La Milagrosa del Cementerio de la Habana en los Archivos del Folklore Cubano por Fernando Ortiz. Cuba, en las estratificaciones populares de su sociedad, atraviesa una seria crisis religiosa que aun no ha sido estudiada, ni debidamente percibida.
Las religiones seculares adoptadas por la civilización llamada occidental (judaísmo, catolicismo y protestantismo), traídas a Cuba desde Europa, no amparan a grandes masas de nuestro pueblo, las cuales vacían sus anhelos religiosos en creencias heterodoxas las más disímiles y de más apartados orígenes, llenas de superstición metafísicamente absurda y socialmente nociva.
Por otra parte, el paganismo africano, llamémosle así ahora, mantiene férreamente su presa en aquellas masas incultas que, a pesar del gran progreso de nuestra gente de color, no han podido aún librarse de las mitologías ancestrales.
Por ese entrecruzamiento inextricable de credos, supersticiones y ritos se ha producido en Cuba una confusión horrenda en las manifestaciones populares del sentimiento religioso, las cuales, apenas se alejan algo de los viejos y arraigados dogmas de estirpe blanca, que son mantenidos en su pura ortodoxia por sacerdotes vigilantes y a ese fin adiestrados, vienen a ser muy transidas por las ideas teológicas de los espiritistas del kardecismo y de la teosofía y por sus prácticas medianímicas, especialmente por las burdamente corrompidas del curanderismo, la hipnomancia y otras inefables atracciones de la magia.
Nada digamos de la actitud de apartamiento de las religiones, propia del agnosticismo, cada día más frecuente en Cuba, por obra de prudencia científica o de perezosa quietud mental.
El descreimiento, la herejía, la superstición y la impiedad son tan intensos, que si hoy fueran posibles las coerciones inquisitoriales de los siglos de la conquista y poblamiento, habríamos de ver en Cuba millares de hogueras ardiendo para purificar nuestro suelo de herejes, relapsos, endemoniados, brujos, blasfemos y demás gente encorozada y con sambenito;
Y no habrían de bastar los galeones de la flota, ni las galeras que armó en los siglos S. M. el Rey de España, para enviar penitentes a Cartagena de Indias y someterlos allí al tribunal de la Santa Inquisición, que sobre esta tierra de Cuba ejercía justicia con muy vivo aunque inútil celo.
En otra ocasión apuntaremos quizás las consideraciones que nos merece esta honda fermentación religiosa del pueblo cubano en los días que corren; limitemos hoy nuestra pluma a reseñar la germinación en la Habana de una creencia supersticiosa en época recientísima, que tiene adquirida raigambre popular, en forma tal que ya merece la atención de quienes sientan el deber de enderezar los entuertos de la fe cuando se extravía por los andurriales de la aberración nocente.
Y no será ésta nuestra última aportación documentada a la posible y deseable cruzada de purificación espiritual del pueblo cubano por medio de llamaradas de cultura.
No vaya a pensar el lector que La Milagrosa es una imagen de tantas como exalta la fe popular, venerada en alguna capilla de la necrópolis habanera.
No. La Milagrosa es el apelativo que desde hace años viene recibiendo una estatua funeraria alzada en un panteón particular para memoria de una virtuosa matrona cubana, muerta, según es muy sabido, al dar a luz su primer infante.
Para ser más precisos y recoger en los Archivos del Folklore Cubano un caso típico de formación de una leyenda, basada en hechos estrictamente contemporáneos.
Digamos que ha pocos años, el día 3 de mayo de 1901, falleció en la Habana la Sra. Amelia Goyri de Adot, y que su esposo le consagró un lujoso mausoleo en el Cementerio de Colón de esta capital, según reza la respectiva lápida, que puede leerse en el grabado que aquí se reproduce.
Del panteón es parte principal una hermosa estatua representando una mujer, de tamaño algo mayor que el natural, vestida con túnica clásica de bellos y abundantes pliegues, llevando en su brazo izquierdo un niño recién nacido, mientras apoya el derecho en una gran cruz, que como símbolo sagrado se eleva sobre la imagen femenina, convirtiéndola en una figuración análoga a otras que frecuentemente se encuentran en los templos.
Se nos dice que la estatua es un retrato de la noble difunta a quien está dedicada la tumba y que el neonato representa al hijito que murió al nacer, arrastrando tras sí la vida materna.
Ignoramos cuándo se levantó el bello monumento fúnebre; pero no debió ser antes de 1902, dado que la muerte rememorada ocurrió al mediar el año 1901. Ello dice cuán recientes son los hechos.
