
La Habana brillante —lo que queda de la Habana brillante y deslumbradora, que no es poco;— La Habana elegante, la Habana que no pierde nunca sus derechos de cultura y de grandeza civilizadora, —como el bouquet de flores, por marchito que esté, conserve, aunque débil, el alma, que es su aroma, —posee su Palladium de lujo, su Acrópolis sugestiva, donde el refinamiento ha alzado su tienda y donde la Moda, frívola y exquisita reina, de imperio despótico, dicta sus leyes, obedecidas en ambos mundos.
Este Palladium, esta Acrópolis, esta Kasbah de la deslumbradora religión del buen gusto habanero, es el suntuosos establecimiento á quien El Fígaro consagra hoy un número, que yo llamaría excepcional, si no lo fueran todos los que ven la luz bajo la égida del lindo barbero. Es un honor que ha merecido de manera excepcional, el Palais Royal, que reproduce en la Habana los deslumbramientos de Tiffani y da á la humilde calle del Obispo toda la grandeza de una avenida americana ó de un boulevard europeo.
No extremamos la lisonja afirmando sobre el modo lírico las excelencias de la gran casa importadora de joyas, muebles, objetos de oro y plata, sèvres, terra cottas, esmaltes, etc., porque nuestro aplauso sería siempre pálido, por estruendoso que fuera, al lado de lo que en realidad es la gran exhibición abierta hace algunos años y siempre con igual suntuosidad — por el señor Diego Fernández.

Sin ruido, sin ostentación, sin reclamos que dejan al comprador siempre que un negocio comienza y es anunciado de una manera asordante, ha sabido el Palais Royal, siempre á fuerza de sobrepujamientos en lo que los mercados europeos ofrecen, llegar al puesto que hoy ha adquirido, alcanzar el renombre de que hoy la prensa se hace eco recogiendo como en un foco de gloria industrial el haz de aplausos diseminado en el entusiasmo aprobador de todos.
Por esto El Fígaro toma acta de este triunfo é invita á mi pluma, nunca renuente al aplauso merecidísimo, á pasar revista, ante la sociedad habanera, de algunos, entre los innumerables objetos que llenan —por pocas horas, pues casi enseguida desaparecen— las vitrinas, anaqueles y estantes del mágico Palais Royal.
No es un inventario minucioso, por la imposibilidad de llevárselo todo en la retina: pero será la exhibición de lo mucho selecto del palais Royal en la más brillante de las vitrinas de El Fígaro: la que la bondad suprema de Pichardo pone á mi disposición.

El último viaje de Diego —así le llaman sus cariñosos clientes— ha sido fecundísimo en novedades deslumbradoras. El objeto-París nunca se ha mostrado tan espléndido en la Habana como en las sorpresas de la última importación.
Lo que brilla tiene derecho de abrir una enumeración. Por lo tanto, empecemos por las joyas que llenan toda una ala de la casa; la que forma un lado de ángulo contra la calle de Compostela. La imaginación del artífice se ha aunado á la esplendidez de la naturaleza en los objetos que allí he visto en mi rápida visita. El agua es menos transparente que algunas piedras —“brillantes” de una nitidez tan ideal, que sólo en fragmentos de estrellas pueden concebirse;— las que están más cerca de Dios y más lejos de los hombres.
Cuajados en en claveles de oro, escarchando flores de lys , estrellas, jardineras, círculos de sortijas y tachonando clavos, ostentase en todas sus fulguraciones la piedra de las emperatrices rusas: el brillante, cuyos tonos únicos se complementan en una policromica alocadora por las chispas vivas del rubí, la tonalidad sentida y soñadora de la esmeralda, el enfermizo adorable de la perla y el mate duro y seco de la turquesa. Sobre todo, el zafiro, como un eco lánguido de oboe, canta en la sinfonía de matices para la orquesta de una Czarina.
Hay joyas en aquellas vitrinas que son caprichos de arte, caprichos de moda y caprichos de genio. he visto entre otras, un signo de interrogación forjado en el más noble de los metales —el oro, dirán todos y dirán bien— con una miríada de brillantes; esfinge encantadora á la que sólo puede responder una Edipo á coups de billetes de banco.

