Páginas desconocidas u olvidadas de nuestra historia: La Reconcentración de 1896-97, por Roig de Leuchsenring
Si en los años de 1870 a 73, durante la guerra de Yara, según ya vimos en las Páginas de la semana última, demostró Valeriano Weyler de manera trágicamente elocuente, sus dotes excepcionales de crueldad, al ser enviado en los comienzos del año 1896 de nuevo a Cuba como gobernador y general en jefe de las tropas realistas, sobrepasó en su actuación sanguinaria con los enemigos de España, y principalmente con la población indefensa y pacífica, a cuantos cálculos y esperanzas se hicieron en la Península los políticos y gobernantes !1ue mantenían como única e indispensable línea de conducta respecto a los problemas de Cuba la guerra implacable, la mano dura, el último hombre y la última peseta.
Del 70 al 73 Weyler no hizo en Cuba más que dar riendas sueltas, dentro del estrecho campo en que pudo desenvolverse como uno de tantos oficiales del Ejército español, a su perverso instinto, y cooperar a la mejor aplicación de las actividades de quien fué su maestro en crueldad, el conde de Valmaseda. ¡Y ya el lector ha podido comprobar con la lectura de nuestro anterior trabajo, qué magnífico carnicero resultó el entonces brigadier y jefe de la columna Cazadores de Valmaseda!
En 1896 el Gobierno presidido por Cánovas del Castillo envía a Weyler a Cuba, precisamente por considerarlo el más sanguinario entre los generales españoles de su época, el que mejor podía, por ello, desenvolver en la isla contra los cubanos la política de la guerra sin cuartel, ni piedad, ni civilización, ni humanidad; y lo envía para que implantara, con facultades omnímodas, esa represión sanguinaria, fracasada como lo había sido la política de templanza y cordialidad del general Arsenio Martínez Campos.
Dos puntos descollantes contenía el plan estratégico con que pensaba Weyler aplastar la revolución cubana: la división de la isla en tres regiones mediante la construcción de dos trochas militares, a fin de aislar a los diversos núcleos de fuerzas revolucionarias, separándolos por completo e incomunicándolos unos de otros, de manera que les fuera imposible prestarse mutua ayuda, y acorralar a cada uno de esos núcleos para mejor batirlos, hasta exterminarlos: y, como complemento de este plan militar, ordenar la reconcentración en las poblaciones principales, de los campesinos, con el objeto de que no pudieran auxiliar a los revolucionarlos y quedara además arrancada de cuajo en las personas de las mujeres y los niños, que fatalmente debían de morir víctimas del hambre y las enfermedades, la semilla separatista, para entonces y en el futuro.
La primera parte de este plan, o sea el de las trochas militares, ensayado ya en la guerra del 68 en la línea de Júcaro a Morón, veremos en un próximo trabajo cómo constituyó un fracaso ruidosísimo del marqués de Tenerife, certeramente denominado por ello «el General Fracaso», pues Maceo y Gómez se unieron rompiendo las trochas, siempre que lo creyeron oportuno, burlando y anulando la vigilancia de las fuerzas encomendadas a la defensa de ese sistema de fortificaciones, y además dicho sistema produjo la formación de grandes núcleos de tropas en lugares determinados y el abandono de los campos a merced de los insurrectos.
Muy por el contrario, la reconcentración de los campesinos sí tuvo éxito tan lisonjero como trágico.
¡Y con qué fruición el espíritu sanguinario de Weyler contemplaría la obra exterminadora de su famoso bando de 21 de octubre de 1896!
Bien merece que transcribamos sus horribles disposiciones para que sean conocidas de la generación presente y recordadas por quienes, aunque niños entonces, pertenecemos a aquella época.
Dice así dicho bando:
- Todos los habitantes en los campos o fuera de la línea de fortificación de los poblados, se reconcentrarán en el término de 8 días en los pueblos ocupados por las tropas. Será considerado rebelde y juzgado como tal, todo individuo que transcurrido ese plazo se encuentre en despoblado.
- Queda prohibido en absoluto la extracción de víveres de los poblados, y la conducción de uno a otro por mar o tierra sin permiso de la autoridad militar del punto de partida. A los infractores se les juzgará y penará como auxiliares de los rebeldes.
