Causas y Resultados del Pacto del Zanjón en páginas desconocidas u olvidadas de nuestra historia. Desde México nos envió hace poco nuestro amigo, el admirado poeta e historiador Rafael Heliodoro Valle, —que aunque nacido en Honduras, es en la república mexicana donde reside, desde hace ya muchos años, habiéndose incorporado al movimiento literario y artístico de ésta que bien puede considerar su patria adoptiva— una preciosa y rica colección de grabados antiguos referentes a Cuba, de manera especial a la Guerra de Yara.
Entre esos grabados figura uno —que reproducimos en la página del frente— que hemos elegido de motivo o tema para consagrar las Páginas del presente número al Pacto del Zanjón, ya que ese grabado se publicó en La Ilustración Española y Americana de Madrid, correspondiente al 8 de junio de 1878, con motivo de la sensacional actualidad española de aquellos días: la terminación de la guerra emancipadora cubana mediante la firma, el 10 de febrero de dicho año, del llamado Pacto del Zanjón.
Como el lector verá, en esa página de La Ilustración, que lleva el título de “Isla de Cuba. —Principales jefes de la insurrección felizmente concluida“, se insertan los retratos de algunas de las más prestigiosas figuras revolucionarias cubanas de nuestra Guerra Grande. Sus nombres los reproducimos tal como aparecen en dicha página de la revista española.
No pretendemos ahora, ni mucho menos, realizar estudio detenido y profundo sobre los antecedentes, causas y consecuencias de ese hecho histórico, tan discutido entonces, y aún en nuestros días por políticos e historiadores, tanto cubanos como españoles. Nos limitaremos, simplemente, a precisarlo, dando a conocer algunas de las más relevantes críticas que al mismo se han hecho.
Entre los críticos del Zanjón debemos citar, en primer término, por lo extenso, documentado y certero de su estudio, al general y doctor Domingo Méndez Capote, quien el 14 de abril de 1929 ofreció en la Academia Nacional de Artes y Letras una conferencia que lleva por título El Pacto del Zanjón, y forma parte del tomo I de sus Trabajos, editado en La Habana ese mismo año.
¿Qué es el Pacto del Zanjón?
Según el claro juicio de Méndez Capote, no puede considerarse al documento contentivo del mismo ni como un tratado de paz, “que sólo se celebra entre naciones libres y mutuamente reconocidas”; ni tampoco un convenio, porque no aparece “bien fijada y justificada la representación y personalidad de los acordantes como debe suceder en un convenio, ni lo estipulado fué firmado a la vez con unidad de acto por ambas partes interesadas, como es de rigor también en todo convenio”; ni una capitulación, aunque el documento hable de capitulación, porque en él se trató no sólo con elementos militares y sobre cuestiones militares, como es corriente en las capitulaciones, sino también con elementos civiles y sobre asunto de carácter e interés general para una y otra parte.
Como bien dice Méndez Capote, la expresión exacta de lo tratado y convenido es, como la historia lo conoce, un pacto, “entre el Gobierno de España y el pueblo revolucionario y el ejército separatista de Cuba”. El documento, no puede negarse, que es “sencillo, redactado muy de prisa, sin pretensiones, sin preámbulo, razonamiento ni exposición de motivos”, y que “se presenta pobre, humilde y sin pretensiones”.
El documento original que dió vida al pacto sólo fué firmado por los representantes de Cuba, E. L. Luaces y Rafael Rodríguez, en el Campamento de San Agustín, a 10 de febrero de 1878. Después apareció la firma del Gobierno español al insertarse en la Gaceta de La Habana —19 de febrero de 1878, el pacto, hecho público para general conocimiento y efectos, por el gobernador general de Cuba, general Jovellar, siendo ratificado poco después en el Congreso de Diputados por el entonces presidente del Consejo de Ministros y jefe del Gobierno español don Antonio Cánovas del Castillo.