Que piedra tan egregia para una duquesa de Uzés, una María Federowona ó una marquesa de Larrinaga, que une á la belleza delicada de la esposa de Nicolás II la impecabilidad aristocrática de la primera dama que existe hoy en la capital de Francia! Quién sabe? Quizás orne, complete el signo ortografico de gran valía, las mil y mil joyas que en sus estuches duermen blasonadas de la corona que tan bien sienta á la joven, hermosa y gallarda jerárquica, cuya elegancia y distinción son el noble orgullo de los salones habaneros.
(Esta digresión, en la casa del lujo, respecto á la que representa en la Habana el summun del lujo, no está “deplacée”. Por lo tanto, sería una inconveniencia suprimirla. Quede, pues, como homenaje á la ilustre marquesa y como prestigio de El Palais Royal, que puede hacer soñar á grandes damas ante grandes y bellos objetos de moda y arte.)
En ternos, gargantillas con dobles vueltas (en que se confunden hilos de oro é hilos de perlas) hay verdaderas maravillas. Nada canta mejor el dúo de una piel mate y una piedra vívida que esa doble ó triple sarta en torno de un cuello.
Sobre el tallo flexible de la rosa humana (que es la cabeza de una mujer hermosa,) sobre el tallo flexible, decía, que es el cuello, no son un encanto las gotas de rocío que simulan las gotas de brillantes —caídas, de la corola al pie, al beso rutilante del sol de los salones— la luz de Edison? Que una cubana de gusto —hay muchas y ricas— haga la prueba y responderán, hombres y mujeres de la victoria.
Ternos en que el zafiro es el primer tema, porte-bonheurs de oro, gargantillas de brillantes, mariposas cuyas alas desaparecen bajo las esmeraldas, los brillantes, los rubíes y los zafiros. Lazos de cuádruple vuelta, donde sirve de centro á un sol de brillantes una perla enorme; aretes cuya conque llenan solitarios, sortijas de ornamentaciones locas; prendedores caprichosos —uno de ellos con la bandera francesa, extendida verticalmente y formados los tres colores con gruesas líneas de zafiros, rubíes y brillantes,— brazaletes; entre ellos uno que figura dos sierpes encontradas y cerrando el círculo con las bocas que muerden una perla del grueso de una avellana; ternos de turquesa…
Imposible la descripción, porque interrumpiéndola salta ante mis ojos un juego de zafiros orientales rodeados de brillantes, únicos en la Habana y que parecen amorosamente tallados para la más rica, la más bella y la más elegante entre las muy bellas y muy elegantes que se imponen á la admiración habanera.

Juegos completos de camafeos para tocados de hombre; relojes de oro, —señalamos á la atención uno que repite con timbre firme y claro — cosa rara en un reloj de bolsillo — las horas, los cuartos y los minutos; sortijas-solitarios, leontinas donde la fantasía juega como un pez en el agua; y haciendo pendant con toda aquella masa de oro y piedras, un reloj diminuto, del tamaño de un real de oro y del grueso de una almendra, reloj que aplicado al oído palpita como un corazón, con toda la regularidad rítmica de un reloj de pared .
Que la fantasía del lector complete el resto de lo que he visto y no narro, pues sólo en lo relativo á la joyería de El Palais, llenaría todo el número de El Fígaro.
En bronces, lo más variado y completo; cuadros, relojes de mesa sobre columnas de malaquita y ónix, entrando en su organismo de metal y piedra un barómetro, un termómetro y un almanaque del zodiaco que forma como un collar de esmalte á la clara y ancha esfera. Es una hermosa muestra del siempre de moda estilo imperio. En los cuadros sobre bronce hay trazadas escenas de Shakespeare, reproducciones del celebre cuadro de Mackart (la entrada de Carlos V en Amberes) y pasajes históricos y mitológicos.
Pasemos rápidamente ó no acabamos nunca.
Los Sevres y los Imperio de Viena —tan caros y valiosos como los Sevres— reinan y dominan, haciendo pendant con las porcelanas y las terra cottas. Los objetos de bohemia “foissonent” trabajados en jarrones, figuriyas, juegos de cuarto, etc.

