El señor de la Vera Cruz en las Tradiciones Trinitarias por Antonio Torrado.
Se cumplió en 1916 el primer centenario de un hecho, que de boca en boca y de padres a hijos vino a formar una interesante tradición, inspirada por la fe de un pueblo y mantenida por la práctica de piadosas costumbres, que fortalecen y consuelan a los que en la vieja Trinidad sienten alguna pena o quieren enjugar alguna lágrima.
Un día como este, nebuloso y triste, en que por todas partes se dejaban notar los efectos de furiosa tormenta, se presentó a la boca del Río Güarabo, que entonces servía de puerto a la ciudad, un gallardo velero, que procedente de Barcelona y Nápoles en viaje para Veracruz, tocaba de recalada para reparar las averías ocasionadas por el duro tiempo que le sorprendió a la entrada del Golfo.
Muchos fueron los daños sufridos en la carga y en la embarcación: por eso se vió precisado a vender parte de la primera y proceder al arreglo inmediato de la segunda, sin lo cual no podía continuar su interrumpido viaje.
Prontamente descargó muchas de las mercancías que llevaba abordo y entre ellas, desembarcó con gran cuidado una caja que le fué entregada en Nápoles, entre grandes recomendaciones para que no recibiera golpes.
Algunos días después, cuando ya había abonanzado el tiempo y estaban terminadas las reparaciones, una hermosísima mañana de aquel mes de Octubre, salía a todo trapo con rumbo a Veracruz aquel ligero bergantín español, que valientemente luchara días atrás con las olas del Atlántico, y que en aquellos momentos era cariñosamente despedido por los vecinos de la boca del Río.
Pero… ¡Cuál no sería el asombro de aquellos sencillos habitantes, gente de mar en su mayor parte, cuando al amanecer del día siguiente apareció de nuevo a la entrada del Río el barco que tan airosamente se hizo a la mar la mañana anterior!
Nadie podía suponer los motivos del inesperado regreso; pero resultaba un hecho cierto, que allí a pocos nudos de la costa, frente al antiguo castillo que guarnece la entrada del Güarabo, estaba el bergantín pidiendo práctico para atracar al muelle.
Muchos comentarios produjo el incidente, y la expectación que en todas las ocasiones despertaba entre aquellos vecinos la llegada de un buque, era esa vez mayor por la especialidad del caso.
Una vez en tierra el Capitán se apresuró a decir , que volvía para recoger una caja que dejó olvidada y que le había sido entregada en Nápoles, con gran recomendación de llevarla a Veracruz, y no quería volver a su puerto de origen sin cumplir el encargo.
Así pues, ya embarcada la caja, que por cierto, a virtud de su extraña figura produjo maliciosa curiosidad en los presentes: aquella misma tarde, tranquila y apacible, como ninguna, emprendió de nuevo el viaje la bella embarcación, entre los votos que de los que acudieron a recibirla al enterarse de su inesperado regreso.
Pasaron algunos días y el tiempo se mantuvo sereno sin que nada hiciera sospechar un cambio atmosférico: más al atardecer del día septimo, cunado el Sol brillante de los trópicos lanzaba sus últimos reflejos sobre la tierra cubana, pudo observarse, que allá, en el horizonte se dibujaba la silueta de un barco que pedía socorro.
Y eran tantas y tan graves las averías de la embarcación que a duras penas pudieron los avisados ojos de los marinos de la costa, reconocer en el maltrecho buque que tenían delante, al airoso bergantín que en días pasados salió a la mar en tan excelentes condiciones.
Largo bregar costó a los bravos marinos amarrar al muelle el desmantelado barco y un sentimiento de superstición hizo atribuir a diabólica al misteriosa persecución de que era víctima: y hasta veían con repulsión a sus infelices tripulantes, como si fueran responsables de la ira de Dios, o de las maquinaciones del Demonio.
Tuvo que intervenir el Cura Párroco para que se prestaran a los náufragos los auxilios indispensables a la descarga de las mercancías y a las reparaciones de la nave; y para que desaparecieran las preocupaciones fué necesario exorcizar sus departamentos y celebrar sobre cubierta una solemne misa que oyeron de rodillos sus tripulantes.
Después de todo y aunque apareciera rodeado de raras coincidencias, el caso no tenía nada de particular.
Una manga de viento, súbita y violenta, como todas, pero de un radio no muy extenso, combatió duramente al bergantín, arrebatándolo con furia en su camino, y fué con rabia tal que parecía, que el embate de los desencadenados elementos iban a sepultarlo para siempre en el fondo del mar, pero sus velas, su palo mayor y su trinquete, cayeron providencialmente desde el primer momento, como si un enorme tajo los hubiera cortado, antes que su peso y resistencia hiciera zozobrar el fino casco, que salió con vida de aquel espantoso tifón, pero que sin rumbo y sin gobierno quedó a merced de las olas.
