Frases Famosas en la Historia de Cuba ¿Y ese Pueblo qué hace? Joaquín de Agüero y Agüero, un cubano de aquellos que en plena época de opresión y despotismo, habían de marchar a la cabeza de los iniciadores de la redención de la tierra esclava, nació en la ciudad de Puerto Príncipe (Camagüey) el 15 de diciembre de 1816. ¡Día memorable para la patria!
Realizado el advenimiento de un varón que resulta, al cabo de largas jornadas históricas, símbolo de grandes ideales y encarnación de aspiraciones puras, tal suceso, observado por supuesto en mirada retrospectiva, es para el suelo materno motivo de señalada memoria.
La región camagüeyana, al recordar la magnifica enseñanza que a la posteridad dejó Joaquín de Agüero, detiénese, reflexiona alrededor de la obra del paladín del derecho y de la justicia y retrocede espiritualmente para marcar con piedra blanca el momento feliz en que vino al mundo su hijo ilustre.
Adelantóse Agüero a los próceres de 1868, demostrando el noble desinterés y la honradez de principios que le guiaban, con la concesión de la libertad a sus esclavos. Apenas en posesión de la herencia proveniente de sus padres, fallecidos poco después de graduarse él de Bachiller en Leyes en la Habana, ocupóse en llevar a cabo labor de hombre justo y grande.
A la fundación de una escuela gratuita en Guáimaro —en premio o atención a lo cual el Gobierno le expresó sus congratulaciones y la Real Sociedad Económica de Amigos del País le distinguió con el título de socio de mérito— sucedió la manumisión de los esclavos que eran parte del caudal hereditario de sus mayores.
Pero, si el sostenimiento de un plantel educativo le había valido parabienes de los que mandaban, no ocurrió lo mismo respecto de su desprendimiento otorgando a los hombres, cuya propiedad tenía, la capacidad necesaria para figurar en el concierto de los jurídicamente libres.
“Se comenta mucho en Puerto Príncipe —escribía Gaspar Betancourt Cisneros, en 2 de abril de 1843— el generoso rasgo de Joaquín de Agüero, dándoles libertad a sus esclavos. El joven está muy mal parado. El general mandó que lo hiciesen comparecer para contestar a cierto interrogatorio sobre qué lo movió a dar libertad a sus esclavos.
Todo se ha hecho y parece que el sumario sigue adelante, no ya sobre lo de la libertad, sino sobre palabras que vertió, apestando a abolicionismo y a diabluras. Yo le he aconsejado que se vaya al Norte cuanto antes, pues no sólo tiene contra sí al Gobierno, sino a muchos de sus paisanos.
Hoy es delito tener y hasta manifestar tener compasión a los esclavos: la humanidad, el buen trato, nada de esto se puede recomendar en el día, porque son sinónimos de abolicionismo. Ni el Censor permite una palabra sobre colonización blanca.”
La situación era delicada, con mayores veras cuando Agüero al manumitir a sus esclavos, se ocupó en prepararlos para que supiesen hacer vida de hombres libres. De ahí que resulte prudente hasta no más el consejo de El Lugareño. Siguiólo al cabo Agüero, pues que a fines de 1843 marchó a los Estados Unidos de América.
Atraído, empero, por el amor al suelo patrio, a los tres meses se halló de regreso. Un viaje a las Islas Canarias, precedido y seguido de nuevos interrogatorios y molestas persecuciones, sucedió a aquella excursión por la república norteamericana.
Fué un periodo de agitación, de ensayos, en busca de sosiego propio y de la salud de Cuba, de esfuerzos de estoico para evitar acaso la catástrofe que el cielo deliberadamente preparaba.
Llegó pronto, como al fin tenía que llegar. Atribuidas a Agüero la redacción y difusión de proclamas hostiles a la situación colonial, ya en 1851, colocado entre las garras de sus enemigos sistemáticos y la manigua rebelde, optó por lanzarse a ésta con la firme resolución de fomentar una contienda revolucionaria.
No era él hombre de decaimientos prematuros, ni cabían en su pecho otros sentimientos que los del sacrificio generoso cuando de servir la libertad se trataba. Su conducta decidida, riesgosa, temeraria, respondió en aquellos instantes de prueba a las manifestaciones ya harto conocidas de su temperamento y de su alma de servidor del decoro cubano.
