¿Quién es Felicia Marcé Castellanos? en Figuras del Ayer Glorioso por Mariblanca Sábas Alomá en la Revista Carteles. La señora Felicia Marcé Castellanos; viuda de Blez, página viviente del libro de nuestra Historia. —La Bandera de Bayamo… ¿será la que nos devuelve en gesto gentil, España? —Una media tarde inolvidable, en compañía de la patriota bayamesa.
El día 15 de agosto de 1850, nació en la ciudad de Bayamo una chiquilla rubia, de ojos azules, bajo la protección de doce hadas madrinas. El libro de armas de su familia proclama su abolengo en las palabras que le sirven de título: “Armas pertenecientes a los doce abuelos legítimos por ambas líneas de don José Domingo Marcé y doña Gertrudis Castellanos”.
Como muy bien dijo José Ignacio Solís en su brillante artículo sobre Felicia Marcé publicado el 30 de enero de este año en el Diario de la Marina, “¡cuánto no daría por un carcomido libro de armas de tal naturaleza uno de esos innumerables nuevos ricos que tanto abundan! ¡Doce abuelos, ambas líneas, doce abuelos legítimos, cuando existen tantos que con cuatro solamente verían los cielos abiertos!”…
Para Felicia constituye un motivo legítimo de orgullo el hecho de haber nacido en la ciudad de Bayamo. Con ser tantos los timbres de heroísmo, de sacrificio y de gloria de que pueden enorgullecerse tantas ciudades cubanas —Camagüey, con sus Agramonte y sus Agüero, Holguín, con sus Calixto García, Guantánamo, con sus Periquito Pérez, Manzanillo, con sus Bartolomé Masó…
Ninguna podría discutirle a la Moscow cubana —¡sí, Moscow, porque la tea que la redujo a cenizas no fué la de Numancia ni Gomorra, sino la mil veces santa de la libertad! —los títulos gloriosos que, al hacerla la primera en la guerra, la hicieron la primera en el corazón de todos los cubanos.
Felicia Marcé pertenecía a la más pura aristocracia bayamesa, que no tenía base única en cantidades respetables de onzas de oro, sino que exigía los indispensables atributos de la educación refinada, de la cultura sólida, de la honorabilidad a toda prueba, de la inteligencia puesta al servicio del que constituía entonces nuestro más grave problema social: la conquista de la Independencia de Cuba.
Sin renegar de su ascendencia española, Felicia Marcé fué siempre la más cubana de todas las cubanas. Su presentación en sociedad tuvo efecto en un suntuoso baile ofrecido por el gran patricio Francisco Vicente Aguilera.
Es bueno recordar que las mujeres bayamesas, desafiando todos los peligros, acudían a los bailes y a las fiestas públicas vestidas de blanco y azul. Jamás una bayamesa de pura cepa se vistió de amarillo.
Comienza La Entrevista. La familia de Felicia Marcé Castellanos y la mía se profesan una amistad sincera, tradicional. Como Felicia, —y tanto como ella se enorgullecía de serlo—mi padre era bayamés, nieto de aquel famoso Don Lucas del Castillo y primo en segundo grado de Carlos Manuel.
Trasmitida la romántica herencia de este puro afecto fraternal de abuelos a nietos, unos y otros la hemos cuidado siempre con celo sin igual. De ahí que cuando yo llamara por teléfono a Felicia para pedirle en nombre de CARTELES una entrevista, me EXIGIERA que fuera inmediatamente a su casa de Marianao. Hacía más de diez años que no nos veíamos.
Quedé asombrada de verla cuando llegué. No sé de otros 77 años más juveniles, sanos y fuertes que estos 77 de la dulce y amable bayamesa que bordó la Bandera bautizada, el 17 de octubre de 1868, en la ciudad heroica.
Sus manos, finas, aristocráticas, bellas y blancas todavía, bordan con la misma ligereza de antaño y con la misma prodigiosa habilidad. Sus ojos, azules como el cielo de Oriente, conservan el brillo y el entusiasmo de la juventud.