Como objeto caprichoso, el Athos de terra cotta que se alza en la vitrina central que da á la calle de Obispo. El bravo hijo de Dumas alza la cabeza que el fieltro cubre, hermoso y varonil, fuerte y resuelto, como un protospathario ó un cubiculario del imperio bizantino. Y sin embargo, su actitud de roué se destaca resuelta, realizando la figura que soñó el brillante mosquetero de la literatura de 1830.
Otras figuras de terra cotta ó sevres detienen los ojos por lo extrañas, lo exóticas y lo encantadoras: las etiópicas con sus chemma nacional, cruzada como una mantilla; los turcos con su tarbouck, y su stambulina, los árabes con su turbante que parece tejido de aire. En una palabra, la variedad en lo inagotable, que hace de esta casa un museo de arte al mismo tiempo que una sucursal de la Metrópoli de la Moda.
En juegos de mimbre, cuanto producen los grandes mercados de Europa y Américas; de todas formas y, —perdóneseme la palabra— de toda flexibilidad. Hasta chaises longues… “C’est á rêver!”
Juegos de plata fina en sus grandes estuches, de plata cristoff y cuanto puede torcer y preparar el genio indagador de la bisutería.
Los Hermanos Fernández en la intimidad.
Cree El Fígaro que dejaría incompleta su información del Palais Royal si omitiese esta página, consagrada a hablar de los hermanos Fernández en su aspecto privado, en la intimidad del hogar, en el seno de sus más puros y santos afectos.
Quienes han logrado levantar una casa que es templo de la moda y el gusto, no es dudoso que hubiesen sabido edificar un hogar que fuese otro templo de la virtud, el amor y la felicidad.
José Ramón Fernández
Hablaremos en primer término de D. José Ramón Fernández. Lo impone una consideración: es el mayor de los hermanos Fernández; hermanos, además de los vínculos de la sangre, por la virtud del trabajo.

Pepín Fernández —así lo conoce todo el mundo— está casado con la Sra. Pilar de la Concepción, dama que reúne las mas bellas cualidades de carácter y sentimientos. Cuatro hijos —cuatro ángeles— alegran y llenan de ternura y caricias ese hogar.
Son Pepin, Isabelita, Manolin y Pilarcita. Cuatro ángeles aprisionados en jaulas de oro.
Nuestros lectores pueden contemplarlos. Ahí están sus bellas, finas y espirituales imágenes. Figuritas animadas por el dulce candor de la infancia, —manantial inagotable donde se funden todos los delirios y viven todos los ensueños.
Pepín Fernández viaja en la actualidad á través de los mercados que surten de novedades los almacenes de Le Palais. De uno de esos viajes creíamos que no había de regresar. Tal era la alarma que produjo la noticia de una penosa dolencia adquirida por consecuencia de sus largos afanes y la continua agitación de su vida.
El Sr. Fernández, poseído de ardorosa fé y alentado por maravillosas referencias, marchó a la abadía alemana que ha hecho célebre el inmortal Padre Kneipp.
El milagro de la cura de aguas se realizó admirablemente en la persona del Sr. Fernández y le fue devuelta, junto con la salud del cuerpo, la salud del espíritu, tan necesaria en todos los seres, pero de todo indispensable en hombres de la actividad é inventiva de Pepín Fernández.
Hablaremos de Diego Fernández
¿Qué nuevo decir de Diego? Toda la Habana lo conoce y lo estima. Porque el Sr. Diego Fernández a más de su inteligencia mercantil, de su tacto exquisito con el público en las relaciones de Le Palais, es, y de modo muy especial, una persona atenta, amable y cumplida.