- Los dueños de reses deberán conducirlas a los pueblos o a sus inmediaciones, para lo cual se les dará la protección conveniente.
- Transcurrido el plazo de 8 días, que en cada término municipal se contará desde la publicación de este bando en la cabecera del término, todos los insurrectos que se presenten serán puestos a mi disposición para fijarles el punto en que hayan de residir, sirviéndoles de recomendación el que faciliten noticias del enemigo, que se puedan aprovechar, que la presentación se haga con armas de fuego y más especial si ésta fuera colectiva.
Aunque dicho bando contenía un último artículo en el que se ordenaba que “las disposiciones de este bando sólo son aplicables a la provincia de Pinar del Río” la reconcentración y sus medidas de crueldad anexas se extendieron a toda la isla, como lo prueba el haber ascendido a más de trescientas mil las víctimas ocasionadas por dicha reconcentración.
Como jamás hasta entonces pudo gozar Weyler al ver satisfecha hasta la saciedad su innata sed de sangre. No fueron ya como vimos que realizó durante la guerra del 68, 15 o 20 mujeres y otros tantos niños los que de un solo golpe podía vejar, torturar y asesinar en cada ocasión, aunque éstas menudearan, sino que ahora las vejaciones las torturas y los asesinatos eran en masa, por centenares, por millares, continua progresiva e ininterrumpidamente.
Y la vejación, el tortor y el asesinato no se aplicaban en minutos, horas, o a lo más unos cuantos días, sino que duraban semanas y meses. Se moría lentamente, de miseria, de hambre, de enfermedades. Y se moría también sumando al dolor de la muerte individual, el suplicio desesperante de ver morir, sin posibilidades de prestarles auxilio alguno, a otros seres, a los amigos, a los conocidos, a los vecinos del mismo pueblo, a los familiares, a la madre y a los hijos, a la esposa y a los hermanos…
Como bien dijo Cuba y América la valiente, inolvidable y cubanísima revista de Raimundo Cabrera, en editorial publicado en su número de agosto 15 de 1897, con el título de Crueldad española, “un Weyler no se satisface sencillamente con matar. Gústale hacer morir en formas nuevas con la lentitud y los refinamientos de la agonía infamemente prolongada. Por eso ha inventado la reconcentración que es una de las originalidades de este monstruo. Allí el cubano, como el conde Ugolino, se debate en el suplicio dantesco del hambriento que implora en vano piedad a corazones más duros que los paredones de la fortaleza en donde la barbarie de sus enemigos encerró al padre y los hijos”.
Y Cuba y América no se olvida de hacer constar que a estos asesinatos en masa de la reconcentración debe sumarse el suplicio que sufren los deportados: “Y como si esto fuera poco, —agrega— rellénanse los buques de infelices deportados a los cuales se arroja en los antros oscuros de Ceuta y Chafarinas o en la inculta y malsana isla de Fernando Poo, para que agreguen al martirio que les producen la ausencia del pueblo nativo y la falta del calor de la familia, los rigores de la miseria, las brutalidades del carcelero y cuantas angustias y tristezas engendran la prisión y el extrañamiento sin término visible”.
Pero hay algo más. En ese mismo número, y en el siguiente, ofrece Cuba y América la relación detallada, con los nombres, fechas y lugares, de los fusilamientos llevados a cabo en Cuba, “desde 13 de abril de 1896 hasta 31 de mayo de 1897, según los partes oficiales del Gobierno general publicados en los periódicos La Lucha y El correo de Matanzas, siendo general en jefe don Valeriano Weyler (a) El Carnicero”.
Suman esos fusilamientos: 175. Pero es necesario esclarecer, como lo hace Cuba y América, que “no incluye esta relación los fusilados en los campos de batalla, los pasados a cuchillo en los hospitales y en las poblaciones, sino simplemente los fusilados previas las aparatosas formalidades del Consejo de Guerra”.
