Gertrudis Gómez de Avellaneda Una Musa en el yumurino Parnaso por Bárbaro Velazco Valderrama.
A lo largo del siglo XIX cubano era notorio que Matanzas actuaba en fase de Hierápolis, de ciudad sagrada que erigía templos dedicados a Apolo. Ese Dios de la música y la poesía, de las artes y la elocuencia, en la Isla también presidía de los conciertos de las Musas y habitaba con ellas un yumurino Parnaso […]
– Dr. Francisco J. Ponte y Domínguez, Matanzas. Biografía de una provincia.
El retorno de Gertrudis Gómez de Avellaneda a su «¡Hermosa Cuba!» a su «¡Perla del mar!»1 –por designarse al esposo para ocupar cargos en la administración colonial– fue, después de veintitrés años de ausencia y por encima de polémicas opiniones en torno a la nacionalidad de su obra literaria y a los asuntos y lenguaje de estas, acogida con gran entusiasmo. Singulares homenajes en diversos escenarios de nuestra geografía insular así lo corroboran. Y por supuesto, los cultos matanceros deseaban rendir pleitesía a esta gloria de Cuba.
En la Aurora del Yumurí del 5 de octubre de 1861, el escritor y profesor matancero Emilio Blanchet publica una epístola en la que comunicaba a sus coterráneos: “[…] Matanzas va a tener en breve la honra de ser visitada por la Sra. Da Gertrudis Gómez de Avellaneda, por el gran poeta de la Cruz y de Baltasar, por la Safo cubana, que España coronó proclamándola rival de Quintana y Gallego, y que Francia, Italia, Inglaterra, Alemania, nos envidian porque con ella no pueden competir ninguna de sus poetisas […]”, y exhortaba a validar en su justa dimensión el relevante acontecimiento cuando escribió: “El patriotismo y la admiración al genio exigen que, tanto los escritores de esta ciudad como todas las personas ilustradas, se reúnan para acordar un lindo obsequio, un recibimiento adecuado a la ilustre hija del Camagüey. Matanzas no necesita se le recuerden las espléndidas ovaciones que en un caso análogo tributaron Barcelona, Puerto Príncipe y la Habana a la autora de Alfonso Munio”.2
Y ciertamente, luego de dos ocasiones en que no pudieron los matanceros materializar el agasajo merecido a la célebre cubana,3 podrían los hijos del Yumurí “[…] festejar […] a la que tanta gloria derrama sobre Cuba, a manera de pura y esplendente luz”4
A la sazón, la afamada escritora residía en Cárdenas, donde el 20 de agosto de 1860 su esposo –el coronel Domingo Verdugo– tomó posesión de la tenencia de gobierno, cargo en el que se mantuvo hasta principios de septiembre de 1863 cuando es nombrado teniente gobernador de Pinar del Río.
Fue propicia entonces la ansiada visita en el marco de un bazar que, a propuesta del Dr. Ambrosio C. Sauto, se proponía la adquisición de fondos para continuar las acciones constructivas del Teatro Esteban y para, a través de la Junta de Caridad, invertir en establecimientos piadosos de la ciudad, asimismo por esta fecha se celebrarían los primeros juegos Florales del Liceo, los que, inicialmente previstos para la fecha del santo patrono san Carlos Borromeo (4 de noviembre), se transfirieron para el día 9 con motivo del ya mencionado bazar.
En la Aurora del Yumurí del 8 de octubre se confirmaba en un suelto: “Sabemos por fidedigno conducto que la célebre poetisa Sra. Da Gertrudis de Avellaneda, ha resuelto visitarnos el 4 de Noviembre [sic.] próximo. Los matanceros sabrán recibir a la Sra. Avellaneda como debe hacerlo todo pueblo galante y culto con quien ha sabido conseguir por su gigante genio una de las mejores hojas del laurel de la fama; los jóvenes de esta ciudad, que tantas y tan irrecusables pruebas han dado de afición a la divina literatura, acogerán con una recepción brillante a la eminente escritora con cuyo varonil talento ha sabido enriquecer al parnaso español añadiendo a su inmenso catálogo tantas obras de esclarecido mérito. Venga, pues, en buena hora al suelo de Milanés, la decantada Tula y verá que si entre ilustres poetas de la madre patria adquirió la inmortal diadema de glorioso renombre, aún tienen los matanceros una hermosa flor para colocarla en esa bellísima corona que ciñe su airosa frente”.
