Luisa Pérez de Zambrana por Dulce María Robert para la Revista Cuba y América.
Lozana y fresca, bella y perfumada como temprana rosa que se abriera a los arrullos de suave brisa, trayendo a nuestra flora efluvios y color, surgió en Santiago de Cuba la musa deliciosa de Luisa Pérez ; la mujer flor por su belleza y ave por sus trinos que tanto significó en nuestro mundo social y que tanto significa y significará siempre en nuestro mundo poético.
¡Luisa Pérez! La autora inspirada de aquel dístico famoso que repetía entusiasmada y ardorosa la juventud de su tiempo:
Pues quien no ama a la patria, ¡oh Cuba mía!,
No tiene corazón.
Nació la gentil poetisa el año 1837 en una finca de los alrededores de Santiago de Cuba. De familia modesta y campesina, no tuvo la preparación instructiva que sus producciones dejan presumir: y es que el genio se revela y brilla doquier se anide y emprende su carrera luminosa por caminos abiertos si los encuentra o por entre bosques y malezas si lo ha menester.
Luisa era muy joven todavía cuando se distinguió colaborando primero en El Orden y otros periódicos de la capital de su provincia, y más tarde en algunas publicaciones habaneras; y siendo juzgada entonces como una bella esperanza, hizo bueno este juicio de la crítica cuando lanzó poco después a la arena literaria un primer volumen de poesías:
Primicia encantadora de su genio que guarda y descubre a un tiempo mismo las más preciosas joyas que puede atesorar un alma de mujer cuando esta felizmente dotada.
Ese libro fué llave mágica que abrió de par en par a su feliz autora las puertas de la notoriedad. Desde entonces fué considerada Luisa Pérez y Montes de Oca estrella brillante de nuestro cielo, destacándose entre el grupo, entonces numeroso en Cuba, de mujeres distinguidas en las artes literarias.
Hermosa constelación formada por Úrsula Céspedes, Mercedes V. Mendoza, Francisca Ruz, Adelaida del Mármol y muchas otras, en cuyo centro irradiaba, astro espléndido de luces vivísimas, la egregia cantora camagüeyana que que robada a Cuba por los caprichos de la suerte levantaba su voz hermosísima en riberas extrañas, como si fuera la elegida de los dioses para hacer llegar a Europa los destellos y los cambiantes más bellos del genio que atesora.
“Una perla —en un golfo nacida— Al bramar Sin cesar De la mar.”
Exceptuando a Gertrudis Gómez de Avellaneda, que con Heredia constituye la más excelsa gloria de nuestro parnaso, ninguna mujer en Cuba alcanzó nunca tan grande y merecido homenaje como el que se rindió a la exquisita poetisa cuya silueta bosquejamos.
De inspiración brillante y fina, su musa no es el torrente que ruge desatado y se precipita ciego y violento, sino la mansa aunque abundosa corriente de cristalino río que se desliza suave y murmuradora por entre bancos de flores y verdor.
Virtudes francas y bien definidas, sentimientos elevados y sanamente encauzados, inspiran y mueven la imaginación potente de la notable mujer, poeta en alma y en expresión que sabe dar a la forma alada del verso toda la sutileza y toda la elevación del pensamiento que lo inspira.
Nacida en medio de nuestra flora campestre, exuberante y magnífica, la joven poetisa era preciosa y elegantísima palmera que que arrullaba mecida por brisas perfumadas bajo un cielo esplendente de luces y color.
Encanto de los ojos, deleite del oído, perfume del alma era en su juventud Luisa: natural resulta, pues, que sembrara y recogiera por doquiera simpatía y afecto y que inspirara tierno y ardiente amor al distinguido caballero, sabio médico y notable literato, orgullo y prez de Cuba que se llamó Ramón Zambrana, quien deleitado por los versos de la inspiradísima cantora, quiso conocerla, y después de un cambio de cartas y retratos…
Hizo un viaje a Santiago de Cuba con el único fin de ver a su amiga, cuya espléndida belleza acabó de rendir su corazón ya medio conquistado por las nobles condiciones del carácter y las gracias y gallardías del estilo que, como chispas de luz y perfumes de lirio exhalaban los versos admirables de aquella privilegiada criatura cuyos sentimientos de elevada pureza brotaban al unísono de ideas hermosas revelando que unas y otras constituían el principio y el fin de una existencia rica de virtud y pletórica de inteligencia.
Ya casada Luisa Pérez de Zambrana se estableció en la Habana y empezó a brillar en medio de una sociedad escogidísima que la hizo más que su reina, su ídolo.
Bella, genial y distinguida, era el más valioso ornato de los salones habaneros, donde reinaba por la hermosura y por las gracias superiores del espíritu, teniendo por cortesanos y admiradores a todos los intelectuales de Cuba.
Luisa Pérez Zambrana en Poetisas Cubanas para la Revista Social por Emilio Roig de Leuchsenring
Entre la pléyade de ilustres poetisas que son hoy gala y orgullo de nuestro parnaso, e irán desfilando por las páginas de Social durante el presente año, corresponde a Luisa Pérez de Zambrana el puesto de honor, que gustosas, no lo dudamos, le concederán sus hermanas en Apolo.
Los años y los sufrimientos han ido entretejiendo, sobre las sienes de esta “abuela” venerable, corona inmarcesible de palmas y azucenas, justo premio a quien como ella, después de haber llorado, con las mas amargas lagrimas que pueden brotar de los ojos, la muerte de todos sus hijos, de su esposo y de su hermana, se encuentra ahora pobre, sola y desvalida, pero tranquila y resignada en su desgracia, esperando el momento, cada vez más cercano y hace años deseado, de la liberación suprema.
