El Barón de Humboldt en la Isla de Cuba —1800-1801-18041, comentado por El Fígaro casi un siglo después.
La visita que á principios de este siglo hizo á nuestro país el sabio viajero prusiano conocido como el Barón de Humboldt, fué un acontecimiento importante; no sólo por el concepto que á hombre tan eminente mereció la culta sociedad habanera que le rodeó y acogió con su habitual franqueza y noble hospitalidad, sino por haber producido una obra que dió á conocer al mundo civilizado cuánto valía esta preciosa colonia española, á la sazón casi despoblada, vírgenes sus campos y en gran parte desconocida de sus mismos poseedores.
El aspecto físico del país, su extensión, su clima, su población, su agricultura, su comercio y sus rentas públicas constituyen otros tantos capítulos del Ensayo Político sobre la Isla de Cuba por el Barón Alejandro de Humboldt, tomados de su obra monumental acerca de su Viaje á las regiones del Nuevo Continente, que en 1826 dió á luz en París, y que, según decía el clásico y galano escritor don Domingo Del Monte, todo habanero debía rendirle feudo de admiración y de gratitud por la sagacidad y pulso con que en dicho Ensayo trató aquel viajero ilustre, nuevo descubridor de Cuba, como le denominaba don José de la Luz, de nuestras cosas y por el rico tesoro que reveló en ciencias naturales y matemáticas.2
Hasta entonces (1800) sólo habían salido á luz sobre nuestra isla, la obra de Mr. Robert Allen, impresa en Londres en 1762, sobre la grande importancia de la Habana; la insustancial relación que de ella hizo Estala en su Viajero universal, cuyos triviales errores supo rectificar acertadamente el habanero don Buenaventura Pascual Ferrer en una curiosa carta inserta en el mismo Viajero, y que el erudito doctor don Eusebio Valdés Domínguez reprodujo años después en la Revista de Cuba:
— La Idea histórica de la Isla de Cuba que en 1781 publicó el R. P. Fr. José María Peñalver en la primera Guía de Forasteros de la Habana; las noticias sobre la jurisdicción de la Habana, que abrazan el período de veintitrés años anteriores, escritas en 1800 por don Antonio del Valle Hernández:
la traducción corregida del artículo sobre Cuba de la Enciclopedia Británica, hecha por el sesudo habanero don José del Castillo y Pérez y que se imprimió en el más notable de los periódicos de la primera época constitucional (1812) en el Patriota Americano:
la Historia de la Isla de Cuba por don José Antonio Valdés, libro que por la exactitud de los datos que contiene y por otras buenas cualidades se atribuye al padre Caballero y, en fin, las cartas de Mr. Robert Jameson publicadas en Londres en 1821, pues no hemos de mencionar para nada el inexacto y mal informado libro que con el título L’isle de Cuba et la Havane imprimió en París Mr. E. M. Masse el año de 1825.
Ninguna de estas obras tuvo la notoriedad ni la trascendental importancia del Ensayo del Barón de Humboldt, en el cual, a pesar de algunas ligeras equivocaciones, salvadas por nuestro compatriota don Francisco de Arango y Parreño en las acotaciones que hizo en el ejemplar de su pertenencia y que se han insertado en la última colección de las obras de este esclarecido cubano, demostró su sabio autor toda su penetración y sus sólidos conocimientos científicos, pues sin embargo de no haber recorrido más que los alrededores de la capital hasta Managua, Bejucal, el valle de Güines, Batabanó y la costa sur hasta Trinidad, expuso la teoría de la formación de las Antillas, la constitución geológica de la isla de Cuba, determinó la latitud del castillo del Morro de la Habana, y fijó también la del cabo de San Antonio, puerto de Casilda, boca del río Guaurabo, río San Juan, bahía de Jagua, puntas de don Cristóbal y de Matahambre, la de San Antonio de Barreto, pueblo de Managua, Güines y Trinidad;
Fué el primero que al examinar el cerro de Guanabacoa, observó que sus rocas serpentinosas se hallaban cubiertas de dendritas de manganeso, atravesadas por venas de abesto y mezcladas con dialage metaloide.3
Escribió sobre el cultivo de la caña y la fabricación del azúcar, estudio que siempre será leído con interés. En él compara el valor de sus productos con el de otros países, la cuestión de los brazos que se emplearon en la labor de los campos, la proporción de su número con el de los ocupados en otros cultivos y aplicaciones diversas, y en fin, aquel exacto apreciador de las fuerzas industriales, ha expuesto cuál era el estado de la fabricación en este suelo, los vicios de que adolecía y los medios que debían adoptarse para hacerla progresar, teniendo presente que esta industria era una rama de la química aplicada y que debía consagrarse á la misma un especial estudio.
