
La Cueva de Bellamar: Gloria y tragedia de Santos Parga. Escondida de los soles del trópico y con su entrada prisionera de un pequeño edificio de mampostería, en las inmediaciones de la ciudad de Matanzas abre sus fauces a la luz la Cueva de Bellamar.
Actualmente Monumento Nacional la espelunca ha sido visitada por miles de personas desde que en 1861 fuera por casualidad descubierta. En febrero de aquel año el asiático Justo Wong se encontraba extrayendo piedras para un horno de cal en el potrero La Alcancía cuando su barreta desapareció por una grieta en el suelo.
Enterado Manuel Santos Parga, dueño de la finca, mandó a excavar y recuperar el instrumento sin que esto se cumpliera por miedo y superstición.1 Dos meses después Santos Parga se ocupó personalmente del asunto, descubriéndose la mundialmente famosa Cueva de Bellamar el 17 de abril 1861.
Aunque primeramente se conoció como la Cueva de Parga2 subsistió la denominación heredada por el emplazamiento y zona donde se levantaban algunas casas al borde de la bahía y por donde pasaba un camino pedregoso y de tierra colorada que viniendo desde Matanzas doblaba por esa vuelta para, atravesando la línea del ferrocarril, llegar al batey de la finca del señor Parga y desde allí a escasos 170 metros al lugar donde se construyó un pabellón sobre el acceso a la cueva.
En este punto los guías recibían a los visitantes y mostraban a los presentes un cuadro3 en el que en varios idiomas se advertía que lo que viesen era propiedad del dueño. Armados de hachones de cera y faroles emprendían el descenso a la cueva.

Una cómoda carretera, asfaltada hacia 1930, conduce directamente a la cueva.4 El acceso original, que aún conserva restos de los muros del siglo XIX, fue transformado por la construcción del ferrocarril, construyéndose una nueva carretera que ahora atraviesa la barriada de La Playa y se conecta con el camino histórico. Al final se llega hasta un pequeño parqueo desde donde se aprecia el edificio que, construido sobre el Salón Gótico, protege la entrada a la cueva.
Frente a este, una pequeña caseta permite el pago al recorrido turístico tradicional que es el que normalmente se ofrece. Note que acceder con una cámara fotográfica requiere un pago extra.
Una Sala de Video 3D se encuentra en el lateral izquierdo del edificio proyectándose en esta interesantes audiovisuales educativos como el que se titula “Bellamar Revelando Secretos”.5 Un necesario momento para disfrutar a plenitud de la belleza natural del mundo subterráneo.
El conjunto turístico cuenta igualmente con una sala-museo acondicionada con varias vitrinas que muestran parte de la historia del sistema cavernario, incluyendo un enterramiento aborigen y otros artefactos ligados a la exploración e iluminación de la época. Complementan el conjunto bares y restaurantes en un ambiente campestre y un pequeño parque infantil.
El recorrido de la Cueva de Bellamar que se muestra en este video no corresponde a la visita tradicional. Este se hace por el Ramal Occidental acompañados de un guía especializado6 con casco e iluminación. Esta visita se limita a un número de entre diez y veinte personas como máximo, requiriéndose de buenas condiciones físicas.
La belleza de estas galerías bien merece el esfuerzo. Se inicia el recorrido desde el Salón Gótico a través de un acceso modificado que mide cuatro metros de ancho y unos diez de profundidad con el agrego de una escalera de época.
La caverna se ramifica en dos galerías que se vuelven a unir en el Salón de las Esponjas. Es este salón de los más bellos de Bellamar al contener grandes y redondeadas estalactitas que semejan enormes esponjas. Cubiertas de cristales de calcita son un mágico espectáculo como lo es la multitud de espeleotemas7 presentes.

Otro espacio es el Salón de las Rejas llamado así por las verjas que en su momento fueron colocadas allí para proteger las formaciones de manos inescrupulosas. Y verá que sobre algunas de estas maravillas naturales se ha escrito violándose la regla de oro:
“No tocar, No escribir y No romper”

Y no es solo una cuestión de estética, es el daño que a veces se hace de manera inconsciente e imperceptible en sus consecuencias.
