
El miedo se lleva dentro, se camina con él y si se te olvida que existe te lo recuerdan para que sepas quién es el dueño de lo que haces. Algunos se hacen su amigo y establecen una convivencia, pueden no darse cuenta de su presencia o disfrazarle de compañero para que sea más soportable, como si fueran hermanos de cuna.
Creen que si vuelven “esa cosa” familiar les puede doler menos. Se equivocan porque “el miedo” no es tu amigo, te traiciona a la menor oportunidad y si las víctimas están cerca de tí se regodea aún más. El miedo no duda en lanzarte p’ál medio de la calle como un carrito de helado a las doce del día si la necesidad se presenta.
Tareco sube a la segunda planta y entra por la puerta del Chiva. Se conocen desde niños, desde mucho antes de que chivateara a todos los que no querían prestarle la pelota. Y empezó aquella cosa tan fea con el mote. Por inocentones no nos damos cuenta de que los nombretes degradan y rebajan a las personas haciéndolas presa fácil del miedo ¿Será ese el primer paso de la complicidad?
—Tábara Tíbiri, dímelo Suchel.
A veces le dice como el personaje de la novela y otras Tavito, Tavarich o Tío Estiopa. Han habido tantos que parece tendencia social o cosa a la moda eso de andar soplando. Si los pusieran a todos en una fábrica de botellas a soplar vidrio hace rato hubieran terminado el Pico Turquino de Cristal y hasta la Sherrit pudiera comprarlo.
El Chiva está zurciendo una media, se ha ido quedando solo porque eso sí, cuando vives asustando los demás se vuelven desconfiados. Como cuando toses en el medio de una fiesta y todos salen huyéndole al cabrón virus. La soledad se vuelve jodida porque sin clientela para enfermar el miedo empieza a infectarse a sí mismo.
—Mira el capítulo trece, que me han dicho que estás puesto pá’l librito y p’á meter preso a Manubrio y Regadera.
El Chiva mira asombrado a las hojas con un tic nervioso en el ojo izquierdo, de esos que te hacen enfocar el “problema” y Tareco se concentra directo en la pupila, que aunque no quiera es el foco de atención.
Anda sin camisa el Chiva con las costillas afuera y lleno de problemas como la mayoría. No tiene a tía Felipita ni a sobrinito Ramoncito para que le manden su fulita, no espera nada pero sigue entretenido con la espera, la interminable, la de hace años, la de la resistencia.
Sigue sentado en la misma silla de la abuela con la misma media que remienda una y otra vez porque esa, esa es la que le tocó y la igualdad es importante.
El único que venía a verlo después de que se fuera era Berenjena, el socito de abajo que vivía ahora en un lejano país.
Nunca le preguntó dónde estaba eso, si total, él seguía ahí fajáo con lo mismo de siempre, echándose por la mañana el pase de la recadera con el cochecito de muñecas lleno de bolsitas de leche y los panes esos, redonditos de harina de yuca, boniato o vaya usted a saber de qué, los que si no pasabas rápido por el tragante se ponían verdes, ni que se creyeran que era Shrek.
Había dejado de hacer un montón de cosas de las que hacía antes, por ejemplo, no contaba más a los ausentes ni a los que se habían ido para el Reparto Bocarriba desde que se asustó constatando que el número de los que se mudaban para afuera y los que estaban apuntados para hacerlo eran más que los que querían quedarse o trasladarse al tan odiado reparto.
—¡Jua, Jua, Jua! se destornilla de la risa el Chiva soltando media e hilo para agarrase la flácida pellejera de la barriga.
—Eso es Listillo con su chivatería que te quiere confundir. No te pongas a hacerle caso al primero que te suelta la mala y, menos si es p’á ponernos a fajar. Ese está puesto p’á tu regadera berraco ¡Jua, Jua, Jua…! Men, tú no ves las libritas que ha cogido ese Listillo desde que anda reunido y organizando la repartición de papelitos de felicitación, se ve a la legua que lo tuyo es manubrio y regadera ¡Jua, Jua, Jua!
Berenjena trabajó de cocinero en un hotel y siempre estuvo pasadito de peso y de un colorcito de esos rosadito y saludable. Mirarle la piel era indicación de la entrá’ de proteínas que se daba y él que soñaba a cada rato con aquellas latas medio anaranjadas de carne rusa, de antes.
A lo mejor antes era mejor ¿Pero, cuál antes? ¿El antes que él vivió? ¿O el antes, antes de ese antes? Habrá un después mejor le dicen, y él con su antes aprendido, conocido, experimentado, sabe a qué se parece eso y se acuerda del carretoncito con el chivo barbudo aquél en el que de niño su abuela pagaba la peseta para que le dieran la vueltecita, un chivo que comía promesas y caminaba detrás del mazo de hierba que le agitaban delante.
¿Antes, delante, después, detrás? ¡Qué mierda y qué confusión!
/উlfredo M.
[Nov. 11, 2021]
- Foto: Derivado de una obra de la Biblioteca Nacional de España. Sátiro descubriendo a una ninfa dormida – Grabados mitológicos – Dente, Marco (ca. 1493-1527) – Attribution 4.0 International (CC BY 4.0)
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