Hablando de Romañach por Francois García de Cisneros para la Revista Social en 1918. Guiñando sus ojillos escrutadores mi camarada Brinton cómodamente sentado en un enorme sillón de cuero del National Art Club me dijo: —Creo que en su Isla de Cuba, aun no han comprendido el complicado temperamento artístico de Leopoldo Romañach!1
Confuso y tímido alcé —como siempre lo he hecho, ya en Calcutta, en Los Angeles, en Melbourne o en Río de Janeiro— una oración suplicatoria en favor de mi país y ante la atención del formidable crítico de pintura Christian Brinton, recité una salve de elogios justos a nuestros pintores a quienes la poca afición artística del pueblo y la languidez del trópico, van atrofiando y haciendo retroceder todo el camino andado en Roma y en París.
Le hablé de dos, tres de los nuestros, del colorista Armando Menocal, neurósico bardo que como Whistler rima en colores y pinta pirriquios fuertes; de la familia Melero desenvueltos en un medio angustioso de impasible indiferencia, cerco de acero que ciñe las sienes y crucifica los brazos; del entusiasmo heroico de mancebos que aspiran a volar hacia otros climas, escolares de la Academia trabajando todos en un canon anticuado e idéntico.
Y por fin le conté la odisea de Leopoldo Romañach. Brinton enarcaba las cejas y movía la cabeza al oírme recitar él Via crucis de un hombre que en Cuba quiera ser pintor, músico o literato!
—Extraño, extraño —decía —Romañach en sus figuras aunque proviene y marca demasiado la escuela italiana, tiene la fuerza de Larsson o dé Fantin Latour y en esa vaga melancolía revela un exquisito espíritu demasiado tranquilo, poco indagador o más bien reformador.
Recordaba mi visita la primavera pasada a su estudio del Vedado, cuando el artista inconforme me mostraba sus lienzos nuevos tratando de sorprender un gesto mío, casi febril en su diálogo lleno de interés y de angustia, como si anhelase penetrar aun más el secreto de la impresión;
Pensaba que tan admirable colorista sería un maestro del impresionismo, un Degas, un Manet, un Pizzaro, un Renoir, un Sisler, superior a aquellos apóstoles en su nuevo procedimiento cromático, adquiriendo audacia en la Composición e internacionalismo en el tratamiento dinámico.
En el fondo de mis ojos cerrados pasaban sus últimas telas llenas de un brío y de una luz como sólo un latino puede pintar, una energía levantina de la escuela sorollista, como si en el prisma del artista cubano los colores hubieran cobrado tintes más brillantes y en su paleta las gamas hubieran creado tonos nuevos.
—¿Es muy rica la paleta de Romañach?—me interrogó Brinton.
En su primera manera, cuando escolástico, delineaba en los obscuros capolavori2 de Ribera y Fidin Zuccari; en la escuela meridional de Italia, Romañach era un poco adepto a los sepias, a las lacas a los cobaltos, derivación natural de su temperamento de tropical, donde el sol vivificador y la luz eterna carece de medios tintes o de armonías de sombras.
Todos sus cuadros de esa época eran poderosos ejemplares de dibujo, de composición clásica romana y de colección fetiche de valores; más tarde cuando viajó guardando ese encanto melancólico de su alma, su paleta se rejuveneció y aurearon los ocres, los verdes y los cerúleos;
Y la indumentaria de sus figuras que enguirnaldaron con alegrías latinas, sus modelos fueron elegidos entre la gente moza, desaparecieron la serie de cabezas de viejos fumando pipas o acariciando nietos —algunos de los cuales en valores y en anatomía quedan con los de Franz Hals o Holbein.
¿Ama el desnudo su paisano? —continuó en su curiosidad mi buen amigo.
La carestía del modelo imposibilita en Cuba el estudio de la figura desnuda, fundamental y necesaria en el cuadro moderno. No conozco a Romañach en ese género; pero sus poderosas cabezas, sus presagios de doctorales, academias, porque en la carne, sea en la tersa y rosada de la adolescencia o en la martirizada y cetrina de la senectud, el artista no usa ni el procedimiento lamido y exagerado de Bouguereau y de Madrazo.
Creo que en ciertas pinturas murales Romañach fascinado por Chavannes en sus pálidas y soñadoras creaciones, trató la composición etérea, de claro de luna de níveas carnes e inciertas lontananzas.
Pero aun entre el elemento de magnates y millonarios de nuestra nueva sociedad, este arte raro por lo delicado no ha sido comprendido como no lo son aun los versos de Wilde o las armonías futuristas de León Omstein;
Fracasando todo proyecto de decoración en las suntuosas moradas del Vedado, donde aun comulgan con el viejo estilo colonial de muros lisos o de pretensiosas tapicerías.
— ¿Por qué su compatriota fue a Italia en vez de ir a España?
La fabulosa idea del colorismo moderno español ha intoxicado a muchos artistas que van a embriagarse con las tonalidades de los pintores del Mediterráneo; pero con excepción de Sorolla y sus discípulos, el pintor español es sólido sólido en su paleta y bastante sombrío en su colorido.
Claudio Manet le decía a sus aprendices: “La pintura no es el color. El psicologismo de la composición y la seguridad de los colores”.
Un artista qué reúna ambas cualidades, un sentido de colorista, puede considerarse que ha concentrado el algo que tanto falta y difícilmente se adquiere para ser un genio —como lo es Anglada Camarassa o el noruego Zorn.
Romañach prefirió Italia porque colorista de nacimiento, trataba de perfeccionar su condición que en España es ligera y poco trascendente.
Aparte del apocalíptico Zuloaga y del orfebre Anglada; la magnífica legión de pintores jóvenes no salen de la gitanería, del paisaje sureño en sus manolas y sus toreros; tales Benedito, Mezquita, Vila Prades; apenas si Zubiaurre prerafaelista, romántico resucita con sus viejos colores la idea qué tanto acarició Burne Jones y Gabriel Dante Rossetti.
Entre el nerviosismo de los hechos públicos, la indiferencia de una parte de la población y la languidez que da el meridiano 92
Se expande e irradia este artista, que en tiempos del buen Papa Julio II o huésped en la Génova de los Marqueses de Cattaneo y de Doria, sería llevado en litera por cuatro, lacayos y sería recibido en la puerta del Vaticano por un guardia noble al mando de algún Príncipe de Orsini;
Pero aquellos eran los heroicos tiempos del Arte, del pincel, del cincel, de la pluma —mientras que en este triste año impera la espada sobre el cincel y el machete sobre el cayado…
Bibliografía y notas
- Leopoldo Romañach Guillén. (Villa Clara, 7 de octubre de 1862-La Habana, 10 de septiembre de 1951) fue un pintor cubano, considerado uno de los grandes maestros de la plástica durante los siglos XIX y XX en su país. https://es.wikipedia.org/wiki/Leopoldo_Romañach ↩︎
- Capolavori: obras maestras, del italiano. ↩︎
- García Cisneros, Francisco. “Hablando de Romañach.” Revista Social, vol. III, no. 2, Febrero 1918, pp. 18-19.
- Escritores y poetas de Cuba.
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