Esta condición de Diego le ha granjeado en la sociedad muchas amistades y muchas simpatías, que comparte su bella y buena esposa la señora Concepción Villasuso —hija del respetable comerciante D. Fidel Villasuso.
El matrimonio Fernández Villasuso tiene, para su encanto y su felicidad, a dos monísimas criaturas: Dieguito y José Fidel. Vedlos ahí, unidos admirablemente. De pie Dieguito, gallardo y apuesto con aire de prematura distinción; y á su lado, el delicado, el graciosísimo José Fidel, seguro y poseído de su papel.
Dieguito es el enfant gaté (niño consentido) de la casa. Mimado por todos los empleados y adorado por sus cariñosísimos padres. No intentéis preguntarlo. Una sonrisa de Dieguito ó de Fidel es para Diego Fernández la perla que más brilla en el joyel luminoso del Palais Royal.
Los Domingos del Palais Royal por Enrique Fontanills.
Los ha puesto de moda la crónica.
Es una creación del periodismo elegante, á la manera que el Prado, que las misas de Santo Domingo y que el chry santhème.
Los domingos se convierte el salón de Le Palais Royal en centro de una tertulia distinguida. Todos los días de la semana hay grupos en los estrados, pero llegado el domingo pasa el grupo á la categoría de verdadera reunión.
La sillería de mimbre que se extiende en doble hilera por uno de los pasillos de la casa, es insuficiente para dar asiento á la concurrencia. Quedan muchos de pié; otros se sitúan en las puertas y los más hacen un recorrido á través de las vitrinas.
Son los días de recibo, con una semejanza con las flores:
—Que solo duran el espacio de una mañana.
Pero son mañanas deliciosas. Tienen un tono especial que las caracteriza y las distingue.
En el curso de la semana, las familias que van al palais entrna, hacen sus compras y salen de nuevo a la calle. No hay tertulias.
El domingo veréis á muchas de esas familias que van expresamente á hacer causerie.
Y es todo un un encantador pretexto para lucir la toilette de mañana, hacer el comentario de la semana, formular el programa del día, ó abrir campo al flirt.
Todo lo bello, todo lo elegante que pasa por Obispo paga obligado tributo al Palais deteniéndose en la casa. No es preciso que sea domingo ¡Hay tantas cosas tentadoras tras los vidrios de los escaparates!
La guerra —que ha acabado con tantos hábitos de la vida habanera— no ha podido, no podrá amenguar el brillo de esas reuniones semanales. Se sostienen á despecho de todas las crudezas de los tiempos y todos los rigores de las circunstancias.
Y en todo eso se vé una obra de amabilidad desarrollada hábil y discretamente por los dueños del Palais Royal.
Así hay que reconocérselo á Diego Fernández, tan bien secundado por los atentos empleados de la casa, con Rafael á la cabeza.
Otro establecimiento que careciese de esa dirección inteligente que todos admiramos en aquella casa, no hubiera podido mantener y menos acrecentar ese género de reuniones. Priva de tal modo la tendencia mercantilista que es para muchos punto menos que estéril tan simpática hospitalidad, cuando quizás sea ella la mejor, más franca y más eficaz de las propagandas.
La sociedad que vá al Palais es la selecta, la que abrillanta con su presencia todas las solemnidades y todos los acontecimientos.
Por eso es aquella sala, amplia, abierta, diáfana —con la suntuosidad que cuadra á su nombre— el mejor y más favorecido rendez-vous del gran mundo habanero.
Las visitas á las tiendas —antes desusadas— se generalizan de esta suerte. Las señoras del tiempo viejo no descendían del carruage cuando iban de compras. Se empezó luego a frecuentar los establecimientos y se acabará por donde ya hoy se empieza: por hacer de esas tiendas de rango el círculo de reunión de unas breves horas.
El Palais tiene en esto una gloriosa primicia.
De domingo á domingo hay siempre una cita en la mente, que no falta quien la haga con la palabra y acaso con la pluma.
La regia casa coquetea durante toda una mañana, porque para ese día se renuevan sus vitrines y parece que brillan más intensamente las pedrerías sobre el terciopelo de los estuches.
Para mí, ir al palais los domingos es una especie de imposición. Es un espectáculo para el cual estoy preparado toda la semana. Cuando dejo de ir por cualquier causa ya tengo malestar para todo el día.
El mismo malestar con que á veces, en horas nostálgicas, en horas de meditación y de recuerdo, elevo mi pensamiento en alas de un lejano y acariciado ideal…
Enrique Fontanills.
Bibliografía y notas
- “Palais Royal, sinfonía en bronce y oro.” El Fígaro, Periódico Artístico y Literario. (Febrero 6, 1898).
- Personalidades y Negocios de la Habana.
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