Como afirma Méndez Capote, “el carácter y la personalidad del general Martínez Campos, o sea del representante del Gobierno español, así como sus facultades amplísimas para acordar y convenir, estaban y han estado siempre fuera de toda clase de dudas”, y “el carácter y la representación y las facultades de los cubanos que con él trataron, para hablar a nombre de Cuba y de sus fuerzas armadas, fué expresamente aceptado y reconocido por la otra parte interesada y contratante”.
En efecto, en el corto párrafo inicial del documento, se dice: “Constituidos en junta el pueblo y fuerza armada del Departamento del Centro y agrupaciones parciales de otros Departamentos, como único medio hábil de poner término a las negociaciones pendientes en uno u otro sentido, y teniendo en cuenta el pliego de proposiciones autorizado por el general en jefe del Ejército español, resolviendo por su parte modificar aquéllas presentando los siguientes artículos de capitulación…”
En esas líneas descubre el historiador las causas y circunstancias productoras del Pacto.
De una parte, el estado ostensible de decaimiento y debilidad que ofrecía la revolución. Las emigraciones estaban gastadas, cansadas, empobrecidas, divididas y en gran parte desilusionadas. Hacía tiempo que no mandaban ni podían mandar más recursos a la revolución, necesitada como nunca. El mundo entero había vuelto la espalda a los cubanos. No venían ya ni siquiera voces de aliento de las Repúblicas hermanas. La parte más poblada y productiva de la isla había resultado inaccesible a la revolución.
Las fuerzas cubanas carecían de armas, de pertrechos, de calzado, de ropa y hasta de alimentos. Y no era esto lo más grave. El estado interior de los revolucionarios era verdaderamente terrible. No había podido formarse en la revolución un centro de autoridad prestigioso aceptado y recibido por todos con unidad y fuerza y firmeza suficiente, como demandaban y como demandaron siempre la dirección suprema de la campaña, la marcha de las operaciones y la transacción de los negocios del separatismo.
Lejos de eso, surgieron varias veces escisiones importantes que produjeron daños irreparables. Así fué. Y en estas líneas de Méndez Capote encontramos admirablemente reflejada la crítica situación de la revolución de Yara en el año de 1878, debido a las causas que aquél enumera y que traducen perfectamente los motivos fundamentales de la quiebra de todos los movimientos cívicos cubanos, tanto en la colonia como en la república:
La apatía, la flaqueza ciudadana, las divisiones, las rencillas, los intereses personales o de grupo, el fulanismo, el caudillismo, el regionalismo… obstaculizando o anulando, ayer como hoy, los esfuerzos y labores, y los sacrificios, la sangre y las vidas, de aquellos cubanos de buena voluntad que han querido acabar con injusticias, abusos, despotismos y tiranías de los gobernantes — españoles o cubanos — y conseguir el establecimiento de un nuevo orden de cosas basado en el bienestar y prosperidad generales, sin predominio de una clase o casta explotadora del pueblo.
De otra parte, ese párrafo primero del Pacto del Zanjón nos revela la habilidad oportunista que esgrimió en aquellos momentos el general Martínez Campos, convencido de que era más fácil y más rápido aprovechar ese estado de decaimiento de la revolución para acentuar la división existente en los elementos revolucionarios, llevando a un grupo de éstos a pactar la paz con España, que poner en juego los recursos militares de que disponía, y que nunca hubieran podido lograr el aniquilamiento completo de la revolución.
Pero el Pacto del Zanjón nos enseña también otras grandes verdades.
Y la primera de ellas es la mentira, la ceguedad, y el desconocimiento absoluto de los problemas cubanos que padecieron en todo momento los gobernantes españoles.
Por el artículo primero, a cambio de esa deposición de las armas, se concedían a la isla de Cuba “Las mismas condiciones políticas, orgánicas y administrativas de que disfruta la isla de Puerto Rico”.
