
La India Anacaona. Revista La América, Crónica Hispano Americana. Mar. 12, 1870.
En la memorable carta que el doctor Charcas (Diego Alvarez), físico de la Armada del inmortal almirante Cristóbal Colón, dirigió á los muy nobles señores del cabildo de Sevilla, les decía entre otras cosas lo siguiente:
Vimos el domingo de mañana sobredicho por proa de los navíos una isla, y luego á la manderecha pareció otra; la primera era la tierra alta de Sierras, la otra era de figura llana, llena de bosques con árboles muy altos y asaz corpulentos.
En todo aquello parecía de esta isla todo montaña muy verde y hermosa, fasta el agua, que era alegría en mirarla porque en aquel tiempo no hay en nuestra tierra apenas cosa verde.
Llegamos ya cerca, y entonces mandó el almirante que se adelantara la carabela mas ligera, la que tomó luego puerto, y saltando los tripulantes á tierra entraron en las casas, en las que había su gente, é huyeron, dejando todo lo que en ellas tenían.
Mas poco á poco fueron llegando algunas mujeres, significando por señal que los hombres hablan salido á captivar mas mujeres, que esto produce entre estas gentes mucha algazara y alegría cuando vienen con el rico botín, que consiste en todas las mujeres, que pueden haber, en especial mozas y hermosas las cuales conservan en sus casas, y había tantas, que en mas de cincuenta no parecieron ellos, y de las captivas se reunieron mas de veinte mozas, llevando algunas de ellas en las piernas dos argollas, tegidas de algodón, la una junto á la rodilla, la otra junto con los tobillos, de manera que les hacen las pantorrillas grandes, é de los dichos lugares muy ceñidas, que esto me parece, que tienen ellas por muy gentil.
Y si hemos de creer verídicas crónicas, moza muy hermosa y muy dispuesta era Anacaona, cuya historia en aquellos tiempos interesó sobremanera por la gran influencia que esta india ejerció en los primeros momentos de la inolvidable conquista de aquella envidiada parte del mundo, descubierta por la profunda ciencia y nunca desmerecida perseverancia del célebre Cristóbal Colon.
En una de las escursiones, que mucho antes de la llegada de nuestras Naos, habían hecho los indios caribes, á una de las islas inmediatas, que se cree que fué Borinquen (Puerto-Rico), hubieron de cautivar a la bella Anacaona, hermana de un cacique llamado Bohequio, y de éste tan querida, que no pudiendo rescatarla, prefirió abandonar su país natal, y seguir la suerte de aquella hermosa joven, que como un precioso tesoro, había guardado desde la infancia.
Fueron á parar precisamente al Barao, distrito de la isla española de los mas fértiles, y en donde puede decirse qué eran algo mas templadas las bárbaras costumbres de aquellos naturales.
La gallardía de Bohequio, la suma destreza con que manejaba la flecha y la presencia de ánimo que demostraba en sus frecuentes combates, unida á la mucha bondad de su corazón, le conquistaron bien pronto las simpatías de todos sus convecinos, los que lo reconocieron como jefe, y era tal su ascendiente, que á pesar de ser extranjero, era, digamos, el mediador para dirimir las continuas contiendas que se originaban entre los varios caciques que gobernaban aquellas turbulentas é insubordinadas tribus.
El gran almirante había ya salido para España á dar cuenta de su felicísima expedición, y á narrar las mil bellezas de la fértil y pintoresca tierra que había de ser el origen de un vastísimo imperio, cuya incomparable opulencia dio á la madre patria riquezas inmensas.
D. Bartolomé Colon, el Adelantado, quedó mandando la isla, y desde luego procuró dar cumplimiento á las instrucciones, que de su hermano el almirante recibiera, quien se las había dado detalladas y minuciosas.
Salió acompañado de soldados y artesanos, á los cuales ocupó en trabajos de minería , para buscar oro, no descuidando la construcción de un fuerte, que en todo tiempo los sirviera de defensa, pues no todas las tribus eran igualmente sumisas á los recien llegados europeos.
Para el objeto eligió un lugar extenso y delicioso con una campiña llana y fértil, de hermoso arbolado, enriquecido con canteras casi marmóreas y materiales fáciles para construir sólidos edificios, abundante de aguas potables y de otros elementos necesarios á la vida, donde de tantas cosas carecían.
Pero siguiendo camino para recorrer aquellos campos, y como á treinta leguas hacia el Sur, entró en tierras del cacique Bohequio, preparado y como en actitud amenazadora; la vista de los españoles le impuso, y negó que tuviese intenciones de acometer, diciendo que aunque tenia su gente reunida, era solamente con objeto de aquietar á ciertos caciques dependientes suyos.
El recibimiento que á los españoles se hizo en todo el camino fué alegre y festivo. Mas donde se reconoció el deseo de complacerles, fué en la rústica población del mandarin.
Desde que á ella se acercaron, todo el pueblo en masa salió para agasajarles.
Al llegar á las cercanías de la habitación de Bohequio, se presentaron treinta mujeres, presididas por la preciosa Anacaona, con ramos de palmas en las manos, y desatándose las trenzas, que llevaban recogidas sobre sus cabezas, empezaron á cantar y á bailar al son de un instrumento, cuyos estrepitosos sonidos resonaban con mucho estruendo, dirigiéndose todas con semblante dulce al Adelantado, le entregaron al fin todos los ramos, doblando las rodillas en señal de sumisión y reverencia.