Digamos que la ejecución artística de la imagen no es común. Hecha en Italia, según nos informan, el artista supo dar una sorprendente expresión a la figura, que la hace aparecer con misteriosa vitalidad. Sus ojos, hábilmente trabajados por el cincel del escultor, tienen un poderoso atractivo. Tienen hipnotismo, me ha dicho un devoto de la imagen.
Devoto, sí, porque esa estatua de una joven, hermosa e infeliz madre, ha sido convertida por la fe popular, si no en una santa, sí en una milagrosa. Y se la conoce por La Milagrosa. Preguntad en el cementerio dónde está la milagrosa, y todos os indicarán su lugar, cerca de la gran capilla románica central, a la izquierda.
Os será fácil dar con ella. Su figura es culminante entre las otras, su cruz es mayor que las circundantes y siempre la veréis con flores frescas.
La devoción la colma de flores. Los domingos, que es cuando el cementerio tiene más frecuentadores, luce muchas flores sobre su tumba, en pequeños floreros que fieles desconocidos le han puesto sobre la lápida, o en sendos ramos cogidos de sus cuatro argollas de metal, o simplemente echadas en la losa, como ofrendas anónimas.
Todavía tiene más flores a sus pies sobre la imagen de la maternidad doliente y la cruz en que se apoya, en los pliegues de su vestimenta, junto a la mano que sujeta al niño, en su hombro derecho… Algunos domingos la hemos contemplado casi cubierta de ofrendas florales.
En la extremidad inferior izquierda de la lápida marmórea, hay una tarja pequeña que en letras grabadas dice: “Se prohíbe poner flores en este panteón”. Pero la prohibición no se respeta.
Se nos dice que tiempo ha la superstición llegó a manifestaciones como las practicadas en Cuba por los humildes creyentes del paganismo africano, por el cual aun se mantienen supervivientes en Cuba los dioses negros de allende el Atlántico, los ídolos de la cuenca del Níger y de las selvas de Dahomey.
Así, solían algunas gentes de color depositar en esa tumba cazuelas con comida, como a los orishas de los negros lucumíes; o monedas, como aun se le ofrecen por las negras fanáticas a Oshún, o la Virgen de Regla. Estas monedas eran no sólo dejadas sobre la tumba, sino que se arrojaban al interior de la bóveda sepulcral, a través de unas grietas, que ya han sido rellenadas con yeso.
Tiempo hubo, se nos cuenta, que se situó un vigilante de policía junto a la tumba de ingenuidad milagrera, para impedir esas burdas expresiones de incivilidad; pero no parece ahora necesario, o es que alguien retira esas ofrendas alimenticias si las hay. Y no serán menos los que se apropien de las monetarias, si se hacen todavía.
Algunos fanáticos colocan sobre la tumba pequeños recipientes con agua, que al día siguiente retiran, atribuyendo al líquido virtudes terapéuticas. El agua queda magnetizada, me decía una pobre anciana.
El mismo fanatismo mantiene el panteón limpio y pulcro como pocos. Dícennos que ya varias veces ha sido pintada su base, que es de ladrillo, por creyentes que así quieren merecer favores de La Milagrosa.
Se nos ha contado, y este es ya un caso harto significativo, que una infortunada mujer, que había ya sufrido varios partos desgraciados e infructuosos, al sentirse de nuevo parturiente, se hizo conducir junto a la tumba prodigiosa y allí, yaciendo entre el sepulcro de La Milagrosa y el inmediato, que es el de su hermana, dió a luz con toda felicidad un robusto infante de plena viabilidad.
Se dice entre los asiduos frecuentadores del panteón, que el cuerpo allí enterrado se conserva intacto, como se suele referir en las historias de no pocos santos de la hagiografía católica.
Hemos visto repetidas veces a personas devotas de La Milagrosa, que se acercan al panteón con aire devoto y frente a él se persignan o se arrodillan, y parece que musitan una plegaria o una deprecación anhelosa.
Se dice que a La Milagrosa se le piden tres cosas y que aquélla concede una de las tres. Y ahí está el milagro. Alguien nos ha contado que ya ha recibido cuatro milagros, obteniendo la concesión inesperada de pedimentos, por intervención de La Milagrosa.
Buena prueba de la devoción creciente que inspira la referida imagen es el pequeño comercio que ya ha surgido junto a esa tumba, como junto a la de los mártires o a los santuarios, a los morabitos… siempre al lado del templo.
Un joven acude todos los domingos al sepulcro del poder misterioso para vender fotografías de La Milagrosa. Estas son de varios tamaños y precios, desde veinte centavos a un peso. La aquí reproducida por el grabado es una de las vendidas junto al panteón, ha pocos domingos.
El vendedor nos refiere que algunos días festivos vende más de diez fotografías de La Milagrosa, que los creyentes llevan a sus hogares como imagen de una nueva advocación mágica, por no decir religiosa.
