Ignacio Agramonte — Triste nota histórica del 11 de mayo de 1873 por G. J. Barnet. Aproximándose la fecha tan aciaga como gloriosa del aniversario en que ocurrió la caída del titán de la revolución del 1868, nos parece de oportunidad consagrar a asunto de tan alto interés algunas líneas.
Ignacio Agramonte y Loinaz fue el ídolo más prestigioso de los cubanos del 1868, su memoria tiene que ser imperecedera: sus virtudes, sus hechos y su caída le colocan en puesto muy elevado: es inmortal.
Respecto de la muerte de Agramonte el más insigne de los patriotas cubanos, después del ilustre Céspedes, corrieron, y aun se sostienen diversas versiones. A ellas se refieren las notas que damos en seguida, recogidas unas por el que suscribe, y otras que hemos obtenido de personas del Camagüey que nos merece crédito.
Después del combate librado el 11 de mayo de 1873, entre fuerzas españolas de una parte y de otra los cubanos que obedecían á Agramonte —cuya retirada protegía el valiente coronel Serafín Sánchez; — se encontró casualmente por soldados españoles, en el campo sembrado de yerba de guinea, de la finca Jimaguayú, el cadáver de aquél.
Y es de advertir que no terminando la acción por huida de la fuerza cubana, la cual se retiró en orden, causa extrañeza que ninguno de los que componían la fuerza se diera cuenta de tan lamentable suceso, así como de que el enemigo tropezara con el cadáver casualmente.
De ahí procedían las distintas apreciaciones que se forjaron, afirmándose que la caída de Agramonte se debió á una venganza personal —que se dijo por alguno— de un hombre de color al servicio de Agramonte; asegurábase por otros que éste fué asesinado por mandato ó acuerdo de los que, se decía, abrigaban el propósito de terminar la guerra, desalentados ya por el largo y cruento é inútil batallar, por medio de un convenio con el gobierno español, el cual estaba dispuesto (?) á celebrar la paz haciendo generosamente algunas concesiones políticas á Cuba.
Y como los descontentos suponían con razón sobrada, dada la rectitud de principios de Agramonte, que éste no accedería á otra transacción que á la del reconocimiento por parte de España de la independencia absoluta de Cuba, salvaban ese obstáculo insuperable dando muerte al insigne é incorruptible patriota.
Tales eran las versiones que se sostenían entonces, además de la natural y consiguiente que ocurre en todo encuentro bélico.
A pesar de todo esto, persona respetable residente hoy en Puerto Príncipe, nos comunica en carta que tenemos á la vista, y que acompaña de un croquis del campo en que se libró el combate de Jimaguayú, señalando en este la situación de las fuerzas de ambos bandos, lo siguiente:
Respecto del asunto Agramonte nadie hay aquí que dé crédito á la versión de que fué asesinado, ni menos que lo fuera por sus propios paisanos.
El Sr. Luis Lagomasino, director del “Grito de Baire”, que parece estar bien informado, y con quien he hablado dos veces acerca del particular, tampoco le da crédito, aunque conoce que algo hubo que dió lugar á dicho versión.
Ese algo es que al ser examinado el cadáver cuando se hallaba depositado en el hospital (San Juan de Dios, creo), vieron algunos, entre ellos el presbítero Martínez, vecino todavía de esta ciudad, que los orificios de entrada y salida de la herida de la cabeza eran demasiado pequeños suponiendo que fuera causada esta por bala de revólver, arma que no usaban las tropas españolas; pero al mismo tiempo suponen que esa bala no fue intencionalmente dirigida contra Agramonte, que era muy querido de todos sus compañeros, sino que le alcanzó al abalanzarse al enemigo en lo más recio de la pelea y colocarse entre ambos fuegos.
El adjunto croquis explicará esto mejor.
Sin embargo, hace despertar y mantener dudas la circunstancia de no darse cuenta las tropas de Agramonte de que había caído éste y que su cadáver yacía dentro de la yerba de guinea, y la especie de herida de la cabeza, producida, al parecer, por bala de revólver disparada por mano cubana.
Sea de ello lo que fuese, lo tremendo para la patria fué la desaparición del héroe por excelencia de la revolución de 1868, del insigne cubano que lo reunía todo —cual otro Bolívar,— inteligencia, ilustración, valor, honradez, carácter enérgico y acrisolado patriotismo. Fué tanto más lamentable su caída cuanto que ocurrió en momentos supremos para Cuba, que entonces necesitaba más que otras ocasiones de los esfuerzos de sus hijos mejores.
¡Cuántas desventuras se habrían acaso conjurado sin su desaparición! Con Ignacio Agramonte probablemente no se hubiera realizado el vergonzoso “Pacto del Zanjón”, ni habría, echado raíces la traición de Vicente García, el Dr. Collado y otros que desnaturalizaron los valiosos servicios que habían prestado anteriormente.
Con Ignacio Agramonte, aun pactaba la paz con el enemigo, ¿habría quizás fracasado la protesta del gran Maceo en Baraguá…? ¡Cuánta tristeza produce el recuerdo de tanta desventura!
Como continuación de lo expuesto reproducimos lo que en otra carta nos participa la misma persona á que ya hemos hecho referencia.
“El cadáver de Agramonte fué traído del campo á esta ciudad (Puerto Príncipe) por la calle de San Diego, hoy Martí, hasta dejarlo depositado al fondo de un corredor bajo del hospital San Juan de Dios, donde estuvo expuesto al público desde las once ó doce del día hasta por la tarde, en que se le llevó al cementerio para ser quemado. La leña para la hoguera fué facilitada por un panadero, isleño canario que aún vive entre las gentes honradas, y que se nombra Antonio Mogica.”
Tal fué el triste fin de uno de los más ilustres patriotas de la revolución cubana de 1868, del insigne camagüeyano, honra y prez de Cuba, del incorruptible Ignacio Agramonte y Loinaz.
Así terminó la preciosa existencia del hombre sin igual con quien soñaban sus compatriotas para que ocupara en no lejano día la presidencia de la República. La fatalidad á ello se opuso.
Bibliografía y notas
- Barnet, G. J. “Triste nota histórica, 11 de mayo de 1873”. Revista Ilustrada Cuba y América, vol. XIV, núm. 8, Feb. 1904, 200-202.
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