José María Heredia en Matanzas por Juan Álvarez.
Depurar la vida y hechos de los hombres, no es tarea inútil; es un deber de la crítica, y un homenaje que se rinde á la exactitud de la Historia.
Los puntos discutibles en el tejido de hechos, que constituye una biografía, son a menudo numerosos, ¿Qué extraño, pues, que al tratarse de don José María Heredia, si célebre, no estudiado más que de paso y sucintamente, encontremos á cada instante penumbras, obscuridades, verdaderas tinieblas, cuando su vida no se ha escrito con la extensión que de consumo reclama su fama, y exigen los documentos que de él nos hablan?
Matanzas siente orgullo legítimo de haber sido la preferida, entre todas las ciudades cubanas, por el insigne poeta, y la primera tierra saludada con pasión, si bien obscurecida por las lágrimas del desterrado, al pasar frente á la puerta del hogar querido, sin poder cruzar su dintel:
Y á lo lejos descúbrese un monte... Lo conozco... ¡Ojos tristes, llorad!
Es el Pan... En su falda respiran El amigo más fino y constante, Mis amigas preciosas, mi amante... ¡Qué tesoros de amor tengo allí!
¡Cuándo llegó Heredia á Matanzas! La fecha precisa se ignora; yo, al menos, no logro fijarla con la precisión que excluye toda duda; hay, sin embargo, datos, que permiten conjeturas, casi certezas. Muerto inopinadamente su padre en Méjico, de cuya audiencia era oídor, Heredia en compañía de su familia, retorna á Cuba en el otoño de 1820.
Los recursos con que contaba eran escasos; su padre, magistrado integérrimo no supo atesorar sino para el pobre, y la caridad cristiana fué la insaciable acreedora de toda una vida consagrada al bien y á La justicia.
Su tía María Josefa vivía á la sazón casada en Matanzas, y aquí también su tío don Ignacio, presenta ante el Ayuntamiento su título de abogado, el 13 de octubre de 1820. Natural es, por lo tanto, que en los periodos del año escolar en que el estudio de las leyes, continuado en la Universidad, lo permitiera, se trasladara a Matanzas, puesto que, á esta ciudad había hecho ya sus primeras excursiones en febrero de 1819, á fin de visitar algunas familias dominicanas, aquí establecidas.
Esto, por lo menos, hace sospechar el profundo afecto de su tío, quien por su juventud resultaba más bien un amigo y el cariño de la matancera Lola, que le consoló pronto de los olvidos é ingratitudes de la habanera Lesbia.
A ésta, aun la recuerda con dolor en agosto de 1821; algo más tarde ya se atreve á decirla:
El amor que me inspiraste Para siempre se ha borrado...
En diciembre de este mismo año se sentía encendido por el fuego de una nueva pasión. Leyendo la composición, A … en el baile, y comparándola con las que dirigió expresamente á Lola, se adivina, que entre aquellos suspensivos se encerraba este nombre, el cual, su pluma, sin embargo, no se atrevía á escribir. El retrato que de ella hace, es el mismo: no difieren las líneas, ni desdice el colorido![1]
En diciembre, pues, de 1821, se encontraba Heredia en Matanzas ¿Era tal residencia accidental ó tenía carácter permanente? Tratemos de investigarlo.
Por el estudio que al Poeta consagró el Sr. Guiteras en la “Revista de Cuba”, sabemos que el 16 de febrero de 1822 se representó en el teatro de Matanzas su tragedia Atreo. El público aplaudió; pero hubo también quien la motejó de negra y feroz.
Heredia, no se daba por convencido; lejos de asentir, responde: “Jamás he creído que la tragedia deba escribirse con agua de rosa”; pero lo que hace al caso es, que á través de la advertencia, que según el Sr. Guiteras, precedía al manuscrito, se trasluce que el Poeta hubo de estar muy cerca de la escena, tal vez ser testigo presencial.
Por las composiciones, que llevan el título A Lola en sus días y Ausencia y recuerdo, fechadas en marzo y mayo de 1822, se ve á las claras, que el Poeta canta ya en la Ciudad de los ríos. En la primera, Heredia se encuentra junto al ángel consolador que logra mitigar el rigor de sus pesares; en la segunda, la tristeza de la ausencia le embarga, pero no es él quien se ausenta, es ella la que encanta otro lugar, mientras él: En vano corre la margen del callado río, — el Yumurí — que melancólico y mustio errar le mira.