Fue el primero que publicó la noticia de las exportaciones anuales de azúcar hechas por el puerto de la Habana de 1786 hasta 1825 que la Sagra aprovechó para su historia económico política de Cuba.
Este último escritor dice que: por el Barón de Humboldt supo la existencia del famoso mapa original de Juan de la Cosa, que dió á conocer en la parte relativa á América en la gran obra sobre Cuba que dió á la estampa en París desde 1838 á 1858 en trece tomos.
Ese precioso documento cuya aparición hace época en la historia de la geografía universal, fué adquirido por un habanero, por el General Zarco del Valle, quien lo remató, á la muerte de su poseedor el barón de Walckenaer, para el museo naval de Madrid, donde hoy se encuentra.
Embarcados Humboldt y Bonpland en la Coruña á bordo de la fragata Pizarro el 5 de junio de 1799 llegaron á Cumaná, capital de la antigua provincia de Nueva Andalucía, en la Capitanía General de Caracas, el 16 del siguiente mes de julio. Cerca de año y medio invirtieron en recorrer aquel hermoso y virginal territorio, llegando hasta las márgenes mismas del Amazonas.
Desde la Guaira se trasladaron á la Habana, á donde arribaron por vez primera el 19 de diciembre de 1800, provistos de recomendaciones del ministro don Mariano Luis de Urquijo, de don Gonzalo de O’Farrill y Herrera y de otros personajes prominentes de la corte de Carlos IV para el marqués de Someruelos, Capitán General de esta isla.
V. M. Junio, 1897.
(Concluirá)
Parte II — Llegada del Barón de Humboldt a la Isla de Cuba.
Parecióle al Barón la entrada del puerto de la Habana, una de las vistas más alegres, pintorescas y encantadoras de que podía disfrutarse en la América Septentrional. Este sitio, dice, celebrado por todos los viajeros del mundo, no tiene la pomposa vegetación que hermosea las márgenes del Guayaquil, ni la silvestre magestad de las rocallosas costas de Río Janeiro, pero la gracia que en nuestros climas revisten los cultivos naturales, dándole encanto y vida al paisaje, confúndese en el puerto de la Habana con la magestad de las formas vegetales y con el vigor orgánico que es característico de la zona tórrida.
El europeo experimenta allí una serie de impresiones tan halagüeñas, que suele olvidar el peligro con que le amenaza el clima, al contemplar aquellas grandes fortalezas construidas sobre los arrecifes y montañas al oriente de la ciudad, aquella concha interior del mar rodeada de pueblecillos y de estancias, aquella ciudad, cuyas calles son estrechas y sucias, medio cubierta por un bosque, de mástiles y de vela de embarcaciones.
Hospedáronse nuestros ilustres viajeros en casa de la familia de Cuesta, que con la de Santa María constituían una de los más acreditados centros mercantiles de la América española, y en la del Conde de O’Reilly colocaron sus instrumentos físicos y las espléndidas colecciones de plantas y minerales que trajeron del hermoso país bañado por el Orinoco.
En las azoteas del palacio del Conde determinó la longitud de la ciudad de la Habana, que en aquella época estaba equivocada en más de un grado y medio, auxiliándole en estos trabajos el sabio marino don Dionisio Alcalá Galiano, uno de los oficiales más instruidos de la marina española, que había levantado el plano de las costas del estrecho de Magallanes y que pocos años después, mandando la Bahama, sucumbió heróicamente en el memorable combate de Trafalgar.
En las dos casas de aquellas distinguidas familias habaneras encontraron ambos viajeros la más franca y generosa hospitalidad, que el Barón de Humboldt se complace en elogiar en su obra, recordando de paso la que en otras no menos ilustres recibieron ellos mismos y poco tiempo antes de su venida los príncipes franceses de la casa de Orleans.
