
Nació Federico Uhrbach en Matanzas, en 1873. Se educó, como su hermano Carlos
Pío, en los Estados Unidos y en la Habana. Muy joven comenzó a publicar sus producciones, por indicación de Julián del Casal, a quien tuvo por modelo en su iniciación literaria.
En 1894, y poniéndolas bajo la advocación de su maestro desaparecido, las recogió en el volumen Gemelas, con el título de Flores de hielo. En 1895 emigró a los Estados Unidos, donde sufrió todas las privaciones y amarguras del destierro.
En las postrimerías de la guerra le sorprendió dolorosamente —pautando su vida por largo tiempo— la muerte de su hermano en el campo de batalla. Ambos habían proyectado y terminado ya el libro Oro, que no apareció sino años más tarde, ya de vuelta a Cuba Federico.
Durante el período que sigue de la terminación de la guerra hasta la aparición de los poetas del segundo período de transición, Federico Uhrbach es en nuestro medio literario el único poeta francamente modernista.
La aparición de Oro (1907), fué para los jóvenes poetas del momento un belio ejemplo en cuanto a la forma y un punto de partida hacia la nueva ideología. Manuel Ugarte, en La joven literatura hispanoamericana, París, 1907, lo incluye en unión de M. C. Pichardo, y del publicista Manuel Márquez Sterling, como representante en Cuba de las nuevas tendencias literarias.
Al crearse la Academia Nacional de Artes y Letras fué llamado al seno de la misma, en donde no ha realizado labor de ninguna clase, como era natural tratándose de organismo tan poco representativo e inútil.
En 1916 da a la imprenta su último libro Resurrección, máxima expresión de su espíritu; y desde entonces sólo de tarde en tarde publica sus bellos y recogidos versos en alguna de nuestras revistas, principalmente en El Fígaro. Desempeña, en la actualidad un cargo en la administración pública.
Por su dedicación asidua al arte, por el alto concepto que de él tiene y por la propia excelencia de la obra, Federico Uhrbach es uno de los poetas más acreedores a nuestra reverencia y que mejor debieran ser conocidos. Sin embargo, sus obras no le han proporcionado definitivos triunfos, ni ha alcanzado con ellas la fama que merecía, lo que quizás se deba a la propia modestia en que ha gustado de permanecer, espectador solitario y meditativo.
No obstante, no le ha faltado, en compensación el aplauso de la escasa minoría dilecta, que a través de todo el desenvolvimiento de nuestra lírica, desde Casal hasta este momento, lo ha reverenciado y acatado como uno de nuestros primeros maestros, hermano del malogrado autor de Nieve, ni la mención consagradora de maestros y técnicos del verso, como Ricardo Jaimes Freyre.
Imitado alguna vez, influenciando otras aún a los mejores, Uhrbach ha permanecido fiel a su iniciación y a su impulso, conservándose siempre dentro de un modernismo moderado y fino.
Desde su primera época, que culmina en el libro Oro este modernismo se hace evidente por la flexibilidad del verso, por la maestría de palabras, por la sapiencia del ritmo, y en menor escala, por los temas y la ideología que los informa.
Poeta de nuances, en sus versos rara vez se encuentra la emotividad franca, aunque están envueltos en cierta vaguedad imprecisa, que les comunica un fondo de sugerente emoción.
No obstante, la ha alcanzado en grado máximo en breves cuadritos que reconstruyen una escena dolorosamente única y humana, como en Madona, de sabor becqueriano, y en Nota romántica.
En la obra de este momento no predomina el subjetivismo, sino más bien la composición evocadora, sabiamente coloreada, que, por la misma virtud de su sonoridad íntima y penetrante, se nos adentra muy hondamente, por un prodigio de artista que mediante un procedimiento exterior llega hasta lo más profundo del alma humana.
En la Introducción de aquel libro, escrita en colaboración con su hermano Carlos Pío, quedaron señaladas las tendencias de este momento lírico:
Esbozamos ensueños de poeta
con justas gradaciones de color.
…
Somos nosotros pálidos pintores
que in fundir anhelamos al bosquejo
la expresión vacilante del reflejo
que agoniza entre lampos tembladores.
