Paseo por el San Juan (en) obsequio á la Avellaneda.
Anteayer viernes (8 de Noviembre de 1861) a las 5 de la tarde salía una gran comitiva compuesta de señoras y caballeros de lo más granado de nuestra sociedad, y precedida de la Sra. Da. Gertrudis Gómez de Avellaneda que apoyada en el brazo de un respetable señor se dirigía hacia la orilla del río San Juan.
Una cómoda lancha convertida en un elegante estrado esperaba juntamente con el vapor que la había de remolcar: llegaron todos al lugar designado para el embarque, y fueron entrando en el buque al grato son de una orquesta que derramaba torrentes de armonía.
Infinidad de curiosos presenciaban tan preciosa escena desde ambas márgenes del río. No bien se hallaban a bordo de la embarcación los que componían esa placentera expedición, cuando el atronador silbato del vaporcito Príncipe Alfonso anunció la hora de partir.
El ruido de la hélice al herir las ondas; los ecos de la inspiradora música; las frases que los viajeros se dirigían regocijados, y las mil y mil voces de despedida que lanzaban los espectadores desde tierra, todo formaba un maravilloso concierto, presentando a la vez un cuadro completamente indescriptible.
Al pasar la risueña flota por debajo del puente de San Luis, ocupado por un gentío inmenso, resonaron mil acentos entre los saludos que se cambiaban unos y otros.
El sol iba declinando lentamente; sus últimos fulgores comenzaban a trazar en ocaso ese golfo de púrpura y grana donde se sepulta el regio planeta: los rojos tintes del moribundo día se derramaban imprimiendo un matiz raro y bello: la dulce cantora á quien se le rendía un obsequio en este paseo, hallaba á doquiera que dirigía sus ojos el lindo mosaico de un primoroso panorama.
Lánguida la tarde lanzaba su postrer destello vencida ya por las tinieblas de la noche: la luna entonces, como queriendo contribuir al mejor éxito de la amena excursión que iba rasgando la superficie del San Juan, aparecía en el espacio enseñando una pequeña parte de su blanca y luminosa esfera.
La lancha que conducía tan precioso cargamento cesó de repente de andar: la orquesta dejó escuchar una de esas irresistibles danzas y todos se pusieron en movimiento: habían llegado a la bonita finca Los Molinos.
Una vez en tierra, se dirigieron los joviales expedicionarios a la casa donde mora la apreciable familia del dueño de la indicada finca, donde fueron recibidos con las mayores muestras de atención y agrado. El incesante y grato ruido de la sonora cascada, cuyas espumas se tienden por la menuda arena como brillantes aljófares, daba más interés y belleza a aquellos deliciosos contornos.
Después de recorrer una parte del ingenio admirando tanta hermosura, tornaron a la casa de vivienda y bailaron dos danzas con sobrado júbilo. A poco de haberse ejecutado la segunda, tocóse a retirada y volvió el bajel á recibir a la insigne poetisa y su acompañamiento.
Ya en medio del rio suplicósele a dos de nuestras más bellas señoritas que cantasen, y ellas accediendo gustosas, si bien usando su natural modestia, dejando escuchar con voz clara y sonora una linda canción cubana, que fué estrepitosamente aplaudida.
Tan propio encontrábamos el canto en semejante reunión; también nos parecía que dos gentiles matanceras cantasen en presencia de nuestra querida huéspeda, el agradable rumor de la corriente al besar el esquife, que no pudimos menos que felicitar a la persona que tuvo tan feliz pensamiento.
Al concluir la canción rompió la orquesta en animadora tocata; entonces sonó una voz imponiendo silencio, y acto continuo pronunció nuestro co-redactor D. Rafael Otero la siguiente improvisación:
Esa cubana armonía
Dá vida á mi corazón.
Despierta mi inspiración
Que entre dolores dormía;
Hoy á Cuba envidiaría
La bellísima Stambul;
Mirad ese cielo azul
Do mil estrellas están
Iluminando el San Juan
A la Autora del Saúl.
Un sin número de ¡bravos! lanzaron los oyentes batiendo palmas al terminar el Sr. Otero esa bonita décima, que expresó con voz llena y elocuente y que la Sra. Avellaneda acogió con ostensibles muestras de satisfacción.
Volvieron las dos hermanas á elevar sus tiernos acentos en dulce canto y volvieron a ser premiadas como la vez primera con ese espontáneo aplauso que arranca quien sabe con su voz conmover las fibras.
Algunos instantes después levantóse el que estas líneas escribe, y con fé en su inspiración y no en su numen, improvisó estos versos:
Entre placer y armonía
Un genio bajando á verla,
Conduce el San Juan la perla
Que el manso Tínima envía.
Joya de tanta valía
Impone al genio la ley:
Aquí solo Apolo es rey;
Aquí va la maravilla,
Y aquí entre diamantes brilla
La perla del Camagüey.
Los circunstantes dieron una prueba más de su galantería y delicadeza aplaudiendo al autor de la citada decima. Nuestro apreciable amigo el joven D. Emilio Blanchet tomó a su vez la palabra, y recitó con vibrante acento varias
estrofas de una composición suya dedicada á la Sra. Avellaneda, las que sentimos no recordar para estamparlas aquí. La orquesta tocó enseguida una pieza escogida; tornó á callar y entonces llegó uno de los momentos más felices del paseo.
A insinuación de un amigo nuestro manifestó la sin par Tula que iba a recitar una de sus composiciones poéticas; la elegida fué una de las más preciosas y más apropósito para el paraje en que se hallaba; era La pesca en el mar.
¡Qué sublime escena se representaba en derredor nuestro! ¡Solo un sueño, una ilusión nos parecía cuanto por nosotros pasaba! En ese río donde más de una vez se fijaron los ojos de Plácido y Heredia; donde aún se fijan las vagas pupilas del desdichado Milanés; en ese río, calle de esmeraldas con pavimento de plata, resonaba en la noche del 8 de noviembre de 1861 la conmovedora voz de la gran Avellaneda.
Sentimos infinito no poder insertar en esta descripción, a causa del corto espacio de que podemos disponer, toda la concepción poética que nos dejó oír su galante autora, pero no resistimos al deseo de copiar de ella el fragmento siguiente:
Yo á un marino le debo la vida,
Y por patria le debo al azar
Una perla en el golfo mecida
Al bramar
Sin cesar
De la mar.
Los suspiros de amor anhelantes
Quién, oh amigo, querrá sofocar,
Si es tan grato á los pechos amantes
A la par
Susurrar
En el mar!
A las ocho y media de la noche tocaba en tierra la afortunada embarcación de regreso de tan próspero viaje; y mientras los marineros disponían el desembarque, pronunció unos versos de cálamo-cúrrente el autor de este folletín.
Cuando toda la comitiva se hallaba en tierra dirigióse á la morada de la amable Sra. Carlota Ruiz, donde se hospeda la que tantas y tan marcadas pruebas del aprecio de los matanceros acaba de recibir.
Así que hubieron llegado todos a la mencionada casa, se sirvieron dulces, helados y licores con profusión, bailándose poco después una danza que fué el complemento de tan soberana gloria.
A las diez poco más terminó la fiesta; despidiéndose todos tierna y cariñosamente de la Sra. Avellaneda que con esa amabilidad que la caracteriza correspondía á las afectuosas expresiones que se le prodigaban. Dichosa época de nuestra vida que siempre y siempre nos la hará recordar la virtud de la reminiscencia.
Aurora del Yumurí de 10 de Noviembre de 1861.
Kelly Bico dice
This is a really lovely passage – I wish I could read more from this publication.