¡Con cuánta propiedad debió llamarla el poeta “Blanca azucena del jardín bayamés” !Confieso que nuestro gran cariño personal dificultó bastante la entrevista. De pronto, en medio de un relato histórico, yo majadereaba:
—¿Recuerda usted, Felicia, los ricos guineítos manzanos del patio de su casa, en la entrada de Cuabitas? Felicia se reía. No me hacía caso. Continuaba.
—Entonces Carlos Manuel le dijo a Perucho Figueredo… Y yo de nuevo, irreverente y malcriada, —chiquilla de diez años en aquel patio de Santiago de Cuba que se me antojaba un paraíso, —provocaba la risa y el regaño de Felicia:
—Y aquella gallina que se llamaba “La Chelito”, y el perro Toissant… ¿se acuerda de “Tusén”? y Andrea, la criada… y la mata de zapotes.
Historia de la Bandera de Bayamo
—Después de varios días de sitio, las tropas cubanas penetraron, triunfantes y jubilosas, en Bayamo. Excuso decirte que las recibimos con un entusiasmo delirante. ¡Estábamos en Cuba libre! ¡Nuestro gran sueño se había realizado! Gallarda, vencedora, la enseña de Yara conquistó para Bayamo el título de “primera ciudad libre en la libre República de Cuba”.
Uno de mis orgullos más grandes es el de haber vivido aquéllas horas de gloria inolvidables. La toma de Bayamo no ha sido descrita aún por los historiadores con todos sus heroísmos; a este hecho no se le ha concedido por la posteridad toda la importancia que realmente tuvo.
Donato Mármol y sus hermanos Javier y Raimundo, Panchito Agüero, Ángel Maestre, Fernández Ruz, Leonardo Estrada, y otros, realizaron proezas que es lástima silencien nuestros historiadores.
Da gusto escuchar estos relatos de labios de Felicia Marcé. Habla con una amenidad simpática y atrayente, adobando las notas más serias con sonrisas, gestos y palabras de finísimo humour. Los años habrán dejado en su corazón recónditos dolores; pero no mataron su fe ni su optimismo.
Felicia Marcé me da una lección viva con su entusiasmo juvenil, con su disposición ingénua y segura para emprender una nueva ruta y nuevas empresas cubanizantes. Felicia cree; cree en Cuba, en su pasado, en su presente y en su porvenir. Su hijo Enrique y yo la escuchamos embelesados.
—Dueños , de Bayamo los mambises, Carlos Manuel de Céspedes quiso pasear la bandera cubana por toda la ciudad, pero la confeccionada en “La Demajagua” estaba mal hecha y era demasiado pequeña, —pequeña de tamaño, que en calidad heróica será siempre la primera.
Entonces me pidió que le hiciera una de tamaño mayor, y con mejores materiales. Su hijo, Carlos Manuel de Céspedes y Céspedes, que era íntimo amigo de nosotras y novio de una de las hijas de Perucho, “Yaya” Figueredo, fué quien me hizo el trazado de la estrella y el dibujo de la bandera.
Toda la tarde y toda la noche de aquel día me los pasé cosiendo, en una máquina de pie, la única que había en toda la Provincia por aquella época, y antes del amanecer ya estaba terminada .
En las palabras de Felicia brilla un temblor emocionado. Yo evoco, a su conjuro, la gloria anónima de tantos anónimos amaneceres… ¡Más rosa y más azul y más alegría que todos los amaneceres, debió tener aquel que sorprendió a Felicia Marcé enredando en las cinco puntas de la estrella su alma brava y romántica de bayamesa!
Miguel Milanés, novio, Gertrudis Castellano, madre, Carlos Manuel de Céspedes, amigo: ¡con qué orgullosa ternura debisteis envolver en una sola mirada agradecida el blanco de la estrella y el blanco de las manos, el azul de los ojos y el azul de la franja, el rojo de los labios y el rojo de la bandera inmortal!
