
Hamao, el primer hombre y Guanaroca, la primera mujer, tuvieron un hijo llamado Imao. Hamao, con los celos que en su corazón sembrara el dios del mal, aprovechando el sueño de Guanaroca, cogió al tierno infante y se lo llevó al monte.
Guanaroca, con la pérdida de su hijo, sintió la pena primera y la más grande que una madre puede sufrir. Hamao comprendió tardíamente lo irracional de sus celos y llegó a vislumbrar el amor de padre. Guanaroca perdonó.
Tras el perdón vino su segundo hijo: Caunao. Tranquila y feliz fue su infancia bajo la constante protección de la madre cariñosa. El niño se hizo hombre y comenzó a sentirse invadido de vaga inquietud, de profunda tristeza. Necesitaba una compañera para sentirse feliz.
Vagando por los campos, trataba en vano de distraer su soledad, y se fijó en un árbol lozano, de bastante elevación y redondeada copa. Este poseía jugosos frutos en sus ramas. Caunao sintió un deseo irresistible de probar aquel fruto y cogiendo uno de los más hermosos, le hincó, ávido, los dientes.
Siendo su gusto agridulce grato al paladar. Tanto le gustó que fue a su bohío en busca de un catauro de yagua, con la intención de llenarlo con los raros y para él sabrosos frutos.
De vuelta, empezó Caunao por reunirlos todos en un montón, e iba a empezar a colocarlos en el catauro, cuando un rayo de luna, hiriendo a los frutos en desorden amontonados, hizo brotar de ellos un ser maravilloso, de sexo distinto al de Caunao.
Era una mujer joven, hermosa, risueña, de formas bellamente modeladas, de piel aterciopelada, color de oro, de ojos expresivos, grandes y acariciadores, de boca roja y sonriente, de larga, negrísima y abundante cabellera.
Caunao la contempló con éxtasis creciente. Como por encanto sintió que de su corazón huían la tristeza y la melancolía, expulsadas por la alegría y el amor. Ya no cruzaría solitario el camino de la vida. Tenía a quien amar y de quien ser amado.
Caunao la amó desde el primer momento con todo el ardor de que era capaz su joven corazón sediento de caricias. La hizo suya y fue madre de sus hijos.
Aquella mujer se llamó Jagua, palabra que significa riqueza, mina, manantial, fuente y principio. Se convirtió en la madre de las primeras mujeres. Con el nombre de Jagua se designó al árbol de cuyo fruto había salido la mujer y por cuyo hecho se le consideró sagrado.
Jagua, la esposa de Caunao, fue la que dictó las leyes a los naturales, los pacíficos siboneyes, la que les enseñó el arte de la pesca y de la caza, el cultivo de los campos, el canto, el baile y la manera de curar las enfermedades.
Guanaroca fue la madre de los primeros hombres, Jagua la madre de las primeras mujeres. Los hijos de Guanaroca se unieron a las hijas de Jagua, engendrando aquellas primeras parejas a todos los seres humanos que pueblan la tierra.
Deja una respuesta