Y con el ofrecimiento de este nuevo estatus político a Cuba, los españoles engañaron a los cubanos, y hasta se engañaron a sí mismos, pues en realidad creyeron concederle a esta isla una autonomía administrativa bastante amplia, como la que gozaba Puerto Rico por la ley de 28 de agosto de 1870, puesta en vigor en 1872.
Pero era lo cierto, como dice Méndez Capote, que “ese régimen político fué suspendido por el general Sanz en 1874, que con plenas facultades y poderes del Gobierno de Madrid revocó las leyes de la revolución de septiembre y puso la isla en estado de sitio, sin que al promulgarse la Constitución de 1876 se estableciese otro régimen”.
Y tan es así que al pedir los revolucionarios cubanos aclaraciones a ese artículo primero del proyecto de Pacto, Martínez Campos hizo a Jovellar la siguiente consulta: “Ni ellos ni yo sabemos las diferencias entre la Constitución que rige en Puerto Rico y la que rige en la Península… espero que V. E. me las indique si es que las sabe o tiene medios de saberlas”; y Jovellar contestó:
“Que sentía mucho no hacer una reseña de esas diferencias, porque no estaba enterado; pero que podía decirse que una y otra provincias estaban fundamentalmente asimiladas”… Pero como todo ello era falso, una vez descubierta la falsedad, los cubanos tuvieron que seguir luchando cívicamente, por la conquista de mejoras y reformas. Y una vez más, fueron engañados con dilaciones, evasivas y negativas por parte de los gobernantes españoles.
Pero ello no obstante, es necesario convenir, según hemos anticipado, que el Pacto del Zanjón produjo admirables y educativos resultados para los cubanos. Les demostró la verdad que Martí convirtió más tarde en uno de los puntos de su programa revolucionario:
que de España era imposible esperar, en lo que a sus gobernantes se refería, justicia ni libertad, ni siquiera atención, para los problemas cubanos, y que mediante la pacífica evolución política y administrativa la isla no lograría jamás, no ya su independencia, pero ni siquiera el mejoramiento del régimen de gobierno y administración.
De nuevo cayeron en ese error de confianza ilimitada en España, los autonomistas cubanos que después de estallada la revolución del 95 siguieron fieles al programa autonomista; error incomprensible tratándose de mentalidades tan relevantes como las que formaron la dirección entonces del Partido Autonomista cubano y que sólo podría tal vez explicarse por la idiosincrasia de dichos jefes, temperamentalmente evolucionistas, aristocráticos y pacifistas y algunos de ellos además, ideológicamente reaccionarios y españolizantes.
El Pacto, en sí y por sus consecuencias demostró, asimismo, a los cubanos que la solución a sus problemas y dificultades necesitaban buscarla siempre en el propio esfuerzo, y no en la ayuda ajena, viniera ésta de Hispanoamérica, o mucho menos de los Estados Unidos.
Imposibilitadas las Repúblicas hispanoamericanas, algunas de las cuales demostraron popular y oficialmente sus buenos deseos de ayudar a los cubanos revolucionarios, de hacer efectivo ese apoyo, por los trastornos y divisiones internos que padecían.
Irreductibles, entonces, antes y después, los Estados Unidos a propiciar oficialmente la separación de la isla de España, mientras no llegara la oportunidad que a sus intereses conviniera, y eso, para lograr que Cuba cayera por completo, en lo político y en lo económico, dentro de su esfera de predominio, como así ocurrió después de la Guerra Hispanoamericana.
Produjo el Pacto del Zanjón, según lo han mantenido Méndez Capote y Ramiro Guerra, el reconocimiento, por primera vez, que España hacía de beligerancia a los revolucionarios cubanos, y con ello, de la personalidad cubana. El texto del artículo primero en su proyecto presentado a los revolucionarios cubanos decía :
“Otorgar a la isla de Cuba las mismas condiciones de que disfruta la de Puerto Rico; pudiendo el Gobierno de la revolución cubana hacer presente las modificaciones que estime oportunas para que el general en jefe las otorgue o consulte al Gabinete de Madrid, si a su vez lo considera indispensable”.
