La Historia de un Cañón de Cuero Mambí en Cuba contada por el comandante del Ejército Libertador Bernabé Rodríguez y Meneses para la Revista Carteles.
En un café de Fomento, una tarde de noviembre de 1929, a la hora del crepúsculo vespertino, acabábamos de saborear el café, siguiendo la costumbre criolla, y ensimismados en nuestros pensamientos, tiramos de la petaquilla, colocamos un cigarrillo en la boquilla, lo encendimos, y después de dos largas aspiraciones, seguíamos con la mirada las volutas que el humo describía en el espacio.
De pronto entró en el salón un vendedor ofreciendo la revista CARTELES Alrededor de las mesas había grupos de clientes discutiendo sobre diversos asuntos; uno de estos compró un ejemplar, que fué hojeado ávidamente, llamando la atención el grabado del cañón de cuero que trajo de España el general Herrera con otras reliquias históricas, que como sabemos fueron devueltas en señal de la estimación en que se tiene allá a nuestra República.
En aquella mesa, un señor de edad avanzada se hallaba sentado con una muleta entre las piernas, y al ver el grabado, dijo a los demás oyentes: “Ese cañón lo ví fabricar yo, y presencié también la primera prueba que se hizo con él”.
Estas palabras cual si hubieran tenido un efecto mágico, nos despertaron de nuestra absorción, disiparon como por encanto nuestra nostalgia y agudizando nuestra afición reporteril, nos acercamos al que tal aseveración había vertido, abordándole acuciosamente, solicitando nos relatara lo que supiera. Y él, sin ninguna reticencia y con un tono de franca seguridad, comenzó así:
Me llamo Bernabé Rodríguez y Meneses, soy comandante del Ejército Libertador, veterano de las dos guerras de independencia, la del 1868 y la del 1895.
Hizo una pausa, tomó un sorbo de café y continuó:
Allá por el año de 1852, el día once de junio, en la entonces Villa de Sancti Spíritus, nací y me crié, huérfano de padre, pues éste fué sustraído de nuestro hogar por las autoridades locales y conducido a Trinidad, de donde desapareció sin que hasta la fecha sepamos qué fué de Juan Rodríguez Palmero, como se llamaba.
Mi pobre madre inquirió con éste y con el otro acerca del paradero de su esposo, pero sus pesquisas fueron del todo infructuosas, llegando al convencimiento de que se había quedado viuda.
No obstante su pena, pronto se rehicieron sus energías y se dedicó a trabajar para mantenernos, logrando a base de privaciones y esfuerzos superiores a sus fuerzas, convertirme, después, en un hombre trabajador y honrado, pero germinando en mi carácter la idea de emancipación de la feroz tutela que nos gobernaba, ya que. esa era la que sustentaban todos los que tenían motivo de odio al gobierno colonial, extremada en los que, como yo, éramos víctimas suyas.
Debo aclarar a usted, señor, que la desaparición de mi padre coincidió con el desembarco de Narciso López, iniciador como sabemos de la primera intentona de independencia de la Isla.
Cumplidos los dieciséis años, en cuanto mi tío carnal materno José Meneses Gutiérrez secundó el Grito de Yara, acompañado de algunos vecinos me alisté en el escuadrón que mandaba el capitán Juan Benigno Gómez, perteneciente al Cuerpo que mandaba mi citado tío, como comandante.
Los otros escuadrones estaban mandados por los capitanes Alejandro García y Carlos Martínez; y otro, cuyo nombre no recuerdo. Los tenientes eran Vicente Meneses, Luis Martínez y ot ros más; que sus nombres se han borrado de mi memoria. Este Cuerpo pertenecía a la Brigada que mandaba el general Lino Pérez, Jefe de la Zona compuesta de Sancti Spíritus-Fomento y Trinidad.
El Cuartel General estaba en los montes de Guaraná, cerca del poblado Sipiabo, hoy del Barrio Jíquimas; subalternado al Estado Mayor radicado en Trinidad, Provincia de Las Villas.
Concurrí a varios combates, pero los más dignos de mención ocurrieron en Río Arriba y en Santa Lucía; en el primero, tuvimos dos muertos y tres heridos y en el otro no puedo precisar las bajas habidas debido a que fuí una de ellas, pue me mataron el caballo que montaba y en la caída me fracturé el brazo derecho, además de una herida en sedal en la pierna izquierda.
Pero volvamos al relato del cañón. Poco más o menos un año después del diez de octubre de 1868 una tarde la oficialidad de mi cuerpo se hallaba discutiendo la forma de adquirir material de guerra más eficiente, ya que el nuestro no lo era y se requería algo capaz de causar mayor impresión al enemigo.
Entonces el capitán Carlos Martínez, secundado por su hermano el teniente Luis, sugirieron la idea de fabricar una pieza de artillería, pero ¿con qué material…?