Nacida en 1837, en una finca cercana a la villa del Cobre, allí pasó los años de su infancia, sin libros ni trato social alguno, dedicada a los quehaceres de su hogar y la contemplación de la naturaleza, que despertando su exquisito temperamento poético, le hacía improvisar versos, en los que cantaba al campo y al río, a las flores y a los pájaros.
A los 14 años dió al público su poesía “Amor Materno”, adquiriendo mas tarde, por los trabajos insertos en “El Orden” y otros periódicos de Santiago de Cuba, popularidad y fama tan ruidosas como poca ansiadas. La “Sociedad Filarmónica” de Santiago la nombró socia de merito, primero, y, después, presidenta de la Sección de Literatura.
En el 56 dió a luz su primer libro: “Poesías de la Señorita Doña Luisa Pérez y Montes de Oca, Santiago de Cuba, 1856, Imprenta de Miguel Angel Martinez, 4to., XI 190 p.” Prólogo de Federico García Copley.
Se casó en el 58 con el ilustre literato doctor D. Ramón Zambrana, trasladándose entonces a la capital, donde fué acogida con entusiasmo en los salones, círculos y periódicos literarios.
Publicó el 60 su segundo tomo de versos: Poesías de Luisa Pérez de Zambrana. Librería e Imprenta El Iris, calle del Obispo 121, Habana, 1860, 4to., VII-255 p. Prólogo de Gertrudis Gómez de Avellaneda.
Ese mismo año, el 27 de enero, colocó en las sienes de la Avellaneda la corona que como ofrenda le ofreció el Liceo de la Habana, en solemne homenaje celebrado en el Teatro de Tacón.
Fué esta la época feliz, de dicha, esplendor y gloria, para Luisa Pérez de Zambrana. Agasajada por todos, disputándose sus poesías los periódicos y revistas, adorada por su esposo, querida por sus hijos y por su hermana la poetisa Julia ¿qué más podía ambicionar Luisa, modesta y sencilla como era?
Pero la muerte de su esposo trocó bien pronto su dicha por dolor: y a los breves días de ventura , sucedieron los largos e interminables años de infortunios y padecimientos. Vió caer, uno tras otro, a sus cinco hijos y a su hermana Julia. Sufrió miseria y abandono.
Como de niña a la naturaleza, cantó de anciana sus penas y sus desgracias, que es la espontaneidad la nota característica que domina y se revela en todas sus poesías. Sincera y real siempre, canta lo que siente: su vida toda está escrita y narrada en sus versos.
En este sentido, Enrique José Varona la considera “la más insigne elegíaca conque cuenta la poesía cubana”; y califica sus versos de “dulcísimos”, pues nunca “la poesía castellana ha encontrado notas más suaves, más dulces, más tiernas para trasladar los afectos de un alma férvida”; agregando “jamás habrá exhalado ningún labio de poeta en nuestra tierra acentos más desgarradores y al mismo tiempo de más levantada y sublime inspiración”.
En 1918, rompiéndose por un momento el olvido en que se la tenía, el Ateneo dió en su honor una velada. Varona, Chacón, Galarraga y Dulce María Borrero ensalzaron los méritos literarios y las virtudes de la excelsa poetisa. Fué un recuerdo sentido y fugaz que bien pronto se desvaneció.
Después, como antes, ha vuelto el olvido y el abandono. Y allá, en una humilde casa del pueblo de Regla, vive, muriendo, Luisa Pérez de Zambrana, a solas con sus tristes recuerdos y sus grandes infortunios: ni quejas ni reproches brotan de sus labios, tan sólo este dulce y suave lamento:
¡Oh tiempo, tiempo amargo de la vida!
¡qué lento te deslizas para mí!
No me des a beber más desengaños:
corre veloz, que es hora de morir.
R. de L.
La Melancolía
Yo soy la virgen que en el bosque vaga,
al reflejo doliente, de la luna,
callada y melancólica, como una
poética visión.
Yo soy la virgen que en el rostro lleva
la sombra de un pesar indefinible;
yo soy la virgen pálida y sensible
que siempre amó el dolor.
Yo soy la que en un tronco solitario,
reclino, triste, la cansada frente,
y dejo sosegada y libremente
mis lágrimas rodar.
Soy la que de un lucero, al brillo puro,
con las manos cruzadas sobre el seno,
me paro, a contemplar del mar sereno
la triste majestad.
Yo soy el ángel que contempla inmóvil
en el cristal del lago, su quebranto,
y en el agua, las gotas de su llanto
móvil onda formar.
Yo soy la aparición blanca y etérea
que a la montaña silenciosa sube,
y allí, bajo las alas de una nube,
se sienta a sollozar.
Yo soy la celestial “Melancolía”,
que llevo siempre en mis facciones bellas
de las tibias y cándidas estrellas
la dulce palidez.
Y que anhelo sentada en los sepulcros
sentir, al suave rayo de la luna,
las perlas de la noche, una por una,
en mi frente caer.
Y doblando mi rostro de azucena,
en un desmayo blando y halagüeño,
cerrar los ojos al eterno sueño,
tranquila y sin pesar.
Y apoyada en un árbol, la cabeza.
a su sombra sentada, blanca y fría,
que me encuentren sonriendo todavía,
mas ya sin respirar.
Bibliografía y otras fuentes:
- Robert, Dulce María. “Luisa Pérez de Zambrana”. Revista Ilustrada Cuba y América. Año XX, Vol. VII, núm. 2, Noviembre 1916, pp. 41-44.
- Roig de Leuchsenring, E. (1920, enero). Poetisas Cubanas, Luisa Pérez Zambrana. Revista Social, p. 63
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