
La Fundación de Villa Clara contada por Antonio Berenguer. Corría el siglo diez y siete. Unas cuantas familias de Remedios, huyendo a las continuas fechorías de los piratas, se internaron en un lugar, lejos de la costa, conocido entonces con el nombre de “Santa Cruz del Cayo de Sabana Larga”.
El sitio elegido por aquellas timoratas familias, para fijar su residencia, era árido en demasía, empero, ofrecía pastos bastantes para el sustento del poco ganado que llevaron y había agua suficiente, proporcionada por dos arroyuelos afluentes del río Sagua la Grande, que ellos denominaron, Bélico y Cubanicay.
En ese lugar, a la sombra de un frondoso tamarindo, se dijo la primera misa y nuestros antepasados elevaron al cielo las primeras plegarias de su fe cristiana.
Construyeron, con tablas de palma y guano, sus viviendas y así comenzaron a fomentar un pueblo, que al andar de los tiempos, sería la ciudad de Santa Clara, capital de la provincia de su nombre, cuya extensión y adelanto en el día de hoy, ponen de manifiesto la perseverante actividad de sus hijos y la actuación del General Machado, encaminada a engrandecer el pueblo de su nacimiento.
Una ermita, Nuestra Señora del Carmen, construida más tarde, perpetúa aquella fecha memorable y el acto que, en ese mismo lugar se efectuó el día de la fundación, 15 de julio de 1689.
Esta es la tradición histórica, descrita en breves rasgos, a la que debemos dar crédito, no así a otra tradición que la fantasía popular inventó, secundando sus costumbres burlonas y poniendo de manifiesto el carácter expansivo, propio de nuestra raza y heredado de nuestros progenitores.

Nos cuenta esa tradición, que en aquellos días, los pocos habitantes de Remedios, vieron con horror como se posesionó de la población una inmensa plaga de ratones, hambrientos y de gran tamaño, que durante el sueño, les comían los dedos de manos y pies, haciéndoles penosa la existencia, disfrutada plácida y venturosa, mientras no era interrumpida por los corsarios, que robaban sus propiedades y ponían en grave peligro sus vidas.
Cuando más preocupados estaban con la invasión ratonil, se presentó ante el Cabildo, (que así se llamaba en aquellos tiempos el Ayuntamiento), un viejo francés, ofreciéndoles en venta una fiera que ahuyentaba los tales ratones y aniquilaba, entre sus garras, ocultas y punzantes, los que quedaban rezagados en el urbano recinto.
La felina fiera fué soltada por su dueño, la cual demostró su destreza ante los señores Regidores, devorando algunos guayabitos que impunemente retozaban entre los adoloridos pies de nuestros antepasados munícipes.
El Cabildo estupefacto, pagó por aquella fiera, que no era otra cosa que un gato, lo que su dueño pidió; quien, muy contento por el buen negocio, abandonó el poblado dejándoles la fiera que tan buenos escudos le había proporcionado.
Pero como se le ocurriera a un Regidor, más precavido que los demás, preguntar qué comía aquel animal que después de jugar con los ratones los abandonaba muertos, sus compañeros, despavoridos todos, corrieron al camino real al alcance del Musiú, que ya iba lejos, gritándole:
¿Qué come la fiera, qué come la fiera?
Oída la gritería por el francés, sin detener su paso, les contestó: “como la gente”. Eso era lo único que les faltaba a aquellos inocentes vecinos para abandonar a Remedios. La fiera comía gente.
Huyamos, decían, abandonemos este lugar infestado de ratones, corsarios y fieras, enemigos todos, que nos roban, comen y matan, y los Consuegras, Pérez de Morales, Pérez de Alejo y demás Marcos Pérez en Buena Vista, recogieron sus matutes, sus ganados y utensilios, emprendiendo camino hasta Santa Cruz del Cayo de Sabana Larga, donde acamparon, fundando a Villaclara.
El gato que decidió esta violenta emigración, se refugió en la Iglesia. El cura, una de las pocas personas que no abandonó la ciudad, recibió al gato con las evangélicas palabras: “Yo soy oveja entre fieras, vivirás en mi compañía, que así lo quiere el Señor”.
Pasaron algunos días: aquellas familias determinaron saber qué había sido de Remedios y de los habitantes temerarios que allí se habían quedado, desafiando tantas calamidades y de qué habían podido valerse, para no ser devorados por la terrible fiera.
Acercándose cautelosamente a sus antiguas viviendas divisaron, a corta distancia, la torre de la Iglesia. Fijos, en ella, valiéndose de un catalejo que usaba un Pérez de Alejo, observaron que en la torre estaba el gato, y como en aquellos instantes se lavaba la cara con su manita de mota, después de humedecerla en la boca, costumbre propia de estos animales, fué interpretada por esas buenas gentes en el sentido que la fiera les decía:
“Vengan para acá, que me los voy a comer a todos.”
Atemorizados regresaron al punto de partida y ese fué el origen que la leyenda popular atribuye a la definitiva fundación de Villaclara.
Antonio Berenguer, 1929.
Bibliografía y notas
- Berenguer, Antonio. “La fundación de Villa Clara”. Revista El Fígaro. Año XLVI, núm. 1, junio 1929.
- Las Villas antigua provincia de Cuba.
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