Eran allí recientemente obsequiados por el marqués de Someruelos, la primera autoridad de la isla, por su asesor don José de Ilindieta, por el famoso Intendente don José Pablo Valiente que ya había cesado en su destino y estaba aguardando ocasión favorable para marchar á Madrid á tomar posesión del que acababa de obtener en el Supremo Consejo de Indias, por el marqués de Casa Calvo, por los Condes de Mopox y de Jaruco, de Casa Peñalver, de Bayona, de Santa María de Loreto, de Lasgunillas, por los Herreras, Arango, de la Luz, O’ Farrill, Caballero, por los doctores Romay y González, por el botánico la Ossa, por Robredo, por Valle Hernández el benemérito Secretario del Real Consulado y por cuanto á la sazón representaba aquí la aristocracia del talento y la de la cuna.
La permanencia de los viajeros en la isla duró desde mediados de diciembre de 1800 hasta el 15 de marzo del siguiente año de 1801 y durante sus excursiones por Guanabacoa, Regla, Managua, San Antonio de las Vegas, Bejucal, Wajay y el pintoresco valle de Güines fueron acompañados por muchos de los mencionados individuos, algunos de los cuales, como don Francisco de Arango y Parreño, el Conde de Jaruco y los herederos de don Nicolás Calvo y O’ Farrill los tuvieron hospedados en sus ingenios la Ninfa, Río Blanco y La Holanda.
Las verdes campiñas engalanadas por la diversidad de árboles entre los cuales descuella la enhiesta y gallarda palma real, los floridos y odoríferos arbustos que ornan los prados y colinas, embalsamando el ambiente diáfano y puro eran constantemente motivos de deleite para los viajeros, y para el Barón de Humboldt esta tierra la más bella que ojos humanos vieron, fué su origen un bosque de palmares, de limoneros y de naranjos silvestres.
La exuberante naturaleza de Cuba y la fertilidad de su suelo hacen de ella la más rica de las Antillas, la que más vasto campo ofrece á la civilización.
El espectáculo de la esclavitud llamó poderosamente su atención y aconsejó al g0bierno de la Metrópoli que fuera preparando gradualmente la abolición, valiéndose para ello de medidas humanas y prudentes, pero sobre todo prohibiendo enérgicamente el infame comercio de negros que continuaba haciéndose fraudulentamente:
Es preciso sondear la llaga, decía; porque existen en el cuerpo social, dirigido con inteligencia, lo mismo que en los cuerpos orgánicos, fuerzas reparadoras que puede apurarse á los males más inveterados.
Reconoció que en ninguna parte del mundo donde había esclavos, era tan frecuente la manumisión como en la Isla de Cuba, porque la legislación española, contraria enteramente á las legislaciones francesa é inglesa, favorecía extraordinariamente la libertad, no poniéndola trabas ni haciéndola onerosa, y á su rara penetración no pudo ocultarse que ciertos hábitos que eran casi genuinos de nuestra sociedad engendraban entre amos y esclavos, blancos y libres de color, vínculos de afecto de que algunos años más tarde habló Olivan en las Cortes de la Nación y sobre los cuales son muy curiosas y dignas de tenerse en cuenta para la apreciación de nuestro estado social, las observaciones que D. José del Castillo, el ilustrado redactor del Patriota Americano, hacia á su pariente D. Juan Montalvo y Castillo en la correspondencia epistolar que allá por los años de 1836 sostenía con él.
El Barón de Humboldt no pudo permanecer indiferente ante el cuadro de horrores que la esclavitud de los negros ponía á su vista.
“Al viagero que ha visto de cerca, decía, lo que atormenta ó degrada la naturaleza humana, pertenece el hacer llegar las quejas del infortunio á los que pueden aliviarlo. He observado el estado de los negros en los países en que las leyes, la religión y los hábitos nacionales se dirigen á dulcificar su suerte; y sin embargo he conservado al dejar la América el mismo horror á la esclavitud que tenía en Europa.”
Los propietarios ricos que formaban parte de las Corporaciones de la Habana, del Ayuntamiento, del Real Consulado y de la Sociedad Patriótica, dice Humboldt, manifestaron en muchas ocasiones disposiciones desfavorables para mejorar la suerte de los esclavos.
Si el Gobierno de la metrópoli en vez de temer aún la apariencia de las innovaciones, hubiera podido sacar partido de estas circunstancias felices y del ascendiente de algunos hombres de talento sobre sus compatriotas, el estado social hubiera experimentado mudanzas progresivas y en la época en que el Barón escribía su Ensayo sobre Cuba, ya los habitantes de la isla hubieran estado gozando de las mejoras que desde hacía tiempo se habían discutido.