—La bandera— prosigue Felicia— tenía poco más o menos dos metros de largo, cosida con doble pespunte en las uniones de las telas, sin revés ni derecho. La estrella fué hecha de la siguiente manera: por el molde de cartón trazado por Carlitos, cortamos dos estrellas de raso; pusimos en el centro del dado rojo el mismo cartón, en la posición en que según las reglas de la heráldica debía fijarse la estrella, y yo hice sobre el molde un relleno de guate.
Luego embastillé sobre el relleno las dos estrellas de raso, y entonces, para unirlas, bordé con hilo de seda los cantos. Me quedó que no se notaba diferencia alguna entre el bordado de la estrella de arriba y el de la estrella del otro lado…
—Quiere decir, entonces, que la estrella no está bordada al realce…
—No; como te digo, y puedes asegurarlo así porque me acuerdo bien de todos los detalles, los dos lados de la estrella son de raso, unidos con hilo de seda y el relleno es de guate blanco. Esa bandera fue llevada a la Iglesia de Bayamo, donde se le cantó un Te-Deum, y fué paseada en triunfo luego, por toda la ciudad.
A la entrada del templo, la sostenían, por el asta, Candelaria Figueredo, que era Abanderada Oficial de la División de Bayamo, y por el otro extremo Juan Hall; bajo ella desfilaron Carlos Manuel, su Estado Mayor y todo el pueblo de Bayamo.
Los Padres Diego José Baptista y Juan Luis Soleliac oficiaron en aquellas solemnidades patrióticas, y aunque algunos historiadores afirman que ese proceder les valió ser recluidos más tarde por las autoridades españolas en el Seminario de San Basilio el Magno, en Santiago A Cuba, yo recuerdo, porque el hecho se comentó mucho en Bayamo, haber oído en más de una ocasión que cuando las tropas españolas ocuparon de nuevo la ciudad los sacerdotes, —que según creo eran cubanos— se marcharon a la manigua y empuñaron las armas libertarias.
—Si la bandera que nos devuelve España fuera la suya, ¿usted la reconocería?
—,Ya lo creo! Pero dudo mucho que ésta sea la que yo hice, porque según cuentan, tiene flecos dorados y cordones de oro… La mía no tenía ni una ni otra cosa… Las cubanas de entonces odiábamos todo lo que tuviese color amarillo…
—Bueno, pero, según creo, Felicia, no es cierto que la bandera que está en España tenga flecos. En cuanto a los cordones de oro que ostenta, bien pudiera ser que, al ser colocada en el local donde celebró sus sesiones la Cámara de Guáimaro —siempre en el caso de que fuera ésta la suya, la del Te-Deum, la que ocupó el testero de la Cámara por aquel entonces,—alguno de los constituyentes le pusiera estos cordones a guisa de adorno.
Los hombres no han tenido nunca estas sutilezas de espíritu que hemos tenido las mujeres, y acaso no pensaron que un cordón de oro pudiera mancillar una enseña que siempre creyeron —así era en realidad— inmancillable.
Manuel Sanguily, en su libro sobre “Los oradores cubanos”, se refiere a aquella memorable sesión en estos términos: (Páginas 75 y 76.)
“El día doce tuvo lugar con toda solemnidad posible la investidura de Céspedes como Presidente y la de Quesada como General en Jefe. En una sala bastante espaciosa había una mesa, y dos hileras de sillas, como en las Academias. Sobre la mesa, un libro, colocado encima de un cojín, de cuyos cuatro ángulos pendían borlas de oro. En el testero, y sujeta a la pared, se veía la bandera con que se levantara Céspedes.
(Aquí Sanguily puede referirse a la bandera de Yara, distinta a la del triángulo y la estrella, sin que con esto quiera significar que la bandera que lucía en el testero fuese precisamente la enarbolada en la Demajagua. Si la bandera del Te-Deum quedó en poder de Céspedes, como atestigua la señora Marcé, pudo muy bien ser la que Céspedes entregara a la Cámara.)