Y ya vimos, que la consulta se hizo. La cláusula cuarta del texto del primer proyecto, según lo reproduce en la página 560 del tomo III de sus Anales de la Guerra de Cuba, el historiador español Antonio Pirala, expresaba:
“Considerar lo que se pacta con el Gobierno y la Cámara (se refiere a los dos poderes de la revolución), como general y sin restricciones particulares para todos los Departamentos de la isla”; y en la cláusula quinta de dicho proyecto se ratifica ese reconocimiento en esta forma:
“Desde el día de mañana hasta el 10 de febrero próximo, fecha señalada por el E. S. general en jefe (Martínez Campos) a la Cámara (cubana), se considerará libre el camino cuyo itinerario a continuación se expresa, a fin de que pueda el mayor general García reunirse a aquélla”. Y no conviene olvidar que este reconocimiento se hizo, aún encontrándose como se encontraba, la revolución, casi moribunda.
El Pacto del Zanjón fué igualmente un alto en el camino de la revolución cubana, que sirvió para que años más tarde José Martí, utilizando las enseñanzas y experiencias de la guerra de Yara, reorganizara la revolución en forma tendiente a evitar las divisiones y trastornos que causaron el fracaso de aquélla. En este sentido no es equivocado el afirmar que la revolución del 95 fué la continuación de la revolución de Yara.
Esta continuidad de ideales y propósitos emancipadores se encargaron de demostrarla y mantenerla latente los patriotas que, con el general Antonio Maceo a la cabeza, protestaron del Pacto en los Mangos de Baraguá y se dispusieron a continuar la guerra, y los que, después y cada vez más, hasta el 95, mantuvieron la bandera de la revolución como la única que podía llevarlos a la independencia.
Por último, los revolucionarios cubanos llevaron al Pacto del Zanjón los ideales antiesclavistas contenidos en el articulo 24 de la Constitución de Guáimaro, logrando con ello abatir, primero, y derrumbar, poco después, definitivamente, la odiosa institución de la esclavitud negra, baldón de toda una época y de un régimen, y la no menos odiosa de la esclavitud china, disfrazada hipócritamente bajo la designación de “contratación de colonos asiáticos”.
El artículo del Pacto en que quedaron establecidos esos ideales revolucionarios cubanos fué el tercero, por el que España , al comprometerse a dar “libertad a los colonos asiáticos y esclavos que se hallen hoy en las filas insurrectas”, en momentos en que aún la esclavitud era, como dice Méndez Capote, “una institución sagrada… el problema de los problemas”, se ataba irremediablemente al compromiso de abolir por completo la esclavitud, ya que era un contrasentido que gozaran de libertad los negros rebeldes y continuaran esclavos los negros leales a España.
Fué éste, también, otro reconocimiento que el Gobierno español hizo del programa revolucionario cubano, y una imposición de la revolución a España.
Y España, el 13 de febrero de 1880 tuvo que decretar la ley aboliendo por completo la esclavitud en la isla de Cuba.
Por lo humana, justa, civilizada, puede considerarse ésta, la más brillante y gloriosa conquista y el más beneficioso resultado que a Cuba produjo el Pacto del Zanjón.
Bibliografía y notas
- Roig de Leuchsenring, E. (28 de octubre de 1934). “Páginas desconocidas u olvidadas de nuestra historia: Causas y Resultados del Pacto del Zanjón” por Emilio Roig de Leuchsenring. Revista Carteles, 22. pp. 22, 45, 46.
- “Principales Jefes de la Concluida Insurrección Cubana”. La Ilustración Española y Americana, vol. Año XXII, no. XXI, Junio 8, 1878, p. 366.
Deja una respuesta