Las estalactitas, por ejemplo, crecen en promedio un centímetro cada cien a trescientos años dependiendo de la cantidad de agua y minerales. Al tocarse, los aceites naturales y el sudor se adhieren a la superficie formando una película que repele el agua impidiendo que esta se deposite uniformemente. El crecimiento se interrumpe entonces o cambia de forma.
Si se escribe sobre ellas con tinta, pintura o incluso rayando, la superficie se contamina con pigmentos y compuestos químicos que pueden ser metales pesados, solventes y ácidos. Estas sustancias pueden reaccionar con el carbonato de calcio y dejar manchas permanentes. Además, las áreas manchadas pueden alterar el pH local, disolver la calcita o propiciar la aparición de hongos y bacterias que no existirían naturalmente en la cueva.
Dicho de manera sencilla muchas veces el daño es irreparable a escala de una vida humana así que recuerde la regla de oro.
Regresando al siglo XIX, es evidente que desde los primeros años del descubrimiento la Caverna fue objeto de un marcado interés turístico y de ello dejaron constancia varios visitantes. Ya para 1863, el intelectual matancero Eusebio Guiteras había conformado una guía para los visitantes. A ello se suman los diarios de los viajeros que dan cuenta de las maravillas de la cueva, pero también de los traspiés para llegar al lugar. De estos, Rachel Wilson8, quien viajó en barco de vapor desde Nueva York a La Habana visitó la Cueva de Bellamar en enero de 1864 y anotó en su diario:
“Tomamos tres volantas y con los conductores a caballo haciendo mucho ruido, nos pusimos en marcha. El camino, durante un trecho hacia la cueva, es muy hermoso al estar junto al mar, tras lo cual comenzamos a ascender una montaña de rocas, que los caballos se ven obligados a subir por la violencia del calesero. A ambos lados del camino, al pasar, se veían altos cocoteros y plátanos, cuyos frutos colgaban en gran abundancia; una vista extremadamente hermosa y pintoresca.
Teníamos muchas dudas sobre si llegaríamos sanos y salvos a la cima, pues las volantas parecían a punto de caer hacia atrás. Por fin llegamos a la cima y, tras recorrer una milla por un camino en mal estado, llegamos a la cueva de Bellamar.”
Wilson continúa el relato copiando extractos de la Guía de Eusebio Guiteras:
“La entrada a la cueva está a una milla de la intersección de los dos caminos y a doscientas yardas de la Casa de Parga, donde se encuentra el registro de visitantes, así como una gran variedad de magníficos ejemplares de estalactitas y estalagmitas en venta.
Los guías están bien provistos de lámparas y cirios. En las estancias principales hay lámparas fijas, o candelabros, que brillan con gran intensidad. Se han abierto buenos senderos en la cavidad, se han construido puentes y se han colocado escalones dondequiera que el pasaje lo requería. La primera sala, llamada el Templo Gótico, es de una belleza única y austera, y evoca las solemnes naves de las antiguas catedrales. […] La entrada a la Cueva de Bellamar cuesta un dólar, incluyendo guías y luces.”
De Santos Parga, descubridor y primer propietario de la Cueva de Bellamar habla muy bien la señora Wilson:
“Se dice que es un hombre de gran valor, lo que su indomable perseverancia imprime en su carácter; el viajero lo encuentra siempre dispuesto a mostrar sus magníficos tesoros, pero no permite que nadie desfigure su belleza.”

Unos meses después, es decir el 8 de enero de 1865, será Lorenzo López Muñiz9 quien llega al batey de la finca del señor Parga y habla de un pabellón construido sobre la cercana entrada de los subterráneos. Hay allí cristalizaciones en venta y hasta una cantina en la cual echa un trinquis con el buen Parga y algunos amigos.
