Página íntima: La primera vez que yo ví á Felipe López de Briñas fué en aquel día memorable en que todo el pueblo de Cuba acompañó al cementerio los restos de Cortina.
Yo era, por entonces, Secretario de un Ayuntamiento, y se me figuraba que al desempeñar mi Secretaría esforzando las potencias del alma, realizaba una labor patriótica. Después fue cuando me dí cuenta de que aquello no era patriotismo sino tontería…
En el entierro de Cortina, repito, conocí á Felipillo. Alguien hubo de presentarnos: nosotros nos aproximamos y fuimos luego muy buenos amigos.
Precisamente había publicado él, dos días antes, unos versos elegíacos en la gacetilla de La Discusión, de El Combate, ó de El Tonto, (no recuerdo bien qué nombre tenía en aquella época el periódico que dirigía San Miguel), y me habían parecido tan sugestivos, y había hallado en ellos tanta inspiración y sentimiento, que no les escaseé los elogios, como hago siempre cuando encuentro algo que me parece bueno, venga de donde viniere.
Cuando llegamos al Cementerio, ya nos conocíamos mutuamente. Él me había referido su vida llena de incidentes, recargando su narración con pinceladas fuertes de color, y yo le había contado como me revolvía en mi cárcel, ansiando más espacio y más luz.
Un año después, cuando yo entraba en La Lucha por la puerta grande, salía Felipillo de la casa, sin disgustos, sin rozamientos, diciéndole á sus compañeros con su manera especial: —Caballeros, hasta luego.
¿Por qué abandonó Felipe la redacción de La Lucha? —Me quiero ir, dijo un día. Y se marchó.
¿A dónde fué? ¡Quién lo sabe! Encaminó su rumbo a la ventura… Y como era periodista, no encontró el camino de la Fortuna, porque esa señora se muestra siempre esquiva para los escritores.
Gastón Mora recordaba, hace pocos días, en un artículo primoroso publicado en estas mismas columnas, la gran diferencia que existe entre el periodismo francés y el periodismo inglés. En éste, todo lo hace la empresa: en el otro, el periodismo lo es todo. En Inglaterra, el incógnito envuelve al escritor; en Francia, el autor ampara siempre sus producciones con su nombre. No existe el anónimo.
De ahí resulta que, en Francia, los periodistas llegan á todos los puestos. En Cuba pasa como en Inglaterra: el periodista siempre es la equis. Pocos son los que firman sus escritos con su nombre y apellido. Verdad es que aquí abunda la mala clase…
Pero, como quiera que sea, el hecho evidente, indiscutible, es que el periodista cubano por muchas que sean sus disposiciones, por grande que sea su cultura, por muy laborioso y eficaz que resulte, si bien se ve buscado con interés para que sirva a la vanidad ó á la presunción de nuestros ases sociales, no se da el caso jamás de que ninguno se acuerde de él, por su merito intrínseco, para que desarrolle sus facultades en otra esfera ajena al periódico.
Son preferidos para los destinos públicos los parientes y los compadres y los conmilitones de los que gozan del favor, aunque desconozcan los recomendados los primeros rudimentos gramaticales…
En el año de 1879, Felipe Briñas, poeta y escritor, dirigía La Bulla, periódico muy revoltoso. El general Blanco, acabado El general Blanco, acabado de tranquilizarse el país, que había vuelto á encender la hoguera, con la guerra chiquita, se dió cuenta de que La Bulla y algún otro periódico se iban de la lengua, y para cortar por lo sano, envió á España, en un mismo buque y bajo partida de registro, los escritores y editores de las publicaciones “que alteraban el orden”.
Felipe hizo su viaje á España, por cuenta del gobierno, como él decía, sin que el viaje le sirviese para modificar su manera de ser. Era criollo y rebelde, y regresó siendo criollo y más rebelde todavía. Nosotros estimábamos que, en La Lucha, era Felipe Briñas el más, típicamente, cubano, de todos los redactores del periódico.
Cuando Briñas se cansó de no estar en La Lucha, después de haber metido la cabeza por todas partes, infructuosamente haciendo versos por millares, zurciendo obras dramáticas, escribiendo cuentos muy interesantes, publicando periódicos y metiendo la hoz en campo ageno á las letras, puesto que servía para todo, —lo vimos entrar una mañana, como el día antes de haber partido, diciendo: —San Miguel, desde hoy vuelvo á La Lucha.
