de estudios históricos de obras públicas y urbanismo (CEDEX-MOPTMA), 1996.
- Escalona Sánchez, M. S. El Puerto de Matanzas 1793-1839. Inédito.
- Hernández, M. y Cotarelo, R. Estudio de las Quintas matanceras del siglo XIX. Matanzas, Dirección municipal de Patrimonio, 1999.
- Pérez, L. Evaluación y reparación de viviendas con techos de viga y losa en la Habana. Palmas de Gran Canaria, Universidad de las Palmas de Gran Canaria, 1993.
- Ponte Domínguez, F.J Matanzas, Ciudad cubana de los sobrenombres. Matanzas, Consejo Nacional de Cultura, 1961.
- Ponte Domínguez, F.J Matanzas, biografía de una provincia. La Habana, Imprenta El Siglo XX, 1959.
- Quintero y Almeida, J. M. Apuntes para la historia de la Isla de Cuba con relación a la ciudad de Matanzas (desde el año de 1693 hasta el de 1877). Matanzas, Imprenta El Ferrocarril, 1878
Deja una respuesta