Cartas de Heredia a Domingo del Monte, Boston, diciembre 4 de 1823
Amadísimo amigo:
no quise abrazarte en el momento de mi partida, porque temí que mi constancia no pudiese resistir a esta última prueba, y que me fuera imposible arrancarme de una tierra en que dejaba tantos objetos queridos…
Los tres primeros días tuvimos el tiempo más hermoso. Después hemos venido o con vientos furiosos por la proa, o con calmas y marejadas que nos rompían las velas; y el 27 del pasado a los 40º de latitud nos cayó una helada tan furiosa que el agua del mar se cuajaba al pasar la ola por la cubierta y formaba tales témpanos que entorpecía la maniobra.
A fuerza de fuerzas, llegamos a una isla que se llama Nantucket: tomamos allí un práctico : éste se emborrachó y no sé cómo aquella noche no nos hicimos pedazos en la costa. Al fin salimos del paso con atrasar como 15 leguas, y tener que estar fondeados dos días en otra islita donde todo estaba helado.
Hoy por la mañana llegamos a este puerto, y por una casualidad me encontré con la casa de Bacon. Le presenté la letra y la aceptó. Después me fuí con el capitán, hombre estimable por todos títulos, a su posada; en la que comí, y su ama me, hizo decir en francés por otro de los inquilinos, que podía quedarme en ella todo el tiempo que gustase; cosa que, mediante el dinero, tenía yo muy bien sabida. Bien decías tú que las pesetas hablan hasta caldeo.
Me han señalado un precioso cuarto con una cama muy hermosa; y todo por cinco pesos a la semana. Me he constituído, pues, en casa de Mistress Mac Condray, Batler Street, número 15; y después del té me he retirado al cuarto a escribirte y participarte algunas de mis observaciones.
No he resuelto nada sobre viaje a New York o Filadelfía. En estas ciudades hace el mismo frío que aquí con corta diferencia; y donde lo iba yo a aguantar con todo el cuerpo era en el camino. En Charleston es donde hay mudanza, pero de aquí a allá hay 500 leguas que no se andan en invierno tan fácilmente. Aún pienso quedarme; y si el frío aprieta mucho más, condenarme a reclusión junto a una chimenea, y ocuparme en embestir de frente con el inglés, o dar una mano a mis poesías…
Boston es una gran ciudad, y sumamente bella por su regularidad y policía. Todas las casas son de tres a cuatro pisos, construidas de ladrillos o cantería, y cubiertas de tejamaní, con todas las ventanas guarnecidas de vidrieras.
Las calles son anchas y perfectamente empedradas, con calzadas de ladrillo levantadas de un lado y otro para separar a los de a pie de los carruajes. éstos son infinitos, y los caballos que los tiran me han parecido todos más grandes y fuertes que los de Cuba: no sé si será aprensión. Las calles están llenas de gente a todas horas y no por eso reina el bullicio de las de La Habana. Verdad es que aquí no hay negros carretilleros. Jamás he visto más muchachas bonitas que hoy.
¡Qué hermosa ciudad! Me ha admirado sobre todo el orden que en ella reina. Todas las casas tienen en tarjetas, grabados de cobre o de madera el nombre u ocupación de los que las habitan; lo que es excelente y facilita sobremanera el curso de los negocios.
Todos parecen ocupados, y aun no he visto un mendigo, ni aun uno que tenga sobre sí la librea de la miseria y desamparo, ¡Afortunado país! favorecido, a pesar de la rudeza de su clima, con las miradas más benignas del cielo…
No sé si entenderás los últimos párrafos porque la tinta está casi helada…
Bibliografía y notas
- Publicada en La Moda o Recreo Semanal del Bello Sexo, T. I, págs. 21-22. | Revista fundada por Domingo del Monte en 1829 y desaparecida en 1831. La colección consta de 3 volúmenes con 28 números cada uno.
- Publicada en Grandes Periodistas Cubanos, Tomo VI, «José María Heredia – Revisiones Literarias» | Selección y prólogo de José María Chacón y Calvo | Publicaciones del Ministerio de Educación Dirección de Cultura, La Habana 1947. págs. 37-39
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