
Entre la pléyade de ilustres poetisas que son hoy gala y orgullo de nuestro parnaso, e irán desfilando por las páginas de Social durante el presente año, corresponde a Luisa Pérez de Zambrana el puesto de honor, que gustosas, no lo dudamos, le concederán sus hermanas en Apolo.
Los años y los sufrimientos han ido entretejiendo, sobre las sienes de esta “abuela” venerable, corona inmarcesible de palmas y azucenas, justo premio a quien como ella, después de haber llorado, con las mas amargas lagrimas que pueden brotar de los ojos, la muerte de todos sus hijos, de su esposo y de su hermana, se encuentra ahora pobre, sola y desvalida, pero tranquila y resignada en su desgracia, esperando el momento, cada vez más cercano y hace años deseado, de la liberación suprema.
Nacida en 1837, en una finca cercana a la villa del Cobre, allí pasó los años de su infancia, sin libros ni trato social alguno, dedicada a los quehaceres de su hogar y la contemplación de la naturaleza, que despertando su exquisito temperamento poético, le hacía improvisar versos, en los que cantaba al campo y al río, a las flores y a los pájaros.
A los 14 años dió al público su poesía “Amor Materno”, adquiriendo mas tarde, por los trabajos insertos en “El Orden” y otros periódicos de Santiago de Cuba, popularidad y fama tan ruidosas como poca ansiadas. La “Sociedad Filarmónica” de Santiago la nombró socia de merito, primero, y, después, presidenta de la Sección de Literatura.
En el 56 dió a luz su primer libro: “Poesías de la Señorita Doña Luisa Pérez y Montes de Oca, Santiago de Cuba, 1856, Imprenta de Miguel Angel Martinez, 4to., XI 190 p.” Prólogo de Federico García Copley.
Se casó en el 58 con el ilustre literato doctor D. Ramón Zambrana, trasladándose entonces a la capital, donde fué acogida con entusiasmo en los salones, círculos y periódicos literarios.
Publicó el 60 su segundo tomo de versos: Poesías de Luisa Pérez de Zambrana. Librería e Imprenta El Iris, calle del Obispo 121, Habana, 1860, 4to., VII-255 p. Prólogo de Gertrudis Gómez de Avellaneda.
Ese mismo año, el 27 de enero, colocó en las sienes de la Avellaneda la corona que como ofrenda le ofreció el Liceo de la Habana, en solemne homenaje celebrado en el Teatro de Tacón.
Fué esta la época feliz, de dicha, esplendor y gloria, para Luisa Pérez de Zambrana. Agasajada por todos, disputándose sus poesías los periódicos y revistas, adorada por su esposo, querida por sus hijos y por su hermana la poetisa Julia ¿qué más podía ambicionar Luisa, modesta y sencilla como era?
Pero la muerte de su esposo trocó bien pronto su dicha por dolor: y a los breves días de ventura , sucedieron los largos e interminables años de infortunios y padecimientos. Vió caer, uno tras otro, a sus cinco hijos y a su hermana Julia. Sufrió miseria y abandono.
Como de niña a la naturaleza, cantó de anciana sus penas y sus desgracias, que es la espontaneidad la nota característica que domina y se revela en todas sus poesías. Sincera y real siempre, canta lo que siente: su vida toda está escrita y narrada en sus versos.
En este sentido, Enrique José Varona la considera “la más insigne elegíaca conque cuenta la poesía cubana”; y califica sus versos de “dulcísimos”, pues nunca “la poesía castellana ha encontrado notas más suaves, más dulces, más tiernas para trasladar los afectos de un alma férvida”; agregando “jamás habrá exhalado ningún labio de poeta en nuestra tierra acentos más desgarradores y al mismo tiempo de más levantada y sublime inspiración”.
En 1918, rompiéndose por un momento el olvido en que se la tenía, el Ateneo dió en su honor una velada. Varona, Chacón, Galarraga y Dulce María Borrero ensalzaron los méritos literarios y las virtudes de la excelsa poetisa. Fué un recuerdo sentido y fugaz que bien pronto se desvaneció.
Después, como antes, ha vuelto el olvido y el abandono. Y allá, en una humilde casa del pueblo de Regla, vive, muriendo, Luisa Pérez de Zambrana, a solas con sus tristes recuerdos y sus grandes infortunios: ni quejas ni reproches brotan de sus labios, tan sólo este dulce y suave lamento:
¡Oh tiempo, tiempo amargo de la vida!
¡qué lento te deslizas para mí!
No me des a beber más desengaños:
corre veloz, que es hora de morir.
R. de L.
La Melancolía
Yo soy la virgen que en el bosque vaga,
al reflejo doliente, de la luna,
callada y melancólica, como una
poética visión.
Yo soy la virgen que en el rostro lleva
la sombra de un pesar indefinible;
yo soy la virgen pálida y sensible
que siempre amó el dolor.
Yo soy la que en un tronco solitario,
reclino, triste, la cansada frente,
y dejo sosegada y libremente
mis lágrimas rodar.
Soy la que de un lucero, al brillo puro,
con las manos cruzadas sobre el seno,
me paro, a contemplar del mar sereno
la triste majestad.
Yo soy el ángel que contempla inmóvil
en el cristal del lago, su quebranto,
y en el agua, las gotas de su llanto
móvil onda formar.
Yo soy la aparición blanca y etérea
que a la montaña silenciosa sube,
y allí, bajo las alas de una nube,
se sienta a sollozar.
Yo soy la celestial “Melancolía”,
que llevo siempre en mis facciones bellas
de las tibias y cándidas estrellas
la dulce palidez.
Y que anhelo sentada en los sepulcros
sentir, al suave rayo de la luna,
las perlas de la noche, una por una,
en mi frente caer.
Y doblando mi rostro de azucena,
en un desmayo blando y halagüeño,
cerrar los ojos al eterno sueño,
tranquila y sin pesar.
Y apoyada en un árbol, la cabeza.
a su sombra sentada, blanca y fría,
que me encuentren sonriendo todavía,
mas ya sin respirar.
Bibliografía y otras fuentes:
- Roig de Leuchsenring, E. (1920, enero). Poetisas Cubanas, Luisa Pérez Zambrana. Revista Social, p. 63
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