Tello Lamar en Recuerdos de la Guerra de los Diez Años por Guillermo Schweyer Lamar.
Era el 24 de diciembre de 1869. Desde muy temprano, en la mañana de ese día, una agitación inusitada se notaba en las calles de Matanzas, y los vecinos, escondidos en sus casas, podían ver por las ventanas, apenas entreabiertas, el ir y venir de los voluntarios armados, que regocijados y en son de fiesta, acudían á la llamada de las cornetas, saludándose unos á otros con frases como éstas :
— Ya tenemos el lechón de Nochebuena.
— Hay que matar al indio.
Veamos ahora qué había ocurrido para tanto regocijo en los unos y para tanto pavor en el intranquilo vecindario.
La tarde anterior, un hombre como de treinta años, de estatura menos que mediana, de rostro simpático, de ojos grandes, negros y llenos de fuego, el labio medio oculto en espeso bigo de de puntas retorcidas, era conducido por un escuadrón de caballería miliciana á través de las calles de la ciudad, atado fuertemente con gruesas cuerdas al caballo que montaba, esposadas las manos y sujetos por detrás ambos codos con resistente cordel de cáñamo…
El amo de una tienda de camino y un vecino con quienes había tenido un disgusto, le habían denunciado á la autoridad como jefe del movimiento con que iba á secundarse en Matanzas el grito heroico de Yara.
Y al medio día, cuando el patriota dormía tranquilo en su habitación, en el potrero de que era condueño, y descansaba del trabajo realizado en la mañana, los esbirros del despotismo, armados hasta los dientes y en número de legión, rodeaban el batey de la finca, saltaban por las ventanas de la vivienda atropellando á las mujeres que, sorprendidas, no habían tenido tiempo más que para gritar, y precipitándose sobre el lecho del joven, le ponían al pecho veinte fusiles, intimándole á que se rindiese.
Y más allá, un mulato, confidente y hermano de leche del reo, arrodillado ante otro grupo de soldados que le apuntaban con sus carabinas, denunciaba á su dueño y temeroso de la muerte, indicaba el lugar en que estaban escondidas las armas con que debía llevarse á cabo el movimiento.
Frente al tribunal militar constituido en la casa de gobierno bajo la presidencia del brigadier Burriel, jefe de la plaza, Tello Lamar, atado todavía, pero erguida la cabeza como quien tiene conciencia de haber cumplido con su deber sacrificándose por la patria, respondía á las preguntas capciosas que formulaban sus jueces, sin que de sus labios se separase aquella sonrisa irónica con que sabía afrontar los rigores de la suerte.
—No tengo cómplices— decía; y si los tuviera ¿me creeríais tan miserable que os los denunciase? El uniforme que vestís hace suponer que sois hombres de honor; yo os conjuro para que me digáis si al veros en mi lugar seríais tan cobardes que tratáseis de salvar vuestra vida á costa de vuestra honra.
Dejad, pues, tranquilo al que satisface vuestro deseo de derramar sangre cubana ofreciéndose por víctima.
Media hora después. Tello Lamar entraba en la capilla de la cárcel, en donde se le comunicaba que á las siete de la siguiente mañana sería fusilado… por traidor á España!
Para aquella triste ceremonia se reunían y regocijaban los institutos armados, mientras la población honrada y pacífica se encerraba en sus casas en señal de duelo.
Al salir el reo de la cárcel y antes de emprender el camino del Calvario en que iba á glorificarse, entregó Tello al sacerdote que le acompañaba un mechón de pelo y varias prendas.
Aquél lo destinaba como último recuerdo consagrado á su madre: éstas eran un relicario que contenían el retrato de la mujer amada, y su reloj de oro, “que dejaba — dijo con amarga sonrisa — al criado que le había vendido su secreto, y sin lo cual acaso no hubiera podido probársele su participación en los planes revolucionarios contra los enemigos de Cuba”.
Decid á ese desgraciado — dijo al sacerdote — que esa prenda le recordará la hora en que me ha vendido. Yo le perdono; le dejo en libertad, pues era mi esclavo, y quiero que se le paguen salarios por el tiempo que me ha servido.
Cuando los tambores iniciaron la marcha, volviose, diciendo:
— ¿Por qué tan despacio? ¿Vamos acaso en procesión de viernes santo? ¡Hoy es Nochebuena: paso redoblado y adelante!