Conjeturo, pues, que á fines de 1821, dados la corta vida y el ningún provecho de la Biblioteca de Damas, publicación literaria fundada por él en la Habana ese mismo año, Heredia debió refugiarse al lado de su tío. Sea de esto lo que quiera, sin embargo, no creo que la permanencia de Heredia en Matanzas, pueda retardarse más allá de los primeros meses de 1822.
La colección de documentos en poder del erudito y diligente investigador, bibliotecario de Matanzas, don Augusto Escoto, generosamente puesta á mi disposición, contiene uno, fechado en 7 de mayo de 1822; con la circunstancia de que tal data señala el principio de una correspondencia entre esta ciudad y la Habana, sostenida con su fiel amigo, Silvestre Luis Alfonso, hasta el 15 de marzo de 1823. Donde están, pues, los documentos, sobran las conjeturas.
Don José María Heredia era por entonces, bachiller en Derecho; mas como la ley exigía previsoramente la práctica antes de autorizar su ejercicio en el foro, á la práctica se entregó en el bufete de Don José Teurbe Tolón, simultaneando, no obstante, el estudio de legajos y procesos, con la entonación de cantos eróticos, paseos á orillas del Yumurí, excursiones á la finca Jesús María, en compañía de su tío, y la asistencia á reuniones, que, más tarde, formaron cuerpo de delito, marcando rumbo decisivo á su vida apenada y tormentosa.
¿Quién condujo á Heredia hasta el extremo, entonces preñado de peligros, de conspirar contra la dominación española? El espíritu del poeta y el espíritu de su época.
No hay que olvidar, que durante la vida de su padre, de hecho su único mentor, las opiniones de éste eran también las de su hijo. El padre de Heredia, vigoroso vástago de antiguo é hidalgo tronco español, se mantuvo siempre fiel á la metrópoli, aunque su espíritu justiciero y piadoso, reprobara los excesos de sus gobernantes, ó de los que con tal carácter la representaban.
Sus enemigos llegaron hasta calificarle de faccioso; calumnia, que su virtud acrisolada y la nobleza de su conducta no sé si lograron desvanecer del todo; más, como compensación, el pueblo de Venezuela agradecido, le aclamaba su defensor y su padre.
¿Qué alianza de sentimientos sería dable entre Boves y Heredia? Por eso el hijo, al par que vierte piadoso bálsamo en las heridas de su padre, truena contra los opresores, calificándolos de perversos y llamándolos hasta:
Reptiles impuros
sedientos de oro y sangre
Más tarde los sentimientos de Heredia no variaban. La composición: A mi padre encanecido, repite esos mismos conceptos. Ya en 1819, en su primer tentativa dramática, representada en teatro particular de Matanzas en las noches del 14 y 23 de Febrero, cuyo titulo es: Eduardo IV ó el usurpador demente, escoge Heredia el papel de Guillermo, noble escocés, que conspiraba para libertar á su patria; y del amor á ésta hacía derivar el poeta todas las virtudes sociales.
Todo esto, á no engañarme, indica la orientación de su mente juvenil y la predisposición favorable para que, una vez muerto su padre, cuyo tesón é integridad de principios admiraba, cayera envuelto en el torbellino revolucionario, que cual huracán destructor, de lo pasado, recorría el continente, reduciendo á polvo el maravilloso imperio, obra de los gigantes del siglo XVI.
Es tan fácil pasar, por otra parte, del amor al odio de hechos y personas, al culto á las ideas, que simbolizan, sobre todo cuando la piedad de los unos nos atrae la malevolencia calumniosa de los otros, que el salto de Heredia, joven, casi niño todavía, en el campo donde secreteaban los conspiradores, es hecho humano, que á nadie puede sorprender.
Ese estado, que ahora diríamos psicológico, en la vida de los pueblos americanos, no era un accidente; obedecía á concausas múltiples, de las cuales eran añejas unas y otras del momento; causas al fin, en que para ser justo, hay que consignar en el Debe y el Haber de cada uno, lo que en justicia corresponda, sin precipitación, sin apasionamientos, y sin arrancar los hechos del fondo que dan la época, y los defectos añejos á toda obra humana, aunque sea tan grande y admirable como la conquista y colonización de un Mundo.
La hora de esa justicia empieza, y á esa tarea contribuyen no poco los escritores americanos. La obra realizada por España no tiene semejanza por su misma grandeza, con ningún otro hecho histórico. Empezamos todos á comprenderla y motivos hay para estar de ella orgullosos, á pesar de sus lunares.
