
La guerra de las hormigas y bibijaguas por Emilio Sánchez y Sánchez. AI Dr. Alejandro Muxó y Pablo. Por su pintoresca posición, sus espléndidos paisajes y su peculiar fisonomía: tiene Trinidad cierto secreto encanto, por el cual ejerce una poderosa sugestión en el espíritu de propios y extraños.
Y allá, más de corrida la mitad del pasado siglo XIX, el paseante madrugador que transitara por las calles de la Alameda, de la Boca o de Gutiérrez, quedaba admirado al contemplar el hermoso espectáculo que ofrecían los airosos Almendros de la India, los coposos Laureles, los magníficos Alamos y otras plantas, que ornamentaban la vieja Ciudad, que yace sumida en profundo éxtasis al rumor del Táyaba misterioso.
Pero una noche, protegidas por las sombras nocturnas, cual las hordas de Atila o Tamerlán, —invadieron la Ciudad legiones de bibijaguas, —ese maligno y voraz insecto que parece gozar en hacer el daño y que era conocido de los siboneyes,— como parece indicarlo el mismo nombre del insecto.
Y con febril diligencia cavaron sus alojamientos, —como los modernos boches1, —al pie de los árboles que prestaban alegría y realzaban la belleza de nuestra población; llegando hasta los mismos cimientos de las casas próximas, al extremo de poner algunas en grave riesgo de desplomarse, y en no pocos casos el riesgo se convirtió en realidad positiva. El nuevo convecino resultó no solo molesto, sino temible.
No se podía tolerar que los intrusos insectos, después de despojar los hermosos almendros, álamos y laureles de su espléndido follaje; redujesen a ruinas nuestras casas. Y como era natural, se resolvió combatir ese enemigo poderoso, cuya pequeñez está compensada por el número.
El Coronel de infantería D. Francisco Patiño y Domínguez, que gobernaba a la sazón en Trinidad2, tuvo la ingeniosa ocurrencia de encargar, —sin que sepamos a donde,— panales o nidos de hormigas locas que no eran conocidas en Trinidad, y que procedentes de Francia, fueron introducidas en Cuba, precisamente con el objeto de combatir las bibijaguas.
El Gobernador mandó introducir los panales en los bibijagüeros… ¡Y allí fué Troya! Las hormigas atacaron y persiguieron con fiera saña a los habitantes de las furnias, que fueron devoradas con pantagruélico apetito.
Pero pronto se acabó la merienda, y las bibijaguas que no perecieron, huyeron muy lejos. Las hormigas medraron y prosperaron extraordinariamente y con asombrosa rapidez se multiplicaron de tal manera y tan audaces se hicieron, que nada respetaban, al punto de constituir un peligro mas serio que las bibijaguas.
EI remedio fue peor que la enfermedad; y los trinitarios se vieron entonces en la necesidad de atacar a las hormigas, con pencas de guano encendidas, petroleo y cuantos medios se recomiendan en estos casos, y ante una ofensiva tan enérgica, las hormigas abandonaron las excavaciones conquistadas a fuerza de tenazas…
Se refugiaron en las faldas de la Vigía, en las sabanas y llegaron hasta el Valle y las Vegas, y arrasaron con las siembras y las aves, como una venganza a la quema que les dieron en el pueblo.
La plaga de las hormigas no causó esos daños solamente. Se recuerdan casos espantosos.
Allá por las Vegas una madre despreocupada y parlanchina dejó su hijo, de poco más de un mes, dormido en su cama, y se fue a charlar y murmurar a casa del vecino. Al cabo de un buen rato regresó a la casa, y quizás con más sorpresa que dolor, vió que su hijo, presa de agudos dolores, era pasto de las voraces hormigas. Y pocas horas después, —que debieron ser horas de crueles tormentos,— murió aquel angelito, víctima de los fieros
insectos.
Y ahora verá el caro lector el final de esta historia hormigueril. Al pié de la loma de la Vigía y junto al escabroso sendero que conduce a la pintoresca casita donde habita el Vigía, existía, —y aun quedan allí sus ruinas,— el viejo Polvorín.
Cierta mañana transitaba por allí un buen hombre, y observó con asombro, que al borde de la enmarañada manigua, algún padre perverso o alguna madre descastada habían dejado abandonada una inocente criatura, envuelta en mugrientos harapos, y devorada por las hormigas.
En medio de su estupor, aquel buen hombre tuvo el buen juicio de dar cuenta de su macabro hallazgo al Pbro. Antonio Bret y Sepúlveda, Cura de la Iglesia “Nuestra Señora de la Candelaria”, o de “La Popa”.
Sin duda que el misterioso crimen era para suponer que el mismo Diablo había metido la pata en el negocio, y así lo creyó el P. Antonio; quien para espantar las peligrosas hormigas y al Diablo, —por si acaso entre ellas estaba mezclado, adoptando su forma,— se puso a la cabeza de una procesión, en la que formaban las más conspicuas beatas y calambucos del Corojo y la Cantoja, ¡Viejas y viejos venerables, que el o la que menos fué testigo de la “Tormenta de San Evaristo”!
Junto al P. Antonio iba el monaguillo que sin cesar movía el “incensario”, de donde brotaban espirales de aromático humo, y seguíale la comitiva, portando en la diestra velas benditas encendidas, y en la opuesta mano güiros de agua bendita.
Cuando llegó la original procesión al lugar donde fue hallada la infeliz criatura, —que fué festín de hormigas,— el P. Antonio dijo un rezo propio del caso, repetido por la muchedumbre de respetables longevos, y rociando con el hisopo la tierra, por donde aún discurrían millares de hormigas, exorcizó el lugar…
¡Más de mediado el siglo que en la Historia se conoce por “el siglo de las luces”3, se realizaba en la culta Ciudad del Táyaba, una practica medioeval! Y bueno es saber que el crimen jamas se descubrió: a pesar de la intervención del Cura de “La Popa”…
Al amable lector no sorprenderá; seguramente, esta historieta, si recuerda que a poco de fundada por Velázquez la Villa de S. Spiritu; fue necesario trasladar su asiento a un lugar distante una legua, al Este, de su asiento primitivo, a las márgenes del Táyaba; a causa de una invasión de hormigas, que causó la muerte de algunos niños y animales.
Y esto ocurrió también en otros lugares de Cuba, en los primitivos tiempos; en que a las atrocidades de los conquistadores hay que sumar la calamidad de las hormigas.
Bibliografía y notas
- Boche: Hoyo pequeño y redondo que hacen los muchachos en el suelo para jugar, tirando a meter dentro de él las piezas con que juegan. (Real Academia Española). ↩︎
- Desde el 26 de julio de 1863 al 27 de Octubre de 1868, y después desde el 4 de Enero al 27 de Marzo de 1869. ↩︎
- Siglo de las luces, siglo XVIII ↩︎
- Sánchez y Sánchez, Emilio. “La guerra de las hormigas y bibijaguas”. Recuerdos del Tiempo Viejo: Tradiciones Trinitarias. 1936, pp. 135-138
- Historias y leyendas de Cuba y el Mundo
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