Como anunciamos en nuestro número anterior, ofrecemos aquí varios fragmentos de una correspondencia inédita de Julián del Casal. Fueron escritas dichas cartas por el admirable autor de Bustos y Rimas a la exquisita poetisa Nieves Xenes, y aunque los originales se han perdido se conservan estos fragmentos que aquí reproducimos, copiados en un álbum que hoy guarda la familia de la poetisa. Estos fragmentos están comentados en otra página por nuestro colaborador J Antonio Fernández de Castro.
Habana, 10 de Febrero de 1890.
Hace unos días que llegué del campo y no había querido escribirle porque traje de allí muy malas impresiones. Se necesita ser muy feliz, tener el espíritu muy lleno de satisfacciones para no sentir el hastío más insoportable a la vista de un cielo siempre azul, encima de un campo siempre verde. La unión eterna de estos dos colores produce la impresión más antiestética que se puede sentir. Nada te digo de la monotonía de nuestros paisajes, incluso las montañas. Lo único bello que presencié fué una puesta de sol, pero esas se ven en la Habana todas las tardes.
Agosto 1o. de 1890.
Sólo he encontrado en estos días una persona que me ha sido simpática. ¿Quién se figura usted que sea? Maceo, que es un hombre bello, de complexión robusta, inteligencia clarísima y voluntad de hierro…
No sé si esa simpatía que siento por nuestro General es efecto de la neurosis que padezco y que me hace admirar los seres de condiciones y cualidades opuestas a las mías; pero lo que le aseguro es que pocos hombres me han hecho tan grata impresión como él. Ya se ha marchado y no sé si volverá.
Después de todo me alegro porque las personas aparecen mejor a nuestros ojos vistas de lejos.
Septiembre 25 de 1890.
Aunque no he contestado en tiempo oportuno su última carta no atribuya mi silencio a tibieza de afecto sino a mis múltiples y estériles ocupaciones. Sigo luchando en el vacío sin esperanzas de salir vencedor.
Octubre 31 de 1890.
Casi todo el mundo es para mí de cristal, veo perfectamente al poco tiempo de tratarlos lo que son. Ese ejercicio constituye para mí una diversión, arrancar mentalmente la máscara de los cómicos sociales. Otras veces me causa profunda repugnancia, porque como tengo enferma la sensibilidad, las llagas morales me producen náuseas.
Mayo 25 de 1893.
Yo no amo más que a los seres desgraciados. Las gentes felices, es decir, los satisfechos de la vida, me enervan, me entristecen, me causan asco moral. Las abomino con toda mi alma. No comprendo cómo se puede vivir tranquilo teniendo siempre tantas desgracias alrededor…
Glosa a unas líneas de Casal por J. Antonio Fernández de Castro
Mil Ochocientos Noventa
Estamos en 1890. No hace mucho tiempo que el poeta ha regresado de España donde ha consumido el modestísimo caudal que heredó de sus padres y en cuyo lugar no ha frecuentado el trato más que de dos amigos suyos: el finísimo Icaza y el rotundo Rueda.
Acaba Casal de publicar su primer libro, que la crítica lugareña no ha acogido bien. Sólo sus íntimos, sus compañeros de redacción y quizás alguna mujer de cuerpo lánguido y ojos negros repiten de memoria algunos de sus versos. Eso no tiene importancia.
El más generoso y cordial de sus amigos Enrique Hernández Miyares nos cuenta que al poeta le molestaba que le hablaran de ese, su primer libro “blanco desde la cubierta”, que fué compuesto por él seleccionando entre sus versos como si fuera posible —dice Hernández Miyares— “escoger entre monedas de oro de un mismo valor”.
Sin embargo, el libro, que ha encontrado editor (ave rara) se ha vendido totalmente. Quizás porque la edición fué corta, quizás porque hubo suficientes espíritus finos que lo comprasen y leyesen. Para evitar que le hablasen de su libro el poeta se va al campo.
El Poeta y el Campo
En una de las tertulias literarias que tradicionalmente tenían lugar en nuestra vida artística pre-nacional, el Poeta ha conocido a una mujer sensible, impetuosa y buena, que pronto, con ese instinto superior que tienen esa clase de mujeres, se adueña de su espíritu, se hace su confidente. A ella Casal le escribe con frecuencia de esas “cosas que sólo saben mujeres y poetas”.
