A raíz de la muerte ocurrida trágicamente, del inspirado y notabilísimo poeta matancero Francisco Lles, pidió nuestro jefe de redacción el Dr. Roig de Leuchsenring al hermano de aquél, Fernando, poeta también no menos valioso y celebrado, le enviara unas notas biográficas de Francisco para con ellas hacer un estudio que tenía en proyecto, del malogrado bardo.
Son tan interesantes estas sobre todo teniendo en cuenta que ambos hermanos escribieron y publicaron siempre sus trabajos y libros en colaboración, que nos ha parecido oportuno reproducirlas en nuestras páginas, rindiendo de esta manera nuevo y merecido homenaje al infortunado escritor.
Dr. Emilio Roig de Leuchsenring.
Cuba 52.
Habana.
Distinguido compañero:
Con gusto le proporciono los datos que solicita en su atenta carta de fecha 8 del pasado, respecto de mi pobre hermano.
Nació Francisco en Monte Alto, Macagua, provincia de Matanzas, el dia 13 de junio de 1888. Pasó en Asturias, adonde nuestro buen padre regresó para morir, los días de su infancia, desde 1889 hasta 1894, y fué repatriado apenas en disposición para comenzar sus primeros estudios.
Azares de la fortuna, nos llevaron a Sumidero, lugar de esta provincia, donde Francisco ingresó como alumno en la escuela primaria que allí dirigía la Srta. Jacinta Torres.
Quebrantos de todo género, anteriores unos y posteriores otros a la muerte de nuestro padre, dejaron reducida a la última expresión la cuantiosa fortuna de aquel. Por esta época, mamá contrajo segundas nupcias con D. Eugenio Bobia y Noriega, tío nuestro a la par, que nos prohijó y quiso como un verdadero padre.
Disponíase D. Eugenio a contratar nuestro pupilaje en los Paúles de Matanzas, cuando, en pleno período de prosperidad y de riqueza, la tea revolucionaria de los libertadores del 95 frustró sus planes y nos trajo a esta ciudad donde continuó mi hermano sus primeros estudios, siendo por entonces alumno preferido del venerable anciano D. Segundo Rey, padre de Gustavo, nuestro querido compañero, Redactor de El Mundo.
Años más tarde y al regreso de un nuevo viaje a España, Francisco ingresó como alumno en el Colegio de Enseñanza Superior que dirigía en Matanzas el que fué ilustre pedagogo D. Claudio Dumás y Franco, matriculándose bien pronto en el Instituto Provincial, obteniendo, en la casi totalidad de las asignaturas examinadas, la nota de sobresaliente.
Sin ser esporádico el “caso literario” en él, porque más de un Mier como el ilustre helenista D. Eduardo, glorioso traductor de los trágicos griegos, y más de un Noriega, cuyos apellidos forman con el nuestro el árbol genealógico de una vigorosa familia de rancio abolengo astur, Francisco sintió el ansia de exteriorizar, para su propio regalo, las impresiones que obtenía en el subjetivismo de su maravillado reino emocional, cuando el estudio forzoso de la Retórica y Poética le revelaron que él poseía la aptitud de constelar con ritmos su cielo, en perpetuo milagro de claridades sugerentes.
Fué D. Miguel Garmendía, insigne Catedrático de la asignatura respectiva en el Instituto Provincial de Matanzas, quien, al descubrir en él tan inusitadas aptitudes, lo alentó, lleno de la inmensa bondad que se desborda en su corazón, para emprender la marcha del aeda, en el vía crucis de los expositores sensitivos.
Hacía yo por entonces, corría el año 1908, mis primeras armas en la literatura y en “El Estudiante” de esta ciudad, donde colaboraban Agustín Acosta, Miguel Macau, Carlos Prats, Joaquín Cataneo, el que suscribe y otros, publicó Francisco sus primeros versos, tan llenos de una conmovedora sinceridad lírica, tan emocionales y nuevos, tan ingenuos, fragantes y claros, que desde el primer día acusaron en él fuerzas tan extraordinarias como originales, para el cultivo de la Gaya Ciencia.