En lo que á Cuba toca y por la época á que me refiero, hay que considerar como factores, al mismo grupo de españoles, que pretextando la voluntad nacional y al canturreo del “Trágala”, imponen á la Metrópoli un gobierno liberal de nombre, violento en los hechos, levantado sobre el mismo solio, por la sedición triunfante, á expensas de la disciplina.
Verdad que el absolutismo de Don Fernando no iba en zaga al liberalismo de Riego. Diferían en el nombre y se parecían en los hechos. Mas lo que hace al caso, es, que España sembraba vientos y aquí se recogían y presagiaban tempestades.
Si el pueblo era el soberano en España, ¿porqué no había de serlo en América? El colombiano Vargas, que antes sirviera fielmente á la Metrópoli, justificando su alzamiento decía en 1820, en su proclama de Canora:
Ahora, que los inmortales Quiroga y Riego han descubierto con sus armas libertadoras los títulos imprescriptibles de la Nación, he logrado convencerme, que tanto el pueblo español como el americano tienen el derecho de establecer un gobierno, según su conciencia y propia felicidad
Vargas
…lo mismo exactamente, que en la taberna llamada “La Encrucijada”, según las diligencias instruídas por el alcalde Hernández Morejón, decía el licenciado José Teurbe Tolón y confirmaba el Dr. Juan José Hernández, carácter insinuante y sugestionador, que tanta influencia debió ejercer sobre las opiniones políticas de Heredia, dado el cariño y admiración, que este le profesaba.
La revolución española repercutió en Cuba con una intensidad de que sólo se dá cuenta quien tenga presente la agitación de aquel período liberal y el entusiasmo, que la constitución despertaba.
El obispo Espada fué uno de sus decididos partidarios, y él fué también quien estableció la cátedra de Constitución en el Seminario, donde Varela preparó aquella juventud, que en primero de Abril de 1823, quisiera lanzar arrebatada de su enardecido liberalismo un grito de adhesión y libertad, que atravesando rápidamente la inmensidad de los mares, resonase vigoroso y esforzado en el mismo centro de la capital de las Españas.
Tal era la situación en el no lejano momento en que Heredia, abogado desde 9 de Junio de ese mismo año, iba á ser complicado en la famosa causa de los Soles de Bolívar.
La sociedad secreta, así llamada, era al parecer de importación colombiana. Allí, por lo menos, debía inspirarse, porque de allí precedía el joven José Francisco Lemus, quien, aunque cubano, en el ejército de Colombia alcanzaba el grado de coronel. La circunstancia de residir Heredia en Matanzas, por la fecha en que Lemus llega á la Habana, 25 de Junio de 1822, descarta la suposición de contacto directo con el fundador de los Soles de Bolívar.
Si con ellos mantuvo relaciones, hubo de ser mediante los Soles matanceros, entre los cuales figuraba preferentemente el famoso Dr. Hernández, alma de fuego, temperamento indomable, elocuente, propagador y apóstol de la idea separatista.
Heredia no sólo era su amigo y corredactor del “Semanario”, sentía por él veneración profunda, que ni la muerte ni el destierro lograron borrar.
Con todo, los datos que poseemos no permiten afirmar que el poeta haya pertenecido á la famosa sociedad conspiradora. Heredia lo niega terminantemente en la carta al Juez instructor Hernández Morejón, en el momento en que las denuncias de Aranguren y Betancourt le hicieron poner á buen recaudo en el ingenio de “Los Molinos de la Marquesa”, paraje próximo á los actuales molinos.
Quienquiera que lea esa famosa carta, tiene que sorprenderse al instante de la ingenuidad de Heredia. No es un alegato á su favor, es por el contrario la acusación noble de sí mismo ante la ley, al par que la negación terminante de imputaciones calumniosas, de las cuales llegaba en sus arrestos á hacer responsables á sus acusadores, emplazándolos para el día en que, ya esclarecida la verdad, pudiera él indemnizarse y perseguirlos ante la ley, por el negro delito de calumniadores.
Reconoce desde luego, que lo resbaladizo de los tiempos, su juventud é inexperiencia, al por que “teorías acaloradas de perfección social” pudieron hacerle caer en errores, pero jamás llegar á concebir la idea de encender en su país la guerra civil.
