Del Hotel Trotcha y su dueño D. Ventura Trotcha nos cuenta Francisco Hermida en 1897
Vino á Cuba en el año 42: Catalán de nacimiento, dotado de todas las buenas cualidades catalanas: amor al trabajo, actividad, intrepidez, perseverancia y una gran dosis de buen sentido.
Conozco á D. Ventura Trotcha desde el año 1881. Han pasado más de tres lustros y él se halla tan fuerte y ágil como se hallaba entonces. Se levanta todos los días á las cuatro de la madrugada y se dirige á la plaza de abastos, donde cuidadosamente hace selección de lo que han de comer las personas que viven en su hotel del Vedado.
Trotcha es rico, ha manejado millones, no tiene necesidad de levantarse tan temprano ni de ir á la plaza; pero él sabe que hallándose primero que nadie en el mercado, ningún otro comprador puede comprar lo que él compre.
Los habitantes de su hotel están en grande, porque Trotcha se lleva lo mejor de lo mejor y el que venga detrás que arree. Además el ojo del amo, engorda el caballo; y si bien los huéspedes del Hotel Trotcha no tienen nada de caballo, puesto que entre ellos, entre los huéspedes, figura el Sr. Fagoaga, el hecho es que á ojos vistos engordan y mejoran de color.
Cierto que mucho influye en ello el aspirar á pleno pulmón el aire fresco y tónico del mar; pero con hermoso beneficio lo ha puesto Trotcha al posible alcance de mayor número de personas de lo que lo estaba hace algún tiempo. Cada bocanada de aire que se respiraba en aquella casa costaba un puñado de dinero. La vida era en aquel hotel irritantemente cara.
Trotcha, hombre de otros sentimientos y de otros fines, ha sabido abaratar la vida en su hotel, y lo tiene lleno. De modo que no me propongo con estos renglones sugestionar á nadie para que se instale allí, en casa de Trotcha.
Todas las habitaciones están ocupadas. Aquellas no son habitaciones: son lechugas, estimándolas por su frescura, porque sólo metiéndose un ser humano dentro de una lechuga, suponiendo que tal pudiera hacerse, sentirla tanto fresco como el que se siente ocupando en el Hotel Trotcha una habitación.
El más bello espectáculo es el mar: contemplándolo, el espíritu se desliza en suaves meditaciones sobre la moralidad de lo humano y lo eterno de lo divino. Yo he comparado, viendo el mar muy agitado, ese movimiento escénico y pasajero con el entusiasmo en los pueblos latinos, y me he dicho; el entusiasmo es un mal en ciertos países.
Ved si no á los conservadores, tan entusiasmados hoy como lo estuvieron ayer por todo lo contrario de lo que lo están en la actualidad.
— Y usted, señor Trotcha, que es viejo constitucional, — díjele, — también se siente hoy entusiasmado por la descentralización…
— Yo soy lógico, amigo Hermida.
— ¿Quiere decir eso, que en vista de haber triunfado las doctrinas defendidas por los reformistas, usted, caso de sentirse inclinado á la política de reformas, se afilia al partido que las viene defendiendo en el campo de la propaganda en vez de volver de espaldas el santo de la indispensable y única solución en verdad patriótica, ó sea la del credo asimilista!
— Le diré á usted…
— No me diga usted nada; usted es buen catalán. Ahora me doy clara explicación de que trate con más amor esta su casa del Vedado que las cosas de esa política de doble verbo…
— ¿Y qué es eso de doble verbo?
— Pues eso es lo que no puede ser: verbo es el alma de un solo cuerpo de doctrina, de modo que no puede serlo de otro sin dejar de ser tal verbo… porque todo otro cuerpo de doctrina tiene su propio verbo
—Más claro, más claro.
— El verbo de la doctrina monárquica no puede ser el verbo de la moral republicana, porque esta tiene su propio verbo.
Cuando los monárquicos se hacen republicanos, dejan su viejo verbo y saludan la diferente doctrina en que comienzan á comulgar… pero en modo alguno al cambiar radicalmente de credo, lo hacen bajo la inspiración del verbo político, que por inservible á las conveniencias materiales, han anulado en realidad… y verbo anulado es verbo muerto.
Recuerde, usted, si no, aquella explicación latina:
Servata fides cineri… pero el verbo constitucional no ha querido ser fiel á l a memoria de las cenizas de la doctrina que ha defendido toda su vida. Sesquipedalia verba! de tal verbo puede decirse, a juzgarlo por su elasticidad.
Francisco Hermida, julio 13, 1897.
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