
Recuerdos de un Setentón
De 1858 a 1867
Por el Dr. Antonio González Curquejo
La Avellaneda en Cuba
Cuando la eminente poetisa cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda adoptó en los primeros años de su vida como seudónimo el de “La Peregrina”, ella misma ignoraba entonces que su vida había de ser tan errante y accidentada; porque Tula Avellaneda nació y permaneció en su ciudad natal, Puerto Príncipe, hoy Camagüey, desde 1814 hasta 1836, es decir 23 años; pasó luego a Santiago de Cuba, para embarcarse para Europa, donde permaneció otros 23 años o séase hasta 1859, durante cuyo tiempo visitó varias ciudades de Francia, Portugal y España.
En el último año referido regresó a Cuba hasta el año 1864 en que se ausentó para nunca más volver. De ese último período es del que vamos a ocuparnos porque se halla dentro del tiempo que nos hemos propuesto estudiar.
De ningún escritor cubano se ha escrito tanto por propio y extraños, como de la Avellaneda, y a fe que lo merece porque ninguno como ella se ha elevado a tanta altura en el campo de las Bellas Letras y de la Dramática.
En la reseña de algunos hechos que ocurrieron desde su arribo a Cuba hasta el momento de su partida, no podremos añadir cosa nueva a lo que ya otros escritores han contado, limitándonos pues a meros comentarios.
La Avellaneda sentía vivos deseos de volver a contemplar su tierra natal y aprovechó naturalmente la ocasión que se le presentó para realizarlo. Casada en segundas nupcias con el coronel Verdugo, y hallándose éste aun convaleciente de un desagradable suceso, fué invitado por el general Serrano, recientemente nombrado Gobernador de la lsla de Cuba para venir a ella con un cargo público, acompañado de su esposa.
Desde que llegó la poetisa a la Habana en 24 de noviembre de 1859, fué objeto de numerosas demostraciones de simpatía, organizándose muy pronto por el Sr. Don Ramón Zambrana una función teatral en su obsequio, y recibiendo de todas las clases sociales pruebas de consideración y aprecio. Esas fiestas culminaron en la ceremonia solemne de la coronación de la poetisa.
Tuvo tan feliz idea el entonces director del Liceo de la Habana, el ilustrado cuanto entusiasta camagüeyano, Sr. D. J. Ramón Betancourt, quien obtenida la venia de la primera autoridad para celebrar una gran fiesta en obsequio de la poetisa, puso manos a la obra, comunicando a todas las secciones su propósito, para que cooperaran al homenaje que pensaba debía concederse a la gran escritora por sus altos merecimientos y cuya gloria venía a reflejarse en su patria.
Pero cedamos la palabra al referido Sr. Betancourt que en su libro Prosa de mis versos, da cuenta de este suceso en los siguientes términos:
“Nombráronse jurados de la sección de Literatura, presidida entonces por el sabio Dr. Don Felipe Poey, para que abriese un certamen en que se inscribieran y determinaran las composiciones poéticas que debían leerse, y entre las que recuerdo merecieron especial predilección las del dulcísimo poeta camagüeyano Don Esteban de Jesús Borrero, la del ilustrado autor dramático Don Juan Ariza, la del popular romancero bayamés Don José Fornaris y otras que no tengo presente en el momento.
“Eligiéronse comisiones de ornato y orden, que designaron al hábil artífice italiano Ferme Campiglio para hacer una corona de oro macizo imitando dos ramos de laurel, recogidas por una cinta del mismo precioso metal, esmaltada con los colores nacionales, y en las que se leía esta sencilla inscripción:
“El Liceo de la Habana á Jertrudis Gómez de Avellaneda Enero de MDCCCLX”, y no faltó un rico joyero peninsular de la calle de la Muralla, que espontáneamente ofreciera acuñar medallas de plata, oro y bronce para conmemorar aquel fausto acontecimiento, presentando al efecto un dibujo que fué aprobado por la comisión de bellas artes del Liceo.
“Imposible sería describir la ansiedad con que la Habana entera esperaba la noche de la coronación. Enviábanme felicitaciones de todas partes a medida que se iban conociendo los preparativos de la fiesta y fue necesario escoger para celebrarla el gran teatro de Tacón, porque ni el edificio del Liceo, ni ningún otro, habría bastado a contener la concurrencia.
“Mi inolvidable amigo Esteban de Jesús Borerro, venía desde el Camagüey, a traer a su compatriota en lindísimos versos, como suyos, la voz del Tínima.
“El gran violinista José White, primer premio del conservatorio de París, abandonaba la bella ciudad de los Dos Ríos donde nació, para conmover el corazón de la poetisa con sus aires de Yumurí.
“Los laureados y eminentes pianistas americanos Gottschalk y las partes principales de la compañía de ópera, la gran orquesta de Tacón y toda la juventud habanera que constituían las secciones de declamación y música del Liceo, se apresuraban a brindar galantemente su talento y sus servicios.
“El Director de esa sección Don Mariano García, compuso un himno ex profeso y el Jurado escogió entre muchas letras que para el mismo se le presentaron, la más débil tal vez; pero que fué la que se cantó; ignorando hasta entonces el nombre de su autor.
“Llegó por fin la anhelada noche del 27 de enero de 1860, y aquella gran solemnidad se celebró tal como se había proyectado con asistencia del Gobernador General y de su familia y de lo más distinguido de la sociedad habanera.
“El teatro de Tacón estaba espléndido; habíase transformado el palco y el foro en un salón inmenso, que empezaba en el escenario y concluía en la puerta de entrada, adornada con verdes ramajes, figurando coronas de laurel.
