José Martí como orador eximio. Juicio, sintético, acerca de la manera de hablar del Maestro i de la originalidad de su elocuencia.
La elocuencia de José Martí tuvo un doble ritmo: el ritmo armonioso de la música i el ritmo inefable del espíritu. Hablaba, i su voz era como una flauta de cristal con un amplio registro de notas graves, medias i agudas. Era, a veces, como la cauda de una cascada, i a veces, como el salto de un torrente.
Caldeaba su palabra, gradualmente, al fuego de emociones diversas. Ya fosforecía en relámpagos; ya retumbaba en truenos; ya estallaba como un rayo. Algo —i en ocasiones mucho— hubo de originalidad en su elocuencia, cuando hablaba en la tribuna, lo mismo que en su estilo, cuando escribía. La originalidad es atributo del genio.
En mi conferencia -Martí en la Primada de América- improvisada mejor que dictada en Santiago de Cuba, la noche del 17 de junio de 1919, discurriendo a ese respecto, emití estos conceptos:
¡Incomparable verbo el suyo! Martí era el orador por antonomasia. Cuba se gloría, justamente, de su alta i noble tribuna. Yo creo que es suya la preeminencia en la oratoria neo española. Ella posee pléyades de grandes oradores.
Tales: Zambrana i Cortina, Montoro i Figueroa, Giberga i Fernández de Castro, Xiques i Sanguily, Eusebio Hernández i García Kohly, Alfredo Zayas i Juan Gualberto Gómez, J. Manuel Carbonell i E. Loynaz del Castillo, Sánchez de Fuentes i Sánchez de Bustamante… Pero ninguno se ha cernido desde la altura aquilina que señoreaba el verbo ecuánime del sembrador cubano. Ninguno como él, señores, porque Martí era el orador poeta i fué el apóstol del ideal nacionalista.
Aquella noche —en pugna acaso con el meteoro pluvioso— se desbordó en tres vertientes de potísima elocuencia; i fué lluvia de rosas, la primera; lluvia de alas, la segunda; lluvia de estrellas, la tercera. Ahora, en esta cordial evocación, después de cinco lustros de aquella noche inolvidable, la visión se ensancha i se reproduce acrecido el milagro del verbo hecho hombre i hecho patria.
Ya nó la lluvia de rosas, de alas i de estrellas; sino algo así como la confluencia imaginaria del Orinoco, el Plata i el Amazonas; o como la imaginaria conjunción de las tres ingentes cataratas líricas del mundo americano: la del Niágara de Heredia, la del Iguazú de Guido-Spano, i la del Tequendama de Pombo!
Hai una nota con la cual robustezco mi opinión. Dice así: —Manuel Sanguily, orador, crítico i prócer, escribió en 1912 a ese respecto: “Oyéndole, comprendo que en la tribuna debía ser asombroso i excepcional; algo singular, sin parecido con ningún otro orador…”
Ahora agrego: “asombroso, excepcional, singular i sin parecido con ningún otro orador”, son términos que solo convienen a una elocuencia original en grado sumo.
¿Cuál era su aspecto i actitud en la tribuna?
Martí tenía una serenidad evangélica, mientras discurría en la conversación o en la oratoria, hasta el momento en que la emoción o la pasión lo exaltaba. Entonces vibraba su organismo físico a impulso de su verbo en llamas.
Pero mantúvose lejos de las acritudes trágicas o cómicas de proscenio o del estadio. Su presencia atraía con una rara atracción simpática, cuando conversaba, lo mismo que cuando oraba. Era sugestivo como pocos.
La sugestión, en él iniciabase con el ritmo de sus manos, con las modulaciones de voz, con el relampagueo de la luz de su mirada; i culminaba enseguida con el dominio señorial de su palabra de apóstol i maestro.
Su palabra era divina como la de los tres máximos oradores griegos.
Si preparaba sus discursos, parcial o totalmente, o si usted cree que los improvisaba.
He inducido i opino que Martí jamás escribió previamente sus discursos. Ello no obstaría, claro es, a la preparación mental de los tópicos cardinales en ocasión de sus grandes piezas oratorias. Era un fácil i abundante improvisador.
Bastaba oírlo en el diálogo, i aún más en el monólogo para conocer al punto que a su abundancia de corazón correspondía la abundancia de elocuencia de un óptimo tribuno. Tengo para mí que la mayoría de sus discursos fueron improvisados
Veces que habló en Santo Domingo í sobre qué motivos.
José Martí estuvo tres veces en la República Dominicana: en 1892, en 1893 i en 1895. En esas tres ocasiones estuvo en el Cibao. En la última permaneció casi dos ses en Montecristi. Pasó la mayor parte de ese tiempo en el fundo i hogar de Máximo Gómez —“La Reforma”” así denominado por el alto prócer i estratega insigne en recuerdo de otro fundo campestre que fué su hogar en Cuba.
Allí se hallaba, el 24 de febrero, cuando el grito de Baire inició la última etapa de la revolución de independencia. De allí salió “con una mano de valientes” el primero de abril, dejando escritos los dos documentos históricos que son como el epílogo de la serie de sus magnos discursos inductores: el “Manifiesto de Montecristi” i la “Carta-testamento”, ambos de la misma fecha: el 25 de marzo de 1895.
En la capital de la República, la ciudad de Santo Domingo solamente estuvo en la primera de sus visitas al pueblo dominicano. Aquí permaneció tres días: el 18, el 19 i el 20 de septiembre de 1892. Doi fe de cuanto dijo e hizo entonces porque estuve a su lado de contínuo.
En mi hogar, entonces feliz, lleno de alborozo con su presencia, pasaba la mayor parte del día. El hotel, en la noche, sólo lo retuvo en las horas del sueño. Fueron legión los que aquí gozaron de su conversación amena i sugestiva. Como orador disertó en tres ocasiones. Dos veces lo hizo en sendas reuniones celebradas el 19, para exponer el programa i la organización de los centros i las delegaciones, que formaban i formarían la red revolucionaria, para el servicio de la causa libertadora de Cuba.
Su exposición, precisa i clara, terminó en la segunda con una arenga, elocuentísima, en la cual puso toda el alma i vibró el alma de Cuba.
La tercera fué el 20 —de 9 a 12 de la noche— en el local de la “Sociedad de Amigos del País”, i allí improvisó el magnífico discurso, en tres secciones, con que logró unir, en un mismo ideal de solidaridad antillana i de redención absoluta, el alma cubana i el alma dominicana.
Ciudad de Santo Domingo. R. D., 1929
Citas y referencias:
- Henriquez y Carvajal, F. (1929, dic.) Martí como orador eximio. Revista Social, p. 12
- Méndez, I. (1929, junio). El Misticismo de Martí. Revista Social, pp. 11, 71, 80, 81.
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