La reconcentración tuvo, desde luego una finalidad estratégico-militar; pero en Weyler tuvo de manera singular el propósito del crimen perpetrado contra grandes masas de población y por procedimientos de martirio lento y continuado antes de ocasionar la muerte. Weyler mismo lo confesó así. Ante las voces de piedad que se alzaron en toda la isla, en la misma España, en los Estados Unidos, en Suramérica y en Europa, Weyler permanecía impasible, continuando su obra cínicamente exterminadora.
Enrique Ubieta, en numerosas de sus efemérides de la Revolución Cubana, publicadas durante años en el periódico habanero La Discusión, ha recogido incontables episodios de esa tragedia horrible que fué la reconcentración. Y en trabajo que dedicó a comentar la aparición del primer tomo de Mi mando en Cuba, de Weyler, transcribe varias declaraciones de curas párrocos y alcaldes de pueblos cubanos implorando conmiseración para los reconcentrados.
Como ejemplos típicos de esos cuadros dolorosos que a través de toda la isla ofrecían los campesinos obligados a reconcentrarse en las poblaciones, copiaremos el telegrama trasmitido por el cura de la Esperanza, Jesús Méndez, al obispo de La Habana, y publicado en los primeros días de septiembre de 1897 por la prensa de Madrid y en París por el periódico Le Nouveau Monde: “Desde primero de julio todos los establecimientos están cerrados por orden del general Weyler. Ruego a su eminencia, en nombre de Dios, implore del gobernador general de la isla la derogación de dicha orden, pues de lo contrario todos los habitantes morirán de hambre”.
Exteriorizando precisamente el general Weyler los malvados propósitos que en realidad perseguía con la reconcentración, contestó de esta manera al alcalde municipal de Güines que lo visitó en los más trágicos días de 1897 para pintarle el pavoroso estado en que se encontraban los infelices reconcentrados y demandar algunas raciones para impedir que continuaran muriendo de hambre:
—¿Dice usted que los reconcentrados mueren de hambre? Pues precisamente para eso hice la reconcentración.
Auxiliares eficientísimos de Weyler en su sanguinaria actuación fueron… muchos muchos militares y civiles que ejercían mando o autoridad en la isla en nombre de la Católica Majestad de la reina María Cristina como regente de su hijo don Alfonso XIII.
¿Para qué intentar ofrecer una relación de estos cómplices y ejecutores del “General Carnicero”, si, forzosamente, incurriríamos, en lamentables olvidos, y hasta puede que ofendiéramos la memoria de algunos venerables patricios, progenitores de ilustres criollos de nuestros días, o citásemos los nombres de algunos buenos señores que, retirados a la santidad de su hogar, gozan hoy el respeto y la consideración de sus convecinos? Renunciamos a esa lista trágica que encabezarían los nombres nefandos de Porrúa, Fondesviela, La Barrera…
Justo es, sin embargo, que hagamos constar que no todos los militares, autoridades civiles y eclesiásticas españoles en Cuba durante la época de Weyler secundaron su política de exterminio, pues si bien abundaron dignos émulos, entre los primeros, de don Valeriano, y no faltaron obispos y curas que lo agasajaran y hasta lo recibieran bajo palio en la Catedral de La Habana cuando dictó su bando de la reconcentración, existieron algunos oficiales pundonorosos y humanos, no muchos es verdad, y si muchos más soldados que partieron su escasísimo rancho con los reconcentrados, y algunos curas, no muy abundantes tampoco, que hicieron postulaciones para aminorar la triste suerte de esas infelices víctimas.
Tampoco creemos necesario detallar los horrores de la reconcentración. Quienes los desconozcan por haber nacido en la República, pueden preguntarles a sus familiares y amigos que alcanzaron aquellos tiempos del mando de Weyler, y pueden consultar también los periódicos de la época; el libro ¡Piedad! Recuerdos de la reconcentración, publicado por Francisco P. Machado el año 1917; el capítulo Los Reconcentrados, de la obra El Bloqueo de La Habana. Cuadros del natural, por Isidoro Corzo, publicado en 1905; los capítulos correspondientes de las Crónicas de la Guerra, del general José Miró; La Guerra en Cuba, de Enrique Collazo…
Ya en otras Páginas, transcribimos, tomándolo del libro del conde de Romanones, Sagasta o el Político, la desoladora pintura que hizo el general Blanco de la situación en que encontró la isla al sustituir a Weyler, haciendo ascender a “más de trescientos mil concentrados agonizantes o famélicos pereciendo de hambre y de miseria alrededor de las poblaciones”.
