Hace pocos días fuimos invitados en galante esquela á la inauguración de un establecimiento (El Louvre de Manuel Tejedor) que abría sus puertas al público, no lejos de El Fígaro, y en la misma acera. (El Fígaro está en Obispo 62, y la casa á que aludimos, El Louvre, se aIza en Obispo 38.)
Firmaba la esquela un querido ex-compañero en el periodismo, el señor Manuel Tejedor, activo reporter de La Lucha, colaborador en nuestro periódico y uno de los jóvenes prometidos á más brillante porvenir en la prensa habanera.
Tejedor se cansó pronto de chismear noticias, de gastar sus ojos y fatigar su cerebro en la sedentaria —relativamente— ocupación de poner negro sobre blanco; es decir: de escribir, y metió su actividad por otros caminos más provechosos, de un provecho práctico, para él, pero que nosotros lamentaremos iempre.
No es tan fructífero ni tan brillante entre nosotros el campo del pensamiento escrito para que actividades y disposiciones como la de Tejedor puedan irse de la liza sin que dejemos de sentirlo. Hoy Tejedor es comerciante.
Pero hoy no es al periodista dimisionario á quien vamos á consagrar nuestras líneas de afecto; es al muy inteligente propietario de El Louvre que desde la mañana en que abrió sus puertas, se ha hecho una clientela envidiable en la Habana.
Si algo merecido es digno de consignarse con aplauso, ese algo es la buena fortuna que desde el primer momento ha acompañado la exhibición de El Louvre.
No sin grandes sacrificios ha realizado su empresa el señor Tejedor. Frecuentes viajes á los grandes centros industriales de Europa y América le han permitido estudiar y seguir de cerca la marcha del comercio en general y la de las diferentes ramas del comercio en particular.
En vez de distraer su ociosidad en las mil diversiones y distracciones que ofrece á un joven en su novedad siempre brillante, donde todo es inédito, cada gran capital, Tejedor se informaba de las ventajas é inconvenientes de cada empresa, de cada explotación, siguiendo las leyes de la oferta y la demanda, y tomando, por decirlo así, el pulso á los negocios.
De estos viajes sucesivos adquirió y trajo la experiencia en las mejoras, la decisión resuelta de aplicar ideas y tiempo á lo que había observado y compulsado, y dotar á la Habana de un establecimiento que fuera digno de la cultura y del gusto de la Habana.
Y el sueño noble fué realizado. Hoy El Louvre lleno y cuajado de novedades que se disputan la curiosidad y el buen gusto habanero, honra á la Habana y honra á su propietario. En la azarosa lotería del comercio ha sacado un número envidiable Manuel Tejedor. Nosotros, consignando el hecho, lo comentamos entre aplausos.
El Louvre abre su doble puerta sobre un vasto hall amplio y brillante que una línea de columnas centrales, llenas de objetosde elegancia parisiense, parte en una doble sala.
Diríase combinado, preparado y realizado para la seducción de los ojos. Desde los chaflanes de la entrada, vestidos de vidrieras, donde los objetos de fantasía se extienden, como un desafío á la avaricia humana, que capitula, abdica, abre el bolsillo, y lo vuelca en el mostrador á cambio de una saxe, una porcelana, un lindo bibelot, hasta el fondo de la sala, todo responde á las exigencias del gusto más refinado y á la solicitud del más desconfiado de los caprichos.
El Louvre de Tejedor es el paraíso de las mujeres, de los hombres y de los niños.
¿Qué dama habanera no se deleita y pasma ante lindas jarras de porcelana ó bohemia esmaltadas de oro, de esmeralda, de zafiro, cruzadas de filetes y blasonadas de pinturas que harían el encanto único de una rinconera ó la gracia suprema de un tocador de elegante?
¿Qué hombre no devora con los ojos antes de tocarlo con las manos y llevárselo consigo uno de esos objetos que completan el chic personal, llámese cartera de piel rara, bastón de madera preciosa ó dije que avalora centuplicándolo el mérito de una leontina?
¿Qué niño no halla el cielo entre los mil objetos que despiertan su santa codicia, forma eterna de las sagradas animalidades intuitivas de la infancia?
Tocando esos lados, siempre vivos, de la eterna humanidad, logró El Louvre lo que ha conseguido: hacer de su salón: el rendez vous de la sociedad habanera.
Todo lo que la fantasía (inagotable) alemana, austriaca, francesa, neoyorkina trabaja, completa y ofrece al mundo en artículos de fantasía, —terracottas, adornos, juguetes, bibelots, brimborions, perfumes, esencias, dijes. etc., halla su specimen en la apenas abierta, y ya popular casa.
Mucho oro, muchas fatigas, muchas contrariedades —la eterna historia de cuanto se emprende con ánimo decidido y conciencia honrada— pero al cabo de esa suma de esfuerzos, el triunfo total.
Sí; vale la pena de emprender ciertas obras. Una imitación europea y americana que produce notables resultados ha sido introducida por el propietario de El Louvre en su establecimiento: la de señoritas tras los mostradores presidiendo y realizando la venta de los objetos.
Todo lo que tocan manos femeninas sale de ellas perfumado. Las costumbres se suavizan y se cambian y el respeto pone un pretil infranqueable en los tratos de comprador y vendedora.
Si no tuviera más que esta innovación El Louvre merecería estos plácemes. Pero hay muchas. La novedad de lo que se exhibe, la verdad de lo que se vende, la amabilidad exquisita de las lindas marchandes y el perfume de distinción que satura aquella atmósfera, harán de El Louvre, el establecimiento predilecto para los que lo soliciten —y son todos los residentes en la Habana— objetos de fantasía tan bellos á los ojos y tan útiles para la necesidad de adquisiciones caprichosas que llenan el alma humana.
Imitando y corrigiendo la frase del heraldo antiguo, podemos gritar El Louvre ha nacido. ¡Viva El Louvre!
Conde Kostia (Aniceto Valdivia y Sisay).
Bibliografía y notas.
- “El Louvre: Manuel Tejedor.” El Fígaro, Periódico Artístico y Literario. (Junio 18, 1899).
- El Conde Kostia en La Jiribilla.
- Personalidades y negocios de la Habana.
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