Ya con la certeza de la visita, los preparativos para recibir a La Avellaneda no se hicieron esperar y la Aurora del Yumurí –periódico citadino de mayor circulación– se encargaría de promover todo lo concerniente a tan relevante acontecer antes, durante y después de su materialización.
Así revela una crónica publicada en el citado órgano de prensa del día 5 de noviembre, la llegada de la eximia escritora: “Eran las diez de la mañana del domingo (3 de Noviembre): una escogida comitiva, representando á la juventud de Matanzas y a la sección de Literatura de nuestro Instituto artístico y literario, aguardaba en el paradero de Coliseo el ansiado arribo de la poetisa camagüeyana. El silbato de la máquina anunció la llegada del tren de pasajeros, y a los pocos momentos la inspirada autora de Alfonso Munio pisaba por primera vez tierra de Matanzas.
»Había llegado al fin el momento anhelado por todos, y adelantándose entonces parte de la comitiva se dirigió a recibir a la ilustre huésped, que fue saludada por los que la aguardaban con las muestras más distinguidas de aprecio.
»Conducida del brazo de nuestro amigo el señor D. Emilio Blanchet, llegó la Sra. Avellaneda a la especie de plataforma en que termina el tablado del paradero, donde la aguardaba ya reunida toda la comitiva, y una vez allí, ocupó la festejada el centro del semicírculo que le habían formado sus admiradores”.
Y continúa el cronista refiriendo las particularidades del agasajo: un ramo de flores que entregara Blanchet a la poetisa acompañándolo de este exaltado elogio:
“¡Píndaro de Cuba, salve, en nombre de Matanzas! ¡Salve en nombre de la cuna de Milanés!, ¡en nombre de la predilecta de Plácido y Heredia! Con íntimo entusiasmo da ella la bienvenida a la que es gloria espléndida de Cuba, a la que dos mundos proclaman gran poetisa. Conmovida de inexplicable modo, bañada en llanto, tiende ella los brazos á la que derramó en la tumba del cantor del Niágara lágrimas brillantes y eternas como estrellas”; palabras de glorificación del naturalista Felipe Poey y del profesor y poeta Gonzalo Peoli.5
Asimismo detalla que luego del agradecimiento que hizo la poetisa a tan emotiva recepción: “Dirigióse el convoy por las calzadas de Esteban, de Tirry, calles del Medio, SantaTeresa, dando vuelta a la Plaza de Armas, y siguiendo por las de Contreras y Jovellanos […]”. En esta última calle, en la casa no. 28, residía Da Carlota Ruiz de Renart Tolosa, y allí se hospedaría la célebre poetisa durante su estancia en Matanzas.
Luego música selecta, amena plática, y poesía sellaron esa tarde inolvidable.
Mas aún la noche guardaba otros imborrables momentos: a la inauguración del bazar, en el Palacio de Gobierno, asiste la célebre cubana y lo más representativo de la sociedad matancera. Allí se admira La Avellaneda ante la belleza de Lola Cruz y lamenta, al informársele quién era, no haberla saludado personalmente.6 Sin embargo, la oportunidad se le presentó al día siguiente, a razón de la celebración de la fiesta religiosa por el santo patrono de la urbe, y previa solicitud en una esquela que escribiera su anfitriona.
Da. Carlota Ruiz, le comunica a la célebre matancera su deseo de que invitara a la poetisa camagüeyana a su residencia para ver la tradicional procesión. Y en efecto, la invitación se cumple y Gertrudis Gómez de Avellaneda es acogida con beneplácito por Lola Cruz –con quien entabla sincera amistad que testimonian las cartas intercambiadas posteriormente entre ambas–, su familia y amigos. Los lectores interesados en los pormenores de las relaciones afectivas entre ambas mujeres pueden consultar el tomo I de Aquellos tiempos… Memorias de Lola María, donde en las páginas 127 a la 144, la autora evoca la estancia en Matanzas de Gertrudis Gómez de Avellaneda y reproduce las epístolas que esta le enviara a Lola Cruz, su progenitora.
