El Templete. La Isla de Cuba, con cerca de cuatro siglos de vida para la civilización, carece de monumentos que conmemoren sus progresos, que señalen y recuerden aquellas épocas que en todas las naciones es fácil hallar, y que demuestran que los realizados por las generaciones pasadas han sido apreciados por las que les han ido sucediendo, y á la vez, que los heroicos hechos á las acrisoladas virtudes, los grandes sufrimientos, no han sido vanos sucesos que ha mirado con desdén el hombre.
El sentimiento de la nacionalidad, primer elemento constitutivo de toda sociedad bien organizada, fecundo en bienes para todos los pueblos civilizados, vive y se alimenta de los recuerdos históricos que los ennoblecen y los que, escritos para desafiar la destructora acción de los tiempos, en mármoles y bronces, no son nunca como otras obras humanas, fruto de la triste vanidad, que nada dicen á la inteligencia ni al alma.
¿Cómo no lamentar que Cuba, con todas sus riquezas, sólo se agite en la vida efímera del día y nada haga por perpetuar sus glorias, ni por presentar á los que le sigan en aquella senda y en las tareas para su engrandecimiento el saludable ejemplo del culto á la memoria de los grandes hombres y á la de aquellos acontecimientos notables que deben inmortalizarse en el afecto y en el respeto de los pueblos…?
En Cuba no hay ruinas que estudiar; pocos son los recuerdos que nos quedan de la primitiva raza pobladora: la historia de Cuba, puede decirse sin temor de que se juzgue exageración, que aún no se ha escrito: ignorados duermen entre el polvo de los archivos, los documentos más preciosos para ella:
los celosos y honrados gobernantes que á su bienestar han contribuido; los obispos y sacerdotes que las santas máximas del Evangelio han predicado; los amigos de la humanidad fundadores de hospitales y de escuelas;
los estadistas que, guiados por la ciencia, han luchado victoriosamente por el fomento de la riqueza pública, los filósofos que han dirigido las inteligencias salvándolas de los males de la ignorancia, y los poetas que en versos inmortales han cantado las galas de su virgen naturaleza; todos, todos yacen en el olvido, y aún más, casi desconocidos son de la generación presente los que en el pasado siglo ilustraron al país, dando vida con sus trabajos al valor que Cuba demuestra, no obstante sus angustiosas cuitas.
Los retratos del salón de la Capitanía General, los que conserva en los suyos la Real Sociedad Económica, los del Real Colegio de Belén, los del Colegio del Sr. Delgado, que también posee tres hermosos bustos de mármol que representan á los Sres. Luz, Varela y Escobedo; las estatuas de Cárlos III, Fernando VII, Isabel II, Colon y la Fuente de la India, que debemos al ilustre Conde de Villanueva; la hermosa estatua de bronce que á Colón levantó el pueblo de Cárdenas, hé aquí nuestras glorias artísticas, nuestros recuerdos históricos.
Lápidas conmemorativas apenas se conocen: no puedo olvidar que aún existe abandonada en uno de los almacenes del Castillo del Morro, la que mandó labrar el Excmo. Sr. General D. Antonio Caballero de Rodas, como un recuerdo de admiración á Velazco y á los que con él sucumbieron como buenos en aquella fortaleza el año de 17621.
Pero, tenemos otro recuerdo histórico en la Habana, del que nos toca hoy ocuparnos: El Templete.
Es el “Templete” un modestísimo monumento que existe en la plaza de Armas de esta ciudad y que ha sido consagrado á la memoria de la primera misa que se celebrara en 1519 y del primer cabildo de la hoy opulenta Habana.
El Sr. Pezuela en su “Ensayo histórico de la Isla de Cuba”, publicado en 1842, pagina 564, duda de que fuera en el año citado la primera misa, fundándose en que los primeros moradores se habían trasladado al lugar en que hoy estamos algunos años ántes y no es de creer que los españoles de aquellos tiempos pasaran años enteros privados de tan solemne rito.