No menos digna de citarse es la opinión, que el propio autor reproduce, de Canalejas sobre los horrores de la reconcentración. Y Romanones al copiarla, expresa, ¡en 1930! , “leemos, aunque la congoja se adueñe del ánimo”.
Y copia este párrafo de una carta de Canalejas: “Curas y soldados, radicales y conservadores, todos convienen en que la guerra y la reconcentración han originado la muerte de una tercera parte, por lo menos de la población rural, es decir, más de cuatrocientos mil seres humanos; añada usted a ese número el crecido de reconcentrados que van pereciendo por día en proporciones aterradoras. Entre unos y otros, población civil, insurrectos armados y soldados, la guerra, aun acabando pronto, representará la pérdida de más de seiscientas mil vidas. ¡Qué horror!… ¡Y pensar que esta hermosísima isla, sin la guerra y con un buen Gobierno, sería un emporio de riqueza!”
Y, por último, véanse estos cuadros reveladores de los estragos de la reconcentración en La Habana —¡calcúlese lo que fué en las pequeñas poblaciones de la isla!— que tomamos del libro, ya citado, de Isidoro Corzo, debiendo advertir que el autor, testigo presencial de esos hechos, es español y ha vivido y vive en esta capital:
Las calles de La Habana ofrecían espectáculos horribles. En los alrededores de los cafés, fondas y demás establecimientos donde se daba de comer, bullía constantemente un enjambre de reconcentrados en espera de los desperdicios.
Había allí hombres, mujeres y niños, casi todos de la raza blanca; aunque no faltaban tampoco negros, mulatos y algunos chinos. Veíanse familias completas; madres llevando en brazos criaturas escuálidas; niñas de 13 a 14 años carcomidas por la miseria; chiquillos con las costillas salientes como aros de barril.
Andaban de un lado para otro, tendiendo la mano, toda nudillos, en solicitud de socorro. Sus miradas eran tristes, tenían la desolación del que se entrega cansado de luchar. No esperaban nada, no contaban nada, y se daban por satisfechos si cada 24 horas conseguían un pedazo de pan.
Se iban consumiendo lentamente. Cada vez era su alimentación más escasa, porque el bloqueo excitando el instinto de la propia conservación daba pábulo al egoísmo. Se les veía perder carnes y fuerzas por momentos.
Las madres se rebelaban contra el despotismo del hambre que se cebaba inclemente en sus hijos. Y los llevaban colgados del pecho, seco y sin jugo, para que se hiciesen la ilusión de que lactaban.
Cuando faltó el pan, fueron los reconcentrados los que más lo sintieron, porque muchos de ellos sólo se alimentaban con los mendrugos sobrantes de las casas.
La falta de comida sana y suficiente produjo en muchos enfermedades terribles. La tuberculosis, especialmente, hacía presa en ellos, y tiritando de fiebre iban, en gran acceso de tos, a dejarse caer, agobiados, sobre las aceras.
Era frecuente ver niños escrofulosos con la carita convertida en una llaga purulenta y los brazos y las piernas completamente deformados.
También abundaban las mujeres atacadas de anemia perniciosa, cuyos blanquecinos labios desaparecían en el pálido rostro abotagado por el edema…
¿Para qué más? Complete el lector esa visión dantesca de los horrores de la reconcentración, con las fotografías originales que ilustran trágicamente estas Páginas, fotografías que se conservan en nuestro Museo Nacional, y el director de dicho establecimiento, señor Rodríguez Morey, nos ha facilitado, a diligente y amable indicación de nuestro amigo el brillante periodista, pedagogo e historiador, señor Manuel Y. Mesa Rodríguez.
Bibliografía y notas
- Roig de Leuchsenring, E. (10 de febrero de 1935). Páginas desconocidas u olvidadas de nuestra historia: La Reconcentración de 1896-97. Revista Carteles, 23 (6) pp. 26, 47, 48.
- De interés: Estrepitoso Fracaso de Weyler en Cuba 1896-97
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