Del surco pródigo en senda tan fecunda, en lo que a Francisco, al menos, se refiere, nació “Crepúsculos”, libro que vió la luz en 1909 y en cuya factura colaboramos los dos, como siempre lo hacíamos y lo hicimos después, sin método, al azar y por composiciones separadas, obedeciendo a las personales preferencias que si en mí tuvieron desde el principio un marcado gusto de égloga en lo descriptivo y de escepticismo abstracto en lo filosófico, en él se caracterizaban por la unción piadosa de un amor inmenso a todo lo humilde, amor impremeditado, cariño que no ponderaba ni medía, piedad innata del corazón que no fué consciente en él sino años más tarde, cuando, como en las postrimerías de su vida, alcanzaba el máximum de potencia creadora, en el análisis del sentimiento, por el dominio de la razón.
Si el artista logró alcanzar un equilibrio pleno, tras el examen de sus inclinaciones sentimentales, el hombre, sin embargo, se mantuvo impenitente y prodigó, sin tasa, hasta el fin, sus inagotables tesoros de bondad.
Por esto, porque le ataban con férreos lazos de amor a sus pequeños y montaraces discípulos, imperativos tan obscuros como los de su inaudita piedad, mi hermano mantuvo en cada hogar campesino una escuela, y a la profesión de maestro ambulante del barrio de Sumidero, en el Término de Guamacaro, dedicó sus energías, desde 1913 hasta 1919, época en que se matriculó como alumno de la Facultad de Medicina de nuestra Universidad.
Yo no sé de nadie, y hoy puedo decirlo porque ha muerto, que le haya igualado jamás en la grandeza de su espíritu de sacrificio.
Perdone, compañero, mi vehemencia; pero juzgue usted mismo aquella vida por este rasgo rigurosamente histórico:
Era allá por 1918. La influenza, en todo su apogeo, diezmaba a los campesinos. Morían por familias enteras y en guardia el terror a la puerta de cada hogar, ahuyentaba de aquellos lugares a toda alma viviente. Ni subsistencias, ni médico, ni medicinas; ni siquiera la palabra de consuelo de un semejante que endulzara, en la agonía, el dolor de aquellos infelices.
Sólo Francisco, mi santo hermano, convirtiendo en despensa y botiquín las alforjas de su cabalgadura, transitaba a lo largo de los caminos, de una en otra casa, medicinando aquí un enfermo y alimentando más allá a otro.
¡Cuántas y cuántas veces lo sorprendió la aurora, sentado sobre un duro envase de madera, velando el cadáver de uno de sus amados discípulos y prodigando consuelos a los padres angustiados, enloquecidos por el dolor!
Nunca me lo confesó; pero yo he inferido que de aquel desamparo le nació en el alma el deseo de estudiar la medicina.
La publicación de “Crepúsculos”, mereció diversos elogios de escritores nacionales y extranjeros y una carta muy laudatoria del ilustre Juan de Dios Peza, tal vez la última que escribió en este sentido, porgue días después fallecía en México el viejo y doloroso bardo.
Sol de Invierno, libro más voluminoso, y escrito también en colaboración por ambos, fué dado a la prensa en 1911.
Su aparición dió lugar a comentarios favorables de la crítica, en los periódicos y revistas literarias de España y de las Repúblicas latinoamericanas, y a expresivas felicitaciones de Emilio Bobadilla, Juan Maragall, Emilia Pardo Bazán, Adolfo León Gómez, Viriato Díaz Pérez, Álvaro Armando Vasseur (Américo Llanos) y otros ilustres escritores de diversas nacionalidades.
De este libro, un soneto de Francisco, figura como modelo en un tratado de Literatura Preceptiva, de texto en el Instituto Provincial de Matanzas.
Limoneros en Flor, último de los publicados en colaboración también, salió de las prensas en 1912. Es un libro de poemas, muy preferido por nosotros.
Aunque le parezca extraño, de ninguna de las tres ediciones respectivas conservo un sólo ejemplar, tanto que, ahora que me propongo recopilar los versos de mi hermano, así los contenidos en las tres obras citadas como los que últimamente escribiera, para darlos a la publicidad en un solo volumen, he tenido necesidad de pedir los que algunos amigos guardan en sus bibliotecas.
Colaboró Francisco en diversas revistas: Orto de Manzanillo; Alma Latina, El Estudiante, Cuba y España, Matanzas y otras de esta ciudad; Letras, El Fígaro y Bohemia de la Habana.