Sobre este punto conviene observar que la falta de sacerdote en el solitario puerto que Ocampo en 1508 denominó “Carenas” pudo muy bien influir en la fecha que se ha señalado; pero es preciso tener en cuenta, que la villa de “San Cristóbal de la Habana”, fué asentada primeramente según el Sr. La Torre y otros, hácia la embocadura del rio de Güines ó Mayabeque el 25 de Julio de 1515, trasladándose más tarde á la márgen del “Casiguaguas” hoy “Almendares” y en 1519 al lugar en que hoy estamos.
Sobre este particular así se expresa el Sr. D. Jacinto de Salas y Quiroga2: “La Capital de la Isla estuvo en tiempos antiguos en la costa del Sur, inmediata al Batabanó, hasta que, tanto por lo insalubre de este sitio, como por el interés que tomaba el adelantado Diego Velázquez en los asuntos de Nueva-España, determinó éste trasladar la silla de su gobierno á la parte Norte y fundar la ciudad de San Cristóbal de la Habana, donde había ya un principio de población.
Los hombres religiosos de aquella época nada podían concebir de nuevo y feliz sin que lo santificase el sacrificio de la misa. Así, que apenas desembarcados, al pié de una grandiosa ceiba, inmediata á la bahía, elevaron un altar, y un Sacerdote, cuyo nombre en vano he intentado averiguar, autorizado por D. Fray Julián Garcés, obispo de la Isla, residente en Baracoa, cantó la primera misa que se dijo en aquella costa.
La misma gigantesca ceiba que vió bajo su sombra postrados á los valerosos descubridores y conquistadores de América, fué durante mucho tiempo el testimonio único que hacia recordar aquel acto verdaderamente religioso y poético.
Apénas podemos concebir cómo hubo persona tan prosáica y de mal gusto para derribar la vetusta ceiba con el fin de sustituirse monumento más grande. A mis ojos nada puede decir tanto, ni el granito ni el mármol, como el árbol mismo testigo de aquel raro hecho.
Sin embargo, en 1754, época prosaica, mandó levantar el general Cajigal de la Vega, gobernador de la Isla, un obelisco que aún existe en el lugar en que existía la segunda ceiba. Otro árbol nuevo de esta clase crece muy inmediato á aquel sitio y dentro del enverjado, en memoria del antiguo árbol.
Más tarde el descuido y el abandono fué oscureciendo entre malezas el nuevo monumento hasta que en Noviembre de 1827 se empezó el Templete.
El año de 1753, por motivos que hasta ahora, no obstante mis pesquisas, no he podido comprobar, se derribó la ceiba cuyo robusto tronco según las “Memorias” de un ilustrado habanero “era de los de mayores dimensiones conocidos en esta isla”; de sus fragmentos, una parte fué vendida como leña y la mejor comprada por un caballero inglés que representaba á su nación en esta plaza y que lleno de amor por tan valioso recuerdo histórico lo envió á un museo de su país, según el Sr. Rosain al de Washington.
En el interesante libro del laborioso habanero D. José María de la Torre, titulado Lo que fuimos y lo que somos ó la Habana antigua y moderna impreso en la acreditada casa de Spencer en 1857, se lée en nota de la página 7, que la memorada ceiba se conservó robusta y frondosa hasta el año de 1753, en que el Gobernador D. Francisco Cagigal de la Vega, deseando perpetuar la noticia que de ella se tenia, dispuso derribarla y levantar en el mismo sitio el padrón ó pilar de piedra que aún existe, habiéndose sembrado á poco tres ceibas á su alrededor, las cuales fueron reemplazadas en 1828 por otras de las que hoy sólo queda una, explendente en lozanía.
Desacertado estuvo el Sr. Gobernador Cagigal de la Vega cuando dispuso derribar la histórica ceiba bajo cuyas floridas ramas los pacíficos habitantes de Cuba oyeron por vez primera en lo que es hoy la comercial y rica Habana las palabras de amor, de caridad y de igualdad de Jesucristo.
