

La Francia fue una tienda en la Habana que se comparó a un palacio de la elegancia. Llevaron el negocio Manuel Sabás Pichardo, Gaudencio Avancés, Pelayo y Aquilino Álvarez. Recorriendo la aristocrática calle del Obispo, el turista o el forastero, la dama elegante o el hombre de negocios, se detiene forzosamente en la esquina que dicha calle forma con la de Aguacate.
—¿Por qué? ¿Qué seducción existe allí para que el transeúnte detenga sus pasos? Está allí, señores, nada menos que “La Francia”, heroica, triunfante, culta, refinada, como la otra Francia vencedora de los imperios centrales.
Esta Francia de la calle del Obispo está llena de recuerdos. Tiene también su historia antigua. Nació en la misma esquina en que hoy la vemos, allá por el año de 1880 y luego se extendió por el frente de Obispo, desalojando a la botica “La Luz” que se pasó al frente donde está ahora la camisería de Pereda.
En aquel tiempo dirigía los negocios de “La Francia” un hombre todo simpatía, todo inteligencia, todo acometividad. Se llamaba como el antiguo director de El Fígaro: Manuel S. Pichardo. Sólo que la S. de nuestro Pichardo es de Serafín y la del Pichardo de “La Francia” era de Sabás.
Y bien que llevaba el nombre de Sabás aquel Pichardo ¡Lo qué sabía el hombre! No se figuren ustedes que se limitaba a ejercer el lícito comercio de ricas telas y elegantes vestidos. Aunque en este ramo de su universal saber y entender le iba muy bien y ganaba todo el dinero que quería, no titubeaba en acometer otros negocios con la misma fe que había puesto en el comercio de lencería.


Y así lo vemos, allá por el año de 1888 nada menos que convertido en ¡Empresario de toros! ¡Y no como quiera! Fué el que contrató al gran matador Mazantini, la primera vez que este famoso espada, concejal del Ayuntamiento de Madrid, visitó la Habana. ¡Qué hombre aquel! Activo, emprendedor, inquieto.
“La Francia” le venía ancha, a pesar de haberla extendido y engrandecido, y su espíritu, ansioso de volar por más amplios horizontes, buscaba nuevos derroteros, nuevas empresas que desarrollar. Un día “La Francia” dejó de ser de Pichardo; pero su genio emprendedor, su genio financiero, ha quedado allí impreso y a través de los años, la encontramos hoy rica, próspera, flamante, siempre triunfadora.
“Sin cesar renovada y siempre nueva” como dijo el poeta.
Las últimas reformas allí realizadas son las que constituyen hoy la “great atraction” del boulevard Obispo. Ya no es “La Francia” un simple establecimiento, más o menos bien instalado.
Ahora es una mansión señorial, amplia, ricamente amueblada, donde la dama elegante encuentra un salón de recibo y en él elige la tela que le gusta y realiza la transacción que allí la ha llevado, con toda comodidad, sin echar de menos ninguno de los detalles que el confort moderno ha hecho indispensable a la vida cuotidiana de la gran dama.
No sólo en el verso se encuentra la poesía. La hay también en las cosas. Por eso nos aventuramos a afirmar que el fashionable establecimiento que hoy ostenta el nombre glorioso de la nación francesa es todo un poema de gracia, de refinamiento y de elegancia, cuyas bellas estrofas han sido dictadas por el esfuerzo, la inspiración y la inteligencia de dos hermanos cuyos nombres merecen inscribirse con letras de oro en el frontispicio del palacio que hoy los cobija.


Son esos hombres Pelayo Álvarez y Aquilino Álvarez, columnas formidables de La Francia. Sobre sus hombros robustos y ágiles, como los de un atleta, se levanta pujante, pleno de vida, el palacio de la calle de Obispo esquina a Aguacate.


Siguiendo la tradición de su antecesor Pichardo y del continuador de éste Gaudencio Avancés —gran comerciante y gran financiero— los hermanos Álvarez han consolidado la fama de aquella admirable tienda.
Todo es allí rico, bueno, elegante, refinado. No entra en La Francia nada que no sea una creación. Las inspiraciones más exquisitas y originales de la moda vienen a La Francia directamente de los más lejanos mercados: de París, de Barcelona, de New York y así la Habana puede enorgullecerse de poderse vestir con las mismas telas que el lujo pone en boga, en aquellos centros de la elegancia.
Claro que esto no es tarea fácil. Hay que tener invertidas grandes sumas y poseer además el sexto sentido del comerciante: la identificación con el gusto de su clientela.
Decía Smiles que para poder triunfar en cualquier empresa se necesitaban tres cosas: primero, entenderla; segundo, amarla; y tercero, dedicarle toda la actividad.
Esas tres cualidades que podemos llamar inteligencia, ternura y laboriosidad, las poseen en grado sumo los hermanos Pelayo y Aquilino Álvarez, gerentes de “La Francia” y por eso no es extraño verlos triunfantes y orgullosos, porque saben que si es verdad que La Francia los posee a ellos, ellos también poseen a La Francia.
Amateur.


Bibliografía y notas
- Amateur. “Palacio de la elegancia”. El Fígaro. Año XXXVI, núm. 4, 26 de enero 1919, pp. 114-115.
- Personalidades y negocios de la Habana
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