Y resuelto, sin altanería, emprendió su camino. Solo una vez se le vió vacilar: cuando el grito de adiós de una joven se dejó escuchar á través de una ventana entreabierta.
— Valor, hijo mío — le dijo el sacerdote.
— No temáis, padre.
Y prosiguió su camino.
Una vez en el puesto fatal, y formado el pelotón que debía arrancarle la vida, se sentó en el banquillo, sacó del bolsillo una cajilla de cigarros, encendió uno y pidió que repartieran los demás entre los que habían de disparar contra él.
— No quiero — dijo recorriendo con la vista al pelotón de soldados — que ningún cubano se manche con mi sangre.
Y satisfecho de que los que formaban el cuadro eran todos españoles, esperó tranquilamente. Cuando iban á vendarle, rechazó el pañuelo con desprecio: mas escuchando las súplicas del jefe que se lo presentaba, accedió diciendo:
— Está bien: haced lo que querais; pero permitid que sea yo quien haga la señal. Cuando arroje al aire este cigarro, haced fuego; pero antes apuntad bien.
Poco después exclamaba en francés, arrojando en lo alto el cigarrillo casi consumido:
— Voilá la derniere fumée
Y caía acribillado por las balas españolas.
Una hora más tarde, en una casa de la calle del Río, lloraba una madre desolada en medio de los numerosos miembros de la familia.
Un estremecimiento de dolor conmovió á la concurrencia al ver entrar en aquel recinto de tristeza al venerable sacerdote que venía á cumplir el sagrado encargo de la víctima de horrible tiranía, y á prodigar palabras de religioso consuelo á la desventurada madre.
El dolor de ésta no tuvo límites. Besaba aquel puñado de cabellos con desesperación y le regaba con sus lágrimas.
Y volviéndose de rcpenle al sacerdote, como iluminada por extraño pensamiento:
—Padre,— dijo al anciano — vos que le habéis visto a él, á mi hijo: decidme, ¿murió con valor?
—Como un héroe, señora.
Y aquella madre, antes llorosa y desolada, levantándose de repente de su asiento, llena de patriótico arrobamiento, exclama tomando por una mano al sacerdote, mientras con la otra enjuga las lágrimas que se cuajaban en sus ojos:
—No lloro más. Regocijaos vosotras. hijas de Cuba. Así mueren vuestros compatriotas. Y vos, padre, aclamad conmigo el nombre del Señor, á quien plugo darme por hijo á un valiente.
A las dos de la tarde de aquel mismo día, el cadáver de Tello Lamar, que había sido entregado á sus familiares, era depositado sin ceremonia alguna en el sepulcro de sus antepasados. La noticia de este entierro había corrido por toda la ciudad, y cuando el cortejo funèbre subía la cuesta interior del cementerio, junto á cuyos muros había caído el patriota matancero, dos filas de voluntarios, sombrero en mano, presenciaban la triste ceremonia.
—Era un valiente— exclamaban.
Aquellos mismos hombres, arrepentidos acaso de la parte que tomaron en el sangriento drama, parecían anonadados ante su obra.
Un año después, camino del Bermejal, vadeaba un mulato en su caballo el río San Juan, cuando un perro, salido de las malezas que crecen junto al río, se arrojaba sobre él y le mordía en una pierna.
El mulato, joven aún y fornido, se desembarazó del animal, que huyó por el camino; y sin ocuparse de la pequeña herida recibida siguió adelante.
Sin embargo, á los pocos días extrañas alucinaciones y dolorosas convulsiones le agitaban, y fué preciso llamar al médico. Este, desde el primer instante diagnosticó la enfermedad: era la rabia.
Y el denunciador de Tello Lamar moría revolviéndose desesperado, sujeto al lecho por la camisa de fuerza.
Era el 24 de diciembre de 1870.
El reloj de oro, recuerdo del patriota, colgado en la pared, marcaba la hora con su aguja de acero :
Eran las siete de la mañana.
iOh, arcanos insondables de la providencia!
G. Schweyer Lamar. Agosto, 1899
Tello Lamar por José de Lamar.
Eleuterio S. de Lamar y Varela, conocido popularmente por Tello Lamar, hijo del Capitán de Milicias Disciplinadas Eleuterio de Lamar y Torres y de doña Dolores Valera y Cano, nació en Matanzas el 28 de octubre de 1833.
Hizo sus primeros estudios en el colegio “La Empresa”, bajo la dirección de D. José Miranda; á los 16 años de edad fué enviado á un colegio de Boston, donde estuvo dos años, regresando después al lado de sus padres. Hizo tres ó cuatro viajes más á los Estados Unidos.