El Marqués de Santa Lucía presidía la sesión. Los dos Secretarios, Zambrana y Agramonte, pronunciaron sendos discursos, enérgicos, esencialmente democráticos y muy elocuentes. Tocó su turno a Quesada; estaba sentado a la izquierda del Marqués; vestía un traje verde (hay que no olvidar, decimos nosotros, que Quesada perteneció como Oficial al Ejército Mexicano) y llevaba botas calzadas con espuelas de plata.
Al empezar su discurso, apoyaba ambas manos en el puño de su sable, que figuraba un águila, y había ornado de cordones y dos borlas, de la misma fábrica sin duda que las que se veían sobre la mesa, pues que todas habían salido de la Iglesia del Pueblo.”
Es de suponer, pues, leyendo este relato de Sanguily, que los representantes cubanos quisieron adornar el salón con distintos objetos tomados de la Iglesia del pueblo, y nada de particular tendría que los cordones que luce la bandera que hoy nos devuelve España, le fueran puestos en esta ocasión.
—Sí, quién sabe… Yo lo que te puedo asegurar es que, con cordones o no, yo la reconocería donde quiera que la viera, y que cuando fué paseada en triunfo por Bayamo no ostentaba cordones de oro ni flecos de ninguna clase…
Episodios de la Revolución
Bien fijados los detalles de la Bandera de Bayamo, objeto principal de esta entrevista, la conversación con la encantadora anciana toma nuevos y siempre amenos derroteros. En dos horas de conversación con ella aprendo más Historia de Cuba que en diez años de lecturas de los libros de nuestros historiadores.
Cuando yo era niña, recuerdo que no era tan sólo por los ricos zapotes y guineos del patio de su casa, por las gallinas y las flores, por las palomas y los cundiamores, que me gustaba “agregarme” a mis padres cuando iban a visitar a Felicia —cosa que sucedía con agradable frecuencia.— Era por escuchar sus maravillosos relatos.
Las palabras “conspiración”, “Perucho Figueredo”, “Yara”, “los mambises”, “Carlos Manuel”, “bandera”, “te-deum”, “Leonardo Estrada”, “el gobernador Udaeta” etc., etc., me seducían. Si estábamos jugando en el patio y escuchábamos cualquiera de estas palabras fascinantes, (recuerdo que la reunión se hacía siempre en los portales del jardín, si era de tarde, y en los del patio, si era de mañana, por la sombra), dejábamos el juego y nos sentábamos tranquilamente en el suelo a oír “los cuentos de Felicia”.
Hasta “Tusen”, el hermoso perro de Enrique, se echaba a sus pies y la escuchaba extasiado. Sí, señor, la escuchaba extasiado, lo repito. “Tusén” era un perro con alma, un perro que sabía oír, que comprendía, que hablaba en su lenguaje sin palabras…
—Una vez, se dió un banquete en la finca de Antoñico Milanés, “La Guadalupe”, con el objeto de reunir diversos elementos para conspirar. Por la tarde, fuimos Guadalupe Milanés, señora de Donato Mármol, a quien todos llamaban “Pupa”, —vive todavía en Santiago de Cuba y seguramente se acordará tan bien como yo— a la finca para adornar y preparar la mesa. Le hicimos una serie de adornos con papel crepé, picado, colocamos con el mayor arte posible los manteles, las servilletas, las copas, etc.. y le dejamos una sorpresa:
Un pastel hecho de manera especial, —hueco por dentro,— con unas rejillas disimuladas con crema. Nosotras regresamos a la finca de Donato, ya cumplida nuestra “misión artística”, porque la conspiración era cuestión de hombres solos.