Fué milagrosa la salvación del barco y sus marinos, y aunque quedaron en tan comprometida situación, el Angel protector de los navegantes impulsó las corrientes para que los arrastrara hasta la boca de un puerto amigo.
Ya sin recelos, ante la patética descripción, los trabajos comenzaron con entusiasmo hasta que el averiado bergantín quedó listo y pintado tan vistosamente que recobró su aspecto alegre de elegante y magnífica embarcación.
Prontamente reembarcó su reducido cargamento y cuando solo faltaba colocar en el barco la extraña caja de las recomendaciones, al verla el Capitán repentinamente se despertó en su ánimo un sentimiento de repulsiva superstición y dominado por fanático terror se negó a recibirla a bordo.
Y como por ningún motivo quiso modificar su resolución decidió dejarla depositada en tierra y para hacer la entrega en la forma debida fué necesario abrirla y a ese fin se llamó a un Notario para que a presencia de La Autoridad diera fé del acto.
Los vecinos de mayor arraigo picados por el espíritu de superstición propia de la época concurrieron como testigos y hasta el Cura Párroco se encontró presente por si tenía que ahuyentar los maleficios que pudiera encerrar la fatídica caja a quien se atribuían todas las desventuras de la nave.
Con verdadero recogimiento en medio de temeroso silencio fueron sacados uno por uno todos los clavos de la tapa:
y… ¡cuál no sería el asombro de los presentes al encontrarse que la misteriosa caja contenía el cuerpo de Jesús de Nazareno, enclavado en su cruz redentora, con el rostro iluminado de inefable bondad y la mirada dirigida a la tierra, implorando del cielo perdón para nuestras faldas, remedios para nuestros males y consuelo para nuestras lágrimas.
Todos los presentes doblaron las rodillas y postrados de hinojos oraron largo rato y obedeciendo a divina inspiración acordaron no permitir que se llevaran de Trinidad aquella imagen que había dado pruebas tan evidentes de no querer salir de tan piadoso pueblo y permanecer para siempre entre sus cristianos moradores.
El Capitán se hizo cargo de gestionar en Veracruz lo necesario para satisfacer el deseo de los trinitarios; y por suscripción general se recaudó cantidad bastante para indemnizar a los propietarios y levantar en la Iglesia Mayor un sacrosanto altar donde dedicarlo al culto público.
El bergantín levó ancla el mismo día y felizmente llegó a su destino, donde su capitán arregló satisfactoriamente el encargo confiado: y el Crucifijo de talla natural que es sin disputa la mejor escultura que hoy existe en Cuba fué llevado en andas hasta la Iglesia Parroquial donde aquel pueblo de grandes virtudes cristianas lo adora bajo la advocación de “El Señor de la Vera Cruz”.
Muy larga sería la tarea si fuésemos a relatar los hechos milagrosos atribuidos al magnífico Santo Cristo de la Vera Cruz: pero lo que si podemos afirmar de manera terminante, es que con los pequeños símbolos de plata que le fueron ofrendados para testimoniar esos milagros, se le ha construido una espléndida peana de tal tamaño y tan considerable peso que resulta suficiente a sostener aquella enorme Cruz y aquella artística escultura;
y sobre todo que la Fé, que es la virtud suprema y salvadora de los hombres, hace que la maravillosa imagen ejerza una influencia celestial en los que van a implorarle al pie de su modesto altar, y cuando una larga y pavorosa sequía amenaza la vida y la riqueza de los campos, cuando una epidemia llega a causar luto y orfandad entre los vecinos, o cuando de improviso se presenta alguno de esos espantosos cataclismos de la Naturaleza contra los cuales resultan impotentes el poder de los hombres y los recursos de la ciencia, los trinitarios acuden a su Santo Crucificado, lo sacan en procesión y le hacen públicas rogativas que en todas las ocasiones en la vida de aquel viejo pueblo fueron oídas con paternal solicitud.
Y… allí está todavía “El Señor de la Vera Cruz” como en el día aquel en que llegó a Güarabo, enclavado en su cruz implorando en su Cruz implorando del Padre, az y ventura para los trinitarios y despertando en el ánimo de cuantos lo visitan en sentimiento de profundo respeto y santa admiración que la mano maestra del artífice supo imprimir en el espléndido conjunto de su beatífica figura.
Antonio Torrado.
Del libro en preparación “Tradiciones Trinitarias”.
Referencias bibliográficas y notas
- Torrado, A. (1916, Junio 11). Tradiciones Trinitarias, El Señor de la Vera Cruz. Revista Bohemia, p. 11.
- Mañas, Uldarica. “Impresiones y Recuerdos de Trinidad”. Revista Social. Volumen 17, núm. 2, febrero 1932, p. 29, 30, 71, 73, 74, 80.
- Historias y Leyendas de Cuba (vea Provincia de las Villas).
andres pons dice
Una bella historia y grata en la inmagen del Cristo de la Santisima Trinidad.