El que esto escribe ha visto en Santo Domingo, á orillas del Ozama y contigua á la actual Aduana, la vetusta ceiba en la cual Colon, combatido por récias tempestades, amarró sus frágiles carabelas. Allí existieron hasta hace pocos años fragmentos de cadenas de remotísima antigüedad, los cuales según me manifestó un hijo de aquel país, el Sr. Pou, fueron llevados á un museo de la ciudad de los Estados Unidos.
Lo que hay de cierto, llegando á tiempos más cercanos á nosotros, es que el Excmo. Sr. D. Francisco Dionisio Vives, viendo que lugar tan digno de respeto y de perpetuarse su memoria en el país se hallaba obstruido por unas casillas inmundas de madera, tuvo la feliz idea de ornar allí el bello monumento que admiran nacionales y extranjeros y llevó á efecto la obra invirtiendo de se peculio las gruesas sumas que constan del expediente3.
De una noticia histórica que he hallado y que supongo del señor D. Antonio Bachiller y Morales, resulta: “Que en el año de 1827 pensó el Excmo. Sr. D. Francisco Dionisio Vives erigir un monumento á la memoria de la primera misa que se dijo en este puerto: su idea no podía dejar de tener simpatía en el pueblo, ni saliendo de sus labios ejecutarse en donde sólo faltaba el estímulo.
Hay en nuestra sociedad, —dice la expresada noticia,— una gran parte que es sinceramente religiosa y entonces aún era más numerosa, si no tan limpia de vulgaridades como va siendo. A esta predisposición de la parte religiosa del país, auxiliaron otras circunstancias;
nadie habrá olvidado la virtud y la religión de la angelical reina Amalia de Sajonia, penúltima esposa de Fernando, que á la sazón reinaba y era un obsequio que se pensó en hacerle disponiendo lo que se dijo apertura del Templete para el día de su Santo que se celebraba en primero de marzo, como se verificó el año siguiente de 1828 del modo más espléndido.
Las ruidosas férias de la época, en que la religión se prestaba para la consecución de fines harto mundanos, dan el acabado facsímile de nuestra sociedad contemporánea y algo de los anteriores.
Así también no faltaron séres, por acá conocidos con el nombre de personas divertidas, que columbrando fiestas y saraos apoyasen el proyecto de S. E.: puede asegurarse que de esta manera toda la ciudad tomó parte en la ereccion del Templete. Pocos meses pasaron de la publicación del proyecto á su ejecución, y los días 18, 19 y 20 de Marzo de 1828 fueron tres días de júbilo y fiesta para la Habana.
El lugar en que se vé el Templete, frontero al Palacio de Gobierno en la Plaza de Armas, estuvo sumamente concurrido; las luminarias, las cortinas, las salvas de artillería, fueron signos de la festividad del día; y al recordar la misa que se eternizaba con su monumento vió reproducirse ó renovarse la misma ceremonia más de trescientos años después en el mismo lugar escogido.
El día 21 de Noviembre de 1827 se abrieron los cimientos del edificio y el 14 de Marzo de 1828 estaba concluido. Dirigió la parte facultativa del Sr. Coronel D. Antonio María de la Torre y Cárdenas, y la económica el Sr. Regidor D. J. Francisco Rodríguez Cabrera. El día 13 de Marzo del último citado año se colocó la imagen de la Virgen del Pilar sobre el obelisco que antes existía y de que se hablará más adelante:
púsose en lugar de otra de hechura gótica, según entónces se dijo, y la actual es de bronce dorado hecha por D. José Seraltegui, de una vara de altura con las armas de Aragón y una leyenda que dice: Memoria inmortal á D. Francisco Dionisio Vives y Planes, Teniente General de los Reales Ejércitos, benemérito de la patria, año de 1828.
En los momentos de ponerse la estátua los operarios y asistentes victorearon, según usanza de la época, al Rey nuestro señor y al General Vives, mientras dos soldados disparaban sus fusiles al aire, expresándose que fueron quince los tiros.