Luego nos contaron el efecto que les produjo la sorpresa; dentro del pastel habíamos encerrado un canario, que voló cuando lo fueron a partir. Entonces, a propósito del pájaro que recobraba su llenad, Céspedes, Aguilera, un joven de apellido Agüero y otros, pronunciaron bellísimos discursos. A esa comida asistieron Aguilera, Céspedes, los Mármol, Manuel Anastasio Aguilera, Francisco Maceo Osorio, Ángel Maestre, Joaquín Castellanos, Miguel Milanés, Manuel Guerra Tamayo y otros más que no recuerdo…
Felicia hace una pausa. Luego nos cuenta:
—A Miguel Milanés, Coronel de la Revolución, lo fusilaron casi en mi presencia el día 4 de febrero de 1869. Hacía diez días que nos habíamos casado. Bravo, valiente, patriota que era, como buen bayamés. Una columna española nos detuvo en la finca “La Cachanga”, de Juan Izaguirre.
Estábamos todos en Ia finca “El Horno”, de Doña Dolores Castellanos, cuando quemaron a Bayamo, y nos dirigíamos a la finca “Arcos” de Ramón Céspedes, donde mi esposo debía unirse, por orden de Carlos Manuel, con Donato Mármol.
Cuando nos detuvieron, nos hicieron entrar a nosotras en la casa de la finca “La Cachanga”, y a Miguel lo condujeron rumbo a Bayamo. Pero como mi marido notara ciertos cuchicheos detrás de él, entre los españoles que lo conducían preso, sospechando que iban a matarle a traición, se volvió frente a ellos y les dijo:
“Si me van a matar, mírenme; pero mírenme de frente, como a un hombre.”
Inmediatamente fué abatido por una descarga que todavía resuena, más que en mis oídos, en mi corazón… Los ojos azules se oscurecen. No brilla en ellos la ráfaga del odio. Es de dolor, la sombra que los vela. A los dieciocho años, con diez días de luna de miel, una descarga de fusilería que nos arrebate al hombre amado, debe sobrepasar las líneas de todas las tragedias.
—Murió como un cubano…
dice Felicia con voz donde la emoción pone cálidos trémolos. Para Felicia, —mujeres bayamesas, dignas, como las camagüeyanas, de compartir el cetro de las mujeres de Esparta!— morir por Cuba era y será siempre el mejor timbre de gloria.
Yo siento, escuchándola, que renace en mi corazón la fe perdida. Comienzo a creer, a creer nuevamente ¿Se puede dudar del destino glorioso de Cuba oyendo a esta mujer?
La Entrevista Termina
Agil, ligera, Felicia nos muestra su casona de Marianao. Yo gozo, reconociendo objetos que en la vieja casa de la Entrada de Cuabitas, en Santiago de Cuba, tantas veces llamaron mi atención de chiquilla curiosa.
Viejos portarretratos, viejos cuadros La pequeña virgencita, en su urna de cristal, siempre llena de flores frescas… Las viejas cucharillas de plata que antaño llevaron tantos dulces sabrosos a nuestras bocas infantiles, y que hoy llevan ricos melocotones almibarados.
El retrato iluminado de Felicia cuando tenía ocho años de edad, guardado en su estuchito de cuero, gastado por los años…
Y ya, a la despedida, cuando Enrique toma el volante de su automóvil para traerme, Felicia siente súbito embullo de muchacho y toma asiento a nuestro lado y nos viene a acompañar hasta mi casa de La Habana…
Hasta mi casa de La Habana, donde Felicia, luego de los saludos efusivos, contempla absorta y emocionada el retrato de mi padre y dice:
—Mira que yo quería a Sábas…
Este sí que era de los buenos, como que era bayamés de pura cepa…
Yo pienso, un poco triste, en el Bayamo de hoy…
Bibliografía y notas
- Sábas Alomá, Mariblanca. “Figuras del Ayer Glorioso”. Revista Carteles. Vol. 9, núm. 20, mayo 1928, pp. 17-18, 48.
- De interés: Mariblanca Sabás Alomá.
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