“El 4 de julio de 1851, septuagésimo quinto aniversario de la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos, fué —escribió Gonzalo de Quesada— el día en que se inició una lucha que nacía pura porque los comprometidos habían jurado dar libertad a sus siervos.
Cincuenta patriotas se reunieron en la Loma de San Carlos, partido de Cascorro; en San Francisco del Jucaral dieron el grito glorioso. Marcharon a las Tunas de Bayamo, que debían atacar por cuatro puntos diferentes. Esa noche misma pudo Agüero sorprender al enemigo en su sueño, pero el jefe magnánimo deseaba vencer en buena lid y no se prestó a la carnicería cobarde.
La contestación a un ¿Quién vive? originó un choque entre dos grupos de patriotas, causándoles estragos; cundió la alarma entre los españoles, y los cubanos fueron perseguidos y dispersados.
Sin desmayar por el prematuro descalabro, con Agüero indomable a la cabeza, volvieron a congregarse, batiéndose contra el mayor comandante del Regimiento Isabel II don Joaquín Gil. El bizarro Perdomo Batista y el soldado de color Francisco Pérez quedaron muertos en el campo; el valiente Augusto Arango, a quien se creyó también perdido, se salvó milagrosamente, a pesar de sus muchas y graves heridas. Agüero y sus amigos se dirigieron a la hacienda de “San Carlos”.
En lucha denodada y heroica, sin hombres ni elementos de combate suficientes para contrarrestar la ofensiva de los leales a la metrópoli, mantúvose Agüero hasta que, luego de haber dejado a los suyos en libertad de acción para acogerse a la proclama de indulto dada por el Gobernador de Puerto Príncipe, y al tiempo de embarcar con los cinco compañeros que juraron seguirlo, víctima de la traición de un Noberto Primelles, fué acorralado, aprehendido, vejado, conducido al Camagüey, paseado por las calles de la ciudad con los brazos atados y sometido a un draconiano consejo de guerra.
Pronunció éste sentencia privativa de libertad contra dos de los que le guardaron fidelidad: Miguel Castellanos y Adolfo Pierra, y los otros tres, José Tomás Betancourt, Fernando de Zayas y Miguel Benavides, con el propio Joaquín de Agüero, fueron condenados a sucumbir en garrote vil. La crueldad se manifestó altiva y extremada en los españoles.
Ante nada se detuvieron, y, en la imposibilidad de cumplir estrictamente el fallo, por haber aparecido muerto el verdugo, variaron los términos de la ejecución y al amanecer del 12 de agosto de 1851, el mismo día en que desembarcaba Narciso López en las Playitas, quedó consumada la matanza de aquellos precursores, fusilados por la espalda en la sabana de Arroyo Méndez.
Joaquín de Agüero, grande y enérgico; supo caer con dignidad igual a la que puso en sus palabras al exclamar la víspera, si entristecido, todo entero:
¿ Y ese pueblo qué hace ?
Joaquín de Agüero
El pueblo, en verdad, había permanecido poco menos que indiferente al llamamiento revolucionario, al toque de redención. Ni ante el próximo sacrificio del prócer que, entre indignado y desconsolado tamaña interrogación dirigía a la sociedad cubana, hubo una aventura gloriosa.
Pero bien pudo juzgarse que la expresión severa y significativa de Joaquín de Agüero —recriminación rotunda de la conducta de los moralmente vencidos por la tibieza o la irresolución propias— levantó las conciencias honradas a la altura de los agravios sufridos.
La tierra camagüeyana, preparándose para la brega heroica de lo porvenir, se identificó con el sacrificio de sus hijos ilustres: los hombres, en memoria de los caídos, plantaron en la plaza pública de Puerto Príncipe cuatro palmas, y las mujeres, en señal de duelo, se cortaron sus trenzas!
Emeterio S. SANTOVENIA,
Marzo, 1920.
Bibliografía y notas
- Santovenia, Emeterio. S. “Frases Famosas en la Historia de Cuba: ¿Y ese Pueblo qué hace? Joaquín de Agüero y Agüero”. El Fígaro, Periódico Artístico y Literario. Año 37, núms. 10 y 11, Abril 4 y 11 de 1920, p. 165.
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