Agradecido, menciona lo buen anfitrión que es don Manuel Santos Parga. Atención, cortesanía, cena en compañía de la familia, regalo de maravillas minerales. Y serán numerosos los testimonios de la amabilidad y sociabilidad de aquel hombre trabajador y sencillo pese al bienestar económico que le aportaba la de Bellamar.
La historia de Manuel Santos Parga termina abruptamente en 1884. Natural de Viveiro, provincia de Lugo en Galicia, se casó con Josefa Agustina Secada, también gallega, y de este matrimonio nacieron cinco hijos: José Manuel, Justo Francisco, Ángel Benigno, María Josefa Isabel y María de los Dolores.10
El primogénito, José Manuel Santos Verdugo, recibió aviso el 21 de noviembre de 1884 que el fugado Ignacio Roselló merodeaba por los alrededores de la finca. Dirigiéndose a su casa, al minuto oyó dos ó tres disparos en los altos de la habitación, ruidos de gentes y la voz de su padre que pedía auxilio.
Junto a Isidoro, la persona que le había avisado, vieron que Roselló, armado de un cuchillo, luchaba con su padre. Al hacer fuego sobre Roselló, este se metió en el cuarto contiguo al comedor. Al hallar herido a su padre, lo acompañaron a bajar las escaleras, falleciendo en el colgadizo.
Otro de los bandidos, conocido como el “Coruñés”, yacía ya muerto cuando Roselló, viéndose herido, se suicidó en el cuarto donde se había refugiado. Para ello, utilizó una carabina propiedad de otro de los hermanos Santos Verdugo, según parecía por la posición en que quedó el cuerpo. O al menos, eso cuentan los sobrevivientes del altercado en la documentación judicial.
El tal Ignacio Roselló y Farrán se conocía como el Noy y había desertado del Ejército Español mientras cumplía servicio en el castillo del Morrillo en las márgenes del río Canímar. Prisionero, extrañamente había logrado escapar del Castillo de San Severino.
Junto al Coruñés, de nombre José Antonio Vázquez, fugado en este caso de la cárcel de Cárdenas, se habían dedicado al pillaje y robo.
En diciembre de 1883 asesinaron a Eduardo Betancourt en las cercanías de la Cueva de Bellamar por lo que todo parece indicar que la muerte de Santos Parga, casi un año después, habría sido causada por Roselló en acto de venganza por haber declarado contra él y sus compañeros.11
Al dictarse sentencia en 1886 a resultas de la causa por el asesinato de Eduardo Betancourt ya el hijo de Santos Parga, Manuel Santos Verdugo, aparece como fallecido, lo que ocurre en 3 de octubre de 1885. María Josefa, una de las hermanas, le había precedido el 22 de septiembre.12 En 1887 falleció otro de los hijos de Santos Parga, Ángel Santos Verdugo, de tisis pulmonar, o tuberculosis si se prefiere, a los 22 años de edad.

¿Sería alguno de los miles de visitantes de la Cueva de Bellamar quien trajo esta enfermedad contagiosa a la familia de Santos Parga? No se sabe, como tampoco se sabe qué sucedió con el cuerpo del primer propietario de la Cueva pues el nicho que debía de contener sus restos se encontró vacío.13 Honrando a aquel pionero explorador se fundó en Matanzas un grupo espeleológico que llevó su nombre.
El sobreviviente de la familia, Justo Santos Verdugo, vendió en 1888 los terrenos donde se encontraba la Cueva de Bellamar al Dr. Manuel Álvarez Ragaña14 quien a su vez los transfirió en 1891 a la sociedad García y Co. Será Manuel González Farroso el siguiente propietario. Hubo otros.
En marzo de 1896, durante la Guerra de Independencia, la casa que servía de entrada a la cueva fue quemada, lo que implicó que el destino turístico fuera cerrado por las autoridades.

Posteriormente, la empresa Rafloer, Erbsloh & Co. adquiere la cueva, pasando en 1918 a la Compañía de Jarcia de Matanzas tras su disolución y distribución de capitales entre sus benefactores, en su mayoría estadounidenses. Luego, tomaría las riendas la Compañía Operadora Cuevas de Bellamar S. A. administrada por Eladio Pérez Rivera y Maximiliano Zincke hasta su nacionalización posterior a 1959.