Situad, pues, el bello monumento tumular de La Milagrosa, en un lugar propicio, en una capilla o aislada en un despoblado, y pronto tendréis un santuario con imagen, advocación, ofrendas, exvotos y culto irregular.
¿Cuáles son las causas de esta superstición que ha brotado y crece entre los monumentos sepulcrales del cementerio católico de la Habana? No intentaremos su análisis. Ignoramos si algún hecho peculiar ha determinado que la atención de la gente sencilla se haya fijado en esa estatua para revestirla de potestades metafísicas.
Limitamos nuestra exposición a los datos positivos de la información objetiva y a recordar:
- la creciente falta de arraigo en Cuba de los dogmas tradicionales, debida, entre otras causas, a la gran escasez de sacerdocio catequista que sustituya a los doctrineros de la época del poblamiento y colonización de estas Antillas, quienes no cuentan hoy con sucesores;
- la difusión del espiritismo, especialmente en las formas charlatanescas de los curanderos;
- el crecimiento de todas las supersticiones, y más de aquéllas con base necrolátrica;
- la analogía plástica entre la estatua de La Milagrosa, con su dulce figura femenina, un niño en brazos y una cruz monumental, con algunas imágenes de los templos católicos;
- ciertas peculiaridades hijas del genio artístico del escultor, como son la vivacidad de los ojos de la estatua, el realismo de sus facciones, la bondad que éstas reflejan;
- la circunstancia de rememorarse estatuariamente, único caso en nuestra necrópolis, una hermosa dama muerta al dar al mundo otra vida;
- las curiosas coincidencias que ocurrieron en la vida y muerte de la finada: matrimonio simultáneo de dos hermanas, embarazo de ambas y muerte muy próxima de las dos, coincidencias que provocaron honda emoción, recordada, además, por la posición social e históricamente aristocrática de la familia a que pertenecieron las infelices hermanas;
- la piadosa atracción ejercida por esa imagen sobre las mujeres en la inquietud nerviosa de una gestación…
¡Primus in orbe Deus fecit timor!…
En Cuba corre la superstición de que los desposorios simultáneos de dos hermanas son de mal agüero para ambas, y que hasta la muerte temprana de una o de ambas, debe esperarse de la malhadada contemporaneidad matrimonial. No en vano, pues, la casi simultánea muerte de las infortunadas hermanas hizo reafirmar en el vulgo la fuerza de la superstición y rodear sus tumbas de misterio.
También tenemos en Cuba la superstición consistente en atribuir facultades milagrosas a la mujer primípara que muere en ocasión de su alumbramiento.
Los blancos creen que la mujer que fallece primeriza queda purificada y va en seguida al cielo. La gente de color va más allá y concede a la infeliz mujer virtudes sobrenaturales.
Hace como veinte años que en la villa de Remedios, barrio de Buenavista, unos morenos tenidos por brujos y dados a las prácticas necrolátricas de la llamada mayombería o Kimbisa, fueron al cementerio del lugar, desenterraron el cadáver de una blanca primípara recién sepultada y le cortaron la cabeza, llevándosela para sus ritos mágicos.
La circunstancia de ser primípara la infortunada Sra. Goyri, bastaba, aún sin las demás concausas, para que su tumba fuese a modo de morabito para la vulgaridad crédula, y lugar de peregrinación deprecatoria de milagros y de asistencia ultramundana en las flaquezas de la doliente humanidad.
En Cuba son frecuentes estas floraciones de la idolatría, del paganismo, de los cultos diabólicos, estas petrificaciones de las leyendas evheméricas, antropomorfizaciones de las potencias sobrenaturales, personificaciones de las mediumnidades anímicas, etc., a gusto de la fe en sus corrientes distintas, según los manantiales psíquicos de donde fluyen para apagar la sed espiritual del homo metafisicus.
No ha mucho recogíamos la tradición cardenense de La Cueva del Muerto; hoy archivamos la de La Milagrosa. Aun nos quedan otras cristalizaciones modernas de la superstición en Cuba, que iremos trayendo a estos ARCHIVOS de la demosofía nacional.
No las echemos al desprecio, que a todos interesa elevar en cultura las apetencias del espíritu y la sublimación ideológica de sus concepciones.
Bibliografía y notas
- Ortiz, Fernando. “La Milagrosa del Cementerio de la Habana”. Archivos del Folklore Cubano. Vol. 3, núm. 3, 1928, pp. 193-199.
- La Milagrosa: Amelia Goyri y la historia de un amor eterno.
Julien dice
Excelente artículo y con una mirada objetiva que sin entrar a valorar reminiscencias clasistas de nuestra cultura cubana, expone una realidad a la que muchos prefieren decorar por temor a ser señalados o etiquetados