Una de las casas más importantes del comercio de joyería en la Habana fue El Fénix de los señores Hierro y Cía., establecida en la calle del Obispo, donde se condensaba todo el comercio de lujo de la ciudad.
Fué fundada esta casa en el año de 1868 por don Manuel Hierro, cuyo nombre era la razón social, hasta que más tarde se transformó en Hierro y Cía. y luego en Hierro y Figueras.
En 1903, con la entrada de don Celso González, hijo político del fundador, a asumir el cargo de gerente de la casa, se transformó de nuevo la firma, re-adquiriendo el nombre de Hierro y Cía. En la historia íntima de esta institución debe señalarse aún la fecha de 1911, en la cual comenzó a tomar parte activa en la sociedad don Manuel Hierro, hijo del fundador.
Esta historia registra aún otra fecha, la tristísima de Abril de 1916, en que fallecía don Manuel Hierro, fundador de la empresa que con su competencia y laboriosidad supo conducir hacia el crédito de que gozó en toda la isla de Cuba y en los mercados proveedores.
La casa se dedicó principalmente al comercio de joyería vendiendo además objetos de arte, de verdadero mérito y en los materiales más valiosos, entre ellos mármoles, bronces y porcelanas.
El Fénix compraba en los mejores centros productores de joyería y de objetos de arte, especialmente París, Viena, Barcelona, Berlín y Nueva York. Por mercado consumidor tenía toda la isla de Cuba.
El capital social de la empresa es de 500.000 pesos y la importancia de sus negocios tal que casi lo cubren anualmente, pues sus ventas realizadas en ese período de tiempo no bajaban de 400.000.
El Fénix en Álbum de la Ciudad por Julián del Casal.
Huyendo del polvo que alfombra las calles; del viento cálido que sopla en todas direcciones; de los miasmas que ascienden del antro negro de las cloacas; de los ómnibus que desfilan al vapor; de los carretones que pasan rozando las aceras; del vocerío de los vendedores, que araña los nervios; de los empleados que corren a las oficinas; de las gentes que preguntan si Oteiza vendrá; y de las innumerables calamidades que vagan esparcidas en la atmósfera de nuestra población; penetré ayer al mediodía, en el lujoso establecimiento del señor Hierro, situado en la calle de Obispo, esquina a Aguacate, atraído por los inumerables objetos que fulguraban en su interior.
Dicho establecimiento, donde la vista se deslumbra, la fantasía retrocede acobardada y el deseo vacila en la elección, girando de un objeto a otro como luciérnaga errante, sin saber en qué punto detenerse; se ha montado, en los últimos años, a la altura de los mejores de Europa, pudiendo parangonarse con cualquiera de ellos. Cada vez que se entra en él, hay algo nuevo que admirar. Las mercancías se renuevan, en poco tiempo, con pasmosa facilidad, ya por ceder el puesto a otras más recientes, ya por el consumo que se hace de ellas. Algunas permanecen muy pocos momentos, hasta el extremo de haberse dado el caso de que muchas no han sido desempaquetadas más que para lucir un instante a los ojos de sus anticipados compradores.
Hay pocos establecimientos que gocen de tanto nombre y de tan merecida popularidad. No se puede calcular el número de sus parroquianos. Tan pronto como se abren, en las primeras horas de la mañana, las diversas puertas, el público comienza a invadir sus lujosos departamentos.
Desde la más opulenta dama que llega, en suntuoso carruaje, segura de obtener la inmediata satisfacción del capricho más raro que alberga en su fantasía; hasta la más humilde obrera que, al ir al taller, ha visto de paso en la vidriera un objeto de escaso valor pero que, en ninguna parte, lo adquirirá, por tan módico precio, de tan buena calidad; todos los habitantes de la Habana, sin distinción de jerarquía, acuden al magnífico bazar, quedando siempre regocijados de la visita y prometiendo volver de nuevo en la primera ocasión.
Falto de asunto para esta crónica, porque la presente semana, lo mismo que otras muchas, brinda pocos motivos para ennegrecer cuartillas, concebí el proyecto de ofrecer a mis lectores, una reseña muy ligera del soberbio establecimiento, toda vez que hay muchos objetos, en sus brillantes anaqueles, que desafían a la pluma más experta y rechazan toda descripción. Antes de realizar el proyecto, dividiré este artículo por medio de estrellas, en tres partes distintas, correspondientes a las tres secciones más importantes del grandioso almacén: la de joyería, la de objetos de arte y la de juguetería.
En la primera, rival de la que el célebre Orella instaló en el Palais-Royal, se encuentran esparcidos numerosos estuches de terciopelo rojo, azul, violeta y amarillo, forrados interiormente de seda de los mismos colores, conteniendo joyas de forma moderna, de gusto exquisito y de precio adecuado a la situación financiera del país.
El diamante, piedra heroica y casta, como dice Banville, de la misma manera que todo lo que no puede ser manchado por nada, ni sufrir los estragos del tiempo, resplandece en la mayor parte de ellos, con sus fulgores irisados, celestes, divinos, sobrenaturales y profundamente misteriosos.