Después de hacer alusión á las controversias que en la Junta Económica del Real Consulado se suscitaron con motivo de las conmociones de Santo Domingo, para tratar de las medidas que podrían tomarse para conservar la tranquilidad de los negros; después de mencionar el Reglamento de Cimarrones; y las proposiciones hechas por el mismo Consulado para aumentar el número de las negras en los ingenios de fabricar azúcar; después de dar cuenta de los planes proyectados para mejorar la educación de los niños, para la introducción de colonos blancos de las islas Canarias, para establecer escuelas en los campos con el objeto de dulcificar las costumbres de la ínfima clase del pueblo y mitigar la dureza de la esclavitud de un modo indirecto, reconoce que estos propósitos no produjeron ningún resultado, porque la mayoría de los propietarios halagados con la subida de los precios del azúcar no pensaron en restringir el odioso comercio de esclavos, aunque sería injusto, agrega, no consignar en esta lucha entre intereses privados y miras de una sabia política los deseos y los principios que manifestaron algunos habitantes de la isla de Cuba, entre los cuales cita á don Francisco de Arango y Parreño, á quien consideró uno de los hombres de Estado más ilustrados, profundos é instruidos en la posición de su patria, para que la legislación sobre la esclavitud fuera humanizándose.
Su sagaz criterio le hizo comprender con cuanta razón dijo noblemente este ilustre habanero que á pesar de la dulzura y sabiduría de esas leyes, el infeliz negro, considerado como simple cosa utilizable sólo para el trabajo, en la soledad de un ingenio ó de una hacienda, quedaba expuesto al cruento trato del grosero capatás que armado de un machete y un látigo, ejercía impunemente su autoridad absoluta.
Las sabias palabras con que el ilustre viajero berlinés concluye el capítulo séptimo de su Ensayo Político han debido resonar perennemente desde 1826 hasta 1880 en los oídos de nuestros gobernantes y de los propietarios de esclavos para haber anticipado la fecha memorable en que éstos gozaron por completo de los beneficios de la libertad y disfrutaron de las consideraciones de hombres sui juris.
V. M. Junio, 1897
(Concluirá.)
Parte III — Herbarios del Barón de Humboldt, viaje por la costa sur de Cuba en 1801, a América del Sur y regreso.
A pesar de este cáncer de la esclavitud que corroía nuestra sociedad y de que su cultura intelectual se hallaba tan desigualmente repartida, el trato de la gente de alto rango de la Habana, trajo á la memoria de Humboldt los recuerdos de los modales atentos y urbanos de los andaluces más cultos y el que había disfrutado así mismo en las ciudades comerciales más ricas de Europa.
“La civilización de una nación, decía, rara vez se extiende á gran número de individuos, y no llega á los que, en los talleres están en contacto con los negros”; así es que el contraste que ofrecía nuestro estado de cultura parcial y circunscrito á determinadas localidades, había de llamar precisamente su atención.
Los habaneros, decía, han sido los primeros habitantes de las colonias españolas que han viajado por España, Francia é Italia y en el íntervalo de tiempo que hubo entre la paz de Versalles hasta que principió la revolución de Santo Domingo, la Habana me parecía diez veces más cercana á España, que Méjico, Caracas y Nueva Granada.
Aunque yo he tenido la ventaja que pocos españoles, continúa hablando el sabio viajero, de haber recorrido sucesivamente á Caracas, la Habana, Santa Fé de Bogotá, Quito, Lima y Méjico; y que en estas seis capitales de la América española mi posición me ha puesto en relación con personas de todas condiciones, sin embargo, no me tomaré la libertad de discutir sobre los diferentes grados la civilización á que se ha elevado la sociedad en cada una de estas colonias.
Más fácil me es indicar los diferentes grados de cultura nacional, y el objeto hacia el cual se inclina con preferencia el desarrollo de las facultades intelectuales, que colocar y comparar lo que se pueda considerar bajo un mismo punto de vista.