Un innato sentido de lo vago, —poesía de los atardeceres, de las cosas que acaban, de los reflejos en agonía—, nos comunica su tembloroso e impreciso encanto.
Poesía de la augusta sonoridad de las campanas —hallamos siempre la campana al fondo de su paisaje espiritual—, la obra de este poeta hace pensar en un gótico campanario, donde hiciera vibrar las lenguas de bronce de una armonía grave, que dialogaran en los atardeceres.
Su filosofía es simple, como era necesario que lo fuera en esta hora de la sencillez: un conformismo absoluto envolviendo una tristeza profunda que ni solloza ni se queja.
Después de Oro, de inspiración melancólica, forjado como dijo más tarde el poeta
en alas de esos vagos poemas crepusculares
que dicen de la tarde la pálida leyenda,
Federico Uhrbach tuvo sus cantos de vida y esperanza que culminaron en el libro Resurrección, verdadera resurrección espiritual, como al respecto expresó Pedro Henríquez Ureña, saludando su llegada.
Un nuevo sueño de belleza, alentado ahora por la consolación de una esperanza, le aleja de aquel tono de renunciamiento, conduciéndolo por caminos de amor y de serenidad.
El dolor ya no es el motivo del canto, sino el trasunto de una enseñanza que le lleva a tender el vuelo hacia un optimismo moderado, hecho de silencio y de quieta esperanza, en el que no se sabe si es que se espera algo o si, por un propósito de sobreponerse al mismo dolor, el alma lo trasmuta en “un dulce refugio terrenal”.
Ahora, en el claro camino, traza los nuevos derroteros ideales, asediado por ansias de vivir, de luchar, de “salvar y retener la vacilante juventud”; y apreciaremos lo heroico del esfuerzo contra una amargura que siempre quiere asomar:
Tenaz y loco empeño de redimir la vida
tan triste, tan amarga, tan desconsoladora,
de la perenne angustia del ánima afligida
con el fugaz reflejo de un resplandor de aurora
Este heroísmo de sobreponerse a la amargura, siempre en acecho, este estoicismo para esconder el dolor, triunfa de un modo definitivo en cantos de un panteísmo insospechado y redentor:
Como a todas las cosas algo de mi alma dí
siempre en todas las cosas encuentro algo de mí.
Los paisajes de ahora, más llenos de sol y vida, tienen una amplia luminosidad y un colorido rico en tonalidades acentuadas. A los atardeceres pálidos han sustituido las mañanas optimistas, de transparencia honda.
Sin dejar de ser poeta de matices, no lo es ahora de un modo tan absoluto; en cambio, hallamos en Resurrección un subjetivismo acentuado que se manifiesta en propósitos espirituales, en estados de alma, en normas ideales.
A esta nueva manera corresponde una más sabia perfección del verso, cristalizada en el uso frecuente e impecable de metros aún no popularizados entre nosotros, especialmente el alejandrino de catorce sílabas.
Bibliografía y notas
- Lizaso, Félix y José Antonio Fernández de Castro. “Federico Uhrbach.” Revista Social, vol. 10, no. 1, Enero 1925, pp. 15, 52.
- Obras poéticas: Gemelas Primeras poesías. Bajorrelieve del Conde Kostia. (Federico Uhrbach: Flores de Hielo). A Miranda y Ca Habana, 1894 . Oro. Imprenta Avisador Comercial Habana. 1907 (En el ejemplar de que nos hemos servido para la selección de composiciones de este poeta y de su hermano Carlos Pío, así como para las notas críticas, han sido señaladas por el propio Federico Uhrbach las que fueron escritas por su hermano, las escritas en colaboración y las que a él pertenecen.) Resurrección. Nuevos poemas. Imprenta El Siglo XX. Habana. 1916, en el cual se incluye el Poema Amor de Ensueño y de Romanticismo, publicado el año 1918, en la imprenta Ruiz y Hermanos.
- (Del libro en preparación La Poesía moderna en Cuba (1882-1922), antología critica.)
- Escritores y poetas de Cuba.
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