En los días en que transcurre la fiesta del bazar –hasta el 8 de noviembre–, recibe también la célebre invitada congratulaciones de los matanceros. La prensa recoge algunas de estas recepciones, en particular un “espléndido sarao que varios jóvenes de esta ciudad dedican a la sin par Avellaneda a nombre del pueblo entero” y el que tuvo lugar en la casa del Dr. Santiago de la Huerta (Aurora del Yumurí / 7 de noviembre) y un paseo por el San Juan –acaecido el día 8–, el cual según amplia crónica del mismo órgano (10 de noviembre), contó con una visita a la finca Los Molinos y entre poemas, canciones y música, duró hasta las ocho y treinta de la noche cuando retornan a tierra aunque –sigue detallando el impreso–, la festividad continuó en la residencia de Carlota Ruiz con un refrescante brindis
Luego continuarán las emociones para la visitante y los huéspedes en otra fiesta, la de la sabiduría y la inteligencia según llevaban como nota promocional, los juegos florales de la recién proclamada Atenas de Cuba, instituidos por el Liceo artístico y literario –a la sazón sito en el Callejón de San Severino.
Pero antes de referirme a este evento que por vez primera acontecía en nuestra ciudad, creo pertinente acotar que La Avellaneda realizó una excepcional contribución al bazar: la donación de un álbum en cuya primera página figuraba una composición dedicada a Matanzas, fragmentos del cual reproduce la Aurora del Yumurí del 2 de noviembre:
Te amé sin conocerte; sí, yo amaba
Tu hermoso valle que la fama encomia
Tu Yumurí de inspirador murmurio
Que silfos mece en sus serenas ondas.
Amable de tus bardos los cantares,
De tus hijas la gracia seductora,
De tus costumbres dulces la cultura
Que complacido el forastero elogia.
El álbum, según reporta la Aurora del Yumurí del 7 de noviembre, se rifaría aparte en la casa morada del Dr. Sauto –calle Gelabert no. (actual Milanés no. ) – “[…] entre un número señalado de aspirantes a su posesión. […] Creemos que el tal álbum es una verdadera joya, pues aparte de su valor intrínseco, tiene, el doble mérito de encerrar un lindo autógrafo de esa relevante mujer cuya esclarecida fama se ha hecho tan popular. Bien puede la persona que le toque en suerte llamarse dichosa […]” Infiero que a esta rifa no asistiera la poetisa, porque la prensa no informa nada al respecto.
Y la persona a la que tocó “en suerte llamarse dichosa” fue el niño Tomás,7 hijo de don Benigno Gener, y aportó el álbum la cifra de 170 pesos.
Imprescindible recalcar que este bazar no fue un acontecimiento local, según testimonia la prensa y otros documentos de la época, no pocos habaneros asistieron e incluso encontrándose en Cuba el famoso pianista Luis Moreau Gottschalk de Bruslé, quiso participar de las celebraciones con su arte, y a tal efecto envió una carta al Dr. Sauto que reproduce la Aurora del Yumurí del 1º de noviembre.
En las citadas páginas de las memorias de Lola María se transcribe, casi íntegra, la extensa crónica periodística que da cuenta de la apoteosis que constituyó la celebración del certamen literario: “[…] La función que vamos a describir no necesita ponderación; ha sido la hipérbole de nuestras fiestas. Y cómo no, si celebraba Matanzas a la par de sus primeros juegos florales el mérito de la Sra. Doña Gertrudis Gómez de Avellaneda de Verdugo […]”
Con el goce de sentirse protagonista de un hecho sin precedente –solamente se habían celebrado estos eventos en La Habana–, el reportero refiere en detalles los pormenores con ese acento sensacionalista que caracterizará a nuestra prensa por largo tiempo: la ornamentación del salón que sirvió de sede a la confraternización, la acogida a la poetisa camagüeyana a la que llama entre otros apelativos “la moderna reina del canto”, las personalidades que presidieron el encuentro, la referencia al discurso de Pedro Hernández Morejón –presidente del Liceo– luego de que el gobernador Pedro Esteban abriera la sesión, el anuncio de las obras distinguidas por “los señores del Jurado” –a Federico Milanés, Casimiro Delmonte, Ildelfonso Estrada y Zenea, Eusebio Guiteras, Gonzalo Acosta, Domingo Delmonte y Portillo, Sixto de Guereca y Ricardo Cay, cuyas obras premiadas se publicaron bajo el título Liceo artístico y literario de Matanzas. Juegos florales del año de 1861 en el Establecimiento Tipográfico de la Aurora del Yumurí (Jovellanos entre Río y Medio)–, la entrega de los premios por La Avellaneda –a quien el gobernador Esteban cedió este derecho– y las palabras pronunciadas por la excelsa escritora que se reproducen a continuación:
“Señoras y señores:
He aceptado con íntimo placer y hasta me atrevo a decir también con legítimo orgullo, la honra que ha tenido a bien concederme el digo Sr. Gobernador y el Ilustrado Instituto que llena este día el más dulce de sus deberes, estimulando con honoríficos premios al talento laborioso.