Me ha parecido que en Méjico y Bogotá hay una tendencia decidida por el estudio profundo de las ciencias; en Quito y en Lima más gusto por las letras, y por todo lo que puede lisonjear una imaginación ardiente y viva; en la Habana y Caracas mayor conocimiento de las relaciones políticas de las naciones y miras más extensas sobre el estado de las colonias y de las metrópolis. La multiplicación de las comunicaciones con el comercio de Europa, y aquel mar de las Antillas que hemos descrito como un mediterráneo con muchas bocas, han influido poderosamente en el progreso de la sociedad en la Isla de Cuba, y en las hermosas provincias de Venezuela; en ninguna parte de la América española ha tomado la civilización un aspecto más europeo.
Habiendo llegado á conocimiento de los célebres viajeros que ya no podían llevar á cabo el viaje que proyectaban á las islas Filipinas, determinaron lo conveniente para conservar sus herbarios, formaron tres ricas colecciones de las plantas que habían recogido con tanto trabajo en las orillas del Orinoco, del Atabapo, del Cassiquiare y del río Negro, que une las aguas de este con las del portentoso Amazonas, enviaron una á Alemania por la vía de Inglaterra, otra á Francia por Cádiz que confiaron á su compañero de viaje Fray Juan González, de la Orden de San Francisco, el cual tuvo la desgracia de perecer con ella en una tempestad sobre la costa de África, quedando la otra depositada en la Habana, y fletando una goleta catalana que se hallaba en la rada de Batabanó, salieron de la capital de la isla el día seis de marzo del año de 1801, en dirección de aquel surgidero, volviendo á atravesar el valle de Güines, deteniéndose otra vez en el ingenio la Holanda, de D. Nicolás Calvo de la Puerta, dónde estuvo el general Someruelos la tarde del 12 de mayo de 1797, recién llegado de Europa antes de tomar posesión de la Capitanía General de la Isla, y en el ingenio de Rio Blanco, del joven Conde de Mopox y de Jaruco, padre de la famosa Condesa de Merlin.
En la casa de vivienda de esta finca “hermoseada por todos los medios que el gusto de los placeres y un gran caudal pueden proporcionar, recibió Humboldt aquella generosa hospitalidad, que aunque generalmente disminuye con los progresos de la civilización, se ejercía en la isla de Cuba con tanto esmero como en los países más lejanos de la América española”.
Así que los viajeros perdieron de vista los tristes y pantanosos contornos de Batabanó, divisaron la Isla de Pinos, los cayos de los Jardines y Jardinillos, llamados así por el mismo Colón cuando en su segundo viaje estuvo cincuenta y ocho días luchando contra las corrientes y los vientos por esos rumbos, describiendo los islotes de aquel archipiélago que le parecieron verdes, llenos de arboleda y graciosos.
El cuadro en que también Humboldt los describe es admirable, uno de los más brillantes de luz y colorido de su encantadora relación. Aquellos sitios tuvieron para él un atractivo que no halló después en la mayor parte del Nuevo Mundo, porque revivieron en su mente recuerdos que están unidos á los nombres más grandes de la monarquía española, los de Cristóbal Colón y Hernán Cortés, cuyas aventuras en ellos no pudo menos de recordar.
Visitaron después la hermosa bahía de Jagua, llamando su atención la triste soledad de aquellas desiertas costas meridionales de esta isla, en las que no vió ni siquiera una luz que anunciara la cabaña de un pobre pescador. El 14 de marzo entraron en el río Guaurabo, uno de los puertos de Trinidad, cuya población visitaron.
Hay cerca de cuatro millas desde la embocadura del río á la ciudad, y el camino pasa por una llanura que parece nivelada por una larga mansión de las aguas, cubierta de una espléndida vegetación que á causa del miraguano, que es una palmera de plateadas hojas que vieron allí por primera vez, tiene un carácter particular.
Fueron hospedados en casa de un señor Muñoz, Administrador de Hacienda y después de haber estado haciendo observaciones durante gran parte de la noche para fijar la latitud de la localidad que convenía con la que había observado el capitán de fragata don José del Rio, de haber sido obsequiados por el Teniente Gobernador y de haberse alojado en casa de uno de los habitantes más ricos de la ciudad, de haber admirado de nuevo en las de Trinidad la alegría y viveza de ingenio de la mujer de Cuba, dones felices de la naturaleza que si bien eran susceptibles de recibir más atractivo por el refinamiento de las costumbres europeas, eran mucho más agradables en su prístina sencillez, dejaron la ciudad en la noche del 15 de marzo de 18014 en que emprendieron nuevamente viaje hacia la América del Sur, con el objeto de reunirse á la expedición de Baudin en Cartagena de Indias.