Aquellos bailes y aquellos cantos, reunidos á las gracias y al donaire que poseían las indígenas, sorprendieron á los nuevos huéspedes. Era todo nuevo para los conquistadores, pues hasta entonces no habían visto aquella natural expansión de las indias, ni habían aun reconocido la ternura de estas mujeres; mas que todo su inocente desvío y la morbidez de sus formas acabó de enloquecerlos y hacerles mas grata la visita á tan inolvidable comarca, do habitaba la tan celebrada Anacaona, respetada como una sultana.
Esta mujer, notable en la isla por su prudencia y su hermosura, era pretendida del fiero y temido Caonabó, quien para conseguirla hubiese dado, á no dudarlo, todos los tesoros que poseía en su rico distrito, tan abundante en arenas de oro y otras preciosidades.
Pero un alma noble y de los instintos de la bella borinqueña, no era posible que correspondiera á uno de los mas sanguinarios caciques; y esto influía en contra del humanitario Bohequio, pues que tenia que estar alerta, para no sufrir los efectos de las asechanzas de aquel verdadero caribe.
La hija de los trópicos, que era de imaginación muy despejada, conoció que hubiera sido gran temeridad querer oponerse al valor de los españoles; así es que influyó cuanto pudo en el ánimo de su hermano, aconsejándole la sumisión y amistad con los enviados de los reyes de Castilla, siendo esto sumamente útil, porque Anacoana entre aquellas sencillas gentes era creída como un oráculo, y como les impulsaba á la obediencia, fuéronse conquistando cacicatos sin efusión da sangre, preparados como estaban todos por influyentes consejos, de la que mas tarde se señaló también por sus recomendables acciones.
Uno de los festejos con que obsequiaron á los españoles, fué conducirles á la plaza para presentarles dos escuadrones de flecheros, y escaramucearon al principio y luego comenzó el simulacro como si tuvieran delante al enemigo, hasta que, encendida la pelea, mandó el Adelantado que cesara, al ver que no hacían caso de los indios heridos, ni de los que caían muertos; tal era su hábito de presenciar desastres.
No es extraño que las gracias seductoras de Anacaona cautivaran á alguno de aquellos bravos guerreros, que en la pacífica excursión por la Jaragua, acompañaban al bondadoso Adelantado, cuya recomendable política tanto contribuyó á la sumisión de casi todos los caciques aun lejanos de las tierras de Bohequio.
El bizarro Miguel Diaz, valiente jefe de los tercios que emprendieron tan arriesgada empresa, perdidamente enamorado de la india, procuró que la instruyeran en doctrina cristiana, y cuando ya instruida de las verdades de nuestra religión, fué bautizada con el nombre de Catalina, añaden las crónicas, que tuvo, que guardarse mucho de los ardides del caribe Caonabó, que trataba de vengarse de los desprecios recibidos por su simpática compatriota.
Casada mas tarde con el capitán Diaz, cuéntase que fué esposa ejemplar, muy amante de su marido, y que como madre buena y cuidadosa procuró educar á sus hijos lo mejor que se podía en aquellos atrasados tiempos.
Anacaona fué una providencia para los españoles, no olvidando tampoco á los indios, teniendo hasta la magnanimidad de interceder por el sanguinario Caonabó, quien tantos daños les había ocasionado; este desgraciado, con su indomable ferocidad, fué al fin reducido y preso, y teniendo que sufrir el condigno castigo de sus fechorías, fué minorado de la tremenda pena por los buenos oficios de la india, siendo conducido á España con la súplica á los poderosos soberanos castellanos, de que se apiadaran de aquel infeliz, que nacido y educado en las repugnantes costumbres de antropófagos, no podía haber conocido ni las ventajas de la civilización, ni las leyes de la sana moral, de que gozan los que tienen la dicha de formar parte de los territorios, donde se veneran las santas doctrinas del Crucificado.
Hemos tenido el gusto de ver en aquellos fértiles campos algunos de los sitios, donde la tradición refiere aun hoy día alguna de las bellas acciones de la india Anacaona, y el sabio y erudito dominicano, D. Antonio Velmonte, nos hizo el obsequio de proporcionarnos algunas notas de gran estima, referentes á interesantes episodios de la famosa conquista, pues que en la familia apreciable y distinguida de aquel amable jurisconsulto existe un archivo de notabilísimos documentos, que han sido útiles ya á mas de un célebre historiador, y lo serán en todos tiempos, para el hombre estudioso, y sobre todo para el español entusiasta de los hechos heroicos, que la historia de la humanidad enaltecen, debidos al arrojo y al espíritu esforzado y aventurero de los hijos de aquella hidalga tierra, donde nacieran varones tan ilustres como el Cid, Pizarro y Hernán Cortés.
Cavite…
A. R.
(Del Diario de Manila.)
Bibliografía y notas
- N. del E. — De esta historia aparece un final completamente diferente en el libro de Irvin Washington. En este titulado Vida y Viajes de Cristóbal Colón publicado en su tercera edición en 1854 dice: La princesa Anacaona fue conducida á Santo Domingo cargada de cadenas. Se les concedió la apariencia de un proceso criminal, en que salió inculpada por las declaraciones que el tormento arrancó á sus súbditos, y por el testimonio de sus verdugos, y fue ahorcada ignominiosamente en presencia del pueblo…
- Anacaona gobernó el Cacicazgo de Jaragua en el actual Haití.
- A, R. “La India Anacaona.” Revista La América, Crónica Hispano Americana. Mar. 12, 1870.
- Irving, Washington. Vida y viajes de Cristóbal Colón. Madrid: Gaspar y Roig, 1852.
- Historias y Leyendas.
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