Castillos y Torreones Coloniales en Recuerdos de Antaño por Cristóbal de la Habana para la Revista Social en 1927.
Ya vimos en otros Recuerdos anteriores, como, a consecuencia de los repetidos y devastadores ataques de piratas y corsarios extranjeros a las playas cubanas, fué preocupación durante largos años de los capitanes generales que gobernaron Cuba la fortificación debida del puerto y ciudad de la Habana, no empezándose sin embargo la construcción de La Fuerza, hasta después de 1538 en que el Adelantado de la Florida Hernando de Soto comisionó al Capitán Mateo Aceytuno para que dirigiera su fabricación, que quedó terminada hacia 1544.
Se construyeron después y sucesivamente los castillos de El Morro y La Punta, y, aunque no se consideraba aún con ellos suficientemente protegida la Habana y resguardada de los ataques de naves enemigas, por diversas causas desconocidas o tal vez por otras atenciones más urgentes de la Corona, se paralizó durante varios años la construcción de nuevas fortalezas.
Hasta que en 1633 y con motivo de la visita que por orden de S. M. hicieron a Cuba el Capitán General Marqués de Cadereyta y el Almirante Carlos de Ibarra para inspeccionar el estado en que se encontraban las tres fortalezas ya existentes.
Estos, en el estudio que con otros oficiales de la plaza realizaron, creyeron conveniente, además de las obras de reparación que necesitaban esos castillos, la construcción de dos torreones en las bocas de la Chorrera y Cojímar, que sirvieran para impedir que por esos lugares estratégicos se realizaran desembarques de enemigos que pudieran internarse de tal manera en la ciudad, sorprendiendo a sus defensores y moradores y sin que resultaran efectivos hasta esos sitios los fuegos del Morro, Fuerza y Punta.
Regulado, según Arrate, el costo de los torreones en 20 mil ducados, no se empezó su construcción hasta 1646, costeándolos de su peculio los vecinos de esos lugares, lo que, como es natural, agradeció S. M. extraordinariamente.
El Torreón de Cojímar es un cuadrado que, según Pezuela, mide 26 varas en sus cuatro lados y se encuentra a 500 varas E, del Castillo del Morro y 200 del pueblo de Cojímar. Tenía 3 cañones y 18 hombres.
El Torreón de la Chorrera fué casi totalmente destruido en 1762 por la artillería de unos barcos ingleses que fondearon a hacer aguada en la desembocadura del Almendares, a pesar de la heroica defensa de Don Luis de Aguiar. Fué entonces reconstruido en forma de rectángulo abaluartado, con dos pisos.
En su batería acasamatada que dá al mar, tenía cuatro piezas de grueso calibre y en la azotea dos cañoneras con emplazamientos a barbeta. Su destacamento era de 28 hombres.
Como consecuencia de la toma de la Habana por los ingleses en 1762 se palpó la necesidad, para tener resguardadas y defendidas las comunicaciones de la plaza con los campos vecinos, de fortificar la Loma de Soto que domina al fondo de la bahía.
Al efecto, después de varias obras provisionales y urgentes, se acometió la construcción, que duró de 1763 a 67, por el ingeniero belga, Agustín Cramer, del Castillo de Atarés, cuyo nombre debe al Conde de Ricla, promotor de las obras.
El terreno lo cedió su dueño, Agustín de Sotolongo. Es un hexágono irregular, con foso y camino cubierto, cuartel interior, aljibe, almacenes y oficinas. En 1863, después de reparado dos años antes, contaba con 90 hombres de tropa y 26 piezas de artillería, algunas de ellas rayadas.
Todavía se notaban otras deficiencias en la defensa de la Habana, que el sitio de los ingleses puso de relieve, y entre ellas la insuficiencia del Torreón de la Chorrera para evitar el desembarco por este sitio, único en el cual se proveyeron aquellos de agua potable, y además, según Pezuela, la urgencia de:
“cubrir los aproches de la plaza por la parte más expuesta, y proteger a las tropas que hubieren de oponerse a un desembarco más fácil y probable por aquel que por ningún otro puesto de la costa inmediata a la Habana.”
Para solucionar ambos peligros, evitándolos, se encargó al ingeniero Cramer la fortificación de la loma de Aróstegui, que perteneció a Don Agustín Aróstegui Loynaz. Utilizó aquel los diseños que había hecho el ingeniero Silvestre Abarca, empezándose las obras en 1767, no terminándose por completo hasta después de 1779 y por el brigadier Luis Huet que modificó los planos de Abarca.
Tiene este Castillo del Príncipe la forma de un pentágono irregular con dos baluartes, dos semi baluartes y un rediente, grandes fosos, galería aspillerada, camino abierto, revellines y galería de minas, almacenes, oficinas, aljibe y vastos alojamientos para su guarnición que solía ser de 900 hombres. Su artillería era de 60 piezas de todos calibres.
Bibliografía y notas
- Roig de Leuchsenring, Emilio. “Recuerdos de Antaño. Castillos y Torreones Coloniales”. Revista Social. Volumen XII, núm. 12, Diciembre 1927, pp. 49, 52.
- Llave del Nuevo Mundo antemural de las Indias Occidentales. La Habana descripta: Noticias de su fundación, aumentos y estado, por José Martín Félix de Arrate, 1761.
- Diccionario Geográfico, estadístico de la Isla de Cuba, por Don Jacobo de la Pezuela, 1863, t. III.
- Lo que fuimos y lo que somos, o la Habana antigua y moderna, por José M. de la Torre, 1857.
- Viñetas, del libro Cuba with pen & pencil, por Samuel Hazard. Londres, 1871.
- Escritores y Poetas.
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