La independencia, sí, la había acariciado. Para lograrla y preparar á ella á sus compatriotas, había pertenecido á la sociedad de los “Caballeros Racionales”, cuyo era ese propósito; mas también aseguraba llevar casi un año sin relaciones con dicha sociedad, creyéndola extinguida.
Nada de relaciones con los “Soles de Bolívar” contra cuyos proyectos de guerra civil, cuando menos, protestaba el temperamento dulce y sensible del joven poeta, según propia expresión. Tal lenguaje es el de la sinceridad. Reputarla alegato ó evasiva, es suponer en Heredia una torpeza inverosímil, que riñe á todas luces con su talento.
Que los Racionales en Matanzas, fueran al descubrirse la conspiración, Soles, ó cuando menos, solidarios de sus intentos, lo deja entender Heredia, cuando dice: Ignoro si los demás acusados están en el mismo caso que yo, porque hace casi un año que he roto mis relaciones intimas con los Racionales á los cuales creía desde entonces extinguidos.
Si él ignoraba, é ignoraba por no hallarse en relaciones íntimas con los Racionales supone que éstos debían hallarse enterados y que en esas reuniones íntimas debieron, en opinión de Heredia, abrigar por entonces los mismos propósitos, que los atribuidos á los Soles; propósitos para él desconocidos, al menos en toda su extensión, á causa de su ruptura con ellos, hacía casi un año.
Digo en toda su extensión, porque su oda “La Estrella Solitaria” (octubre de 1823) acredita, que algo debía alcanzársele, si bien confirma los proyectos. anteriormente pacíficos, que ahora, ya en la víspera del peligro, no estima tan discretos y avisados.
No ha de olvidarse, porque interesa sobre modo, que en las cartas íntimas á su madre protestó siempre de su inocencia; mas si ésta no podía ni la hacía él consistir en la negación de abrigados proyectos emancipadores, de los cuales se declaraba reo convicto y confeso, tenía desde luego que referirse á la atribuída, y, según su carta, calumniosa participación en los planes de los Soles y de los Racionales.
Nótese que esta interpretación de las palabras de Heredia, en cuanto á la solidaridad de Soles y Racionales en Matanzas, está confirmada por el hecho positivo, de que el pardo Francisco Herrera fué envuelto en la condena, por su jactancia de pertenecer a los últimos. La condenación de Heredia, pues, en vista de los documentos hasta ahora publicados, no pudo en mi opinión fundarse en su incorporación á los Soles.
Para comprenderla, es preciso recordar, que Heredia no niega haber conspirado; reniega de la guerra y de las calamidades espantosas que la acompañan. Lemus y Heredia convienen en el fin, discrepan en los medios. El primero, grita á los españoles: “Amigos en la paz — enemigos en la guerra, mientras conmina á los suyos en caso de perjurio: Jamás esperes piedad de las bayonetas republicanas”.
Heredia por el contrario afirma: — Jamás entró en mi corazón, ni la imagen, de contribuir yo á encender en mi país la guerra civil. — Con todo, su calidad de conspirador es evidente, y en octubre de 1823, al sentirse víctima de tremendo naufragio, casi maldice de esa misma piedad, que sin embargo le entregaba:
¡Oh piedad, insensata y funesta! ¡Ay de aquel que es humano y conspira!
Ya no era tiempo. Imprudentes expresiones, sin duda, hijas de su mente juvenil, inflamada por el soplo de la libertad; y más que nada sus intimidades con el Licenciado Tolón y el Dr. Hernández, comprometiéronle hasta el extremo de tornar quizás inverosímiles, en el ánimo de los jueces, sus propias afirmaciones. Fué, pues, condenado. ¿Cómo simple conspirador ó cómo uno de los Soles? Creo que en el primer concepto, mientras los documentos no nos lo digan más claro. Así se explica la sinceridad de Heredia, ante la aparente contradicción, de ciertos datos y en medio de la perplejidad, que engendra su conducta.
El tribunal que entendió en la famosa causa no extremó el rigor: la pena superior impuesta, la de destierro á España. Mas Heredia, herido en sus más hondos afectos, se levantó airado contra lo que él reputaba una injusticia. Afectóle de tal suerte la noticia de su destierro, que dos enfermedades consecutivas pusieron su vida no lejos del sepulcro.