A veces creía ver mi imaginación, en cada uno de los anaqueles de este departamento un girón azul, tachonado de estrellas, del manto de nuestras noches estivales.
Echando una ojeada rápida por encima de esas joyas, llamaron especialmente mi atención, no sólo por su riqueza, sino por el buen gusto artístico del joyero-fabricante, un faisán de oro, con buche de nácar y alas diamantinas, que lleva un diamante en el pico, ansiando posarse en el seno escultórico de una Cleopatra moderna; un brazalete de oro mate, primorosamente labrado sosteniendo al frente un medallón, rodeado de zafiros y brillantes, dentro del cual se destaca el noble rostro de un caballero de los tiempos merovingios; una media luna de brillantes, con estrella de rubíes, bajo cuyo fulgor se arrullan dos palomas, dejando caer una perla para besarse mejor; una margarita de esmalte blanco, ornada de un diamante, imitando una gota de rocío, propia para titilar en la cabellera de una Berenice; un tridente de oro, cubierto de diamantes, hecho para unir los puntos de una mantilla española; y una media luna de brillantes, sosteniendo un niño de sardónica, piedra semejante al ágata, que agita un diamante entre las yemas de los dedos.
En la segunda sección, la más grande de todas, me detuve a contemplar un mueble de gran novedad, destinado a ornar el gabinete de un palacio aristocrático o el salón de una casa de campo. No hay en la Habana otro igual. Es un Orchestrión de seis cilindros, semejante al que posee la Patti, en uno de sus castillos. Está hecho por el mismo fabricante y sólo se diferencia diferencia de de la célebre diva en que toca aires cubanos.
Ambos son de la misma madera negra, calada a trechos, con filetes dorados. Además del Orchestrión, se encuentran diseminados en este departamento, numerosos objetos de diverso valor. Hay tibores japoneses, alrededor de los, cuales vuelan monstruos, pájaros y flores; lámparas de metal, con su pantalla de seda, guarnecida de encajes; relojes de mesa, encerrados en urnas de cristal; vasos de Sèvres, de distintos tamaños; búcaros de barro húngaro y barro italiano, traídos de la exposición de París.
También se encuentran, tanto en la vidrieras como en el interior, abanicos de carey, con países de plumas; álbumes elegantes, con broches caprichosos; figuras en relieve, encuadradas en marcos elegantes; devocionarios de marfil, esmaltados de cifras de metal; rosarios de nácar, engarzados en oro; y un número infinito de bibelots, minúsculos fragmentos de obras de arte, que, como observa Bourget, han transformado la decoración de todos los interiores y les han dado una fisonomía arcaica tan continuamente curiosa y tan dócilmente sometida que nuestro siglo, a fuerza de recopilar y comprobar todos los estilos, se ha olvidado de hacerse el suyo.
La tercera sección, llamada vulgarmente, por los objetos que contiene, el Paraíso de los niños, ocupa un espacio igual al de las dos anteriores. Es Nuremberg en miniatura. Desde el techo, por medio de las paredes, los juguetes llegan hasta el suelo, formando grupos compactos que se amontonan por todas partes. Es casi imposible el tránsito por este departamento, sin dar un tropezón. Tras la, verja de hierro que lo separa de la calle, los niños se asoman, con la boca abierta y las pupilas dilatadas, tratando de introducir el rostro por los barrotes, como para estar más cerca de ellos y contemplarlos mejor.
Allí abundan las Arcas de Noé, atestadas de animales; caballos de madera de diversos tamaños; muñecas elegantes, lujosamente vestidas; velocípedos sólidos, de distinto número de ruedas; uniformes de militares, con los accesorios correspondientes; casas de madera, repletas de muebles, e infinidad de objetos análogos que despiertan las primeras ambiciones en el corazón de la infancia y le hacen malgastar el tesoro de sus lágrimas.
Al salir del magnífico establecimiento, mi espíritu se sintió dolorosamente impresionado por el espectáculo de las calles. Me parecía haber descendido desde la altura de antiguo palacio italiano, poblado de maravillas artísticas, hasta el fondo de inmundos subterráneos, interminables y angostos, llenos de quejas, gritos, y blasfemias, semejantes a los que se contemplan en las aguasfuertes de Piraneso. Pero luego experimenté una gran satisfacción, porque no ambicionaba ninguno de los objetos que habían deslumbrado momentaneamente mis ojos. Seguía prefiriendo un buen soneto al diamante de más valía.
Y continúo prefiriéndolo aún.
A pesar de las sonrisas incrédulas de mis lectores.
HERNANI
Referencias bibliográficas y notas:
- Hierro y Cía., Joyería El Fénix en Libro de Oro Hispano-Americano. Sociedad Editorial Hispano Americana, 1917. p. 329.
- Del Casal, Julián (Hernani). “Álbum de la Ciudad: El Fénix”. La Discusión, Año II, no. 226 (Dic. 13, 1890): 2.
- Personalidades y Negocios de la Habana.
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