San Miguel le echó un sermón todo suyo, sin la cita de ningún Santo Padre de la Iglesia, y volvió Felipe á la labor, como siempre: tan inteligente, tan incansable, tan fecundo y tan bueno, Tan bueno, sí.
Briñas era una criatura incapaz de hacer mal. Yo le llamaba “el más bueno de nosotros”.
El y Arturo Mora, —ambos desaparecidos,— eran nuestra alegría. Arturo siempre bullicioso; Felipe siempre juguetón y afable, candoroso unas veces, malicioso otras…
Cuando murió Felipe, Gastón escribió para él dos cuartillas muy sentidas. “El único disgusto que nos ha causado ha sido el de su muerte”, dijo, con lágrimas, el querido compañero, que lo despidiera á nombre de todos.
¿Sus obras? ¿Para qué ocuparme de ellas? Muchas veces trató de coleccionarlas, pero sus trabajos resultaban estériles. Sus obras andan por ahí: están formadas de fragmentos esparcidos por todas partes.
Además, yo me he propuesto escribir hoy una página íntima, no otra cosa.
En Febrero de 1898, casi en vísperas del bloqueo de la isla por la escuadra americana, volvió a sentir Felipe, la nostalgia de la calle. Pero ¡ay! es que su espíritu estaba abatido, su vista debilitada; el luchador quería descanso…
Ya no nos recitaba, con soberbia entonación, como hacía aun en los días más críticos de Weyler y de Porrúa, sus versos heroicos á la independencia de Cuba; ya no venían á sus labios aquellas narraciones imposibles de los variados incidentes de su historia; ya no era aquel Felipe de los buenos tiempos…
—Me voy, díjonos un día. Y apenas si volvimos á verle más.
¿Qué era de él? Nadie lo sabía: fueron muy contadas las veces que se dirigió á sus amigos y compañeros. El, que tantos esfuerzos había hecho para aliviar la situación de otros, no se personó jamás para hacernos conocer la suya en lo que tenía de más triste.
Y el día 24 de febrero, á la hora en que toda la Habana festejaba la entrada triunfal de Máximo Gómez, el modestísimo entierro de Felipe Briñas seguía la extensa calzada que conduce á la Necrópolis. Murió de cansancio, de fatigas, de tristeza.
Nadie —aparte de su esposa, de sus hijos y de El Fígaro— deshojó una sola flor sobre el féretro del pobre muerto: todas las flores fueron pocas, aquel día, para abrillantar la gloria del ilustre vivo…!
Francisco J. Daniel.
Abril, 1899.
Felipe López de Briñas desde La Lucha1
Ayer (23 de abril 1899) falleció en esta ciudad el distinguido periodista é inspirado poeta Felipe López de Briñas. Durante largos años perteneció al cuerpo de redacción de este periódico, que siempre tuvo en él un servidor inteligente y amable.
Con el señor Briñas mantuvimos, sin interrupción, las relaciones más cordiales, y el mejor elogio que podemos hacer de nuestro antiguo y querido compañero, es declarar que con su muerte nos proporciona el primer disgusto.
Briñas escribía con soltura y corrección, y siempre se distinguió por las formas cultas y moderadas de sus escritos. En muchas de sus poesías palpita un verdadero estro.
Descanse en paz el bondadoso amigo y reciban su señora viuda é hijos la expresión de nuestro sentido pésame.
Esther López de Briñas
Belleza, juventud, gracia, espiritualidad, todo ello reúnese en la señorita Esther López de Briñas, encanto de cuantos tienen la dicha de conocerla y tratarla.
Y al publicar en esta crónica su retrato, escribiendo estas líneas, recordamos a aquel que fué nuestro muy querido compañero, su inolvidable padre, el notable escritor Felipe López de Briñas, cuyos interesantes trabajos aparecían en todas las publicaciones habaneras, entre ellas El Fígaro, donde veían la luz aquellas famosas narraciones de “La Habana antigua” que todos recordamos.
La señorita Esther López de Briñas, por todos conceptos, digna hija es del escritor cuyo recuerdo siempre llevamos en el alma.
Bibliografía y notas
- “Felipe López de Briñas.” Diario La Lucha. Año XV, núm. 47, 24 de febrero 1899, p. 2. ↩︎
- “Felipe López de Briñas.” El Fígaro, Periódico Artístico y Literario. Abril 23, 1899, p. 103.
- Bay, Luis. ”Esther López de Briñas”. El Fígaro, Periódico Artístico y Literario. Año XXVIII, núm. 47, Noviembre 1912, p. 692.
- Escritores y poetas.
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