He aceptado con íntimo placer, porque nada puede ni debe ser grato a mi corazón cubano, como el tomar alguna parte en los hermosos triunfos de la inteligente y estudiosa juventud en que funda el país sus más bellas esperanzas.
He aceptado con legítimo orgullo porque recuerdo, Señores, que –como ha indicado ya uno de los apreciables individuos de la comisión–, fue una mujer quien tuvo la gloria de instituir sólidamente estos célebres certámenes, origen y fundamento de la primera Academia esencialmente literaria que ha existido en el mundo.
En tal concepto el acto que aquí nos reúne no es tan solo para mí una solemnidad artística destinada a galardonar pacíficas victorias de la inteligencia; es, además, un recuerdo inmortal, altamente glorioso para el sexo a que pertenezco.
Por eso os he dicho, Señores, que siento grande, legítimo orgullo, de que la delicada y galante idea del Liceo de Matanzas, me permita representar aquí, no mi humilde personalidad –que quisiera ver completamente olvidada– sí al sexo de Clemencia Isaura: al bello sexo, Señores, que sí simpatiza en todas partes con cuanto es digno y glorioso, privilegiadamente entusiasta en nuestra querida Cuba, privilegiadamente poético, se afana y se regocija –ya lo estáis viendo– de que las letras patrias ornen por manos de una mujer, a los vates, hermanos que beben la inspiración en la poesía de sus lindos ojos criollos y en los esplendores magníficos de nuestro bendito cielo”.
Con posterioridad, un espacio íntegramente a homenajear a La Avellaneda que comenzó con el elogio a la poetisa pronunciado por el director del Liceo, Rafael del Villar; luego música, canciones, versos de Federico Milanés –mientras entregaba un ramo de laurel a la invitada– y de otros poetas realzaron las delicias del momento.
El baile cerró esa memorable celebración, pero aún se reservaban para La Avellaneda y los matanceros un episodio trascendental: la coronación de la excepcional cubana, organizada para dos días después (11 de noviembre) y nuevamente la Aurora del Yumurí (14 de noviembre) publicitaba en extensa crónica lo acontecido:
“Matanzas, es patria y ha sido morada de grandes poetas, y no podía menos de demostrar a la Avellaneda cuánto sabe estimar las brillantes dotes que han hecho de la dichosa hija del Tínima una de nuestras glorias más queridas. No podía suceder de otro modo: la ciudad a quien la Naturaleza dio por hecho un valle de rosas y por corona la soberbia cima del Pan, debía comprender, y así sucedió, que su honor estaba interesado en hacer lo más grato posible para la inspirada poetisa el recuerdo de su visita a las riberas del San Juan”.
La ceremonia se produjo en una de las casas-quinta que existían en la Calzada de Esteban junto a la Playa de los Judíos –propiedad del Dr. Juan Luis Gómez–, la que exquisitamente engalanada exhibía por doquier luces, suntuoso cortinaje, espejos, flores y otros ornamentos, entre los que sobresalían “cuatro cuadros ovalados […] con los siguientes letreros «La Cruz», «La Clemencia», «Alfonso Munio» y «Baltasar»”, que “recordaban que la Diosa de aquel cielo era Gertrudis Gómez de Avellaneda”.
La banda de música del batallón de voluntarios interpretó la marcha con la que hizo “entrada triunfal” la agasajada escritora seguida de un séquito de damas, los miembros de la comisión organizadora y Federico Fernández Vallín y José Manuel Jimeno.
Ocupó la invitada el puesto de honor en el tablado que fungía como escenario siempre rodeada de sus acompañantes y Emilio Blanchet y Gonzalo Peoli conducen por entre los presentes la corona que muy pronto ornaría las sienes de la poetisa: “corona de laurel y oro, sencilla y elegante, no como para discernir un premio, sino para simbolizar el afecto, para expresar la admiración de todos”.
