Estampas de San Cristóbal. La Calle del Obispo por Jorge Mañach. Por la sombrita, hijo. Y evadiendo el embiste de un “ford” vacío, cuyo chófer nos mira como un acreedor, atravesamos la calle y ganamos la acera umbría, constelada temblorosamente por el sol, que cala los anchos toldos a rayas de los comercios.
—Si le preguntasen a usted, Luján en el extranjero, por ejemplo— qué fisonomía tiene esta calle del Obispo, tan reputada por nuestras nostalgias cuando estamos fuera, ¿usted qué diría?
Y Luján, sin vacilar, pellizcándose autorizadamente el tostado bigote:
—Contestaría, hijo, que esta calle Obispo (no “del Obispo”, como dices tú con una lógica hereje) es inefable. Hay que vivirla. Porque claro está que no bastaría decir:
“Es una calle estrecha y animada, con muchos establecimientos, muchos letreros y toldos hasta medio arroyo.”
Lo substancial, que en este caso sería eso, nunca describe comprensivamente. Lo característico es siempre lo superfluo, lo que parece que no tiene importancia… Si alguien a tu vez te preguntase cómo soy yo, ¿no le dirías: “Luján es un viejo con una verruga en el entrecejo…?” pues lo mismo con la calle-Obispo….;
Para suscitar la intuición de ella hay que descubrirle las verrugas, evocarla en sus nimiedades… Luján hizo una pausa ante los epígrafes escarlata que blandió ante él un compañero “periodista”. Luego prosiguió, pormenorizando:
—…Esto, esto que vamos viendo… Los “objetos artísticos” para bodas y para obsequiar al médico “que nos salvó la señora”; el billetero con pie de palo; el comentar en voz alta las formas de esa señorita que va delante; la jocosidad impune de esos estudiantillos; los altos precios; la pieza de crea con letras doradas;
Los antiguos escaparates con pretil de torneada madera; la mercería de los abanicos idílicos; la comidilla mujeril que se exhala de los “beauty-parlors” con un vaho de perfumes y un repique de tijeras; el “pandemonium” de los automóviles cuando una prolongada despedida interrumpe el tráfico; el gerente presumido que se pasa el día a la puerta de su comercio luciendo las dos rayas; la limosnera pegajosa;
El mensajero de telégrafos, cuya desenfrenada bicicleta se abre paso inverosímil entre nosotros y los “guardafangos” que nos rozan; los “clientes” que hojean las revistas españolas en la potísima librería; los “intelectuales” que se exhiben en la de enfrente; los “cock-tails” compuestos con grave ritual y golosa expectación; “inrompibles a diez kilos”;
Esta carrera maratónica de los “periodistas” disparados con los primeros números hacia no se sabe dónde; medias color carne; turistas con el panamá en la mano; y el calor, y el sudar, y los frecuentes “¡qué hubo!”, y la franqueza de los diálogos, y esta sensación, en fin, de familiaridad elegantemente barriotera…
Todo esto, hijo, es la calle-Obispo… ¿Quién la describirá nunca con bastante elocuencia? … ¡Ah calle de mil comercios a más del mercantil “vanity fair”, mostrador ilustre de todas las amenidades, quién te conocerá que no te haya vivido!
Y a Luján casi se le cayeron las gafas del arrebato lírico.
He aquí otra de las bellas “estampas de San Cristóbal” en que la brillante pluma de Jorge Mañach ha retratado admirablemente el alma de la Habana.
Jorge MAÑACH. 1927.
Bibliografía y notas
- Mañach, Jorge. “Estampas de San Cristóbal. La Calle del Obispo”. El Fígaro Periódico Artístico y Literario. Año 44, núm. 4, 13 de marzo 1927, p. 59.
- Personalidades y Negocios de la Habana.
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