¡Viva la Independencia! Es tan natural este grito hoy, después de cuatro siglos de obligado silencio, que á propósito de cualquier pretexto — y aun sin pretexto — lo repiten los cubanos. Por eso cada vez que nos hablan del magnífico establecimiento de víveres finos que acaba de abrir al público en la habana, calle de la Salud veinte y nueve nuestro querido amigo el tan inteligente como activo joven Francisco C. Baguer, no podemos menos que gritar á voz en cuello: ¡Viva la independencia de Cuba y viva “La Independencia” de Baguer!
La Independencia, nombre tan simpático ha sido muy bien escogido para el bien provisto establecimiento que acaban de abrir con muy buen éxito en Salud 29. Desde el primer día que sus puertas se abrieron, cayó en el público como una onza de oro. Los clientes acudieron como moscas á la miel.
Porque hay que convencerse. La primera condición para atraer al público y sujetarlo para siempre es que lo que al público se ofrezca sea bueno, lo mismo el primer día para asegurar al cliente que el último para no dejarlo escapar.
Tal doctrina económica ha sido puesta en práctica por el señor Baguer, y el resultado, como era natural, ha correspondido. “La Independencia”, montada de ese modo, no tiene nada que envidiar á ninguno de los grandes establecimientos de la Habana. Y diciendo de la Habana, queda dicho de toda la Isla.
Hemos recorrido en una rápida visita la noche de su inauguración, el gran Almacén de Víveres finos titulado “La Independencia” y hemos salido complacidísimos. Magníficamente presentado al público; era el triunfo del chic y del buen gusto.
La exhibición entra por los ojos de golpe, sin atenuaciones posibles. Cada departamento, limitado por sus anaqueles y sus vidrieras, está presentado con la gracia ática tan necesaria hoy en todos los que se dirigen al público: comerciantes, artistas ó escritores.
El gran muestrario que eleva su gran armatoste sobre el fondo central de la pared en la sala en que se despacha al público, es una enorme armazón de fresno y nogal, donde los colores dulcemente serenos de las dos nobles maderas se armonizan y se completan, sin disonancias, ni contrastes rudos.
El color sereno que los tiñe, por decirlo así, forma un lindo contraste con las mercancías colocadas en los diversos compartimentos que líneas delicadas encuadran, siendo, además de un adorno, una división que prácticamente ha adoptado el comercio para entenderse en el maremágnum que es siempre una casa importadora y exportadora.
¡Y qué bella inteligencia la que ha presidido á la colocación de los objetos que abarrotan la casa! Nada está confundido, ni revuelto, ni arrojado “á va comme je te pousse” que ha sido la causa de la ruina de tantos otros establecimientos montados con grandes esperanzas, desvanecidas como el humo.
El establecimiento del señor Baguer, desde el soberbio escudo cubano que corona el armatoste central, sombreado por las plegadas banderas cubanas que le adornan polícromamente, hasta el último rincón de la trastienda, es un todo armónico. Hay mil cosas, y todas a la mano, sin fatigar por la impaciencia el deseo del público y sin alejarle por la informalidad.
Los objetos puestos á la venta en “La Independencia” son todos de primer orden. Jamones de todas clases — con la única condición exigida en los mercados europeos y americanos, de que todas las clases sean buenas, y lo son — quesos espléndidos, vinos de superior calidad y que no rechazaría la mesa más exigente, manteca blanca y “luciente” como la nieve, aceites riquísimos, en una palabra, una variedad suma de todo lo que entra por la boca, según la frase del gastrónomo Monselet.
Se ha buscado acreditar en los dos primeros días la casa y acreditarla para siempre, “tour de force” que ha llevado á feliz resultado nuestro amigo Baguer. En dos días media Habana se ha hecho parroquiana del ya popular establecimiento.
La limpieza, el orden, la admirable disposición de La Independencia es un motivo de asombro para cuantos pisan su umbral. Sabido es lo que han sido siempre en la Habana los principales depósitos de vinos, ya fueran finos, ya fueran bastos: focos de inmundicia mantenidos por ríos de grasa rezumada en el suelo.
Las paredes destilaban una sal caliza que manchaba los vestidos y el estómago; las rampas de las escaleras que conducían á los almacenes de los pisos tenían una costra de mugre que nunca se limpiaba y la mercancía comestible, arrimada contra esas paredes y extendida á lo largo de aquellas rampas era como una sucursal del cólera. Compraba uno un jamón y un billete de segunda para el cementerio. ¡Y eran las grandes casas y las afamadas!
Hoy con La Independecia todo ha cambiado. La limpieza ha entrado como el primer dependiente de la casa. Los suelos brillan como el cristal, los mostradores como el oro, la madera empleada en los anaqueles está á prueba de comején y de insectos de toda clase.
En una palabra, hemos entrado en el Establecimiento, recorrido la trastienda, examinado la magnífica nevera que guarda frescos ciertos objetos para los cuales la frialdad es necesaria y entre tantas cajas de galleticas, entre tantas existencias de jamones, entre tantas golosinas apetitosas no hemos visto una mosca. Tan cierto es que contra la limpieza nada prevalece.
El departamento de confitería de “La Independencia” no tiene nada que envidiar á los otros de la misma casa. Allí parece tener su trono el dios de la repostería. La variedad es infinita, desde el bombón que es miel hiblea al diluirse en la boca hasta las pastas extranjeras de tan notable y gozoso efecto en las casas acomodadas de los hacendados habaneros.
En frutas, todas las que producen los Estados Unidos; peras enormes que parecen bastardas de melones; melones que parecen bastardos de campanas, ambos por el tamaño; uvas sin rivales, albérchigos, manzanas sanas y coloradas como mejillas de mujer fuerte y hermosa y todas las que en conservas exportan la rica Francia, la inagotable España, la sensual Italia, la gran Alemania y la infranqueable Rusia.
El señor Baguer ha sembrado un capital en este Establecimiento que parecía imposible pudiera levantar un cubano en Cuba. Y lo ha realizado sin deber favores á ninguna extraña tierra. El dinero cubano; la tierra, cubana; el establecimiento, de sello cubano, la dependencia, cubana y el título, lo mas cubano entre los títulos cubanos.
Y ese dinero santificado ante el ara del Dios de la industria, fructificará y se multiplicará en la caja de hierro del Establecimiento nacido á raíz de nuestra Independencia y que llevando por título “La Independencia” correrá la suerte gloriosa de la Independencia en Cuba.
Sus comienzos son la mejor afirmación de nuestra idea. Tan brillantes como los de nuestro nuevo régimen.
Bibliografía y Notas
- “La Independencia, Francisco C. Baguer”. Revista El Fígaro, (Febrero 1899).
- Official Commercial Directory of Cuba, Porto Rico and the West Indies for 1901. New York: The Spanish American Directories Company, 1901.
- Personalidades y Negocios de la Habana.
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