¡Pobre poeta! Por mi parte creo que la pena, sobre él recaída, atendidas todas las circunstancias, fué dura hasta el exceso. Nada, sin embargo, sirvió de atenuación en el ánimo de aquellos jueces; así que, aparentando ó queriendo servir á la Metrópoli, se hacía compendio y cifra de todos los rencores contra España, al hombre que, aún hoy, con todos sus decaimientos y descuidos,no reconoce superior en el parnaso hispano-americano.
Heredia temeroso, y no sin motivo, huyó á refugiarse en la República de Washington; pero antes, hubo de buscar asilo protector contra las pesquisas policíacas en la residencia de don José Arango y del Castillo, situada no lejos de la actual fábrica de hielo. Allí se encontraba seguro, y el afecto de Pepilla, la Emilia de su oda y de sus cartas, servía de lenitivo á las grandes inquietudes y amarguras del alma.
Los días: que allí permaneció fueron varios; pues que el 6 de noviembre fecha él su carta a don Francisco Hernández Morejón, quien el día anterior dictara auto de prisión contra el poeta, y su llegada á Boston no tuvo lugar hasta los primeros días de diciembre; el 4 de este mes escribe á su tío don Ignacio.
El momento de partir, lo fué de angustias y zozobras. Tomamos esos datos de la colección de documentos todavía inéditos y de la tradición. “En la travesía del muelle… á bordo… temí que me descubriesen y detuviesen” ¿Cómo logró evitarlo? Era costumbre de las dotaciones en aquella época remontar el río San Juan para hacer aguada y entregarse á la tarea del lavado. Los marineros del buque americano debieron seguir esa costumbre; de ahí que su subida y bajada por el río no era para inspirar sospechas.
El escondite de Heredia estaba en esa dirección; vestirse de marinero era fácil; aparecer uno de tantos, sencillo: la tradición de la familia, según mi amigo D. A. Escoto, es que Heredia burló la vigilancia y logró escapar á bordo de un buque americano, vestido de marinero. Esto, sin embargo, no se hizo sin temores: “Temí que me… detuviesen”.
Ya á bordo, disfrutaba de calma relativa. Permaneció sobre cubierta, confiado en la seguridad del lugar; pero aun allí la confianza no era completa. Un bote á la vela se dirigía rumbo al buque y Heredia creyó discreto esconderse á indicaciones del capitán, que abrigaba también sus temores. “Llegado á bordo no me fuí abajo hasta el momento de la salida, porque en el (momento) se dirigía un bote á la vela hacia nosotros y el Capitán temió”.
En las maniobras de salida, fuera desconocimiento del capitán, fuera descuido, lo cierto es que el barco, según nos cuenta Heredia, corrió grave riesgo yéndose sobre la Laja, y produciendo el alboroto consiguiente en la tripulación. Tocó el barco en la Laja, dice él y hubo grande alboroto. Detalle es éste que consigno, no sólo por lo que habla de sus angustias en el momento critico de la huida, sino por el conocimiento que revela de la topografía del puerto matancero.
La Laja, que yo tomé por un apelativo, resulta, según en noticias, que debo á la amabilidad del práctico Don Manuel Pérez, el nombre propio de un bajo que se encuentra entre el canal del medio y el de la Lombarda, con la profundidad mínima de siete pies. ¡Que á flor de agua asomaba el peligro! A este ruido, Heredia, participando de la común alarma, subió otra vez á cubierta.
El buque bogaba cortando las olas con su robusta y ya probada quilla. La emoción le embargaba. Matanzas quedaba allá lejos, envuelta en las sombras. Dolores, lágrimas, ¡cuántas decepciones le esperaban en el largo destierro, que tan breve él soñaba! — Los primeros destellos de la aurora sorprendiéronle todavía sobre cubierta. Sus ojos no podían desprenderse de los objetos queridos.
“A él (al choque) salí y me aguanté arriba hasta la mañana, fijos siempre los ojos en Matanzas y en el castillo.” Los muros de San Severino encerraban al Dr. Hernández. ¡En Matanzas, para alguien que le envidiara, había tantos que le compadecían y amaban de veras!! ¡Qué triste… el adiós del desterrado! Juan Alvarez. Presbítero C. M. Poema Himno del Desterrado por José María Heredia.
Bibliografía y Notas
[1] Lola, era Dolores Junco, según tradición de esta familia, así que mi conjetura se convierte en certeza.
- Álvarez, Juan. “José María Heredia en Matanzas.” Pro Patria. Homenaje de la Provincia de Matanzas a la restauración de la República Cubana. Matanzas, Ene. 1909, pp. 9-14.
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