El Cristo de la Vereda. El Gobierno Colonial no era dado a construir caminos y carreteras, con grave quebranto e incomodidad para los pobladores de la Isla, que para ir de un lugar a otro tenían que hacer penosas marchas, no exentas de peligros.
En la época a que se refiere esta leyenda, Trinidad conservaba su antiguo esplendor y riqueza, que la habían hecho famosa en Cuba y fuera de ella.
Todavía no existía el ferrocarril a La Habana y la navegación por mar hasta Batabanó era difícil, tardía, e insegura, por cuyo motivo los trinitarios para trasladarse a la Capital tenían que hacerlo por el antiguo camino de Trinidad a La Habana, pasando cerca del Castillo de Jagua, la Milpa, Pasa Caballos y Las Auras.
Cierto día sorprendió a unos pasajeros, la misteriosa aparición de un Cristo de tamaño natural, que pendía de gruesa y tosca cruz formada con el tronco de un árbol de almácigo.
Comenzó a decirse que el bondadoso Cristo dispensaba su protección a los caminantes y restituía la salud a los enfermos, y socorría con largueza a los pobres que humildemente pedían alivio para sus males, restitución de su salud y remedio a sus penurias.
La fama milagrosa del Cristo de la Vereda se extendió rápidamente por todo el territorio de Jagua y más allá.
Aparecieron personajes junto al milagroso dispensador de bienes de la Vereda, nada santos por cierto, que se dedicaban a desvalijar al prójimo y apoderarse de cuanto llevaba.
Mientras el prodigioso Cristo, curaba al enfermo por medio de la cristalina agua que al pie de la cruz brotaba y pródigamente procuraba en las alforjas o en las cañoneras de su montura algunas monedas, los otros personajes, ocultos en la manigua o en las escabrosidades del monte, esperaban el paso del confiado caminante para despojarlo de su bolsa y de cuantas prendas de algún valor llevaba.
Sucedió, pues, que una mañana, los que transitaban por este paraje, fueron sorprendidos por el macabro espectáculo de un hombre, ya cadáver, pendiente por una cuerda de las ramas del añoso almácigo. El ahorcado, a juzgar por su cara y su cuerpo, resultaba ser el mismísimo crucificado de la vereda.
Por supuesto que no pasaría de ser una ilusión de quienes tendrían más de incrédulos que de creyentes, pero lo cierto es que desde el día en que apareció aquel hombre ahorcado, cesaron los robos y asaltos a mano armada, pero también de manera inexplicable, se terminaron los milagros que hacía y la protección que dispensaba el Cristo de la Vereda.
Las malas lenguas que dieron en decir que el ahorcado tenía la misma cara del Cristo, aseguraron después que un socio y canario paisano de aquél se aprovechó del fruto de sus robos, rapiñas y secuestros.
Contentémonos, pues, con saber que hubo un cristo de la vereda que hacía dádivas, contemporáneo de un bandido que asaltaba y secuestraba, y que siendo al parecer dos personas distintas, no faltaron quienes la supusieron una sola.
Referencias bibliográficas y notas
- Museo del Castillo de Jagua, provincia de Cienfuegos, Cuba.
- Historias y leyendas.
Miguel Angel dice
Me gustaria saber, porque y por quien esta protegida esta imagen, pues yo soy el propietario de los originales, fueron obras que contraté por encargo a un artista. Gracias espero respuesta
Almar dice
Buenos días Sr. Miguel Angel, la imagen llega desde el Museo del Castillo de Jagua en Cienfuegos, pensé que estaba en el dominio público visto el carácter histórico de la institución. Fue retirada, en caso de que desee compartirla con la comunidad afin de ilustrar La leyenda El Cristo de la vereda pues me deja saber y será un placer. Reciba un cordial saludo.