Era de ideas abolicionistas, y así, al estallar la guerra de independencia en 1868, se puso en relación con los que se decían Jefes del movimiento en Matanzas, pero al fracasar éste tuvo que variar de domicilio para despistar al Gobierno. A fines de 1869 volvió al potrero Jerusalén, que pertenecía á su familia, y que era su domicilio habitual.
Un día en que fundía balas, pasó su madre cerca de él y le dijo:
—Tellito, no me dés ese pesar: tú lo haces sin reserva, y el Gobierno tiene ya sospechas; á lo que contestó:
—“Mamá, si Vd. me vé marchando al cadalso no me compadezca, ni me diga una sola palabra. Yo muero con gusto, imito á John Brown.”
En la noche del 21 ó 22 de diciembre de 1869, el Capitán Pedáneo de Santa Ana, Sr. Tristani, apareció sigilosamente á media noche con 90 hombres, rodeó la casa de vivienda y el barracón de los esclavos, hizo sacar al pardo Carlos, ponerlo de rodillas, y ordenó, á cuatro números, que le apuntasen y disparasen sino decía donde estaban las armas; á cuya intimación Carlos ofreció entregarlas y guió una parte de la fuerza á una cueva donde estaban guardadas.
El grupo de voluntarios que fué con Carlos volvió á la casa de vivienda con las armas, y como profiriesen palabras burlescas, Tello les dijo: “Así es como Udes. las ganan; si yo hubiera estado allí con ellas, les hubiera costado algunos números”.
Cuando le traían preso á Matanzas, al bajar la loma del San Juan, se encontró con el carruaje en que iban su madre y una de sus hermanas para la finca. Informadas de su arresto, como quisiesen hablarle, él les hizo señas con la mano de que no se acercasen, pues había oposición de parte de la fuerza, limitándose ellas á seguir aquella procesión.
Fué juzgado por un consejo de guerra verbal, compuesto de oficiales de voluntarios, y sentenciado á muerte y ejecutado como á las 8 de la mañana del 24 de diciembre de 1869, próximo á las tapias del antiguo cementerio.
Era Gobernador de Matanzas el Brigadier Juan Burriel, quien quizás queriendo descubrir algo, dijo á Tello, “yo soy su juez, no soy su verdugo, dígame el nombre de sus cómplices” á lo que contestó el interpelado:
No los tengo, aunque los tuviese ¿me cree Vd. tan bajo que lo revelara? Cuando les presentaron las armas y le preguntaron que si las reconocía, dijo que sí.
Fué llevado al café El Louvre, pues hacía mas de 30 horas que no tomaba alimento alguno, y como uno de los oficiales quiso pagar la taza de chocolate, la rehusó diciendo: “de ustedes sólo recibo la muerte”. Entonces la abonó de su propio peculio y la tomó.
Hizo su testamento ante el Notario Manuel Zambrana, dejando libre al moreno Jacinto, que también declaró en su causa, dejándole además 7 ½ onzas de oro y su reloj.
No quiso confesarse con el Padre Cesáreo, sólo consintió en platicar con él en capilla y le entregó un mechón de pelo para su madre; no quería ser vendado; pero le dijeron que era necesario que así fuese; dió un cigarro á cada uno de los que le iban á tirar, diciéndoles que al arrojar él el suyo hiciesen fuego; los mandó aproximar, cruzó una pata del banco con una pierna para no ir al suelo, recomendando no ultrajasen su cadáver, arrojó el cigarro y recibió tres balazos, uno en un pómulo y dos en el pecho.
A petición de sus primos el Lcdo. D. Ramón Ximeno y Dr. Alberto Schweyer, el cadáver fué entregado y depositado en la bóveda de la familia.
Estando aún en el banquillo, hizo Tello que el Padre Cesáreo le registrase él bolsillo y sacase una media onza que tenía, y ordenó que se la entregase á la cubana más pobre de la ciudad, lo que así efectuó el padre, entregándola á la esposa de uno que fué su condiscípulo en una escuela de primeras letras, que estaba moribundo y que le sirvió para médicinas y velas, pues murió á los pocos días.
Era hijo de Celesta Machuca, y al saber que Tello en el momento de morir le hacía esa donación que recaía en él, se echó á llorar y á lamentar el fin de su amigo y compañero de la infancia.