El edificio es un cuadrilongo de 32 varas Oeste y Este, y 12 varas Norte y Sur. El enrejado es de hierro y descansa en globos de bronce dorado. Las bases y capiteles de los pilares de órden toscano, teniendo seis del frente por remate bien ejecutadas; piñas; de bronce queriendo imitar su color natural en lo posible. El artífice de toda la parte de herrería fué el jóven D. Francisco Mañon, natural de la Habana: corona a la puerta un escudo de armas de esta ciudad adornado de laurel y oliva con el mote: “Siempre fidelísima ciudad de la Habana”.
Los adornos y remates de este género los hizo D. Juan Jaren y los costeó el Sr. D. Angel Laborde, Comandante General del Apostadero en la época. Se han plantado dentro del patio una ceiba, una palma y álamos. Frente de la puerta se vé el busto de Colón, de mármol blanco, regalado por el dignísimo obispo D. Juan Díaz de Espada y Landa, y es el que antes tenía en el jardín de su habitación, que ya hoy ha desaparecido, del Campo de Marte.
Enseguida del expresado busto se halla la pirámide ú obelisco de que se hizo mención y cuya historia es la siguiente. La tradición de nuestros padres señalaba el lugar en que hoy se ve el Templete como el primero donde se dijo misa en el puerto, debajo de una hermosa ceiba que allí estaba, así como se contaba también que á su sombra se celebró el primer cabiIdo.
Sucedieron los dos hechos por los años de 1519: subsistió el hermoso árbol hasta entrado el año de 1753 en que se esterilizó. Gobernaba el Mariscal de Campo D. Francisco Cagigal de la Vega como Capitán General de Ia Isla y era el procurador de la ciudad el Dr. D. Manuel Felipe de Arango, y para perpetuar la memoria de dichos sucesos se erigió como padrón el obelisco que con fecha de 1754 expresa menudamente lo expuesto.
Tanto el susodicho padrón como otra ceiba antigua llegaron hasta nosotros: veíales el público asomar su cima á la pirámide, sus frondosos ramos á la ceiba, por detrás de las paredes hasta 1827. La pirámide fué retocada en 1828, la ceiba fué destruida.
La pirámide es triangular y remata con una imagen de Nuestra Señora, como ya va indicado. Entre los adornos que se le pusieron, uno fué série de bases de bastante extensión, rodeando la primera ocho marmolillos coronados de globos de bronce de que cuelgan cadenas en ondas, conteniendo cada globo uno de los siguientes nombres: Religión, Fernando VII, Excmo. Ayuntamiento, Vives, Espada, Pinillos, Laborde. La pirámide contiene varios relieves alusivos á la historia.
No queremos dejar de poner la inscripción latina colocada en la pirámide por el lado del norte.
Siste Gradum viatore, ornar hune locum Arbos Seba frondosa Potius Dixerint Primeve Civitatis Prudentiæ Religionis Primeve Memoravile Signum: Liquidem ejus subumbra á prime Hacin Urbe Immolaty Salutis autor. Habitur Prim. Prudentum Decurionum Senator Duobus plus ab In seculis Perpetua Traditione Hubebatur Cessit tamen Etati. Intuere Igitur et Ne Pereat in Posterum Habanensem Fidem. Imaginem supra petram fundatam Hodie Nimirum V L T Mensis Novembris, anno MDCCLIV.
Las otras inscripciones se hacen inútiles aquí, pues se refieren á trasmitir á la posteridad los nombres de cuantos figuraban en el gobierno de la Isla en sus diversos ramos en la época de la construcción.
Explicado lo concerniente á la parte esterior de este edificio, debemos hablar de lo que propiamente forma el Templete ó templito que aparece al fondo con su forma de antigüedad clásica. Tiene 8 varas de Oeste á Este y 12 de Norte á Sur: sostienen el techo 8 columnas redondas con capiteles dóricos y basamento ático, la altura hasta la clave del tímpano es de 11 varas.
Los costados se encuentran adornados con pilastras de los mismos órdenes. Varios relieves adornan el frente, y en el centro del triángulo de la fachada se lée una larga inscripción esplicativa con puntuación antigua. El pavimento del Templete es de mármol.