No nos proponemos hablar del portentoso viaje de Humboldt y Bonpland desde Cartagena hasta Lima, pues como dice con razón Pezuela, se necesitaría un volumen y no un artículo para narrar sus incidentes. Tomaron pasaje en el puerto del Callao para arribar al de Acapulco en la costa occidental de México sobre el mar Pacifico, el 23 de marzo de 1803 y de allí continuaron para la capital.
En aquel virreinato permanecieron Humboldt y Bonpland cerca de un año, pues el 7 de marzo de 1804, después de haber enfermado aquel del vómito en Veracruz, se dirigieron por segunda vez á la Habana, á donde arribaron á principios de abril, encontrando en dicha ciudad la misma entusiasta acogida que en su primer viaje.
El Obispo Espada, que para gloria del episcopado y de la civilización cubana se hallaba en esta isla desde el 25 de febrero de 1802, no tuvo ocasión de saludar á los viajeros, pues en aquellos días del año de 1804 hacía precisamente su primera visita pastoral por el centro de la isla don Andrés de Jáuregui, don Francisco de Arango y don Antonio del Valle Hernández pusieron entonces á su disposición cuantos datos acerca del comercio, población y agricultura de la isla les había pedido anteriormente el Barón prusiano.
De la Habana zarparon los viajeros en mayo de 1804 para Nueva York, Filadelfia y Washington y el 3 de agosto siguiente llegaron felizmente á Burdeos.
Los venezolanos y los mexicanos han conservado en su historia el recuerdo del memorable viaje del célebre Humboldt. Arístides Rojas en su Libro en prosa consagró sus más brillantes páginas á la memoria de su excursión por Venezuela, y la Sociedad de Geografía de México al celebrar solemnemente el aniversario del centésimo año de su nacimiento, dedicó en su honor un número del Boletín de geografía y estadística, del cual hemos reproducido los retratos que figuran al frente de este trabajo.
V. M. Junio 97.
Bibliografía y Notas
- Con este notable é interesantísimo artículo, que comprende dos partes, nos honra la pluma modesta de un ilustre escritor, afamado como erudito y bibliófilo. (N. de la D.) ↩︎
- Véanse los notables artículos que el excelente y bien informado escritor D. Manuel Villanova dió a luz en La Semana, con el título Humboldt y Trasher. ↩︎
- En junta ordinaria de la Real Sociedad Patriótica de 31 de Abril de 1804, siendo Presidente el Marqués de Someruelos, Gobernador y Capitán General de la Isla de Cuba, Director don José de Ilincheta, Censor el Conde de Valle Llano, Secretario don Benigno Duque de Heredia, Tesorero Don Manuel García, Contador don Pablo Boloix y con asistencia de los socios D. Francisco Arango, Pbro. don Félix Veranes y don Juan Tirry y Lacy, manifestó el Presidente que deseoso de aprovecharse del talento y conocimientos del Sr. barón de Humboldt, celebre viajero prusiano que segunda vez se hallaba en esta plaza de regreso para Europa, le había pedido reconociese los cerros mineralógicos de Guanabacoa y le comunicase las noticias y observaciones que hiciese de ellos, para que constando al Cuerpo Patriótico pudiesen servir en lo sucesivo á algunos efectos útiles y convenientes, y que habiéndolo verificado las manifestaba a su señoría en el papel original que mandó leer y que se insertó integro en el acta de aquella sesión. ↩︎
- El Ensayo Político sobre la Isla de Cuba — página 333. ↩︎
- V. M. “El Barón de Humboldt en la Isla de Cuba,1800-1801-1804”. Revista El Fígaro, no. 21 (Junio 6, 1897): p. 258.
- V. M. “El Barón de Humboldt en la Isla de Cuba,1800-1801-1804, Parte 2”. Revista El Fígaro, no. 23 (Junio 21, 1897): p. 286.
- V. M. “El Barón de Humboldt en la Isla de Cuba,1800-1801-1804, Parte 3”. Revista El Fígaro, no. 24 (Junio 27, 1897): p. 300.
- Boletín de Geografía y Estadística dedicado a la memoria de Alejandro de Humboldt por la Sociedad de Geografía de México. Mexico, Imprenta del Gobierno en Palacio, 1869.
- Personalidades y Negocios de la Habana.
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