Por aquel afortunado golpe de barreta de Justo Wong, quien devino un guía consumado y vivió hasta 191515, unido a la laboriosidad de Santos Parga, miles de visitantes han podido disfrutar de las maravillas subterráneas que ofrece la Cueva de Bellamar.
Una Cueva que aportó Gloria y Tragedia a Santos Parga. Un hallazgo que atrajo visitantes, bandoleros… y una enfermedad mortal.
Bibliografía y notas
- Betancourt, José Victoriano. Descripción de la Cueva de Bella Mar en Matanzas. Imprenta El Progreso, 1863. ↩︎
- Núñez Jiménez, Antonio. La Cueva de Bellamar. Habana, 1952, p. 13. ↩︎
- Guiteras, Eusebio. Guía de la Cueva de Bellamar. Imprenta de la Aurora del Yumurí, 1863. ↩︎
- Pardiñas, Oscar. “Informe del Ingeniero Jefe de Obras Públicas de la Provincia de Matanzas”. Boletín de Obras Públicas 7, n.º 1 (1930). ↩︎
- Esteban Grau González-Quevedo, Antonio Danieli, Proyecto Bellamar, Sociedad Espeleológica de Cuba y Fundación Antonio Núñez Jiménez. Véase: https://www.proyectobellamar.com/espa%C3%B1ol-1/ ↩︎
- Owen Cabrera. Espeleólogo y Guía de la Cueva de Bellamar. ↩︎
- Espeleotemas es la denominación formal para lo que comúnmente se conoce como “formaciones de las cavidades”. Véase en Wikipedia: https://es.wikipedia.org/wiki/Espeleotema ↩︎
- Wilson Moore, Rachel. Journal of Rachel Wilson Moore, Kept during a Tour to the West Indies and South America, in 1863-64. T. Ellwood Zell, 1867. ↩︎
- López Muñiz, Lorenzo. Flores del alma consagradas á la memoria del nunca bien llorado poeta matancero José Jacinto Milanés. Imprenta y Librería El Iris, 1865. ↩︎
- Vento Canosa, Ercilio, Yaniuska Ortiz Junco, y Esteban Grau González-Quevedo. El golpe milagroso, descubrimiento de las Cuevas de Bellamar. Aspha Ediciones, 2022. Disponible en https://www.lulu.com/shop/ercilio-vento-canosa-and-yaniuska-ortiz-junco-and-esteban-grau-gonz%C3%A1lez-quevedo/el-golpe-milagroso-descubrimiento-de-las-cuevas-de-bellamar/paperback/product-qvydgz.html?q=aspha+ediciones&page=1&pageSize=4 ↩︎
- Treserra, José Antonio. La tragedia de Bellamar. Revista Mil. Órgano del Patronato Pro-Calles a. 1, n.6. Matanzas, 1 de septiembre de 1943. ↩︎
- Álvarez Chávez, Adrián. “Manuel Santos Parga descubridor de las Cuevas de Bellamar”. Revista Palabra Nueva 12, n.º 135 (2004): 42-44. ↩︎
- Vento Canosa, et al., El Golpe Milagroso, 73. ↩︎
- Núñez Jiménez, Antonio. La Cueva de Bellamar. Lic. Rosario Esteva Morales. Vol. 21. Colección Cuba: La Naturaleza y el hombre 21. Editorial Científico Técnica, 2015. ↩︎
- Escalona, Martha Silvia. “¿Quién descubrió la Cueva de Bellamar?”. Matanzas. Revista Artística y Literaria. Año VI, n.º 1 (2005). ↩︎
Cómo citar este artículo:
- Martínez, A. (2025) “La Cueva de Bellamar: Gloria y tragedia de Santos Parga”. Cubamemorias.com. https://cubamemorias.com/la-cueva-de-bellamar-gloria-y-tragedia-de-santos-parga/
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