Rafael Otero Marín, comediógrafo habanero que a la sazón laboraba como redactor de la Aurora del Yumurí, leyó un emotivo discurso escrito por Domingo Delmonte y Portillo, y en el preciso instante en que pronunció “Recibid, sin embargo, esa corona de flores que os ofrecen dos ángeles matanceros”, las jóvenes matanceras Lola Cruz y Manuela Saladrigas la colocaron en la frente de la ilustre invitada.
Seguidamente, y en medio de un expectante silencio, La Avellaneda dirigió a los presentes conmovidas palabras de gratitud:
“Señoras y señores: Recuerdo que ha dicho un célebre pensador, que el corazón tiene sus razones, que la razón no se explica.
En efecto, en mí se ha probado la exactitud de esa bella frase.
El instinto, adelantándose con mucho a la razón misma del sentimiento, me hizo amar a Matanzas desde antes de conocerla.
Hoy que logro pisar por fin la florida alfombra de su riquísimo suelo, hoy que aspiro entre sus cultos y hospitalarios hijos este ambiente de amor, que embriaga el alma; hoy que recibo tantas, tan fraternales muestras de un cariño que debe enorgullecerme, y cuya halagadora expresión repiten en torno mío elocuentes intérpretes de la popular benevolencia… hoy, señores, veo justificada por completo aquella misteriosa razón que la razón no podía explicar; aquella ardiente simpatía que me ligaba de antiguo con este noble e ilustrado pueblo, y pido en vano al lenguaje pobre de los hombres, palabras que alcancen a expresaros las emociones infinitas que se desbordan en mi alma.
Os diré, sin embargo, que me aplaudo, me regocijo de que hayáis convertido en deuda sagrada, en deuda ineludible de reconocimiento, mis afectos espontáneos por vuestra poética Yucayo, y que si desgraciadamente no existen en mi inteligencia tesoros de luces con que justificar por mi parte vuestro generoso entusiasmo, siento con ufanía que hay aquí, en este corazón que supo adivinaros, tesoros de amor, tesoros de gratitud con que eternamente pagarlos”.
Luego de las ovaciones, el profesor y periodista habanero residente en Matanzas, Bernabé Maydagan pronuncia un no menos sentido discurso, Adalio Scola recitó unos versos que fueron del agrado general, y Emilio Blanchet, Rafael Otero, Eusebio Guiteras, Gonzalo Peoli y Ángel Mestre leyeron composiciones de su autoría que fueron publicadas después en la Aurora del Yumurí los días 14 y 15 de noviembre.
La festividad culminó a las tres de la madrugada, pero la Tula y parte de su séquito se retiraron poco más de las doce. La Aurora del Yumurí del 14 de noviembre resalta la grandiosidad del jolgorio al considerarla “[…] una de las fiestas más suntuosas” disfrutadas por la sociedad matancera.
El propio órgano de prensa comunica, en su edición del 13 de noviembre, la partida de la escritora hacia La Habana (en la tarde del día anterior). También se publica en esa tirada un recuento de lo vivido en la ciudad:
“La gran semana.– Este es el título con que se califica la semana pasada, (del 3 al 10 de noviembre de 1861), cuyos días ha pasado Matanzas en una serie de diversiones; pero tan multiplicadas, que muchas no han sido descritas en nuestro periódico por falta de tiempo”.
Y el 15 de noviembre, el mismo órgano de prensa, informaba del retorno de La Avellaneda a Cárdenas en estos términos:
“En la mañana de ayer viernes (15 de noviembre de 1861) regresó a esta ciudad de vuelta de su rápido viaje a La Habana la apreciable Sra. Da Gertrudis Gómez de Avellaneda, la ilustre cantora a quien Matanzas le acaba de rendir tan justo y espontáneo homenaje. A las dos horas de su llegada se dirigió al paradero de Coliseo en unión de varias señoras y caballeros que con el más ardiente deseo acompañaban al partir para Cárdenas a la decantada Tula. Las personas que iban a darle un adiós antes de dirigirse al suelo cardenense, la acompañaron hasta Bemba, en cuyo punto se verificó la tierna despedida, retornando todos los matanceros, excepto uno que siguió en compañía de la Sra. Avellaneda hasta la vecina villa de Cárdenas”.