“Los palcos, guarnecidos de gasas, azules y blancas, entrelazadas con grandes guirnaldas, jarrones, y ramilletes de flores naturales, parecían canastillos en que rebosaban la belleza y gracias de los trópicos.
“En la parte que antes ocupaba el proscenio se alzó un trono de damasco de seda carmesí, en el cual estaba colocado el retrato en tamaño natural, de S. M. la Reina Doña Isabel II; bajo de él se colocaron el Excelentísimo Señor Conde de Santo Venia, presidente del Liceo, teniendo a su derecha a la ilustre poetisa, a la Sra. Doña Angela López Betancourt y a la Sra. Doña Luisa Pérez de Zambrana y a la izquierda las Sras. Condesa de Santo Venia y de la Real Proclamación y a la Sra. Doña Agueda de Cisneros, hija de Puerto Príncipe.
“Hacia un lado estaban los individuos que constituían las secciones de ciencias, literatura y bellas artes, presididas respectivamente por los Sres. Don Felipe Poey y Don Alvaro Reinoso; los Sres. Don Ramón Zambrana, Don Francisco Javier Balmaseda, a quien debemos estos apuntes, Don Nicolás de Azcárate, Don José Manuel Mestre, Don Juan de Ariza y Don Juan Martínez Villergas, y llenando los extremos laterales las señoritas y caballeros encargados de cantar un himno después de la representación de La Hija del Rey René, preciosa comedia traducida por la Sra. Avellaneda, y a la cual siguió el gran concierto en que figuraron brillantemente los artistas más nombrados que en aquellos días estaban en la Isla de Cuba.
“En medio del más profundo silencio inauguró el Director General del Liceo aquel solemne acto, leyendo su discurso.
“Los poetas recitaron las composiciones elegidas por el jurado, que obtuvieron entusiastas aplausos, y cuando más tarde, aquel centenar de humanas voces, acompañadas de la orquesta más selecta y numerosa que pudo reunirse en Cuba resonó en todos los ámbitos de la inmensa sala, estremeciendo de júbilo los corazones que la llenaban, aquella concurrencia se puso en pie como un solo hombre, mientras que el presidente del Liceo ponía el laurel de oro en las manos de su esposa y de la ya muy celebrada poetisa Doña Luisa Pérez de Zambrana, quienes la colocaron en la frente de nuestra ilustre compatriota.
“Profundamente conmovida ésta, en aquel instante cuando cesaron los acordes de la música improvisó los delicados versos que me atrevo a reproducir aquí, siquiera sea para que resalte más su belleza en medio de mi desaliñada prosa:
Si en estos que me dais dulces momentos, ¡Oh ilustres socios del Liceo Habano! No os revela mis vivos sentimientos La profunda emoción que oculto en vano, Romped mi lira, que impotente Nunca puede alcanzar de la armonía Tonos que os den su vibración valiente La voz que al labio el corazón envía. Enalteciendo, cual alumnos fieles, De artes y letras a las nobles musas, Prodigáis generosos los laureles Que en tan bella región vierten profusas: Y hoy que con uno coronáis mi frente, Dispensando la prez de la victoria Al culto que les rindo reverente, Suyo el triunfo será; vuestra la gloria! Sólo la gratitud debe ser mía Y el alma encierra sus afectos santos... Mas ¡oh! dejad que os muestre su energía Con lagrimas de amor y no de cantos.
Tan pronto llegó a Cuba la Sra. Avellaneda dió muestras de su pasmosa actividad fundando una revista quincenal titulada Album Cubano de lo bueno y lo bello, dedicada al bello sexo.
Sólo aparecieron doce números que encuadernados, forman un volumen de 384 páginas. Emprendió la obra con el mayor entusiasmo obteniendo la colaboración de prestigiosos escritores de la Península y de Cuba que contribuyeron a darle brillo. Es una satisfacción poseer un ejemplar de ese periódico, que es de lo mejor que se ha escrito en Cuba; pues hoy mismo no se presenta en la arena del periodismo mejores ejemplares en su género.
Mientras permaneció en Cuba la Avellaneda visitó las ciudades de Camagüey, Sagua la Grande, Cienfuegos, Matanzas, Pinar del Río y Cárdenas, en algunas de las cuales desempeñó su esposo el cargo de Teniente de Gobernador, habiendo dejado en ellas gratos recuerdos como bondadoso y entusiasta hombre de gobierno, sobre todo en Cárdenas donde se perpetúa su memoria por sus provechosas iniciativas.
Tratándose de la Avellaneda falla el refrán que dice: “nadie es profeta en su tierra”, porque la Avellaneda tuvo la inmensa satisfacción de ver coronadas sus ambiciones de gloria, si las tuvo, en su propia patria, pues dondequiera que fué recibió demostraciones de afecto y simpatía.
La muerte del Coronel Verdugo que ocurrió en Pinar del Río el 28 de octubre de 1863 la sumergió en un profundo dolor, motivando al año siguiente su marcha para el extranjero, que tuvo lugar el 21 de mayo de 1864.
Una de sus mejores novelas y de las que más se leyeron en Cuba, ha sido El artista barquero, que la escribió durante au permanencia en Cárdenas.
El tema sobre la Avellaneda es inagotable, porque todo lo que a ella se refiere, interesa; pero, la índole de estos recuerdos no permite que nos extendamos más. Si estos apuntes llegaren a ver la luz pública, recomendamos a los que deseen saber más sobre la egregia escritora, que consulten la monumental obra que ha escrito sobre ella el reputado profesor José A. Rodríguez García.
Bibliografía y notas:
- González Curquejo, Antonio. “Recuerdos de un Setentón, de 1858 a 1867, la Avellaneda en Cuba.” Revista Cuba y América, Abril 1917.
- Escritores y Poetas
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