Últimamente desempeñaba aquí el cargo de maestro nocturno de una escuela de Pueblo Nuevo, lugar en el que dedicó sus afanes y su amor por la enseñanza a la educación de adultos, logrando tener una asistencia diaria de numerosos discípulos en un punto donde fué cerrada el aula en más de tres ocasiones, porque nunca pudieron cubrir los demás maestros el promedio de asistencia que determina la Ley Escolar.
Respecto de futuros libros, puedo decirle que preparábamos uno A Orillas del Pireo, cuyo título responde a las numerosas composiciones que en él debían figurar y que giran alrededor de motivos de la antigua Grecia, y en cuanto a obras en prosa, Francisco ha dejado concluida una voluminosa novela, que se desarrolla en ambiente cubano, pero que no es de costumbres genuinamente criollas, porque el carácter de los personajes que allí viven, es francamente cosmopolita y la tesis responde a lo que de ella exige la complicada psicología del protagonista de la obra.
En cuanto a los autores predilectos de mi hermano, puedo afirmar, que, en verso, sus preferencias estuvieron al principio de parte de poetas de tan opuestas tendencias como el maravilloso “preciosista” José Juan Tablada, Vicente Medina, Emilio Carrere, Juan Maragall, Santos Chocano, Mallarmé, Catulle Mendes, Baudelaire, etc.
Más tarde otros poetas lo subyugaron, especialmente los belgas Verharen y Maeterlinck; el uruguayo Álvaro Armando Vasseur; el bengalí Tagore; el inmenso norteamericano Walt Whitman; el portugués Guerra Junqueiro y el nuevo poeta francés H. Jacques.
En la novela, sus autores favoritos eran los rusos Dostoievski, Leonidas Andreew, Arzibachev y Kuprin; el polaco Merejkoski, (cito de memoria) y los franceses Barbusse y Anatole France.
No era de su agrado la filosofía sistematizada de los materialistas alemanes, y a toda afirmación categórica, en el sentido de nuestras conquistas, en los dominios de la inferencia, prefirió siempre los postulados de Platón ante los de Aristóteles; los de Lafcadio Hearn ante los de Buchner o Moleschot, por ejemplo, pero admiraba, sin embargo, de una manera incondicional, la santidad laica de un Ernesto Haeckel, el sentido de la justicia histórica de Draper y el genio insuperado de los sencillos iconoclastas Elías y Eliseo Recluss.
Francisco era espiritualista por inclinación, por temperamento, y en estos últimos años su labor se acendraba, dominando su visión tan amplios horizontes espirituales, que, si como hermano lo lloro, como artista creo que su muerte debe ser sentida por todos cuantos amen el porvenir literario de Cuba.
Inasequible al elogio por intercambio, no apreciaba sino aquellos que, por su origen, debían ser necesariamente espontáneos, y la aquí por qué no alcanzó su nombre la popularidad que merecía, ya que, por desgracia, como usted no debe ignorarlo, compañero, la noción de la justicia que debe hacerse a las cosas por lo que ellas mismas significan no es virtud que caracteriza a los poetas en ninguna parte.
La circunstancia de que yo me encontrara siempre en relación con un mayor número de hombres de letras y dirigiendo publicaciones, da lugar también a que lentamente y sin que nos percatáramos de ello, mi nombre se sobrepusiera al suyo sin razón de equidad que lo aconsejara.
Yo deseo y se lo agradeceré, compañero, que sea usted el primero en reparar esta injusticia, declarando que mi hermano, como poeta, al menos, y en el aspecto de sinceridad emocional de ese Arte, ha sido siempre superior a mí, desde los comienzos de su carrera literaria, hasta el día en que, por oscuros designios de lo incomprensible, la mano criminal de un analfabeto abominable, le arrebató la vida, mientras intentaba desarmarlo para que no me asesinara, sellando con este rasgo de sus mansas heroicidades humanas, el último capítulo de su existencia, inmensamente generosa.
Gracias, y ya que de Francisco ha querido usted ocuparse, cuente con mi eterno e incondicional afecto.
FERNANDO LLES.
S. C. «Yucayo.» Compañía General de Seguros. B. Byrne 45, Matanzas.
Bibliografía y notas
- Lles, Fernando. “Francisco Lles.” Revista Social, vol. 6, no. 8, Agosto 1921, pp. 32,58.
- Escritores y poetas de Cuba.
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