El pardo Carlos sirvió de calesero al Dr. Escoto, y murió algún tiempo después de viruela de alfombrilla.
El Capitán Tristani murió en la última guerra de D. Carlos Burriel murió en Madrid, poco tiempo después de haber dejado la capitanía general de las Provincias Vascongadas, donde sufrió un desprecio de parte de un ministro inglés, dando lugar el escándalo, á que el ministro de España, Sr. Ulloa, se viese en el caso de decir que ese Burriel no era el del Virginius, pues que aquel había muerto.
Burriel quiso felicitar al ministro inglés, pero éste contestó que no recibía felicitaciones de un hombre que su Gobierno había declarado asesino. El Gobierno de España había ofrecido juzgar á Burriel por lo del Virginius, pero en vez de hacerlo así, le dió una Capitanía general.
José de Lamar
Bautismo de José Eleuterio (Tello) Lamar y Varela.
Parroquia del Sagrario de la Catedral de San Carlos de Matanzas, folio 244 vuelto, libro 17:
Al Margen: “N. 999 — Jose Eleuterio Simon Lamar” = Dentro: “Sábado veinte y tres de noviembre de mil ochocientos treinta y tres años; yo Dr. D. Manuel Francisco García, Cura Bdo. por S. M. Vico. Ecco. de la Yglesia parroquial de S. Carlos de Matanzas, bautizé y puse los Stos. Oleos á un niño que nació en veinte y ocho de octubre próximo, hijo legitimo de Dn. Eleuterio de Lamar, y de Da María Dolores de los Reyes Valera, naturales y vecinos de esta ciudad. Abuelos paternos Dn. Luis y Da Antonia de Torres: maternos, D. José María y Da Bárbara Cano. En el cual niño exercí las sacras ceremonias y preces y nombré José Eleuterio Simón: fueron padrinos D. José Senac y Da. Pilar Valera, á quienes advertí lo necesario y lo firmé— Dor. Manl. Franco. García”.
Inscripción de defunción de Tello Lamar.
En la Iglesia Parroquial de Término de San Carlos de Matanzas, en veinte y cuatro de diciembre de mil ochocientos sesenta y nueve, se hicieron los oficios y se le dió sepultura en el Cementerio general de esta Ciudad, al cadáver de D. Eleuterio Lamar, natural y vecino de esta feligresía, soltero, hijo legítimo de D. Eleuterio Lamar y de de Da María de los Dolores Valera: era de treinta y cinco años de edad, recibió los Santos Sacramentos y lo firmé, — Santiago Serra. — rúbrica. — Partida número 1.485, Libro 17 de Entierros de Blancos, foja 217.
Tello Lamar: Matanzas en la Independencia de Cuba por Carlos M. Trelles Govín.
A fines de año, el 24 de diciembre, Tello Lamar y Valera, condueño del potrero Jerusalén, fué denunciado de tener escondido un depósito de armas en su finca de Santa Ana y de que iba a ser el jefe de un levantamiento.
Llevado preso a Matanzas a la casa de Gobierno, se le sometió allí mismo a un Consejo de Guerra verbal presidido por el Gobernador de nefanda memoria, brigadier Burriel, y se le condenó a muerte.
Esposado y a pie lo llevaron por toda la calle de Gelabert (hoy Milanés) hasta frente al antiguo Cementerio donde recibió la muerte con la mayor serenidad.
El Capitán General indultó el 29 de diciembre al vecino de Matanzas, Pedro Rivera, condenado a muerte por estar complicado en la causa de Tello Lamar.
Bibliografía y Notas
- Schweyer Lamar, G. “Tello Lamar, Recuerdos de la Guerra de los Diez Años”. Revista El Fígaro. Habana: Agosto 1899.
- De Lamar, José. “Tello Lamar.” Pro Patria. Homenaje de la Provincia de Matanzas a la restauración de la República Cubana. Matanzas, Ene. 1909, pp. 55-56.
- Trelles Govín, Carlos M. Matanzas en la Independencia de Cuba. Habana: Imprenta del Avisador Comercial, 1929.
- Nieto y Cortadellas, Rafael. “Documentos Sacramentales de Algunos Cubanos Ilustres”. Revista de la Biblioteca Nacional, Abril-Junio 1956: 139-140.
- Nieto y Cortadellas, Rafael. Genealogías Habaneras. Vol. 4. Madrid: Hidalguía, 1996 [En línea]
- Personalidades y Negocios de Matanzas Colonial y Republicana.
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