Nuevamente aprovechó este instante la ilustre escritora, para el agradecimiento y ratificar que “la risueña Yucayo” permanecería por siempre en su recuerdo.
La prensa matancera de la época confirma otra visita de Gertrudis Gómez de Avellaneda a la ciudad de los ríos en los últimos días de abril de 1864; en esta ocasión bajo sombras luctuosas, porque el 28 de octubre del año anterior había fallecido en Pinar del Río su esposo, el coronel Domingo Verdugo, quien fungía como teniente gobernador de esa región occidental. Así lo consignó la Aurora del Yumurí del 29 de abril:
“Viajera ilustre.– Desde anteayer (26 de abril de 1864) se halla en esta ciudad la célebre poetisa Sra. Da Gertrudis Gómez de Avellaneda, que viene a Matanzas con objeto de despedirse de las numerosas amistades que cuenta en la gentil Yucayo.
» […] Ponemos en conocimiento de los amigos de la mencionada Sra. Gómez de Avellaneda, por si, como es natural, desean saludarla, que se hospeda en la espaciosa casa de la apreciable Sra. Da Carlota Ruiz, calle de Jovellanos esquina a la del Teatro”.8
Y en su emisión del 1º de mayo, el mismo periódico daba a conocer a sus lectores que Pedro Hernández Morejón, presidente del Liceo e Ignacio María de Acosta, director de su sección de literatura visitaron a la poetisa para saludarla en nombre de la institución que, tres años atrás, se había honrado con la presencia de la insigne poetisa camagüeyana.
Fueron aquellos, días de gloria para la cultura matancera, un cronista los exaltaba con marcado orgullo: “[…] todo llegó al grado más alto de magnificencia; consignando en la lápida de los tiempos estas palabras: Recuerdo eterno”.
Desafortunadamente nada, excepto la prensa de la época y algún texto histórico–no al alcance y posibilidad de consulta para todos–, se conservan para informar –al menos– a las actuales y nuevas generaciones de esos memorables pasajes de la historia matancera y así salvarlos de la desmemoria y del olvido.
Bien puede ser en el espíritu de las jornadas por el 325 aniversario de la fundación de la ciudad cuando se materialice esta deuda —con una tarja, monumento u otra acción artística imperecedera—con aquellos coterráneos que tan dignamente agasajaron a la poetisa, también con la memoria de esta, con la de las generaciones que le siguieron y con las que están por venir, para que tan notables episodios sean ciertamente una inmortal evocación.
Citas y referencias:
- Así llama a Cuba la poetisa en su emotivo soneto “Al partir”, escrito al abandonar la Isla, junto a su familia en 1836. ↩︎
- En todas las transcripciones, se adecúo la ortografía de las fuentes consultadas a las normas actuales. ↩︎
- La primera posibilidad fue en 1859 cuando por Navidad La Avellaneda visitó el ingenio del Sr. Aldama, cercano a la ciudad “[…] donde con otras personas de la sociedad habanera ha ido á pasar las Pascuas” según reza en la Aurora del Yumurí del 27 de diciembre de 1859, y la segunda, cuando fue invitada a la inauguración del Liceo Artístico y Literario –el 17 de febrero de 1860. En ambas ocasiones hubo motivos para que no se produjera la ansiada visita. ↩︎
- En la carta de Emilio Blanchet ya citada. ↩︎
- Tanto Blanchet como Peoli gozaban de la amistad de La Avellaneda con quien intercambiaron frecuentes epístolas cuando la poetisa no residía en Cuba. La visita a Matanzas permitió al primero conocer personalmente a la camagüeyana. ↩︎
- La Avellaneda conocía de referencia a Lola Cruz ya que para la impresión de El Artista Barquero –novela escrita en Cárdenas y cuya próxima publicación anunciaba Blanchet en la carta donde comunica la buena nueva de la visita de la escritora– la singular matancera le había reunido suscriptores entre su círculo de amistades. ↩︎
- Nieto de Tomás Gener Y Buigas, ilustre hombre público que con ejemplar altruismo contribuyó al progreso material y educativo de esta ciudad. ↩︎
- Refiérese el articulista a la calle Manzano, donde se encontraba el Teatro Principal, precisamente entre las intersecciones de Jovellanos y Ayuntamiento. Esa casa, como la de los Cruz donde residió hasta su matrimonio Lola Cruz, no existen. En su lugar existen otras edificaciones. ↩︎
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