Lo más notable de este monumento son los tres cuadros al óleo que cubren sus paredes y pintó el célebre Juan Bautista Vermay4, cuyas cenizas se conservan en nuestro cementerio cubiertas con una losa en que están grabados los sentimientos de sus discípulas y amigos. ¡Descanse en paz!
El cuadro del frente representa la misa celebrada en 18 de Marzo de 1828, viéndose el verdadero retrato de la mayor parte de los concurrentes, entre ellos el de Espada, que ofició de Pontifical. El de la izquierda representa el suceso que se recordaba, contrastando en su sencillez con tanto lujo y ostentación.
La naturaleza tropical está representada allí en mansos y sencillos naturales, que se arrodillan por primera vez ante su Dios; en tunas, abrojos, y hasta un papagayo. Píntanse en él con maestría los afectos. En el cuadro de la derecha se vé la celebración del primer cabildo. Todos estos cuadros han sido litografiados. Los costeó Espada.
Poco hay en verdad que agregar á la relación que he reproducido; pero cuán distinto es hoy el estado del Templete al que tenía en la época á que nos hemos referido!
Abandonado todo el año, sin personas que de su conservación se cuiden, causa vivísima pena á todo hombre pensador el vergonzoso cuadro que en lugar tan digno de respeto á cada instante observamos. Y para mayor desgracia, nuestro Excelentísimo Ayuntamiento no confía á verdaderos artistas la reparación anual que allí hace para la festividad de San Cristóbal, y hoy con dolor vemos en las pinturas exteriores colores impropios de aquel lugar, y las inscripciones de bronce torpemente embadurnadas.
Ayuntamiento de la capital de la Isla de Cuba! Piensa en nuestros recuerdos históricos, confía su cuidado á los que sean capaces de comprender su mérito, recoge las lápidas y los escudos que en nuestras antiguas murallas nos hablaban de otros tiempos, levanta con inscripciones conmemorativas, ya que no puedas con estatuas, el nombre y las glorias de la ciudad que representas, que así te harás digno del aprecio y de la consideración de los hombres ilustrados, y los extranjeros, al visitar tu ciudad, aunque no admiren monumentos costosos, te dedicarán un aplauso por tu celo!
Antonio López Prieto.
“Nuestros Recuerdos Históricos. El Templete.” El Museo, 1883.
Bibliografía y notas
- La Familia. Revista Quincenal de Artes, Ciencias y Literatura. Habana, Septiembre 15 de 1878. Tomo I. No. VIII. Véase el episodio histórico, María Zaldívar. ↩︎
- Viajes de D. Jacinto de Salas y Quiroga, Isla de Cuba. Tomo I. Madrid, 1880. ↩︎
- Relación histórica de los beneficios hechos á la Real Sociedad Económica, Casa de Beneficencia y demás dependencias de aquel Cuerpo por el Excmo. Sr. D. Francisco Dionisio Vives. Escrita por las Comisiones reunidas de ambas Corporaciones. Habana. Imprenta del Gobierno. 1832. Nota segunda, página 27. ↩︎
- Vermay, ilustre amigo del inolvidable Obispo Espada, fué un artista esclarecido á quien la juventud cubana de su época admiró por su talento y reverenció por sus virtudes, La Academia de San Alejandro fué el campo donde desplegó sus facultades eminentes, fomentando en Cuba el amor é las Bellas Artes. Uno de sus más aventajados discípulos, el Sr. Zárraga, en 1834 dibujó un magnífico retrato de su querido maestro, cuyo trabajo se litografió en Paris, dedicado por sus discípulos y amigos á su memoria. —Vermay fué pintor honorario de Cámara de S. M. ↩︎
- López Prieto, Antonio. “Nuestros Recuerdos Históricos. El Templete”. El Museo. Semanario Ilustrado de Literatura, Artes, Ciencias y Conocimientos Generales, 1 de abril de 1883.
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