Luis, el teniente, respondió: “Con cueros de res; tenemos muchos”.
Algunos acogieron con risas la proposición, más al ver la seriedad del autor de la respuesta, que se reflejó en su semblante, decidieron aceptarla y consultarla con el comandante José Meneses, quien la aceptó y autorizó la fabricación de esa unidad de combate, comisionando al mismo autor de la proposición para fabricarla y para que hiciera las pruebas, advirtiendo que no se usaran balas, pues sólo se trataba de hacer creer al enemigo que ya contábamos con artillería como resultado del apoyo exterior gestionado por la insurgencia para llevar a la culminación la independencia de “La tierra más fermosa que ojos humanos vieron”.
Esa misma tarde el teniente Luis Martínez, reputado entre sus compañeros como el más hábil, escogió los cueros de mayor grosor y al día siguiente, muy temprano, comenzó la fabricación del primer cañón cubano, iniciándose el citado oficial como el primer fabricante de la artillería nacional, produciendo esa pieza que ahora publica CARTELES.
La obra que al principio pareció fácil, no lo fué tanto después; más al cabo se logró producirla bastante aceptable, como ustedes han visto. Inspeccionada por el comandante Meneses y dada su aprobación, se fijó el día de la prueba para el primer ataque al fuerte Sipiabo, guarnecido por las fuerzas coloniales.
El día citado se emplazó el cañón en un peralejo curvo que estaba enraizado frente al fuerte; y ya en batería y el autor convertido en artillero, prendió la mecha produciéndose el disparo acorde con los de la fusilería. La mata de peralejo se resquebrajó, pero el cañón quedó intacto. Aún puedo señalar —nos refirió nuestro entrevistado— el lugar de la sabana que fué testigo mudo de la famosa prueba de ese cañón y hasta el punto que ocupó el peralejo.
Terminado el tiroteo al fuerte, nuestro Comandante ordenó la retirada hacia los montes de Guaraná, tocándome con otros soldados de la libertad proteger este movimiento.
Algunos días más tarde, el grueso de la fuerza al mando del general de brigada Lino Pérez, inició la marcha sobre Camagüey, llevándose el cañón y a su fabricante artillero, quedándonos a la guarnición del Cuartel General de Guaraná solamente la gloria de haber sido los primeros en oír la voz de una pieza de artillería de fabricación nacional.
No había vuelto a saber qué fué del cañón y de sus fabricantes; aquél ha regresado a Cuba, pero estos sin duda estarán junto a los que pierden la vida por la independencia de su patria. También mi madre perdió la vida en un combate en los alrededores de los montes de Guaraná, falleciendo en el rancho Los Caguasos; se llamaba Amalia Meneses y Gutiérrez y era hermana del comandante de mi Cuerpo, don José Meneses y Gutiérrez. (E. P. D.)
Conservo como recuerdos de las luchas libertarias, la fractura del brazo derecho y tres cicatrices de bala en ambas piernas; una de ellas, como usted ve, me inutilizó la derecha.
Don Bernabé, como le llaman los fomenteses, es un hombre de alta estatura, recto de cuerpo cuando sentado, de fisonomía simpática, mirada clara, de tipo castellano aunque es descendiente de un gallego que se llamó Juaniquillo Rodríguez del Rey; es así uno de los muchos cubanos que perdieron a sus padres con motivo de nuestras azarosas guerras de independencia.
Y habiendo terminado nuestra entrevista con este digno libertador, se despidió de nosotros con la sonrisa en los labios y al estrecharnos la mano nos dijo con un gesto de humorismo criollo: “Soy gallego, chico”; luego, se alejó apoyando en su muleta.
Ya de retirada del café, Mariano Martínez y Martínez, nos dice:
que él es hijo del capitán Carlos Martínez; que su mamá fué la heroína María de la Caridad Martínez, cuyo nombre lleva el parque de este pueblo, muerta en el campo del honor, combatiendo con las fuerzas enemigas en Guayabal-Bajo; y que es sobrino carnal del teniente Luis Martínez, fabricante del cañón; que es exacto el relato del comandante Bernabé Rodríguez Meneses; aclarando que el autor de la iniciativa fue su padre, pues su tía, hermana de su mamá, que fué quien lo crió, le refirió el hecho en diversas ocasiones.
Fomento, enero de 1930.
Bibliografía y notas
- Villaraus, E. (Marzo 2, 1930). “La Historia de un Cañón Mambí.“ Revista Carteles, 9. pp. 18,60
Irene Rodríguez Colina dice
Bernabé Rodriguez era mi abuelo paterno. Soy hija de el hijo mas pequeño, Raul. Este viejo se casó con mi abuela cuando ella casi tenía 18 años y tuvo 10 hijos con ella. Mi papá nació en el 1925! Mi papá era un niño de 5 años cuando esta entrevista ocurrió.
Tremendo hombre el Comandante.