A esta mujer confesará Casal la impresión que nuestro campo siempre verde y nuestro cielo siempre azul producen en su espíritu. Tal vez el chauvinismo criollo se sentirá ofendido con estas expresiones justificadas de Casal.
Tenía razón el Poeta, porque ciertamente, el monótono espectáculo de nuestros paisajes campestres (nótese que ha excluido a las puestas de sol) sólo puede llenar a los muy felices, “a los que tienen el espíritu muy lleno de satisfacciones” A los otros -como a nosotros- les es necesario, a veces, un poco de gris…
En esta manera de apreciar nuestros paisajes, Casal está muy bien acompañado. En algún lugar hemos leído unas impresiones de Manuel Sanguily —la más pura y alta representación del espíritu cubano— que concuerdan en lo intimo con éstas del Poeta “del instante raro de la emoción noble o graciosa”.
Además del interés intrínseco de las líneas que comentamos, ellas constituyen, para los críticos, el antecedente psicológico de los admirables tercetos En el campo, donde Casal proclama sus verdaderos gustos, de acuerdo con los nuestros, muy siglo XX.
El Poeta y el Héroe
La intensa lucha entre la colonia oprimida y desangrada y la metrópoli inconsecuente y torpe atravesaba entonces un período anodino después de la agitación ficticia de la campaña autonomista.
En Cuba sólo Manuel Sanguily desde siempre y Enrique José Varona desde 1884 se atrevían a proclamar en voz alta la imposibilidad de la reforma sin el esfuerzo propio. En los Estados Unidos, el Maestro veía acercarse el momento de intensificar los trabajos de propaganda revolucionaria.
No estaba muy lejos el día en que él mismo había de decir al entusiasta le parece crimen la tardanza misma de la sensatez en poner por obra al entusiasmo. Pero aun era sensatez la tardanza.
En viaje de tanteo, como de reconocimiento y de iniciativa propia, vino a la Habana en el estío de 1090 el gigante de bronce de corazón de niño que se llamó Antonio Maceo, y que es como la síntesis de nuestro bravo Oriente.
Fué como una floración de heroico lirismo. Todos los jóvenes se sintieron entusiasmados y en legión, -en la que ya se daban grados.- comandada por aquél que era “hermoso como Byron y que arrastraba una pierna como él”, —Julio Sanguily,— daban escolta al Titán, quien, al verlos, dudaba menos.
Tímido, con ese profundo desaliento que lo perseguía desde niño, Julián del Casal le fué presentado a Maceo en alguna redacción literaria, en La Habana Elegante de Hernández Miyares, o en el mismo Fígaro del querido señor Catalá.
Que el poeta se entusiasma con Maceo nos lo dicen cumplidamente los fragmentos anteriores, y él, que ya “que no podía ser cubano, como es nuestro Rubén nicaragüense” —y que quería “fundar el partido anexionista francés”,— comprende su desaliento en vista de la hostilidad del medio y compadece al héroe.
Este sentimiento está confirmado por el soneto que recuerda Hernández Miyares, dedicado al Héroe que “vino de costas extranjeras —cargado de magnánimas quimeras— a enardecer sus compañeros bravos” y se ha encontrado ¡pobre Héroe! “que luchan sin decoro —espíritus famélicos de oro- imperando entre míseros esclavos”.
Sabemos ya lo que pensó el Poeta del Héroe, ¿sabremos algún día lo que pensó el Héroe del Poeta?
El Poeta y la Vida
Los otros fragmentos, los últimos, escritos con fecha ya cercana a la muerte del poeta que había de morir joven “de su cuerpo endeble o del pesar de vivir, con la fantasía elegante y enamorada, en un pueblo servil y deforme” —según la expresión de Martí— y que están dirigidos a la misma mujer —y que únicamente a una mujer pudieron ser destinados— dicen demasiado para que nosotros nos atrevamos a comentarlos.
Sólo en nuestro espíritu a la lectura de esos renglones, en que la expresión, sencilla y el espíritu puro -parecen un anticipo de la nueva poesía, exaltadora de la sencillez.
El Vedado, 1923.
Citas y referencias:
- Fernández de Castro, J.A. (1923, marzo). Fragmentos de una correspondencia de Julián del Casal y Glosa a unas líneas de Casal. Revista Social, pp. 13-14.
- Evocación a Julián del Casal por Agustín Acosta Bello
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